Capítulo 21
Diana
Mamá me abraza con alegría, mucho más eufórica de lo acostumbrado.
—¿Cómo te sientes, Diana? —pregunta al momento en que se aleja y posa una mano en mi estómago.
Tengo el impulso de quitarla, pero me contengo para no hacerla sentir mal.
—Bien, lidiando con los malestares del embarazo.
—Tu estado te ha sentado muy bien —dice mientras mueve las manos para que la siga—. Se te ve linda la pancita.
Me pongo las manos en el vientre levemente abultado. Casi no se nota, pero estoy usando mi ropa aún. Tendré que ir pronto a comprar de maternidad.
—Gracias, mamá —digo al momento en que me siento en el sofá, mirando alrededor—. ¿Dónde está Lucas?
Mi madre hace una mueca y se sienta frente a mí en una butaca en mal estado. Me fijo, por primera vez, que los muebles son antiguos y que las paredes necesitan pintarse. ¿Desde cuándo no recibe mantenimiento esta casa?
—Tu hermano consiguió un trabajo hace días. Va los fines de semana.
Poso la vista sobre ella, sorprendida.
—¿Por qué permitieron que trabaje? Lucas necesita enfocarse en sus estudios. ¿Qué pasó con su afición por el deporte?
—Diana, él mismo consiguió ese empleo. Tú lo conoces, no me hace caso.
—Algo debió suceder para que tomara esa decisión —alego con voz dura—. Hago el esfuerzo por mandarles dinero para que él no tenga que preocuparse.
—Lo que envías no es suficiente.
—Para eso está tu marido. Exígele que busque qué hacer y deje de ser un mantenido. Es él quien debería estar trabajando y no Lucas.
—No soy un desempleado por gusto. —Papá entra en escena, mirándome de arriba abajo con desdén—. Mi hijo es grande y es una buena manera de que aprenda a valorar las cosas.
Me levanto y lo encaro, con todo el desagrado que puedo reunir en la mirada.
—Es culpa tuya. Lucas se metió en ese vicio por ti y tus malditas carencias. Ahora también quieres que te mantenga...
El golpe es tan fuerte que caigo al piso.
—¡Otto! —grita mi madre y corre para ayudarme.
Las lágrimas mojan mis mejillas, y me odio por esto. Quiero pararme para devolvérsela, pero no puedo. Llevo una mano a mi barriga como si de esta forma pudiera resguardar a mi bebé.
—Cuida cómo me hablas, muchachita. No se te olvide que aún soy tu padre.
—¡Vete a la mierda! —vocifero desde lo más profundo de mi alma, levantándome con el respaldo de mi mamá—. Eres despreciable, la única razón por la que estoy aquí y sigo mandando dinero es mi mamá y mi hermano.
Él avanza unos pasos hacia mí, apretando los puños. Retrocedo por instinto.
—Es lo menos que puedes hacer por la familia. Te di la vida y ese tamaño, puta malagradecida.
—Otto, vete. ¿Cómo pudiste agredirla en su estado? —reprocha mi madre, poniéndose delante de mí como un escudo protector.
—Es para que no se le olvide quién manda en esta casa.
Me cubro la mejilla adolorida. Quiero decirle todo lo que merece, pero el mareo no me lo permite. Me duele el pecho y respiro con dificultad.
—Diana —llama mi madre mientras me agarra un brazo.
Las náuseas se apoderan de mí y veo borroso. La cabeza me da vueltas, me siento desorientada. El temor me paraliza porque no quiero que nada malo le pase a mi bebé.
«No debí venir», pienso antes de que la oscuridad me arrope.
***
—Di-Di, despierta.
La voz de mi hermano se escucha lejana. Abro los ojos y la pesadez y el dolor se hacen presentes.
—¿Cómo te sientes? Mamá me dijo que sufriste un desmayo.
Lucas me mira con tristeza y angustia. Sus ojos están rojizos al igual que su cara.
—¿Dónde estoy? —pregunto mientras me siento, rogando porque sea en otro lugar y no en casa de mis padres.
—En tu habitación, Di —responde bajito—. Mamá te trajo un té.
Miro a todos lados, dándome cuenta de que, efectivamente, estoy en este lugar aún.
—¿Qué fue lo que pasó...?
—Necesito irme —lo interrumpo y me pongo de pie, tambaleante.
—Es tarde, Di.
Miro por la ventana, ya anocheció. La desesperación se apodera de mí porque no quiero seguir en este sitio ni un segundo más.
—Lo lamento, Lucas. —Me acerco a él y llevo mis manos a su rostro—. Ven conmigo.
—No puedo, mañana tengo que ir a trabajar.
Sus ojos se desvían de los míos al decir esto. La manera en que deja caer los hombros me da a entender que la está pasando mal.
—Dime la verdad, por favor. ¿Otto te obligó a buscar empleo?
—No, pero estaba harto de sus quejas. Se la pasaba diciendo que quería que fuera mayor para que hiciera mi vida. Que soy una carga para ellos.
—Lucas...
—Quiero ahorrar dinero para irme de aquí, Di.
No refuto sus palabras porque entiendo cómo se siente. Yo misma escapé despavorida aquella vez al mínimo chance.
—¿En qué trabajas? —pregunto a la vez que me acomodo y palmeo la cama para que él haga lo mismo. Lucas se sienta a mi lado.
—Ayudo en una ferretería que está cerca. La paga no es mucha, puesto que ni en nómina estoy, pero gano dinero y me mantengo fuera de esta casa.
—Debiste llamarme.
—Tú vas a tener un bebé —dice, agachando la mirada—. Supongo que ahora es tu prioridad.
Habla con tanta tristeza que me desarma.
—¿Por eso no me contestabas ni los mensajes? —Asiente—. Que esté embarazada no quiere decir que ya no me importes, Lucas. Por favor, ven conmigo.
En silencio, agarra mis manos entre las suyas. Me fijo en sus uñas sucias y los pequeños cayos en los dedos.
—Estoy limpio, Di. Te juro que no volveré al vicio. Quiero independizarme y que algún día te sientas orgulloso de mí.
—Ya lo estoy... —Unas lágrimas escapan de mis ojos. La impotencia me cierra la garganta.
—Cuando sea mayor de edad, y salga de aquí, iré a visitarte. Te mostraré que puedo cumplir mis palabras.
Lo abrazo con fuerza en medio de sollozos. Mi hermano está roto, y no hice nada para evitarlo. Hui como una cobarde a la primera oportunidad. Debí hacer algo por él cuando aún estaba a tiempo.
—Diana —llama mi madre desde el umbral de la puerta—, un hombre te busca.
Me limpio las mejillas y Lucas se aleja de mí.
—¿Un hombre? —pregunta mi hermano tan sorprendido como yo.
—Sí, un tal Marcos.
A la mención de su nombre, el corazón se me acelera. No doy crédito a las palabras de mamá, así que salgo a pasos rápidos.
En medio de la fea sala de mis padres, se encuentra él. Vestido de traje, con su bata puesta y el pelo despeinado.
—¿Qué demonios haces aquí?
Marcos me mira y noto que suspira aliviado.
—Me he cansado de llamarte y hasta fui a tu casa, pero no te encontré. —Se acerca, sin retirar sus ojos de mí—. Necesitamos hablar, Diana.
Percibo su perfume potente cuando lo tengo a solo unos centímetros. Marcos arruga el entrecejo y lleva su mano a mi cara.
—¿Qué te pasó? ¿Por qué estás tan roja?
Pasa los dedos por los contornos de mi rostro con suavidad.
Entonces, recuerdo el golpe de Otto y que debo irme.
—Sácame de aquí, por favor. Necesito ver a un doctor.
—¿Tú eres el novio de mi hija? —pregunta mi madre.
Lucas se encuentra a su lado, mirando a Marcos con odio.
—Sí, señora. Marcos Bauer, un placer.
Se mueve hacia ella y le extiende la mano, también saluda a Lucas.
—Prepararé la cena...
—Nos iremos —interrumpe Marcos, acercándose a mí de nuevo—. Gracias, pero será en otra ocasión.
Mamá camina hacia mí y me da un pequeño abrazo.
—Hablaré con tu padre.
—Cuida a tu hijo, mamá.
Ella se aleja, asintiendo. Su rostro está tan demacrado que me da lástima. La culpa y el remordimiento no la dejan en paz.
Lucas se queda en el mismo sitio, con las manos apretadas. Me acerco a él y le agarro el mentón para que me mire.
—Te amo, espero que lo tengas claro. Cualquier cosa que necesites, lo que sea, me dejas saber.
Él me abraza con suavidad, como si fuese frágil.
—Lo haré, Di-Di.
Le beso las mejillas y me encamino a la salida, donde ya me está esperando Marcos.
—¿Viniste en tu auto? —Niego con la cabeza mientras nos dirigimos a la calle.
Él desbloquea el carro y abre la puerta del copiloto para mí.
—¿Cómo supiste que estaba aquí?
—Lo supuse —responde, encendiendo el vehículo.
—Ni siquiera preguntaré de qué manera encontraste la casa.
—Busqué la dirección en los expedientes de tu hermano.
Entorno los ojos ante su respuesta. Se me había olvidado la vez que internaron a Lucas en el hospital.
Una risita adorna sus labios por unos segundos, luego se pone serio.
—¿Qué te pasó en la cara?
Sigue conduciendo, pero sé que está atento a mi respuesta.
—Te contaré todo, Marcos. Ahora, necesito ir a una clínica.
Me paso las manos por la pancita de arriba abajo. Quiero estar segura de que mi bebé se encuentra bien, aunque lo intuyo. Se ha estado moviendo con normalidad.
—¿Incluso lo que padeces?
Un escalofrío me recorre la espalda y el pecho se me agita. Lo miro, encontrándome con sus ojos entrecerrados, pues nos hemos parado en un semáforo.
Marcos sabe mi secreto. Uno que he guardado hasta de mi familia. Ignorar la enfermedad que me está consumiendo en silencio me ha ayudado a no sucumbir. No quiero lástima ni que nadie se quede a mi lado por esa razón.
—Puedes confiar...
—Déjame aquí. —Trato de salir, pero tiene seguro—. ¡Abre la maldita puerta!
—Diana, cálmate.
Hace ademán de tocarme y no lo permito. Me hago un ovillo en un intento de escapar de su escrutinio.
Empieza a conducir de nuevo por el cambio de luz. Yo, por mi parte, tiemblo y la mente me bombardea con escenas horrorosas sobre nosotros.
La seriedad del asunto regresa con un peso mayor. En ocasiones olvido lo mal que estoy, pero escucharlo de su boca lo hace más real.
Marcos lo sabe. Está consciente de que no tengo escapatoria. Moriré pronto, no podré criar a mi hijo ni ser feliz junto a él.
El cáncer se encargará de apagarme por completo.
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