Capítulo 19
Diana
A pesar de la maravillosa tarde que pasé con Marcos, anoche no pude dormir bien. Los pensamientos a lo que me enfrentaría estuvieron torturándome toda la madrugada.
Ahora me está pasando factura. Aplico corrector sobre las ojeras lo más rápido que puedo antes de que cambie el semáforo. Como todos los lunes a esta hora, el tráfico es pésimo.
Trato de desviar mi mente de las náuseas que estoy empezando a sentir, así como de la desesperación por no llegar tarde.
Dejo de lado el maquillaje para seguir conduciendo. Mientras me acerco al hospital, la incertidumbre crece en mi interior.
Me gustaría que nadie me hablara de la licencia. No quiero que indaguen sobre mi vida personal, pero sé que eso es imposible. Estoy segura de que seré el centro de atención de mis compañeros.
Llego y me parqueo con cuidado. Antes de salir, inhalo y exhalo profundamente para calmarme. Una punzada en la sien es el indicio de que me dolerá la cabeza.
Me bajo del vehículo con una sensación extraña en el estómago. Camino con premura por el pasillo que da a las escaleras del hospital. Varias personas me saludan, pero respondo con un movimiento de la mano libre.
Aprieto mi bolso con fuerza, como si necesitara sostenerme de algo para no caerme.
—Martin, me alegra que hayas venido. —Ámbar acorta la distancia y me da un pequeño abrazo—. ¿Cómo te sientes?
—Mejor, gracias.
Me apresuro a sentarme frente a mi escritorio, aliviada de que solo ella se encuentra aquí.
—Te ves pálida, ¿segura de que estás bien?
Asiento mientras enciendo la computadora. Me fijo en la pila de papeles que me esperan.
—Llegaste, Diana —expresa Janah y a los segundos la tengo sobre mí—. ¿Cómo está tu embarazo?
—Déjala respirar —interviene Tulio condescendiente—. Es bueno verte de nuevo.
—Gracias.
—¿Y bien? —inquiere Janah con ese tonito burlesco tan característico de ella—. Qué callado lo mantuviste, nunca nos dijiste que tenías pareja.
—Tampoco lo negué —respondo a la defensiva, pero me arrepiento porque fui brusca—. Lo siento, debo ir a desayunar.
Me levanto bajo la atenta mirada de todos. Antes de cerrar la puerta, llegan a mis oídos el murmullo de los cuchicheos.
Suspiro mientras me adentro al comedor. Aquí hay varios doctores y enfermeras. Con disimulo busco con la mirada a alguien en específico, pero no lo encuentro.
Compro un sándwich y una taza de leche, después camino hacia la mesa más alejada.
Se sienta frente a mí, y no necesito ni mirar para saber de quién se trata.
—¿Qué tal tu día? —pregunta, pero mantengo la cabeza agachada—. Acabo de llegar.
—Ve con tus compañeros.
—Diana...
—¿Ya se te olvidó lo que hablamos? —Lo miro con tanto desdén que su cuerpo se tensa.
—Solo estoy sentado en una mesa cualquiera, deja la paranoia.
—Nunca ocupas este lado, y que lo hagas ahora puede que llame la atención. Por favor, cumple con lo que te pedí.
Sus ojos no dejan los míos por unos segundos, los suficientes para percibir que le ha dolido mis palabras. Sé que quiere decir algo más, la manera en que tamborilea los dedos contra la mesa lo delata. Sin embargo, se pone de pie y sale del comedor en un santiamén.
Ya no siento hambre, pero termino el desayuno y me levanto dispuesta a irme.
—Hey, chica.
Me detengo ante la voz de una enfermera. La he visto varias veces, pero no sé su nombre.
—Hola.
—¿Eres Diana Martin? —Asiento dubitativa—. ¿Cómo sigue tu embarazo?
Un escalofrío me recorre la espalda. No me da buena espina la manera tan familiar con la que actúa si nunca he hablado con ella antes.
—Discúlpame, no te conozco.
—Me llamo Mildred Austin, solo estoy siendo amable.
—Lo siento, debo irme.
No dejo que me responda y me doy la vuelta.
—Bauer debe estar feliz.
El corazón me late tan rápido que creo sufriré un paro cardíaco. El estómago se me revuelve y unas ganas inmensas de vomitar me invaden.
Corro hacia el baño y me agacho en el inodoro en el momento justo en que expulso todo lo que me comí.
—¿Estás bien? —pregunta detrás de mí.
Deseo decirle que se vaya, pero no puedo.
Sigo encorvada mientras las palabras de ella me rondan la mente. ¿Cómo se enteró?
—¿Llamo a Marcos?
—¡No! —grito desesperada a la vez que me incorporo.
—Es normal que pases por esto —explica sin quitarme los ojos de encima—. Si tienes suerte, al cuarto mes se detendrá.
Me muevo hacia el lavamanos para enjuagarme la cara y la boca.
—Marcos y yo no tenemos nada —aclaro con la pobre esperanza de que me crea.
—Puedo guardarles el secreto, no hay razón para que lo niegues. —Sonríe con amabilidad—. Así que tú eres esa chica inalcanzable.
Miro alrededor, percatándome de que estamos solas. Eso me da cierto alivio.
—¿Él te habló de mí?
—No mencionó tu nombre, pero es obvio que se trataba de ti —responde mientras se acerca—. Ahora entiendo por qué estaba tan afectado.
Tengo el impulso de seguir negando todo, aunque estoy segura de que sería en vano. Me molesta sobremanera que él haya ventilado nuestros encuentros con esta mujer.
—Nosotros no estamos juntos.
—¿No?
—No hay ninguna relación.
Ella chasquea la lengua mientras me recorre con la mirada.
—Típico de él —dice con una sonrisa torcida—. Bauer solo coge sin compromisos.
Lo que ha dicho me provoca un malestar general porque eso puede significar varias cosas.
—Lo conoces bien —tanteo el terreno para que siga hablando.
—Él y yo éramos amantes. No soy la única, Marcos se acuesta con cualquiera que le abra las piernas.
—No me interesa lo que haga con su vida.
—¿Te doy un consejo de mujer a mujer? —pregunta con cara neutra—. No te encariñes con él ni creas que serás la excepción.
Dejo caer los hombros y los ojos se me nublan por las lágrimas contenidas. El sabor amargo y una sensación de vacío se apoderan de mí.
Mildred me observa con lástima una vez más antes de darse la vuelta y retirarse.
Lo que dijo no abandona mi mente, incluso varias horas después en medio del trabajo.
Marcos me envía varios mensajes que no respondo. Para no verlo, me quedo a comer en la oficina con la excusa de que debo ponerme al día con mis deberes.
Él había hecho replantearme mis sentimientos, pero lo que dijo esa mujer me ha abierto los ojos.
Es mejor que me aleje por el bien de ambos.
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