Capítulo 16
Diana
Abro los ojos, pero me quedo quieta. Me siento pesada, sin ganas de mover un músculo. Los rayos del sol que entran por la ventana me molestan, así que me giro al otro lado de la cama.
Trato de mantener la mente en blanco para no sobrepensar en mi situación. No sé qué haré en lo adelante ni cómo enfrentaré esta nueva vida.
Llevo una mano a mi estómago y la dejo ahí. Qué irresponsable fuimos al dejarnos llevar esa noche sin protección. Si soy sincera, no pensé en eso en ningún momento y estoy segura de que él tampoco. Solo queríamos saciarnos.
El sonido de mi teléfono rompe la paz, mas no contesto. Timbra varias veces. Extiendo la mano para verificar, pero los toques en la puerta me paralizan. Estoy casi segura de quién se trata.
Resoplo profundamente. Es inútil que siga evadiendo lo inevitable.
Me levanto despacio. Un mareo dificulta la acción, por lo que me quedo unos segundos sentada esperando a que pase.
El ruido no se detiene.
—¡Ya voy!
La molestia hace que me espabile casi por completo. Cuando logro levantarme del todo, camino al armario y saco una camiseta ancha.
Mientras avanzo a la sala me paso las manos por el pelo.
—Diana... —dice en cuanto abro la puerta. Me escanea desesperado como si buscara algo en mí.
—No te esperaba.
Me hago a un lado para que entre.
—¿Cuándo me lo pensabas decir?
Ataca de una manera contundente.
Le sigo dando la espalda porque aún no me siento lista para enfrentarlo.
—Me enteré de boca de otros que estás en riesgo de perder a nuestro hijo —prosigue con más frustración que enojo.
—Solo fue un susto, ya estoy bien.
Él me agarra por los hombros y me da la vuelta.
—¿Por qué me lo ocultaste?
Sus ojos muestran tanta angustia que tengo que desviar los míos.
—Aún no lo asimilo, Marcos. Necesitaba tiempo...
—Debes tener casi cinco semanas —me interrumpe—. Déjame ver el diagnóstico, ¿con qué médico te estás tratando?
Sus preguntas provocan que la cabeza me duela.
—No me agobies —digo y me suelto de su agarre.
Doy algunos pasos hacia atrás que él sigue con la mirada. Siento que me está analizando, y no me gusta.
—Estás embarazada de mí —afirma como si acabara de descubrirlo—. Vamos a tener un hijo, Diana.
Agacho la cabeza. Escucharlo de su boca suena aterrador. ¿En qué lío me he metido?
—Sí —es lo único que me sale decir.
—Necesito ver el historial médico.
El miedo me visita, pero trato de disimularlo. Sin responderle, camino hacia la habitación y busco el sobre donde guardo lo relacionado con mi bebé. Solo saco la sonografía y la lista de medicamentos y análisis. Lo demás lo dejo en su sitio.
Vuelvo a la sala. Marcos se mueve de un lado a otro a la vez que se pasa las manos por el pelo. Está inquieto, aun así, luce demasiado atractivo. El traje a la medida le favorece.
—Aquí está. —Le extiendo los papeles y él casi me los arrebata.
Los examina con sumo cuidado, pasando el dedo por cada una de las indicaciones. El corazón me late frenético, como si estuviera haciendo algo muy malo.
—Me los hice ayer —añado y él asiente.
—El embarazo está normal. No corre ningún peligro.
—Te lo dije...
—¿Por qué era la amenaza y cuánto tiempo te dieron de licencia?
Me mira con tanta intensidad que un escalofrío me recorre la espalda.
—Una semana, el lunes volveré al trabajo.
—Responde, Diana. ¿Qué pasó?
Odio el interrogatorio y la manera en que me habla.
—No tomé bien la noticia —contesto con desdén, ganándome un resoplido de su parte—. Ahora estoy más relajada.
Deja los papeles sobre el desayunador y avanza hacia mí.
—¿Qué me estás ocultando?
Se acerca tanto que siento su aliento en el rostro. Me agarra las mejillas con las dos manos sin despegar sus ojos de los míos.
Tiemblo ante su toque y el aroma familiar de su perfume.
—¿No crees que esto es lo más raro que nos pudo pasar? —pregunto con un hilo de voz, desviando el tema a propósito.
No responde, pero no hace falta porque su mirada transmite lo difícil que es para él también.
—No esperaba ser papá en estos momentos —dice al fin.
—Ni yo...
—Aunque no me desagrada la idea. —Las caricias que le da a mi piel me distraen un poco—. Me haré cargo de todo.
Posa sus labios sobre los míos con delicadeza. Cierro los ojos y le correspondo. El sabor de su boca es adictivo, me encanta cómo me hace sentir su presencia.
—Es muy pronto para esto, Diana, pero quiero intentarlo.
Esas palabras son las causantes de que me aleje de forma abrupta.
—¿De qué estás hablando?
—Entre nosotros pasa algo más que un acostón...
—¿Me lo dices después de que no me buscaras en días?
—Tú me dejaste plantado sin ninguna explicación, ¿qué querías? No soy un adivino. Además, no tienes idea de lo ocupado que he estado.
—No te confundas, Marcos. Lo único que nos une es este embarazo que apenas empieza.
—Diana...
—Nunca habrá un «nosotros».
Sus facciones se desencajan de una manera dolorosa. Me lastima lo que he dicho, aun así, estoy convencida de que es lo mejor.
—¿Por qué te cierras? Si es por una mala experiencia en el pasado, yo también pasé por algo similar. No te estoy pidiendo que me ames, porque no es lo que siento, pero me gustas lo suficiente como para arriesgarme.
El pecho se me acelera y la vista se me nubla por las lágrimas contenidas. La sensación de que tengo un nudo en la garganta no me deja expresarme como deseo.
—Te daré tu espacio, Diana. Solo... no te rindas antes de siquiera intentarlo.
Saca algo del bolsillo de su pantalón y me extiende un sobre blanco pequeño.
—¿Qué es? —pregunto ceñuda mientras lo acepto y reviso que es una tarjeta de crédito negra con algunos apuntes.
—Es para que la uses con todo lo concerniente a ti y el bebé. Ahí tienes el código.
—Esto no es necesario...
—También me gustaría contratar a alguien para que no estés sola.
Lo observo entre sorprendida e irritada.
—Estás yendo muy lejos.
—Es por el bienestar de ambos.
Quiero reprocharle, pero nada sale de mi boca. No comprendo cómo pudo asimilar lo del embarazo tan bien. Esperaba una reacción muy diferente de su parte, si soy sincera.
El agarre en mi brazo me devuelve a la realidad. Me sienta en el sofá a su lado, de modo que quedamos casi al frente. No deja de escudriñarme en ningún momento. Es obvio que quiere seguir preguntando cosas que no pienso responderle.
—Mira esto —rompe el silencio a la par que rebusca en el interior de su chaqueta.
Tomo las fotos de su mano. Son imágenes de él en un sitio que daría lo que fuera por visitar.
El ambiente cambia de manera drástica entre nosotros.
—¿Qué te pareció? —pregunto sin dejar de admirar la bella vista y lo bien que luce flotando en el aire con ayuda del agua en el lago. El verde de fondo es espectacular.
—Ha sido una de las mejores experiencias que he tenido.
—No sabía que tú me ibas a llevar ahí —confieso con pesar.
—Quería sorprenderte, Diana.
Sus palabras provocan que lleve la vista hacia él. Nuestros ojos se encuentran, y noto tantas cosas en los suyos que me conmueven.
—No fue a propósito. Yo me sentí muy mal ese día.
—Te prometo que, una vez tengas a nuestro hijo, te llevaré.
Asiento ensimismada.
Marcos toca las hebras que me sobresalen y las lleva detrás de las orejas con dulzura. Deja sus pulgares en mis mejillas. Hago lo mismo con su pelo, ahora más corto que cuando lo vi la última vez.
Lo acaricio porque me da la gana de hacerlo. Se siente muy suave entre los dedos. Lo acerco más...
El timbre de la puerta causa que nos espantemos. La burbuja explota en nuestras narices.
Me levanto nerviosa y con una sensación agridulce en el pecho.
Me apresuro a abrir para escapar del radar de Marcos por unos minutos.
—¿Es cierto que estás embarazada?
La voz molesta de mi papá me sorprende.
—¿Qué haces aquí?
Entra sin mi permiso hecho una fiera.
—Responde... —Hace silencio cuando se da cuenta de la presencia de Marcos—. ¿Y este quién es?
—Un amigo —contesto rápido antes que él.
Marcos no se inmuta. Se levanta y le extiende la mano a mi papá, quien lo observa con desagrado.
—Soy Marcos, el padre del bebé que espera su hija.
En segundos lo recorre con la vista. Su descaro es tan grande que sonríe con suficiencia cuando nota el reloj caro de Marcos, así como el gran anillo dorado de su profesión.
—Usted y yo debemos hablar —dice, haciendo caso omiso de la mirada de advertencia que le estoy dedicando.
—Claro, los invito a comer. —Marcos posa los ojos sobre mí—. ¿Estás de acuerdo, Diana?
Quiero decirle que no, porque no sabe la clase de hombre que es mi padre. No obstante, asiento y me encamino hacia el pasillo que da a mi cuarto para arreglarme.
Este día va a ser demasiado largo y difícil.
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