Capítulo 13

Marcos

Diana se queda quieta, por lo que me resisto a seguir el beso. Avergonzado, y con un nudo en la garganta que me asfixia, me alejo de ella. Su cara muestra asombro, pero hay algo en sus ojos que no me permite mover un músculo.

—Lo siento...

Doy un par de pasos hacia atrás.

—No te vayas —pide bajito—. Tenía tanto tiempo sin besar a nadie, que se me había olvidado cómo se hace.

Sus palabras son las causantes de que me detenga. Diana avanza y me quedo quieto. Estamos muy cerca. Su mirada tiene un brillo que no había notado antes. Se humedece los labios con la lengua de manera lenta y sugestiva.

Un escalofrío me recorre entero al momento en que pone su mano sobre mi pecho. Acaricia a su antojo, después la mueve a mi cuello y me atrae hacia ella.

Esta vez se deja llevar y nos besamos con una pasión desmedida. Atrapo su cara para tomar el control y me adueño de su boca.

Sin despegar nuestros labios, ella me dirige a su casa. Entramos entre besos. Suelto su rostro y toco su espalda con delicadeza. Los gemidos que emite provocan que casi pierda la razón.

Le doy tregua a su boca, así que me apropio de la piel sensible de su cuello. Diana huele exquisito; sabe deliciosa.

Ella se aleja un poco y me recorre con la vista cargada de deseo. Acaricia mis mejillas, baja hasta al pecho y empieza a quitarme la bata. La ayudo, lo mismo con la camisa.

Me pasa los dedos por los pectorales despacio, como si estuviera detallando cada parte de mí.

—Eres muy musculoso —dice ensimismada—. ¿Cómo puedes mantenerte de esta manera si nunca tienes tiempo para nada?

—Entreno desde hace muchos años, Diana. Saco mis momentos para ejercitarme —digo siguiendo el movimiento de sus manos—. ¿En serio tendremos esta conversación justo ahora?

Su risa es música para mis oídos.

Me agarra una mano y me guía hacia la habitación. El pulso se me acelera cuando cierra la puerta. No retira sus ojos de los míos mientras se quita la camiseta ancha que estaba usando. La garganta se me seca ante la hermosa vista que tengo de su cuerpo semidesnudo. Tiene los pechos al aire, solo la cubre un panti finito.

—Diana...

—Quiero hacerlo —susurra a la vez que acorta la distancia—. Necesito saber qué se siente.

—¿Tú no...? ¿Nunca has estado con un hombre? —pregunto con un hilo de voz.

—Sí, pero nunca he deseado tanto a alguien.

Me besa.

Trato de seguirle el ritmo, pero sus palabras siguen haciendo eco en mi mente.

Me toca de manera torpe, intuyo que se encuentra nerviosa. Hay algo que me grita que debo parar esto antes de que sea tarde. Diana no me lo pone fácil, ha llevado su mano al bulto que se ha formado en mis pantalones.

Un gemido involuntario se escapa de mi garganta. Ella sigue masajeando sin dejar de besarme.

Mando todo al carajo y atrapo sus manos para dominarla. La beso con hambre. Saboreo cada rincón de su boca mientras la guío a la cama.

Acaricio su piel con delicadeza, le muerdo el cuello. Descubro algunos moretones en los brazos y costado. No digo nada para no incomodarla.

Diana es muy receptiva a todo lo que hago. Su entrega me tiene fascinado, no puedo parar de darle placer.

Recorro cada parte de su cuerpo con mi boca, entreteniendome por más tiempo en su entrepierna. Aún por encima de la tela, ella se retuerce y pide que no pare. Echo a un lado el panti para degustarla mejor. El sudor se mezcla con sus corridas.

El autocontrol ha desaparecido del todo, así que me dejo llevar a lo que Diana quiera. Porque esto puede parar en cualquier momento si ella me lo pide. No sucede, al contrario.

Me ayuda con los pantalones mientras deja besos en mi abdomen. Me sorprende lo atrevida que está siendo cuando siempre se muestra tímida.

Libera mi erección y sonríe como si hubiera ganado algún premio.

—No creo que aguante mucho si lo haces —advierto, ganándome una sonrisita de su parte.

La levanto, ella enreda sus piernas en mis caderas. Ni siquiera nos acostamos sobre el colchón, la embisto en el aire y se agarra de mi cuello.

El sonido obsceno de nuestros cuerpos chocando acompasa los grititos de Diana. Sus manos se resbalan por el sudor, pero no dejo que se caiga.

Nos besamos. Ella me mordisquea los labios y clava sus uñas en mi piel.

Me muevo a la cama, aún unidos. Ha quedado debajo de mí, a mi merced.

—Más fuerte —pide entre jadeos.

Agarro su rostro. Nuestras miradas se conectan al tiempo que la complazco.

—Eres preciosa.

—Marcos...

—La mujer más hermosa que he conocido.

Cierro los ojos y trato de concentrarme en otra cosa que no sea lo bien que se siente su interior. Necesito prolongar esto, porque no quiero regresar a la realidad.

Los temblores de su cuerpo, y los arañazos que le propina a mi espalda, provocan que la mire. Es un lío de hebras doradas húmedas, labios hinchados y mejillas rojizas. Sus orbes se encuentran dilatados, una sonrisa boba adorna su boca.

El orgasmo arrollador me golpea. Boqueo por aire mientras sigo moviéndome dentro de ella.

Me acuesto a su lado, desorientado por culpa del placer.

Mi mente se va aclarando poco a poco. Siento que se levanta, pero me da miedo encontrarme con su mirada.

Me mantengo con los ojos cerrados. Tengo sueño y la cama se siente tan bien.

—Marcos, debes irte.

—¿Perdón?

La miro. Está cubierta con otra camiseta que le llega hasta los muslos y su pelo atado en una coleta alta.

—Es tarde, necesito dormir.

Parpadeo por lo inusual de sus palabras. Sigo desnudo, aún manchado de semen y agotado.

—Yo no tengo que regresar al hospital, Diana.

—Ve a tu casa —responde con fastidio.

Entonces, lo entiendo. Esto fue algo casual. Se supone que no necesitamos abrazarnos ni dormir juntos. No sé qué esperaba, pero me molesta lo cortante que está siendo después de lo que sucedió entre nosotros.

Sin más, me paro. Ella desaparece y a los segundos la tengo junto a mí con mi ropa en las manos.

—Puedes usar el baño.

Sin responder, le quito las prendas y me meto por la puerta que señaló.

Me miro al espejo. Tengo el cabello hecho un asco y la cara enrojecida. Maldigo una y otra vez al notar las marcas que me dejó en el cuello y parte de la espalda.

Luego de que me lavo la cara, orino y me pongo la ropa. No quiero salir aunque sea inevitable.

La encuentro sentada en la cama revisando algo en su teléfono.

—Bueno, nos vemos mañana.

Se queda en silencio, por lo que salgo de ahí a pasos rápidos.

—Marcos —llama y me detengo justo antes de abrir la puerta principal.

El momento es tan incómodo que desvío la mirada.

—No le digas a nadie sobre esto.

—¿Esto...?

—Lo que pasó, por favor.

Me atrevo a encararla. La súplica se refleja en sus facciones.

—Puedes estar tranquila.

—Gracias... Por todo.

Sus palabras me caen tan mal que salgo sin siquiera despedirme.

Llego al auto y me recargo en el volante. No sé por qué este sabor amargo, ¿qué esperaba? Está claro que para ella solo fue un polvo casual, pero ¿cuál es el problema? Debería sentirme aliviado.

Odio la opresión que siento en el pecho, que me duela su desinterés.

Caigo al fin en cuenta de lo que sucedió, quién es la mujer con la que acabo de coger, y mis sentimientos cambian. Soy el peor cabrón que existe.

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