Capítulo 12
Diana
El viaje en auto a la casa de mis padres me agotó más de lo que imaginé. Por tal razón, he estado encerrada en mi antiguo cuarto desde que llegué hace más de una hora.
Ellos y Lucas no están, así que estoy aprovechando esto para prepararme mentalmente.
No me gusta estar aquí.
Los malos recuerdos se hacen tan presentes que me hieren. Mi adolescencia fue horrible, tuve que crecer en todos los sentidos antes de tiempo.
Me levanto de la cama porque escucho movimientos en la casa. Ya llegaron.
La puerta se abre de repente y a los segundos tengo a Lucas aferrado a mí. Me abraza con tanta fuerza que se me dificulta respirar.
—Me alegra que hayas venido, Di-Di.
—Te extrañé mucho.
Le correspondo mientras le paso las manos por la espalda.
Así nos quedamos por un rato, después nos acostamos, uno al lado del otro, para ponernos al día. Bueno, yo intento sacarle alguna información.
—¿Cómo te está yendo en la nueva escuela? —pregunto, lo que provoca que él desvíe la mirada.
—Bueno...
—Necesito la verdad —lo interrumpo y él asiente.
—Estoy tratando de adaptarme, pero es difícil. Soy el bicho raro.
—No digas eso.
—Te lo aseguro, Di. No me gusta cómo me miran.
—¿Y las materias?
—Más o menos...
—Pero estás poniendo de tu parte, Lucas. Eso es una mejoría.
Nos miramos a los ojos hasta que él agacha la cabeza.
—Papá presiona mucho —confiesa con un hilo de voz.
—Lo hace por tu bien.
Su rostro forma una mueca de desagrado, aunque no refuta mis palabras.
Me alivia lo recuperado que luce, pero sé que Lucas está en una fase crucial. No es fácil deshacerse de un vicio como ese.
—¿Recuerdas a esos tipos que llevé a tu casa hace meses? —pregunta ensimismado. Le respondo con un movimiento de cabeza—. Eh, tengo algo que contarte.
Se ha puesto tan serio que el corazón se me acelera. Por su cara, deduzco lo peor.
—Sigue —aliento porque se ha quedado callado.
—Ellos...
—¿Sí? —inquiero desesperada.
—Me están acosando.
La angustia que gotea de sus palabras provoca que el corazón me dé un vuelco.
—¿Le dijiste a nuestros padres? —Niega con la cabeza—. Lucas, esto es serio.
—Lo sé, Di. Les he dado dinero, pero siguen molestando.
—Los denunciaré.
Nos quedamos en silencio, lo único que se escucha es mi respiración agitada.
—Cuídate mucho —susurra mientras me abraza.
Hago el intento de responder, pero los toques en la puerta no me lo permiten.
—Diana.
Mi madre entra y se para a cierta distancia. Una sonrisa dibuja su rostro, aunque la tristeza profunda que reflejan sus ojos permanece.
—Llegué y no estaban, mamá.
—Tuvimos que ir a la tienda por algunos alimentos. ¿Qué te apetece almorzar?
—Lo que tengas.
Asiente varias veces, luego se da la vuelta.
—Tu padre está en casa —avisa antes de salir.
Un suspiro se escapa de mi garganta. Miro a Lucas, quien tiene los ojos cerrados como si estuviese dormido.
—No ha parado de decir lo malagradecida que eres por no venir —dice con reproche—. Lo detesto.
—No, Lucas.
—Es un mal padre.
No puedo refutar sus palabras. Me duele que tanto Lucas como yo hayamos crecido en una familia disfuncional.
Mi madre no es una mala persona, pero se deja influenciar por papá y hace todo lo él quiere.
Masajeo el cuero cabelludo de Lucas mientras me pierdo en lo que hemos hablado. Él se queda dormido unos minutos.
Al cabo de un rato, mamá nos avisa que el almuerzo está listo.
Mi padre se encuentra sentado en la mesa cuando nos movemos a la cocina. Su mirada acusatoria me recorre entera y no hay necesidad de decir nada. Sus gestos me indican todo lo que piensa de mí.
Mamá saca las vajillas que no suele usar muy a menudo. La ayudo a organizar la comida, una variedad de guisos y arroz como para una multitud.
—¿Tienes un novio? —pregunta mi padre apenas me acomodo en una silla.
Lucas, que había empezado a masticar, se paraliza. Aprieta las manos con fuerza.
—No.
—No hay necesidad de mentir, Diana. Estás en una ciudad grande, vives sola...
—Te dijo que no —lo interrumpe Lucas alzando la voz.
Mi madre le dirige una mirada de súplica. Su respuesta es un resoplido.
—El trabajo me agobia —digo tranquila a la vez que pruebo el pollo que me he servido.
—Si vas a aceptar a un hombre, te aconsejo que sea uno con solvencia económica. No cometas el mismo error de hace años.
La tensión nos arropa.
Suelto el tenedor y agacho la cabeza. Rememoro ese tiempo cuando me vi obligada a salir con un patán porque era de «buena familia».
—¿Les gusta la comida? —pregunta mamá con la voz entrecortada, pero nadie responde.
Siento la mano de Lucas en mi espalda. Me atrevo a levantar la mirada. Mi padre sigue comiendo como si nada y mamá me observa con tristeza.
Solo se escucha el tintineo de los cubiertos que él está usando.
Tomo agua, después me levanto y camino deprisa a la habitación.
—Diana.
Mamá entra detrás de mí.
—¿Para esto querían que los visitara?
—Lo lamento...
—¿Puedes dejar de ser su títere? Ese hombre lastima a tus hijos y nunca has hecho nada para impedirlo. Ya lo mío no tiene solución, pero rescata a Lucas.
—No tienes idea de lo que dices. Tu padre se preocupa, solo que a su manera.
Sus palabras son como una bofetada.
—¿Te estás escuchando, mamá? Él puede bucarse un empleo o hacer algo para cambiar la situación tan precaria en la que están sumergidos. Pero no, es más facil victimizarse y seguir culpándome de sus desgracias.
A este punto, el corazón se me ha acelarado de una manera desmedida.
Ella me observa con el rostro desencajado y algunas lágrimas se derraman por sus mejillas.
—No puedo quedarme aquí, mamá.
—Hablaré con él, hija. Por favor, no te vayas ahora.
Junta sus manos en señal de ruego.
La imagen de la mujer que tengo frente a mí me desarma. Mi madre ha envejecido mucho, más de lo que debería. Sus ojos siempre están opacos y ojerosos. Viste de una manera que no la favorece y ha dejado de lado su apariencia. Le han drenado la vida.
—Mañana temprano —digo y sus labios se curvan en una sonrisa débil.
—Gracias.
El resto de la tarde pasa sin ningún contratiempo. Llevo a mamá y a Lucas de compras, luego al salón de belleza.
—Tenía mucho que no venía a un sitio como este —dice emocionada.
Estamos una al lado de la otra en el secador de pelo mientras Lucas nos espera en uno de los sofás, aburrido.
La insto a que también se arregle las uñas y, después de varias horas, salimos como nuevas. Mi hermano tiene las manos llenas de bolsas que luego metemos en el baúl del vehículo.
—Me apetece un helado.
—¿También tú, Lucas? —Él asiente a mi pregunta con desinterés.
Entramos a una heladería. No tenemos que esperar mucho hasta que nos sentamos en una mesa para tres con unos tarros grandes de helados.
Aprovecho que Lucas está concentrado en degustar su mantecado, y mueve la cabeza al ritmo de una musica que escucha por medio de auriculares, para hablarle a mamá de los tipos que están acosando a mi hermano.
Ella se inquieta, también asegura que hablará con papá para buscarle una solución pronto. Bajo la promesa de que me contaría cualquier novedad, volvemos a casa.
Agradezco que mi padre haya desaparecido, así que solo cenamos nosotros tres en medio de una charla relajada. Incluso Lucas participa con ánimos.
—Gracias por todo lo que has hecho, Diana —dice mi madre mientras se adentra a la habitación—. Hoy lo pasé muy bien.
Una sonrisa se extiende por mi cara. Por esto sigo viva, es la única motivación que tengo para trabajar como lo hago.
—Toma, mamá. —Rebusco en mi bolso y saco un sobre pequeño—. No le digas a papá que te di esto.
Ella asiente, comprensiva, y la mirada se le ilumina cuando revisa los billetes. Les abastecí la despensa y le compré a Lucas todo lo que estaba necesitando. Eso dejó un hueco enorme en mi cuenta bancaria, pero no importa. Vale la pena el sacrificio.
—No sé qué sería de nosotros sin ti —dice con un hilo de voz y los ojos se le llenan de lágrimas.
«Quizás a mi padre no le quedará de otra que ser responsable», pienso.
—Necesito descansar —es lo que sale de mis labios.
—Buenas noches.
No deja que le responda, porque sale deprisa.
Me meto bajo las sábanas y me quedo mirando al techo fijamente. El sonido de mi teléfono es lo que me saca de la ensoñación. Sonrío al ver de quién se trata.
—Es tarde —digo medio en broma y en serio.
Una carcajada, que me hace sonreír más, es su respuesta inmediata.
—Aún me faltan algunas horas de trabajo. —Me acomodo boca abajo y cierro los ojos por la paz que me transmite su voz—. Me preguntaba si podríamos almorzar mañana.
—No estoy en la ciudad, Marcos. —Emite un sonidito de asentimiento—. Aunque creo que llegaré a tiempo.
—Bueno, me dejas saber. —Hace silencio de repente, pero logro escuchar una voz femenina de fondo—. Debo irme, Diana.
Cuelga la llamada.
***
Solo quise desayunar en «familia». La despedida con mi hermano fue tan conmovedora que no he parado de llorar en todo el camino. Deseaba traerlo conmigo, pero no es bueno que pierda clases. Más ahora que está poniendo de su parte en la nueva escuela.
Apenas son las diez de la mañana y el sol brilla en todo su esplendor. Hoy será un día caluroso.
Una vez llego a mi casa, me doy una ducha reconfortante y reviso mi teléfono. Encuentro un mensaje de Marcos dándome los buenos días.
Le respondo que ya estoy de regreso y que me avise a qué hora nos veremos y dónde.
No me envía otro mensaje, sino que recibo una llamada.
—Llegaste más temprano de lo que creí —es lo primero que dice.
—Extrañaba mi hogar.
Nos reímos al mismo tiempo.
—Qué pena contigo, Diana. —Hace silencio por unos segundos—. Mis padres vinieron de sorpresa, ¿te molestaría que ellos nos acompañaran?
No le respondo, pero es porque me he puesto tan nerviosa que no sé qué decir.
—¿Sigues ahí...?
—Sí. Eh, no lo sé.
—Entiendo, no te preocupes. Podemos dejarlo para otro día.
Asiento, aunque soy consciente de que no me puede ver.
—Dale saludos a la señora Gloria de mi parte.
—¿La conoces? —pregunta incrédulo.
—No sé si estás al tanto de que trabajé hace años en su bodega.
La exclamación de sorpresa que logro escuchar me confirma que lo había olvidado.
—Ahí conocí a León —le recuerdo.
—Sí, León. Mi mejor amigo. —Resopla—. Hablamos después, Diana.
La tarde me sorprende en medio de limpieza y algunos apuntes en la agenda que pocas veces suelo usar.
Tomo una siesta de algunas horas.
Me quedo en la cama después que despierto, repasando mi día y el de ayer. En lo que sentí cuando mi padre mencionó a mi exnovio.
Un escalofrío me recorre la espalda ante las escenas que vienen a mi memoria de ese tipo. El timbre suena incesante, cosa que agradezco porque me ha distraído.
Me siento pesada, así que me tomo todo mi tiempo para levantarme.
Abro y me sorprendo de verlo aquí. Marcos me observa con profundidad. Su pelo está hecho un lío como si lo hubiese revuelto a propósito con las manos y lleva puesta su bata blanca. No sé si estaba trabajando o iba.
—Perdona que no te avisé que venía, pero no aguanto esto...
—¿Qué sucede? —pregunto alarmada mientras salgo.
Me posiciono frente a él, muy cerca. Su rica colonia embriaga mis sentidos.
—Es que tú... No, soy yo.
La desesperación que noto en sus orbes me espanta. Luce como si estuviera luchando con algo más poderoso que él.
—Lo siento, Diana —dice a la vez que acorta la poca distancia que había entre los dos.
Entonces, atrapa mi rostro con sus dos manos y me besa.
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