Capítulo 68.

El peso de la mentira.

"No basta decir solamente la verdad, más conviene mostrar la causa de la falsedad." ~ Aristóteles


La vida muchas veces nos muestra la verdad de las cosas, una verdad a la que quizás nosotros nos empeñamos en negar, una verdad que está fuera de nuestros alcances pero que sigue afectándonos de una u otra forma, algo que es realmente complejo es darnos cuenta de la gravedad de las cosas que nos afectan.

La vida muchas veces nos pone enfrente cosas que nos somos capaces de deducir si se trata de algo real o una simple fantasía, a veces vivimos una vida cargada de mentiras, en donde algo es el núcleo de todo, una situación cambia el rumbo de todo y por ese motivo todo se ve afectado con ello. Puede ser una decisión que se tomó en el pasado o quizás una verdad que se ocultó por un bien común, pero como quiera que sea, una mentira que sale a la luz o una verdad que es descubierta, siempre fragmenta la confianza de los involucrados en ella.

El recuerdo de mi infancia me hacía sentir totalmente ensordecido, era incapaz de procesar todo lo que había escuchado y lo único que me mantenía atado a la realidad era mi hermosa muñequita que se aferraba a mi torso, como si tuviese un miedo indescriptible a perderme, pero era casi imposible mantener mi mente en la tierra.

Toda mi vida crecí con la idea de que mis padres me habían abandonado, les había guardado tanto rencor que realmente los odiaba con mi vida, no quería saber nada de ellos y estaba dispuesto a no relacionarme en lo más mínimo, sin embargo, siempre habían logrado manipularme para hacer conmigo lo que les diese la gana. Siempre creí que ellos me habían abandonado porque de una u otra manera mi nacimiento les había arrebatado la libertad y aunque no sabía el trasfondo completo de la historia, estaba seguro de que incluso con la verdad al descubierto, ellos seguían siendo los malditos villanos.

No podría olvidar jamás el daño que me habia hecho Liliana, mi supuesta madre, era imposible que pudiera pensar en algo más que no fuese en lo que esa mujer me habia hecho cuando era apenas un niño. Tenía marcas en mi piel, marcas que habían traspasado el tiempo para ser un maldito recordatorio de que mi madre me odiaba. También tenía una marca en la espalda que yo mismo habia tapado con una especie de látigo, pues recordaba perfectamente la única vez que le habia permitido un golpe a Walter, me había golpeado con un maldito cable de electricidad, marcando mi piel de manera permanente.

Pero las marcas que me dolían más eran aquellas que no podía percibir en mi vista humana, eran aquellas que ardían y dolían como un demonio pero que seguía sin poder ser capaz de curar por más daño que me causaran. Quizás mis vacíos, habían sido detonados por Eve, pero estaba seguro de que mis supuestos "padres" tenían que ver, pues algo que no soportaba que hicieran cuando estaba en esos episodios, era que alguien tocara mi piel, nadie a excepción de mi muñequita.

Levanté la mirada cuando volví a escuchar que me llamaban por mi nombre, seguramente dándose cuenta de que habia estado escuchando tras bambalinas. Mi espalda se encontraba pegada a la pared mientras mi muñequita era cargada por mí, sus piernas rodeaban mi cintura y sus manitas acariciaban mi nuca.

Miré los ojos grises de Kennett y ahí todo cobró sentido. Por ese motivo siempre habia considerado como mi padre a Kennett, por ese motivo siempre lo habia querido demasiado al grado de llamarlo papá, algo que nunca había hecho con Walter. Entendí el motivo de sus miradas paternales, sus consejos de un padre preocupado y sus palabras alentadoras cada que las necesitaba.

Kennett era mi padre y no habia nada que me hiciera más feliz.

—Conall, sé que...

—Papá—murmuré.

Miré los ojos de Kennett abrirse con sorpresa y pude sentir la sonrisa de mi muñequita contra mi cuello, sabía que ella estaba completamente feliz, me lo habia dicho varias veces, bromeaba conque Kennett no solo parecía mi padre por sus regaños y consejos, sino por mi gran parecido con él.

—¡No te atrevas a llamarlo papá! —gritó Walter.

Mi muñequita soltó un pequeño bufido, como un conejito enojado. Bajó de mi cuerpo y se paró firme, miró en dirección a Walter y Liliana, como queriendo asesinarlos con sus propias manos, seguramente a cualquiera les parecía inapropiado que ella estuviera ahí, pero yo lo necesitaba.

—Y usted no se atreva a venir a reclamar una paternidad que tuvo en charola de plata pero que dejo ir—gruñó mi muñequita.

—¡No te metas!

Toda mi ira se incendió, perdí el control, el simple hecho de ver que ese desgraciado le gritaba a la mujer que amaba era más que necesario para dejar salir un par de demonios. Todo se volvió oscuro a mi alrededor, me acerqué a paso rápido a Walter, y lo tomé del cuello, estampándolo contra una de las paredes más cercanas. No me importaba que todo mundo viera mis demonios salir, pero ese hombre no podía gritarle a la mujer que amaba y salir ileso, ni él ni nadie podía levantarle la voz, porque yo lo impediría, no dejaría que nadie le hiciera daño.

—Vuelves a gritarle y te juro que te voy a cortar la maldita lengua de la forma más dolorosa que tu maldito y diminuto cerebro son capaces de procesar ¿Estamos? —gruñí con una voz baja y escalofriante incluso para mí

Pude ver un rayo de terror en sus ojos, que se esforzó por hacer desaparecer pero que no pasó desapercibido por mí, él sabía que yo no mentía y realmente era capaz de cortarle la lengua si volvía a levantarle la voz a mi mujer, nadie podía hacerlo o me encargaría que esas fueran sus últimas palabras.

—Conall—murmuró mi abuela.

—No le volverás a gritar nunca o me asegurare de que esas sean las últimas palabras que salgan de tu maldita boca, Walter—gruñí.

—Amor—un ligero susurró me hizo volver en mí mismo.

Analicé lo que ocurría a mi alrededor, me habia centrado en ver los ojos del bastardo, pero no en lo demás de su cuerpo, mi mano rodeaba su cuello con tanta fuerza que estaba poniéndose de un color morado, seguramente por la falta de aire. Nunca me habia importado que alguien me viera hacer eso, pero al saber que Keyli estaba a metros de mí, sentí que me estaba convirtiendo en un maldito monstruo bajo sus ojos.

Solté a Walter, sintiendo asco por mí mismo. Pero antes de que una nueva crisis llegará a mí, Keyli se interpuso entre Walter y yo, colocando una gran bandeja de galletas de chocolate con nueces decorativas.

—Mira, tú abuela preparo galletas—murmuró Keyli—. Quizás no debería comerlas, tienen nueces y quizás me provoquen una reacción alérgica pero se ven tan deliciosas que podía acabármelas todas y...

—No—rugí quitándole la bandeja de galletas.

Escuché un pequeño suspiro de alivio de Keyli. Quien me regaló una pequeña sonrisa satisfecha, seguramente dándose cuenta de que habia una manera más rápida de sacarme del pozo, era extraño que yo reconociera que ella podía hacerlo, pero lo hacía, Keyli tenía un gran poder en mí, era capaz de alterar cada una de mis células y ponerlas alerta si se trataba de mantenerla a salvo o prestarle atención, el simple sonido de su voz era como una soga que me ataba a la realidad.

—Amor—murmuró poniéndose de puntitas, tomó mis mejillas entre sus manos y me miró con profundidad —. Amo las nueces y no soy alérgica, así que ¿Por qué no vamos a la cocina por un vaso de leche para disfrutar las galletas de tu abuela?

—Si—murmuré.

Trataba de aterrizar, pero aún seguía queriendo cortarle la lengua al bastardo de Walter por haberle alzado la voz a mi mujer. Ella no espero a que terminara de aterrizar, me jaló en dirección a la cocina mientras mi abuela decía unas palabras inentendibles para mí.

—Mira, las galletas tienen forma de flores y arcoíris, tu abuela seguramente sabe que me encantan las flores y que Niall ama los arcoíris, creo que le diré a mi abuelita que le teja algo a tu abuelita, estoy segura de que esas dos señoras se llevarían muy bien.

Sabía que combinaba ideas para no parar de hablar y mantener mi atención en ella, eso realmente funcionaba, pues sin importar nada, si ella hablaba, yo estaba completamente dispuesto a escucharla.

Llegamos a la cocina y ella soltó una pequeña risa al ver a Dimitri, el cocinero, gritar cientos de órdenes a las mujeres que se movían de un lado a otro. Ella parecía feliz al ver tal cosa, como si realmente tuviese buenos recuerdos, me arrastró al interior de la cocina, haciendo que dejáramos la bandeja de galletas sobre la barra principal.

—Pediré dos vasos de leche para poder disfrutar nuestras galletas—murmuró con una sonrisa tierna.

Antes de que se pudiera alejar, tomé su mano y la coloqué en un taburete.

—Fuera todos—gruñí.

No fue necesario repetir la orden, todos los que se encontraban en la cocina, dejaron de hacer lo que estaban haciendo y salieron a paso veloz. Key me miró sin entender cuando me separé de su agarré y comencé a caminar en dirección a la puerta para colocarle seguro.

—Buscaré leche—murmuró, alejándose hacía la nevera.

La miré.

Antes de que pudiera alejarse a más de dos metros de mí, la tomé en brazos y ella soltó un pequeño gritito por la sorpresa, pero aun así, rodeo sus piernas en mis caderas, haciendo que mi cuerpo la reconociera instantáneamente.

Ataqué sus labios sin miramientos, dedicándome a besarla con adoración y amor, dos cosas que realmente me hacían sentir vivo al tenerla tan cerca de mí.

—A...Amor—susurró, aferrando sus dedos a mi cabello mientras mis labios se dedicaban a repartir besos por todo su cuello desnudo.

—Te necesito—susurré sobre sus labios.

Quizás esa no era la mejor forma de liberar los malditos demonios que me atormentaban, pero para mí parecía ser la mejor opción, era la única manera en la que no terminaría rebanándole el cuello al maldito hombre que se hacía llamar mi padre y que se le había ocurrido gritarle a mi muñequita.

—A...Amor...—murmuró aferrándose más a mí.

Una de mis manos se metió entre nuestros cuerpos, descendí por su abdomen sobre la tela, hasta llegar al final del vestido que se había levantado sobre sus piernas, dejando a la vista sus hermosas braguitas de encaje con un hermoso dibujo de gatito. Reprimí una carcajada, me encantaba que ella podía ser la mujer más venerada del ejército y la que con un grito era capaz de aplacar a más de mil hombres con cuerpos gigantes, pero que también era mi muñequita y gatita, totalmente tierna.

Hice a un lado sus braguitas, sintiendo inmediatamente su humedad sobre mis dedos, ella era perfecta y parecía que al igual que yo, su cuerpo me reconocía. Soltó un ligero jadeo cuando pellizque entre mis dedos su clítoris, sabía que ese pequeño bultito y sus pechos, eran las partes más eróticas que ella tenía. Soltó un gemido que trato de ocultar y sonreí, sabiendo que esa cocina era insonora.

La estimule, me encantaba ver sus mohines de placer cambiar a cada dos segundos. Se retorcía entre mis brazos, buscando aferrarse a mi cuerpo mientras yo me dedicaba a darle tanto placer que se deshacía entre mis brazos.

—C...Conall—gimió mi nombre.

Fue como si un descarga atravesará todo mi cuerpo, mi nombre saliendo de sus labios era como una caricia directa a cada una de mis terminaciones nerviosas, la amaba tanto que me era imposible poder pensar en algo cuerdo cuando ella estaba cerca de mí, la amaba con tanta fuerza que me era imposible poder descifrar todo lo que sentía.

—Eres hermosa—susurré.

Sus mejillas estaban encendidas en el característico tono rosado, sus pupilas estaban dilatadas y sus ojitos brillaban con tanta intensidad que fácilmente podían ser comparados con dos preciosos luceros.

—Te necesito—susurró.

Y eso fue todo, me perdí en sus palabras, jadeos y respiraciones entrecortadas. Bajé el zipper de mis vaqueros, mientras me estimulaba solo un poco, sintiendo una gran dureza bajo la palma de mi mano. Ella soltó un gemido al verme, me encantaba ver sus hermosos ojitos hambrientos.

Antes de que pudiera decir otra palabra, me coloqué en su entrada y me deslicé dentro de ella, escuchando un fuerte gemido, era música para mis oídos escucharla. Me encantaba escuchar sus gemidos sobre mi oído, escucharla jadear como si no hubiese mañana; quizás era algo egocéntrico, pero me prendía saber que yo era el causante de ese placer que la hacía revolverse en mis brazos con tanta ímpetu.

Sentí sus uñas rasguñar sobre mi camisa, sus jadeos se convertían en pequeños gritos que no hacían más que encenderme como una maldita hoguera. Sus braguitas comenzaron a estorbarme en el vaivén, sin importarme nada, tomé la cinturilla y la jalé con fuerza, escuchando el característico sonido de la tela siendo desgarrada por mis manos.

—¡C...Conall! ¡Deja de romper mis bragas! —gruñó.

Solté una pequeña risa sin poder evitarlo, seguía siendo una mandona incluso cuando estaba totalmente en un rol de sumisa. Sonreí, escuchando un jadeo entrecortado cuando arremetí con más fuerza, la vi cerrar los ojos y me detuve por completo, necesitaba ver sus ojitos verdes, necesitaba ver sus ojos cuando se corriera y me recibiera dentro de ella.

—Abre los ojos...—ordené y ella lo hizo.

La cocina se llenó de gemidos y gruñidos por parte de ambos, nuestras miradas no se separaban de la del otro, parecían imanes que se atraían de una manera completamente indescriptible, era imposible separar mi mirada de la de ella, más sabiendo que su hermosa mirada era sólo mía. La sentí apretarme con fuerza, señal de la aproximación de su orgasmo.

—Hazlo—susurré, pegando mi frente a la de ella.

Como si fuese una orden, se retorció en mis brazos, llegando a un orgasmo tan explosivo que incluso sentí sus jugos manchando mi pantalón, algo que causo que yo mismo alcanzara mi orgasmo de una manera única y explosiva.

Sentí que mis pies volvían a tocar la tierra, pero a la vez me sumía en un pozo de tranquilidad perfecta al tener a mi hermosa princesa entre mis brazos, realmente y era capaz de calmar todas las tormentas de mi mente y no sólo eso, ella era capaz de hacerme poner los pies en la Tierra pero a la vez hacer volar mi imaginación para poder tenerla ella como tanto anhelaba.

Dejé su precioso trasero sobre la islita de la cocina, mientras me dedicaba a limpiar los restos de mí que habia dejado sobre sus pétalos con una servilleta húmeda, ella no decía nada y lo agradecí, necesitaba ordenar mis ideas para poder hablar. Cuando terminé de limpiarnos a ambos y acomodé nuestra ropa, me coloqué en medio de sus piernas, dibujando pequeños patrones sin sentido sobre sus muslos desnudos.

Dibujó una bonita sonrisa en su rostro, mientras sus dedos juguetones acariciaban mi cuero cabelludo y enredaba sus pequeños dedos entre mi cabello que había dejado crecer un poco, era cierto que después de que ella había desaparecido de mi vida, había cortado mes tras mes mi cabello para evitar que creciera, pues era un recuerdo de que ella lo amaba; pero cuando había regresado, no dude ni un segundo en dejar de hacer esa rutina.

—¿Estás mejor? —preguntó, acunando mis mejillas entre sus preciosas manos.

Un golpe de realidad me llegó, había desquitado toda mi furia tomándola de una forma que había prometido jamás hacerlo, me había comportado como un completo idiota al no detenerme ni siquiera un poco sin saber si ella estaba disfrutando o no.

—Perdón—susurré con arrepentimiento.

—En realidad me agradó esta forma de traerte de regreso—murmuró con voz risueña, mientras acariciaba los mechones que caía por mi rostro—. Sé que es muy difícil procesar todo de lo que te acabas de enterar, pero puedo llevar a Niall algún parque o llevarlo incluso al cine para que ustedes tengan el tiempo necesario de hablar.

—No te vayas—murmuré.

Realmente ella era la única que podía mantener mis pies en la Tierra y la que podía hacer que no perdiera el control en el momento que todo lo que había sido una verdad para mí se derrumbara y me mostraron la verdadera cara de mi familia.

Realmente nunca me había interesado en conocer a las personas que se decían ser mis padres, después de su abandono no me interesaba en lo más mínimo que ellos formarán parte de mi vida, sin embargo, al saber que ellos no eran mis padres sino mis tíos y quien yo había considerado mi tío, era realmente mi padre todo habia perdido sentido. Tenía cientos de preguntas en la cabeza y quería aclarar todo lo que ocurría, además de tener una explicación lógica a la mentira que había sido mi vida, pero necesitaba que ella estuviese presente para no perder el control de mí mismo.

—No creo que sea conveniente para Niall que escuche todo lo que tu tío y tu abuela tienen que decirte—murmuró, acariciando mi cabello—. Puedo llevarlo cerca para que disfrute un poco mientras ustedes arreglan todo...

—Tus padres llegarán en unos minutos, ellos pueden llevar a Niall si les digo que necesito hablar con mi tío y mi abuela pero que tú estés presente...

—Es algo que debes arreglar, yo...

—Te necesito cerca, Keyli—murmuré, tomando su mentón entre mis dedos—. Eres la única capaz de mantenerme cuerdo sin perder el control y sé que lo perderé cuando me digan toda la verdad...

Era realmente inoportuno que los malditos vacíos aparecieron justo cuando estaban por revelar toda la mentira que había sido mi vida, pero era claro que ellos no decidían cuando aparecer y yo tampoco tenía el control ni siquiera sabía que era lo que me lo había desencadenado, pero tampoco quería averiguarlo.

—No me iré—murmuró, dejando un tierno beso sobre mi mejilla—. Vamos a afrontar todo lo que tengan que decir y si necesitas estar solo, sólo dímelo y buscaré la manera de salir con Niall de la casa.

—Cuando digo que quiero estar solo, es porque quiero estar contigo...—murmuré —. ¿Buscamos esa leche para que comas tus galletas?

—Eres pésimo cambiando de conversación—murmuró risueña, mientras bajaba de la islita y acomodaba su falda—. ¿Crees que tu abuela tenga leche con chocolate?

—Supongo que hay leche y algún polvo de cacao en la alacena—contesté.

—Quizás deberías dejar pasar a todos los cocineros que corriste para follarme en la encimera—murmuró riendo—. A lo mejor y ellos pueden darnos un vaso de leche con chocolate...

—Mi abuela me va a matar—murmuré risueño.

Caminé hasta la puerta y la abrí, encontrándome el rostro de todos los cocineros que trataban de averiguar qué había ocurrido dentro de ese lugar y realmente agradecí que ese lugar fuese insonoro o seguramente habrían escuchado los gritos que había pegado mi hermosa mujer. Seguramente yo me veía terrible, pero ella se veía perfecta como siempre.

—Lo siento—murmuró Keyli con una sonrisa—. Necesitábamos hablar...

—No hay problema, señorita—murmuró Diana, una de las mucamas—. ¿Puedo ayudarla con algo?

—Estaba buscando un vaso de leche con chocolate, quiero comer las galletas de la señora Harrison... por favor...

—Por supuesto, ya le sirvo en un momento—contestó la mujer, caminando apresuradamente hacía la alacena y preparando dos vasos llenos de leche con chocolate.

Mi hermosa mujer, sonrió mientras Diana deslizaba los vasos sobre la encimera y como una niña chiquita, comenzó a comer galletas y tomar la leche, quedando con un gran bigote de chocolate que la hacía lucir aún más tierna.

Me uní a ella, disfrutando de su rostro al probar el sabor de las galletas de mi abuela. Nuestro pequeño remolino, llegó de la mano de Kris minutos después, lo cargué para colocarlo sobre mi regazo mientras los tres disfrutábamos las galletas de mi abuela y tomábamos un delicioso vaso de leche con chocolate. Todo eso mientras el personal de la cocina seguía con lo suyo, sin poder evitar un par de miradas curiosas en nuestra dirección.

No mencionamos nada durante todo ese periodo de tiempo, era un momento tan especial que no queríamos arruinarlo diciendo algo que pudiese hacer que todo se fuese para abajo, aunque eso era algo prácticamente imposible considerando que tenía las dos personas que más me importaban a mi lado, pero sabía que debía enfrentar la realidad, una verdad que me había sido ocultada durante toda mi vida.

—¡Belitos! —gritó Niall, mirando a los imponentes ministros.

Sonreí.

Bajé a mi hijo, quien sin dudarlo corrió a los brazos del ministro. Quizá ellos compartían un lazo de sangre, pero estaba seguro de que mi hijo los quería como si fuesen sus verdaderos abuelos y ellos lo querían como si fuese su nieto.

Mi muñequita me miró por un par de segundos, tratando de descifrar si era el momento indicado para decirle a sus padres que necesitábamos privacidad, asentí a su pregunta muda y ella sin dudarlo, bajó del taburete y se dirigió a sus padres, quienes la recibieron con los brazos abiertos, como siempre.

—¿Cómo estuvo el viaje?

—Considerando que tuvimos que hacer 3 escalas de la Gran Ciudad aquí, estuvo bastante ligero—aseguró la ministra con una sonrisa —. ¿Y para ustedes? Seguro tuvieron un parlanchín todo el vuelo...

—¿Cómo sabes? —preguntó Key risueña.

—Porque de alguna forma, él heredó toda tus mañas y una de tus grandes mañas cuando eras niña, era no parar de hablar cuando estabas nerviosa o teníamos que subir a un avión—afirmó la ministra, besando la mejilla de su hija—. ¿Qué estaban comiendo?

—La señora Harrison, preparó galletas de chocolate con nuez y nosotros lo acompañamos con un vaso de leche con chocolate...

—Aun no entiendo cómo es que no tienes diabetes con tanto dulce que comes—murmuró en un falso regaño —. ¿Podemos comer unas cuantas de esas galletas?

—¡Estan licas! —gritó mi hijo, tratando de alcanzar la charola de galletas.

—Mamá—murmuró Key—. ¿Por qué no van a dar una vuelta a la ciudad después del almuerzo? Niall seguramente será un gran guía...

Su madre levantó la mirada para enfocarla, no fueron necesarias las palabras para decirle que necesitábamos privacidad, con una sonrisa dulce y maternal, nos indicó que entendía la situación y que tomásemos el tiempo necesario para arreglar todo lo que teníamos pendiente.

—Podríamos ir—murmuró la ministra—. ¿Qué tal si vamos al castillo real y te tomas una foto con los caballos?

—¡Cuacos! —celebró mi hijo.

Traté de evitar la punzada que llegó a mi corazón en el momento en que mi tío y mi abuela entraron a la misma cocina donde nos encontrábamos, aunque no lo quería afrontar sabía que tendríamos una plática en donde me revelarían toda la verdad de mi vida, había vivido en una mentira y era momento de bajar el telón para conocer la realidad.

—Sirvan en almuerzo en el jardín, por favor—murmuró mi abuela—. Es un gusto tenerlos aquí señores ministros.

—Por favor, Anelis, llámanos por nuestros nombres, pasamos la etapa de formalidades hace mucho —murmuró la ministra—. Me parece magnífica la idea de un almuerzo en el jardín, no pude evitar notar las hermosas flores que hay por todo el camino...

—Yo misma las he cultivado—murmuró mi abuela —. Puedo mostrarte todo mi jardín si estás dispuesta a ello.

—¡Por supuesto! —chilló la ministra.

Por un momento dejé de ver a la mujer que tenía a sus pies a cada una de las organizaciones militares que existían en el mundo y pude ver a una mujer amante de las flores, madre de mi novia y esposa de un hombre de negocios que cargaba a mi hijo en sus brazos.

No dijimos mucho en el camino hacia el jardín, tampoco cuando nos sirvieron los grandes platos de lasaña con un gran trozo de carne, Key sin dudarlo comenzó a comer como si no hubiese estado minutos atrás devorado casi veinte galletas de chocolate con nueces, me encantaba ver que ella no era de las típicas mujeres que se prohíban de comer, ella amaba cualquier tipo de comida y no le importaba si alguien la juzgaba.

La ministra y mi abuela hablaban, al igual que mi padre y el ministro, era extraño llamar padre a quien siempre habia considerado mi tío, pero de cierta manera me gustaba pronunciar ese seudónimo a ese hombre, quizás jamás lo había visto como mi padre pero él había estado en cada momento de mi vida y él me había procurado en todos los sentidos.

—¿Recuerdas la etapa donde te volviste vegetariana? —preguntó la ministra a su hija.

—Oh, Dios, no menciones esa etapa, mamá—murmuró risueña Key, comiendo un gran trozo de filete—. No entiendo cómo pude sobrevivir con pura lechuga, respeto a los vegetarianos pero realmente no entiendo cómo pueden vivir a base de tofu sin morir en el intento, yo necesito carne para vivir...

Solté una pequeña risa al ver sus mejillas infladas en un mohín, a veces mi hermosa muñequita se comportaba como una niña berrinchuda y eso era lo que tanto me encantaba, me recordaba que también era una humana aparte de ser la mujer más respetada del ejército. Tomé su mano por debajo de la mesa y ambos continuamos comiendo el delicioso almuerzo.

—Quizás deberían ir a dar una vuelta a la ciudad—murmuró mi abuela.

—De hecho ya lo teníamos previsto—murmuró el ministro—. Llevaremos a Niall con nosotros para que vea a los caballos reales y podamos tomarle una foto...

—¿Iras con ellos, Key?

—En realidad, le pedí que se quedara—murmuré antes de que alguien más sacara conclusiones—. Quizás más tarde los alcancemos en el Big Ben...

—¡Lelog!—chilló mi hijo y solté una pequeña risa.

—Si, ahí—murmuró Keyli con una sonrisa—. Vamos a cambiarte para que vayas con tus abuelitos, ¿sí? —preguntó.

Mi hijo inmediatamente saltó de la silla y corrió a tomar la mano de mi novia, quien solo nos dirigió a una mirada y una pequeña sonrisa a todos. Se alejó por el pasillo de piedra hasta perderse en el interior de la Casona de mi abuela, agradecí que el ambiente no se tornase incómodo, y en realidad era bastante tranquilo y era cómodo poder convivir, los ministros mantenían una conversación con mi abuela y Kennett, quizás debía guardarle rencor por haberme ocultado la verdad durante tanto tiempo, pero extrañamente no tenía el mínimo resentimiento de ello.

Mi muñequita regresó, ambos parecían a vestir el conjunto, pues mi hijo llevaba un hermoso pantalón de gamuza en tonalidades otoñales, unos tirantes que iban de extremo a extremo del pantalón, una camisa abotonada que le llegaba a la mitad de sus bracitos y por último, una bonita boina del mismo color que su pantalón.

—¿Se pusieron de acuerdo para vestir como pastelitos otoñales? —preguntó la ministra.

—Por supuesto—aseguró Key con una sonrisa—. Y más tarde le obligaré a él la vestirse de la misma manera—afirmó apuntándome a mí.

—Paso—murmuré.

—Ni modo, el anillo en mi dedo dice que puedo ponerte lo que yo quiera—aseguró, acercándose a mi para dejar un beso en mis labios—. ¿Les gusta como nos vemos?

—Se ven muy bien—aseguró la ministra—. Parecen dos hermosos pastelitos de calabaza...

—Esa era la idea ¿Verdad, Niall?

—¡Shi, mami!

Después de despedirnos de los ministros y de mi hijo, asegurándoles que los alcanzaríamos en un par de horas en el Big Ben, tomé la mano de mi muñequita tratando de darme valor de iniciar yo mismo la conversación, aunque era algo que quería dejar pasar no podía ser así.

—¿Por qué no vamos a mi oficina? —preguntó mi abuela.

—Prefiero estar aquí—murmuré.

Al estar en un espacio abierto tal vez podría ser capaz de controlar mejor mis impulsos y aunque mi muñequita no iba a soltar mi mano en ningún momento, necesitaba seguirme aferrando a ella y en su caso darle tiempo de correr si yo llegaba a explotar antes de que ella pudiera regresarme a la Tierra.

—Sabemos que todo lo que te digamos hoy quizás rompa la relación que tenemos—murmuró mi tío—. Quizás quieras marcharte y regresar a la Gran Ciudad para no saber nunca más de nosotros y creo que es algo entendible pues te ocultamos la verdad durante tanto tiempo, pero esperamos que por lo menos nos dejes explicarte todo lo que ocurrió.

—Dejaré que me digan todo lo que pasó o el motivo por el que me ocultaron todo esto durante casi treinta años, después voy a decidir si los perdono o me alejó para siempre y eso incluye que no volverán a ver a mi hijo.

—Si esa es tu decisión, la respetaremos... pero primero queremos que nos escuches...

—Lo haré—murmuré.

Mi tío se acomodó en la silla de jardín, como si de esa manera logrará tranquilizar los nervios de decirme y explicarme todo lo que me habían ocultado durante tanto tiempo, aunque no importaba la razón por la que lo hubiesen hecho, quería escucharlos y no juzgarlos antes de tiempo, sabía que jamás podría alejarme de ellos, no me importaba si me habían ocultado una verdad, para mí era mi única familia. Envolví la mano de mi muñequita, tratando de agarrar valor para escuchar la verdad.

—Cuando era joven, me nombraron teniente a los 23 años de edad, era prácticamente un niño que no sabía mucho, pero que amaba el ejército con su vida y estaba dispuesto a todo por el ejército que le había dado un hogar, en ese tiempo existía una ley que decía que si pertenecías al ejército secreto de la FEMR, no podías formar parte de la familia real y a decir verdad yo estaba feliz de ello, jamás me interesó ser una aristócrata. Por eso Walter paso a ser el heredero principal.

>> En mi segunda misión como teniente, tuve que infiltrarme en la familia Nikolaev, debíamos seguir pistas que nos dieran algo conciso para encarcelarlos, en ese tiempo aún estaba como regentes de la ISAMC Eun Ji, Giancarlo y Andréi, tu bisabuelo por parte de tu padre—murmuró señalando a mi pequeña y ella asintió entendiendo—, fue una de las tantas misiones que ambas organizaciones tomaron juntas. Yo era el mejor en el campo de infiltración, por lo que mi tarea era acercarme al Pakhan de la Bratva y buscar información para encarcelarlo... pero jamás tuve en consideración que me pondrían como guardaespaldas de la hija del Pakhan, Tassia Nikolaev.

Miré a Kennett, tomó una fotografía de su cartera y la dejó sobre la mesa, era la fotografía de una hermosa mujer de cabello castaño claro, piel pálida y bonitos ojos grises, una sensación de familiaridad me embriagó y no tuvieron que decirme nada para deducir que esa mujer era en realidad mi madre, la mujer que me había dado a luz.

—¿Ella es...mi madre? —pregunté.

—Si—murmuró Ken—. Pasé infiltrado casi seis años dentro de los dominios de los Rusos, fue imposible no enamorarme de ella y ella también se enamoró de mí. Aunque era consciente de que mis acciones eran ridículamente estúpidas, fui sincero con ella, le dije quién era y cuál era mi verdadera identidad... dejé de lado el ejército y todas las reglas que me regían como soldado, escapé junto con ella para poder refugiarnos y vivir nuestro amor.

>>Cuando ella me dijo que estaba esperando un bebé, no podía creerlo, era el hombre más feliz de la Tierra porque yo realmente quería ser padre y más si se trataba de que ella era la madre, fue un embarazo complicado porque ella tenía un problema conocido como Síndrome de ovario poliquístico y por ese motivo tuvimos que venir a Londres, le pedí ayuda a mi madre para que nos diera su apoyo y consiguiéramos una atención médica de primera...

Se quedó en silencio, como si las palabras fueran demasiado dolorosas para continuar.

—Cuando él regresó después de estar desaparecido durante 6 meses, donde nisiquiera la FEMR sabía su paradero, yo les di asilo aquí para que pudieran completar el embarazo y después ir a la FEMR, para pedir ayuda y entrar al programa de protección a testigos, con el testimonio de ambos era claro que podrían arrestar a toda la Bratva... —murmuró mi abuela, cuando Kennett se quedó en silencio.

—No queríamos que nadie se enterara del embarazo, por lo que ocultamos a Tassia, aquí en la casa. Nunca creímos que Walter la encontraría uno de esos días y pensando que era una refugiada, por su maldita xenofobia, golpeo a Tassi en el vientre...

Sentí los brazos de mi muñequita rodear mi torso y fue cuando me di cuenta de que habia estado apretando una cuchara en mi mano libre con tanta fuerza que la patita estaba completamente doblada. Traté de tranquilizar mi respiración y cada uno de los impulsos que me ordenaban desconectarme.

—¿Walter golpeo a mi madre?

—Si, le enterró una daga también—murmuró Kennett—. Tenía 7 meses y medio de gestación, pero era un embarazo de alto riesgo, así que las probabilidades de que tú sobrevivirás eran nulas... jamás olvidaré esa noche, cuando me di cuenta de que se le había roto la fuente y estaba sangrando, la llevé al hospital más cercano a pesar de que estábamos refugiados... Faddei Nikolaev se enteró de que su hija estaba aquí, así que envió a la mitad de la Bratva a recuperarla y cuando nosotros nos dimos cuenta, a pesar de que pensé que la FEMR me abandonaría por traición, me dieron su apoyo y crearon una guerra fuera del hospital... creo que eso fue tu primera guerra—afirmó y pude ver un par de lágrimas corriendo por sus mejillas.

—Cuando yo llegué a casa y me di cuenta de que había sangre por todos lados... lo único que pude hacer fue llamar a la FEMR para pedir protección para mi hijo y mi nieto—murmuró mi abuela—. Y ellos decidieron apoyarnos si Kennett se entregaba como traidor...

—Mientras una guerra se desataba afuera del hospital y mi madre era quien estaba en frente de las filas protegiéndome a mí y a mi hijo, yo vivía un infierno dentro de ese hospital. Los doctores me dijeron que sólo podían salvar a uno de los dos, solo podía ser un milagro el que lo salvaran a ambos... fue entonces cuando entré con tu madre y ella me dijo que ella te había elegido a ti, ella había perdido un hijo cuando era más joven y no estaba segura de poder volver a vivir si te perdía también a ti.

>> Quizás todo mundo diría el típico discurso de que podía salvarla a ella e intentar volver a tener un hijo, pero yo sin conocerte ya te amaba y sabía que si tú morirás, ella también lo haría y no podía perderlos a los dos. Fue un parto por cesárea que duró más de 10 horas, tu madre tuvo tres infartos durante la cirugía y tú naciste con hipoglucemia sintomática, hiperbilirrubinemia neonatal, policitemia e hiperviscosidad sanguínea, naciste de 32 semanas de gestación por lo que solo tenías un 50% de probabilidades de vivir, sin embargo cuando naciste, tu madre te sostuvo durante 5 minutos y su corazón se detuvo, nada fue capaz de volverla a la vida.

>>Después de eso, antes de decirme que la mujer que amaba había muerto, me dejaron cargarte y fue la sensación más hermosa que jamás he tenido, pesabas sólo un kilo con trecientos gramos, medías solo 40 centímetros y cabías en la palma de mi mano, sin embargo a los pocos minutos de tenerte entre mis brazos, comenzaste a padecer hipoxia por la falta de oxígeno en tu cerebro, te ingresaron de urgencia a pediatría para tratar de salvar tu vida, te realizaron tantos procedimientos que es imposible nombrarlos todos, estuviste en una incubadora con fototerapia durante tres meses y durante todo ese tiempo no me separé del hospital, a pesar de que sabía que tenía que entregarme voluntariamente como traidor...

—¿Por qué nunca me lo dijeron? —pregunté.

A pesar de que creí que mi reacción sería explosiva era totalmente lo contrario, no podía ni siquiera imaginarme estar enojado con el hombre que me amaba a pesar de que había perdido al amor de su vida.

—Porque ahí no termina la historia—me contestó—. Cuando por fin te dieron el alta, tuve que acudir a mi hermano y no sabes cómo me arrepiento de haber tomado esa maldita decisión, yo estaba perdiendo la cabeza, porque había perdido el amor de mi vida y tendría que encerrarme durante años en una prisión por traidor, así que por obvias razones yo no era apto para cuidarte y creyendo en el lazo de sangre, acudí a Walter para pedirle que te adoptara como su hijo. Walter no puede tener hijos, por lo que la idea de un heredero para poder tomar posesión de todo lo que les pertenece a nuestros padres. Para él, el hacerte pasar por su hijo a él lo beneficiaba y yo vagamente creía que él podría darte una mejor vida de la que yo podría. Como nadie de nuestro círculo conocía a que él salía con Liliana, de repente ella apareció con un bebé en brazos que eras tú y todo mundo se tragó el cuento de que era su hijo.

>> Yo me entregue voluntariamente, pero gracias a todas mis medallas honoríficas y toda mi carrera como militar, me consideraron no apto para ejercer y aunque no me exiliaron, me enviaron a prisión durante tres años y medio... si hubiese sabido lo que mi hermano hacía contigo, hubiese preferido que me exiliarán y llevarte conmigo... cuando salí libre me interné voluntariamente en un hospital psiquiátrico para poder superar la muerte de tu madre y quizás aprender a ser buen padre.

Sin darme cuenta lágrimas caían por mis mejillas y sentía un pequeño sollozo en mi pecho, aunque sabía que mi muñequita trataba de ocultarlo, su corazoncito era tan grande que sentía propia esa historia. La rodeé con un brazo mientras trataba de limpiar mis lágrimas para no abrumarla con mi llanto.

—¿Recuerdas cuando conociste a Kennett?

Negué ante la pregunta de mi abuela, a decir verdad no recordaba nada antes de mis cuatro años, para mí él siempre había estado a mi lado.

—El día que me conociste y que yo también te conocí, fue el día más hermoso de mi vida... tú sin saber quién era yo, te lanzaste en mis brazos y me llamaste papá, nunca supe por qué lo hiciste, pero fue la primera y La Última Vez que me llamaste así—murmuró con dolor—. Cuando regresé, traté de reclamar la patria potestad para poder recuperarte como mi hijo legítimo, mi vida parecía volver a estar alineándose, pues la FEMR me había vuelto a reconocer como un buen soldado aunque me habían prohibido las misiones de campo e infiltración, me permitieron estar en el hospital militar como doctor y un par de semanas después me ofrecieron él puesto de director en la academia... podía darte una buena vida con el salario que ganaba e incluso pensé en mudarnos de casa de mi madre, pero cuando le pedí a mi hermano que firmara los papeles... se negó, pues eso significaba que él no tendría heredero por lo tanto perdería todo derecho a la herencia de nuestros padres.

—Yo también traté de convencerlo miles de veces para que le entregara la patria potestad a tu verdadero padre, pero Walter estaba cegado por la ambición y el deseo de poder que se olvidó que tú eras un pequeño niño...

—Walter me castigó con lo que más me dolía, me obligó a criarte sin poder decirte que yo era tu verdadero padre y a pesar de que yo te lo quise decir miles de veces, él siempre lograba convencerme de que tú me odiarías. Traté de decírtelo cuando cumpliste 5 años, cuando te regalé a tu primer cachorro, cuando te desviaste del camino yo queria decirte que era tu padre y que podías apoyarte en mí, pero Walter se metía tanto en mi cabeza que me hacía creer que me odiarías tanto que no podrías verme jamás más que como un monstruo—explicó.

—¿Pero incluso cuando era grande? Cuando me obligaron a casarme con Cynthia ¿Por qué no interviniste?, eres mi padre...

—Lo hice—murmuró —. Tuve tantas discusiones y golpes con Walter, que estoy orgulloso de decir que quizás le desvíe un par de costillas. Pero me amenazaron con lo mismo que a ti... me dijeron que si impedía esa boda la arruinarían la vida la mujer que tú amabas y sabía que tú jamás me perdonarías eso... por eso cedí aunque quería matarlo el mismo día en que te casó...

—¿Cómo lo sabias? —pregunté.

—¿Qué estabas enamorado? Soy tu padre, tienes los mismos ojos de cordero enamorado que tu madre tenía—murmuró con una sonrisa—. Si me lo preguntas ahora, aunque sé que perdí al amor de mi vida y que jamás he podido volver a amar a nadie, sé que jamás me habría perdonado arrebatarte la vida a ti y perderla a ella después. De lo único que me arrepiento día con día, es de haber confiado en Walter...

—¿La amaste? —pregunté.

—Con mi vida—murmuró —. Le pedí matrimonio un par de días antes de que nacieras, ella siempre quiso casarse en las Maldivas y yo pensaba darle una hermosa boda, con nuestro pequeño pajecito; pero la vida tenía otros planes.

—Dices que nunca te arrepentiste de haberme elegido ¿Lo haces ahora?

—No—murmuró con sinceridad—. A pesar de que nunca pude decirte que yo era tu verdadero padre, nunca me arrepentí de haberte elegido y tampoco ahora, por qué quizás nunca me viste como un padre, pero yo te eduqué como mi hijo.

—Siempre te consideré mi papá—murmuré —. Estuviste en los momentos más oscuros de mi vida, me abrazaste cuando era un maldito, me disté ánimos de continuar cuando creí que la había perdido y siempre fuiste mi ejemplo a seguir, fuiste más padre de quien se suponía era mi padre. En la academia cuando era niño y me preguntaban quién era mi padre, siempre contestaba que era Kennett Harrison.

Sentí que mi muñequita se separaba de mi con delicadeza y aunque sentí un hueco instalado en mi pecho al sentir su lejanía, su sonrisa me reconforto. La vi ponerse de pie junto con mi abuela y ambas, sin decir una sola palabra se alejaron del jardín.

—Sé que debí habértelo dicho desde hace mucho tiempo y lo quise hacer durante muchos años, pero sabía que te heriría y no podía hacer eso... así que me conformé con que me llamaras tío cuando por dentro suplicaba al cielo que me dijeras papá, las veces que lo llegaste a decir ahora que eres grande, sentí la misma descarga eléctrica como cuando lo dijiste cuando eras un niño.

—Jamás vi a nadie más como mi padre—murmuré.

Vi que un par de lágrimas caían de los ojos grises de mi padre, esos ojos grises que siempre me habían sido como un espejo para mí, me parecía tanto a él que todo tenía sentido, esa conexión que siempre había sentido no era sólo porque era mi tío, era porque él era mi verdadero padre.

—Estoy muy orgulloso de ti—aseguró —. Te vi crecer y convertirte en un hombre, a veces quería gritarte que yo era tu padre y hacerte entrar en razón cuando eras igual de cabezota que yo, pero me conformé con hacerlo como tu tío, anhelando el día en que pudiera decirte que yo era tu padre...

—Gracias por criarme como mi tío y aguantar mis insultos, pendejadas y egocentrismo como mi padre.

—Los Harrison somos egocéntricos, Conall—murmuró riendo—. Tú madre eligió ese nombre para ti... Fuerte como un lobo, tu madre siempre dijo que ese nombre te representaría y no podía estar más acertada con su predicción... eres todo un lobo...

Fuerte, leal y amante como un lobo—murmuré —. Por eso siempre me decías eso ¿Cierto?

—Si—aseguró con una sonrisa.

Sonreí.

Sin poderlo evitar, me puse de pie y como si fuera una acción involuntaria me acerqué a él. Cuando se puso de pie y me estrechó entre sus brazos, todos los miedos con los que había crecido, el abandono que había sentido y los traumas que había desarrollado, desaparecieron completamente. Mi padre jamás me había abandonado, había estado ahí a pesar de que no podía decirme que era mi padre.

Kennett me había enseñado a andar en bicicleta.

Kennett me habia curado mis heridas del entrenamiento.

Kennett me habia enseñado sobre el futbol.

Kennett me habia entrenado como soldado en sus tiempos libres.

Kennett me habia enseñado a amar y a entregarlo todo.

Kennett no me habia abandonado.

Kennett era mi padre, mi papá...

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.

.

¿Qué les pareció este capítulo?

¿Imaginaban que podía ocurrir algo así?

¿Estan listos para lo que viene? siéntanse libres de amenazar a esta autora loca. 

¡Feliz día de los amantes de los libros! 

Los quiero mucho, Muñequitos. PDT. No me maten plis. 

¡Nos vemos el viernes con nuestro maratón semanal!  

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