Capítulo 34. Pasado o presente, sueño o no, igual duele.

Capítulo 34. Pasado o presente, sueño o no, igual duele.
Miro la cabaña con una mueca. La he rodeado, al menos, cuatro veces mientras la inspeccionaba. Me cruzo de brazos y me tambaleo sobre los pies. No quiero, no quiero entrar. No me da confianza, pero tampoco quiero morir ahogada en mierda al ofender a la diosa vacuna... Aunque tal vez pueda morirme ahogada en mierda al entrar allí de todas formas.
— ¿Vas a entrar? —pregunta Aika temiendo siquiera estar a unos metros de la cabaña.
— ¿Tú vas a entrar?
—Yo entro si tú lo haces —se envuelve en las sábanas que Quirón nos dio. Se me acerca un poco para susurrar—. Pero decide rápido... Tampoco quiero morir en el estómago de una arpía.
—No sé —ladeo la cabeza—. Tengo la impresión de que caeremos en un abismo al entrar.
— ¡Marly! —gime llevando la cabeza para atrás—. Ya estoy muy nerviosa con todo lo que el señor D nos dijo tan amablemente, ¡no me asustes más!
Asiento pensando en lo que nos dijo ese maldito, por poco y nos describe la forma en la que nuestros órganos caeran al suelo, o nuestras cabezas rodaran por toda la cabaña. Es un excelente director de campamento, me hace sentir tan segura.
Moviendo un poco la cabeza hacia la izquierda veo a Lloyd salir de la cabaña uno y recostarse en una de las columnas mientras cruzaba los brazos. Al notar mi mirada me dedica una sonrisa divertida de lado, aprieto los labios enfadada y alzo la mano rápidamente para mostrarle mi dedo corazón. En vez de devolverme el gesto, o irse, se ríe. Eso sólo me enfada aún más.
— ¡Marly! Comportate —me regaña Aika dando una palmada a mi mano—. No te rebajes como él. Que sea el único grosero aquí.
Alza la barbilla y lo mira con la mejor de sus sonrisas. Luego engancha su brazo con el mío y me arrastra hacia la cabaña. Abro los ojos como platos, sorprendida por su repentina valentía.
— ¡Que la pasen bien! —le escucho decir y estoy a punto de gritarle una sarta de maldiciones.
— ¡Tú también duerme bien, hermano! —respondió con excesiva emoción la rubia.
No podía ver la cara de Lloyd, pero seguro se veía tan confundido como yo.
— ¿Y eso qué? —le susurro cuando pone una mano en la puerta.
—No debe saber que sufrimos por dormir aquí —responde y me mira tragando saliva—. Aunque la verdad estoy aterrada por dormir aquí.
—Aika, eres todo un caso —declaro y empujo la puerta—. Pues hagamoslo de una vez.
Tiro de ella hasta que ambas estamos dentro de la cabaña. Es helada como la de Zeus, se ve tan deprimente... Y la estatua en medio no ayuda demasiado. Tengo la sensación de que esa estatua va a levantarse y aplastarnos en algún momento de la noche.
—Tal vez debamos ir a llorar frente al maleducado... Puede que tenga algo de corazón.
—Aika, tú quisiste conservar la dignidad, y seguiremos con ese plan.
Como no había camas tuvimos que poner las almohadas y sábanas en el suelo para poder recostarmos sobre ellas. Aún así podía sentir el frío del mármol, por esta vez permití que Aika se recueste a menos de medio metro junto a mí. Quedamos así una hora, hablando poco y mirando a todas partes. Movía mis manos con nerviosismo mientras intentaba ver en la oscuridad que de pronto nos atrapó.
—Estoy que me hago pipí —admitió entonces Aika, rompiendo la seriedad del momento—. Pero hasta me da miedo ir al baño... Si es que hay un baño... ¡Marlee! Ese es el plan maligno, ¡que pasemos toda la noche sin ir al baño!
—Aika —dije lentamente, cansada pero sin ser capaz de dormir—. Por favor no hables tan rápido, me das dolor de cabeza.
—Perdón, pero estoy nerviosa —se removió a mi lado, hasta que sentí su brazo sobre mí y entonces me vi en medio de un abrazo que me incomodaba.
—Aika...
—Por favor, estoy sospechando que me tiraran de los pies en medio de la noche —su respiración irregular chocaba contra mi cara—. Sabes que soy miedosa.
—Mierdosa —murmuro—. Mamá lo dice así.
—Tu madre es un amor.
—Lo sé.
Otra vez el silencio, quince minutos después Aika cae dormida. Las veces que intenté apartarla sólo terminé más cerca de ella, entonces me di por vencida y comencé a flaquear al sueño. De pronto me sentía tan cansada, como si el cansancio en persona se sentara sobre mí. Esa opresión en la parte de arriba de mi cuerpo, que no era causada por Aika y su abrazo. Unos minutos más tarde cerré los ojos, y cuando menos lo esperaba ya me dormí.
Sabía que estaba soñando porque aún recordaba que estaba en la cabaña de Hera. Y también porque llevaba el cabello largo, cuando yo tenía hasta los hombros desde hace un año. Caminaba por una calle que parecía sacada del siglo veinte. Tenía puesto un vestido verde y llevaba un pequeño bolso blanco en un brazo.
Cuando revisé el bolso vi una varita, una varita que no era mía. Frunci el ceño y la tomé para examinarla. Definitivamente no era mi varita, esta era blanca y simulaba la piel de un dragón. Estaba ocupada tocándola, no me preocupaba si alguien me veía, era un sueño y yo estaba en una calle desierta. Al menos eso pensaba hasta que alguien habló.
— ¡Meda! —gritó un hombre—. ¡Meda!
Parecía que se dirigía a mí, volteé indecisa para verlo. Era moreno y vestía un traje del ejército. No lo reconozco, siquiera un poco.
—Guapa —me halagó al estar frente a mí, tomó mis brazos y me empujó hacia él—. Te extrañé.
Me besó sin más, y lo que más me asustó fue que le correspondí con gusto. Cada parte de mi cuerpo estaba temblando mientras lo hacía. Era un sentimiento nuevo.
— ¿Cuándo dejarás de desaparecer así, Ares? —suspiré yo cuando se separó y su nariz rozó la mía.
No era yo la que hablaba, era consciente de lo que pasaba pero no podía interferir en ello. Además, ¿dijo Ares? ¿Es ese Ares que pienso?
—Sabes que soy un dios —oh, es el que pienso—, tengo muchas responsabilidades, en especial ahora.
—Es verdad —murmuro y una tristeza me invade—. La guerra... ¿Es necesario hacerlo?
Abro los ojos, veo los suyos, ahora puedo notar las llamas en ellos. Por alguna razón sé que debo aterrarme con eso, pero no lo hago.
—Soy el dios de la guerra, Meda, es lo que hago.
Asentí con pesar y pasé las manos por sus brazos mientras bajaba la mirada, mis labios temblaron y sentí que las lágrimas se acumulaban en mis ojos. Esa tristeza y ansiedad me estaban ahogando.
—Tengo algo que decirte —balbuceé apenas.
— ¿Qué te pasa? —acaricia mi mejilla, siente las lágrimas en ella y me obliga a mirarlo—. Meda, ¿qué pasa?
—Estoy embarazada —digo a media voz y su expresión cambia por completo, ahora su mano duda al sostenerme—. Sé que dijimos que eso no nos pasaría pero... Ares, era obvio, soy una Greengrass y siempre acabamos así.
Río con amargura y él termina de alejarse.
—Embarazada —murmura—. Eso no es bueno.
Es como si me clavara un cuchillo en el pecho, respiro hondo.
— ¿Ahora es cuando me dejas?
—Meda, sabes que nos prohibieron tener hijos con los Greengrass. Van a castigarme por esto... Van a castigarnos.
—Entonces, ¿por qué demonios viniste a mí si no te ibas a hacer cargo de lo que haces? —le digo con cada parte de mi cuerpo ardiendo en cólera—. Me dijiste que me amabas, idiota.
—Y te amo, Meda, pero...
— ¡No hables! —le espeto golpeando su pecho y retrocediendo varios pasos—. ¡Eres igual a todos ellos! ¡Eres como mi madre, mi abuelo! Siquiera sé si debería llamarlos así. Ustedes sólo nos toman por un tiempo y luego nos botan como basura —mi voz se rompe—. Es una maldición, siempre será así, ¿verdad?
Lloro abrazándome a mí misma, el avanza con expresión de pena. Eso lo empeora todo.
—Meda, linda, no llores...
— ¡No! —grito de una forma que incluso me asusta, escucho los cristales de los negocios romperse. Ares se tapa los oídos de inmediato—. ¡No te me acerques! ¡Que ninguno de ustedes se vuelva a acercar a mi familia! Llegará el día en que van a pagar caro por mezclarse con los Greengrass.
Me volteo y desaparezco. El lugar donde estoy ahora es frío, me encuentro acostada en el suelo húmedo. Aún es un sueño, todavía recuerdo la cabaña de Hera.
—Sigo recordando ese día —habló una mujer, di un salto y choqué contra la pared tras de mí—. Meda Greengrass estaba tan furiosa... Y fue la primera vez que un Greengrass me agradó.
Veo una silueta acercarse, una mujer vestida de blanco. Sus enormes ojos marrones son lo primero que noto cuando llega bajo la luz de la luna que se cuela por una ventana.
Estoy en un calabozo... No hay tanta diferencia con la cabaña de Hera.
—Gracias —dice con ironía, no hablo, creo que escuchó lo que pensé. Maldición, es...—. Sí, niña, soy Hera.
—Huh —suelto sin saber qué más decir, tampoco estaba dispuesta a disculparme, en verdad eso es lo que pienso.
—Eres tan parecida a Zeus que me dan arcadas —admite arrugando la nariz—. Y a la vez igual a Meda —alza la mano en dirección a mi rostro, me mira con nostalgia—. Pero no eres como ella. Tú no me agradas como ella.
—Pues qué dolor —ironizo por lo bajo, apenas me sonríe y se voltea—. ¿Por qué nos dejó dormir en su cabaña entonces? Si obviamente no le agradamos.
—Sígueme —ordena volviendo a adentrarse en la oscuridad.
Dudo pero termino haciéndolo. Su vestido es visible aún estado a oscuras. Abre una puerta y ambas salimos a un largo pasillo iluminado. Mis ojos duelen ante tanta luz de repente. Camino a paso lento junto a ella.
— ¿Por qué? —insisto mientras froto mis ojos.
—Porque quería mostrarte algo —responde con simpleza—. Y sólo podía meterme en tus sueños...
—Yo pensaba que... Un momento, estás matándonos ahora, ¿no? Estoy delirando mientras me cortas las extremidades —entrecierro los ojos, me mira ofendida.
—No, no estoy matándolas, aunque te sorprenda. No podía entrar en tus sueños cuando estabas en otras cabañas porque Zeus me bloqueaba —refunfuña—. Pero estás en mi cabaña ahora.
Asiento aún sospechando lo de estar siendo rebanada en estos momentos.
— ¿Sólo querías mostrarme eso? ¿Lo de la tal Meda Greengrass?
—Quería mostrarte cómo fue que nos advirtieron que sería malo seguir liando a los Greengrass con nosotros —explica, aprieta los dientes—. Pero aún así siguieron.
—Aún no lo entiendo —admito, me mira de reojo antes de hablar.
—Meda Greengrass, tu trastatarabuela... Creo que más que eso —frunce las cejas—, lanzó una maldición aquella vez —sacudo la cabeza, lo de trastatarabuela ya había sido mucha información para mi cerebro—. Estaba tan furiosa, y había tanto poder emanando de ella que con eso Meda terminó creando una profecía.
—Una profecía —repito con torpeza mientras ordeno las ideas en mi mente.
—Zeus iba a tener un hijo —otra vez aprieta los dientes—. Tan poderoso como él.
Dejo de caminar, ella al verme parar igual lo hace. Mi boca se seca antes de que lo diga.
— ¿Yo?
—Estás tú y el otro —dice exasperada—. Esto sucede porque él no sabe controlarse. Cuando engañas a tu esposa esto es lo que pasa, ¡tus hijos se vuelven un ejército que puede acabar contigo!
Sacude las manos, se notaba que estaba más que furiosa con él por ello. Y yo... Pues yo intentaba buscar en mi interior ese poder que supuestamente igualaba a Zeus.
—La profecía dice que uno de sus hijos va a intentar matarlo, mientras otro intentará protegerlo —se queda en silencio un segundo—. Hay más probabilidades de que el primero logre su cometido.
—Ustedes piensan que soy yo —razono frunciendo el ceño—. Todo señala que soy la que quiere acabar con él, ¿verdad?
—Meda dijo que íbamos a lamentarlo —murmura—. Y tú claramente eres poderosa.
Cierto orgullo se abre paso dentro de mí ante eso último.
—Odio a Zeus —admito—. Por muchas cosas, pero ese odio no va a llevarme a ese punto. Tampoco soy tan rencorosa...
—Sólo vamos a asegurarnos.
— ¿Qué? Creo que no escuchas, no planeo matarlo —alzo las manos en señal de paz—. En realidad nunca he planeado matar a alguien, y espero nunca hacerlo.
—Sólo vamos a asegurarnos —insiste y de un momento a otro se abalanza hacia mí.
Tropiezo para atrás y mi cabeza choca contra la pared. Todo me da vueltas, pero aún así sé que debo moverme rápido. La empujo lo suficiente para escapar. Me repito que debo despertar al momento en que un dolor me arrasa desde la espalda. Ella acaba de lanzarme un cuchillo y el dolor se siente tan real que despierto gritando.
— ¡Marly! —Aika repite desesperada, yo estoy mareada con lo que acabo de sentir—. Marly debemos salir ahora.
Ella tira de mi brazo hacia la salida. Con la vista nublada la veo forcejear con la puerta, cuando al fin la abre nos lanza hacia el exterior. Puedo sentir mis rodillas impactar contra el suelo. Me quedo allí un buen rato sin poder moverme.
—Casi... Nos mata —escucho jadear a Aika—. ¡Iba a matarnos con un montón de cuchillos! ¡Ahora tiene sentido que nos invite tan amablemente a su estúpida cabaña!
Sigue gritando a la par que Quirón se acerca a intentar calmarla. Ya ha amanecido, supongo que el tiempo pasó rápido mientras yo estaba sumergida en los sueños. Alguien me voltea y me da suaves palmadas en la mejilla para que abra los ojos.
—Marlee —habla Attis—. Marlee, ¿me escuchas?
—Ummm —me quejo empujando su mano—. Siento como si me hubiese apuñalado.
Noto su rostro, algo borroso, me da una sonrisa apenada.
—Es que te ha apuñalado —susurra y su mano me roza un costado, grito de dolor, ahí está el cuchillo—. Tengo que sacarlo, Marly, prometo hacerlo rápido.
—Sólo hazlo.
Grito otra vez cuando saca el cuchillo, se me salen las lágrimas. Él me abraza y me desmayo justo en ese momento. Maldita seas, Hera. Maldito seas, Lloyd. Maldito seas, Zeus. Malditos todos.
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