Capítulo 11. Descargas eléctricas.
Capítulo 11 . Descargas eléctricas.
Cuando aterricé de bruces en la sala de Bea me permití emitir un pequeño quejido, aunque eso terminó convirtiéndose en una larga sesión de sollozos y "¡Deja de llorar, idiota!"
No valía la pena llorar si eso no me volvía una Potter.
Respiré hondo y fronte mis mejillas mojadas e hinchadas.
Luego de ello observé con los ojos entrecerrados el reloj en la pared, esa horrenda cosa fosforescente que Bea compró hipnotizada por los infomerciales.
Eran casi las tres de la madrugada, eso explicaba varias cosas, como el silencio que esta casa no existe cuando sus residentas están despiertas.
Me levanté temblorosa y arrastré los pies hacia la escalera para subir al cuarto de invitados, donde tal vez podría dormir y despertar en unas horas, bajar a la cocina y matar de un susto a la mamá de Bea.
Y habría sido así, pero me quedé mirando el oscuro final del pasillo por demasiado tiempo.
Me incomodaba ese lugar, de repente, sin razón. Lo miraba atenta con la mano en el picaporte de la puerta.
Sacudí la cabeza para restarle importancia, e iba a entrar a la habitación, pero escuché algo.
La mamá de Bea salió de su habitación, más cerca de esa extraña oscuridad, con un vaso vacío y bostezando.
Primero me miró entre sorprendida y preocupada, abrió la boca para decir algo, pero algo en esa oscuridad le tomó uno de sus tobillos y la obligó a caer, para luego arrastrarla.
No se si fue mi grito o el de su madre, pero Bea salió a tropezones de su habitación, con una raqueta de tenis en su mano y el cabello enmarañado.
— ¡¿Qué mierda?! —gritó a todo pulmón al verme—. ¿Qué diablos haces gritando en mi casa a las tres de la mañana?
—Yo... Yo... Tu mamá —balbucee tontamente y luego lloriquee.
— ¡¿Qué diablos con mi mamá?! —frunció el ceño y se frotó la cara.
El grito de la señora Graunt nos obligó a volver la vista a la extraña oscuridad.
—Ustedes... ¿Tienen un boggart? —murmuré.
—No... No que yo sepa —respondió igual, observano con los ojos muy abiertos.
Apenas iba a decirle algo cuando se lanzó a la oscuridad con la raqueta por sobre su cabeza y gritando como si fuese la guerra.
— ¡BEATRICE! —chillé y me lancé a su espalda.
Caimos sobre algo mojado y baboso, yo al querer salir de allí, terminé llenándome el cabello de esa porquería.
—Agh —gruñí limpiandome la mejilla.
Escuché a Bea maldecir mientras tanteaba la pared y se resbalaba varias veces, si era en otro tipo de situación, me habría burlado, pero resulta que mi papá no es mi papá y tengo todo el cuerpo lleno de baba.
La luz me encandiló y tuve que cerrar los ojos momentáneamente.
— ¡Por un diablo! —gruñó Bea y yo abrí los ojos—. Tanto escándalo por un maldito animal.
Casi reí al ver al perrito ante nosotros, tenía el cabello un poco largo, era blanco con manchas negras.
— ¿Y mi mamá? —preguntó al perro mientras lo tomaba y lo subía a la altura de sus ojos —. ¿Te la has comido, pequeñajo?
—Uh, Bea... ¿Tu casa siempre tuvo ese agujero por allá?
Señalé el agujero enorme que daba al parque ante la casa de Bea, detecté movimiento hacia allí, me estremecí por más que no sabía lo que había allí.
— Diablos, vamos a buscarla.
Me tendió al perro y saltó fuera de la casa. Hice una mueca abrazando al animal y la imité.
Aún no amanecía, hacía un frío de mil demonios y tan sólo teníamos la luz de lejanos faros del parque.
— ¡Madre! ¿Dónde estás? ¡Vamos, ahora que sí debes gritar, no lo haces!
Rodé los ojos ante el griterío de Bea. Esta mujer no sabe lo que es ser discreta.
— ¡Niñas maleducadas! —oí gritar a nuestras espaldas, voltee y vi al viejo chismoso que siempre nos delataba de niñas —. ¡No es hora de gritar!
— ¡Tampoco es hora de husmear en la vida ajena, señor Fredicksen! —le espetó Bea.
— ¡Llamaré a la policía! —amenazó y fue cojeando a su casa, con unos binoculares en su mano.
—Merlín, ese hombre es el diablo —murmuré al perrito en mis brazos.
Él simplemente trató de treparme para poner su cabeza en mi cuello. Mi corazón pareció calentarse ante ello y por un instante, vi miles de imágenes aceleradas donde una chica jugaba con un perro pequeño, luego con una versión enorme del mismo.
—Por la tanga de tu abuelo —oí jadear a Bea a la par que se le resbalaba la raqueta de los dedos y tomaba mi antebrazo.
Sacudí mi cabeza para volver a la realidad.
Dirigí mi vista hacia donde ella miraba y abrí los ojos al máximo.
Un león con cabeza de... No, no, un hombre con cuerpo de león... No se, diablos, ¿Qué clase de extraño experimento era eso?
El monstruo se movió y pude notar a la madre de Bea inconsciente tras él... Pues espero que esté inconsciente.
—Esto debe ser obra de... Los chinos —masculló Bea.
—Huh, cariño, algo me dice que es cosa de los griegos —admití tomando su mano y obligándola a correr.
Pero esa estúpida escena de película de terror se repetía, tropezamos con el cordón de la calle, y en lo que nos levantabamos maldiciendo, el monstruo ya venía corriendo hacia nosotras.
Me recorrió un enorme pavor ver su rostro humano, pero perverso, ansioso por llegar a nosotras, como un toro loco.
El perrito se me escabulló de las manos en algún momento, y casi lloré de angustia al verlo correr hacia el monstruo.
Cerré los ojos, incapaz de ver lo que seguía.
Y en lugar de un lamento que me demostraba la ida de un pobre animal, escuche un gruñido feroz y el suelo tembló bajo de mi.
Cuando volví a abrir los ojos, observé anonadada que el pequeño animal era ahora enorme e incrustaba sus dientes en el cuello del monstruo.
Me despabilé y tiré de Beatrice para ir hacia donde se encontraba su mamá. Ambas nos lanzamos de rodillas junto a ella al llegar.
Puse mis dedos en su cuello, mordiendo mi labio con fuerza, de reojo vi los ojos de Beatrice aguados.
Ella podría pelear con su madre todo el santo día, podría amenazarla con escaparse y nunca volver. Pero sé que la ama.
—Está viva —solté cuando al fin sentí su pulso.
Ella suspiró y bajo la cabeza sobre el cuerpo de su mamá, aparté la mirada hacia donde el perrito, ahora perrote, lanzaba contra un árbol al monstruo.
Casi pensé que era el fin, por ello me levanté y di varios pasos hacia ellos, una brisa removió mi cabello y el monstruo miró hacia mí.
Quedé helada mirándole, y lo procesé, me quería a mí... Corrí tanto como podía, lejos de Bea y su mamá, sintiendo el piso temblar con el monstruo siguiendome.
Me volteé y lo miré de vuelta en medio de la carrera, algo hizo que mi interior temblara y sacudí el brazo hacia él, por un instante creí que fue una estupidez, pero luego lo vi levantarse por los aires y caer varios metros atrás.
Dejé de correr, con las piernas temblando, me abracé a mi misma sintiendo que algo quemaba mis venas.
Grité y vi una luz brillante antes de caer de rodillas y cerrar los ojos por el cansancio.
No se si me dormí, o simplemente cerré los ojos por unos cortos minutos. Pero al abrirlos, el rostro de mamá estaba ante mi.
—Bebe esto —murmuró y sentí que ponía una pajilla entre mis labios.
El líquido era delicioso, sabor a fresas, o así me parecía al principio, lo único que se es que era un sabor delicioso.
Pude sentir mis piernas y a empujones, me separé de mi madre y de pie, observé a mi alrededor.
Beatrice estaba junto a su madre, quien tenía una bolsa de hielo en la cabeza, hablaba en voz baja mirando al suelo. Alexander estaba con ellas, él asentía de vez en cuando y respondía.
—Ella... —comencé a decir con la voz áspera, pero no hizo falta decir más, mamá asintió.
—Es igual a nosotras... Aunque ella es la única semidiosa de su familia.
—Hmmm —pasé una mano por mi rostro.
Sentí un aliento caliente en mi nuca y croé volteando. El enorme perro me miraba fijo.
Cuando ladró, casi me destroza los tímpanos.
—Le agradas —dijo Isabel apareciendo tras él —. Cosmos no ayuda a cualquiera.
— ¿Qué es él? —inquirí haciendo una mueca cuando el perro exhaló en mi cara—. Juro que era un pequeñajo hace rato.
Mamá sonrió con nostalgia—. Te comprendo, yo había tenido un perro del infierno antes.
— ¿Perro del infierno?
—Ajá —Isabel le rascó la oreja izquierda, el suelo se sacudió cuando "Cosmos" movió su pata—. Al parecer mi padre te lo ha mandado.
Me quedé mirándole un rato, y cuando abrí la boca para preguntar, ella respondió de inmediato.
—Hades, mi padre es Hades, el dios del inframundo.
— ¿Por qué Hades me manda perros para ayudar?
Frunci el ceño, confundida. Un dios quiere matarme, y el otro me ayuda.
—Porque me adora —fanfarroneó mamá —. Me adora tanto que cuida a mi hija.
Cuando terminó la oración, hizo una mueca y lanzó una palabrota—. Maldita sea, eso dolió —frotó su brazo—. Malditos dioses y sus pinchazos del más allá.
—Voy a llevarlo a casa —informó Isabel, montando al perro—. Es muy travieso, y no es sano que ande con los mortales... Nos vemos en cuanto sea la hora.
— ¿Y Alex? —mamá miró al hombre y luego a la morena de vuelta —. Creí que iban juntos.
Isabel no le miró mientras respondía —. Es hora de separarse.
Chillé cuando Cosmos comenzó a correr hacia un callejón, y al dar un salto, desapareció en las sombras.
Fuimos hasta quedar en la escalinata de la casa de Beatrice, nos sentamos una junto a la otra viendo al sol en el horizonte, apenas asomándose.
—Así que... —comencé.
—Semidiosas —terminó ella—. Genial, eso explica nuestra belleza inigualable.
Reí y dejé de hacerlo casi al instante, como si fuese un perro que escuchó algo y se puso en guardia.
Volví a levantarme y todos se tensaron. La mamá de Bea permaneció sentada, ya que estaba muy mareada y alterada para mantenerse de pie.
Noté que la temperatura habia descendido un poco, ya que cuando exhalé, pude ver mi aliento, levanté la vista y observé que mamá miraba con expresión tensa al cielo.
Observé las nubes de tormenta opacar el amanecer, fascinada por la velocidad en la que lo hizo. La única luz que se proyectaba sobre nosotros era la de repentinos rayos alumbrando cortamente el cielo casi negro.
Uno de los rayos. El que me pareció ser el más grande y brillante que he visto en la vida cayó a unos veinte metros de nosotros, justo en el parque ante la casa de Bea.
Creo que a todos se les fue el aliento y dieron un paso atrás, pero yo estaba fascinada por el poder de aquello y la electricidad en el aire, por lo tanto avancé varios pasos oliendo el césped quemado.
Una mano rodeó mi muñeca y de un tirón me lanzó hacia atrás. Mi espalda chocó contra el pecho de Alex y mamá me miró severa.
—No vas a ir allí —declaró y la miré sorprendida—. ¿Entendiste?
—Pero...
— ¡Que no irás! —sus ojos brillaron en tono carmesí y me recorrió un escalofrío al pensar que no era mi mamá la que me miraba como si fuese un monstruo.
Se volteó, ignorando todos los "Meredith, ven aquí, no hagas una tontería" de Alexander. Salió corriendo hacia el lugar donde aún se veía humo por el césped quemado.
Vi que en su mano de pronto se hacía ver una larga espada color plateado, y que cuando esta fue directo al humo, una enorme mano emergió de él.
Con la boca abierta, Bea y yo observamos al enorme hombre de casi ocho metros emerger del humo. Todo su cuerpo parecía poseer electricidad, y eran sus ojos los que brillaban como reflectores y más se notaban a la distancia.
—Guau —escuché jadear a Bea—. Es... Es imponente... Y sexy, madre mía.
Ignoré su comentario fuera de lugar y me dediqué a ver como mi madre intentaba atacarlo, pero él era mucho más grande, y rápido, al parecer le daba gracia los gritos incomprendibles de mi mamá.
Me giré hacia Alexander, él hacía una mueca hasta que me notó.
— ¿Quién es? —inquirí a media voz.
—Zeus —respondió Alexander.
Mi corazón latía con tanta fuerza que lo escuchaba como si estuviese en mi cabeza.
— ¿No era el invencible? —recordé vagamente—. Que nadie se atrevía a retarlo.
Observé a mi madre, dominada por una enorme furia, moviéndose de una forma poco humana, intentando herir al dios.
Alex quedó en silencio un rato y luego murmuró.
—Te atreves si es el padre de tu hija.
Por lo que pareció medio minuto, quede absorta de mi entorno, con los oídos zumbando y la sangre helándose, produciendome escalofríos. Intenté tragar saliva para calmarme, pero estaba demasiado alterada.
Zeus. Mi padre. Zeus es mi padre.
Sentí un escozor en la mejilla y todo volvió a mi, sentí las gotas de lluvia caer sobre mi piel enrojecida.
Bea me miraba con los ojos muy abiertos.
—Marlee, no es momento para que te quedes tildada —dijo chillando y me zarandeó —. ¡Deja de poner cara de bobalicona, idiota!
— ¡¿Qué quieres que haga?! —se me escapó con la voz quebradiza—. ¡Es mi padre!
Eso pareció llegar a oídos de Zeus, porque me miró por sobre su hombro, me sorprendió notar sus ojos chispeantes estando tan lejos.
Observé llena de pánico cuando tomó la muñeca derecha de mamá, obligándola a soltar su arma y la sujetó bien alto, para luego doblar ligeramente las rodillas y dar un salto que lo hizo salir volando. Con mi madre.
Fueron tan alto, más allá de las nubes de tormenta, que ya no lo veía.
Entonces noté dos puntos negros de repente. Todos jadeamos al comprender qué eran.
Uno era mamá, que caía en picado.
El otro era Zeus, que se dirigía hacia nosotros.
No, más bien hacia mi.
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