XIV


Querido diario, retomando por donde me quedé, ya era libre para hacer nada sin ese remordimiento de conciencia que te dice que tienes que estar estudiando. Salía todos los días que podía, como si era a dar una vuelta, al cine, ver una película en casa de una amiga, sentarnos en un banco a hablar, sacarnos fotos, etc., lo que yo quería era salir. Mi madre me decía que echaba de menos a la hija que solía pasar la mayor parte del día enganchada al ordenador y no salía tanto por ahí.

Entre mi "si pero no" había conseguido avanzar más al sí dejando al no atrás. Pero durante esas vacaciones todo ese avance se perdió. Pero antes, quiero hacer otro de mis aburridos incisos.

Yo tenía 16 años y Ángel me había dicho que quería verme sin falta, que cuanto antes mejor pero que teníamos que hablar. No me acuerdo cuando fue exactamente, pero si me acuerdo que ya llevábamos más de medio año juntos. Me lo dijo un día por la noche y hasta el día siguiente, que quedamos para comer en su casa, no supe qué era lo que quería decirme.

Me pasé la noche en vela, pensando qué podía ser, qué era tan importante que solo me lo podía decir cara a cara. Por mi cabeza pasaron miles de posibilidades, buenas y malas. A lo mejor era solo una broma y cuando me viese me diría que me amaba o algo así, a lo mejor era que me había sido infiel con otra y necesitaba confesarlo, a lo mejor le había pasado algo bueno y me lo quería contar, a lo mejor estaba conociendo a otra de la que se estaba enamorando...

Esa noche me entraron ganas de matarle, todo novio debería saber que esas cosas no se las puede decir a su novia porque luego nosotras nos imaginamos un sin fin de probabilidades que harán que cuando nos veamos le lleguemos a montar una escena sin merecerla.

Al día siguiente me vino a buscar a la salida de clase y nos fuimos directos a su casa. Durante el breve trayecto le estuve preguntando de qué quería hablar conmigo, pero no le apetecía contarme nada en aquel momento, decía que esperara, que no fuese impaciente. Mientras tanto el corazón me iba a mil por hora... ¿y si ya no estaba enamorado de mí y me iba a dejar?

Llegamos a su casa, me llevó al salón, me sentó en el sillón y él se sentó a mi lado. Empezó a hablar, a explicarse mientras me miraba a los ojos. Por lo visto al padre lo iban a trasladar a Málaga durante una temporada, no sabía durante cuánto tiempo iba a ser, era indefinido, a lo mejor un año o a lo mejor más, pero nunca menos. Por lo visto, y como era de esperar, en consecuencia se iban a mudar a la península, lo que significaba que él se iba a ir también.

Tardé en reaccionar: se iba, se iba lejos, iba a estar a kilómetros de distancia de mí. Cuando me di cuenta de lo que eso significaba estallé en lágrimas. Él me abrazó, me consoló, aunque también estaba llorando. Fueron muchos "¿por qué?" sin resolver, muchas preguntas sin respuesta, no quería creérmelo. No quería perderle, y ya en ese momento me di cuenta de que lo iba a perder.

Hablamos de qué hacer, ¿seguir o dejarlo? En un principio decidimos aprovechar el tiempo que nos quedaba juntos. Renuncié a salir con nadie más, era él y sólo él. No quería a nadie más cerca de mí, no quería arrepentirme de pasar una hora con otra persona que no fuese él, ya tendría tiempo de quedar con mis amigas cuando él se fuese, tendría todo el tiempo del mundo.

A partir de entonces, cada día que pasaba a su lado lo aprovechaba para decirle que le amaba, le daba las gracias por lo feliz que me había hecho, le agradecí todos y cada uno de los momentos que me brindó, le agradecí todas las lágrimas que me secó cuando lo pasé mal, le agradecí todas las sonrisas que me sacó, le agradecí cada hora, cada minuto y cada segundo junto a mí, le agradecí cada perreta que me soportó, le agradecí cada rosa que me regaló, le agradecí cada detalle que tuvo conmigo, le agradecí todo. Pero más que nada, le di las gracias por enamorarme, por dejar que yo fuese su motivo, ese alguien especial.

El tiempo pasó, estábamos a punto de hacer un año, pero él estaba a punto de irse, justo a finales de septiembre, cerca de ese día 28 en el que hace un año se declaró. La despedida fue dura, él no quería que fuese al aeropuerto así que nos despedimos el día anterior, y con ello lo dejamos, pero con la esperanza de que nos volveríamos a encontrar en el camino. Esa noche derramé un mar de lágrimas mientras abrazaba la almohada pensando que era él, pensando en sus abrazos y en sus palabras de consuelo.

Cuando me levanté era pronto, es decir, me daba tiempo de ir al aeropuerto. Como ya dije, quería pasar a su lado cada segundo que podía mientras él siguiese en Tenerife. Me arreglé rápido y salí corriendo para coger un taxi que me llevara al aeropuerto. Llegué un poco apurada de tiempo, pero llegué, y le vi, y le abracé y le besé, le repetí mil veces que él era mi mundo, mi universo, que nunca le iba a olvidar, que era el amor de mi vida, que no le quería perder.

Creo que fue eso, el hecho de ir al aeropuerto porque me negaba a perderlo el que desató esa estúpida relación que intentamos tener de ahí en adelante. Esa relación a distancia que nunca llegó a funcionar, que nos rompió el corazón. Y es que dicen que las distancias son números que solo separan a las personas, no a los sentimientos, y es cierto. 

Pero también dicen que es la prueba más fuerte de amor y, en lo que a eso se refiere, debo decir que perdí dicha prueba.

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¡Volví!♥

¿Qué os está pareciendo esta historia? ¿Ganas de llegar al final? ¿Ganas de conocer la versión de Él?

Besitos a mis lectores :3

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