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Querido diario, me gustaría contarte una cosa, para ser exactos, nuestro primer beso. Parece mentira pero aún no lo haya olvidado. No era mi primer beso, pero si era nuestro primer beso, que es lo que importa.

Me acuerdo que era el primer fin de semana después de que comenzaran las clases, quedamos el sábado para ir a la playa de las Teresitas y estuvimos hablando y conociéndonos aún más. Era la primera vez que nos veíamos después del día que nos conocimos. Estaba tan nerviosa por verle. Quería darle una buena impresión, que pensara que era bonita, y por ello el día anterior fui con Sonia a comprarme un bikini nuevo porque el que tenía estaba algo gastado de toda la paliza que le metí a lo largo del verano, y de paso me lo compre blanco para que resaltara aún más el moreno que había cogido.

Quedamos en la parada de la guagua directamente. Cuando le vi me salió automáticamente una sonrisa, no pude evitarlo, me alegró demasiado volver a verle. Estuve nerviosa durante todo el día, midiendo mis palabras y controlando las cosas que hacía, ya que como él era mayor que yo también era más maduro y no quería que pensara que yo era una niña.

Pero bueno, me estoy desviando de lo que quería contarte. Me acuerdo que nos quedamos hasta tarde en la playa, era de noche, y el cielo estaba completamente despejado. Estábamos prácticamente él y yo solos, bajo la luz de las estrellas, bajo el cielo estrellado, con la luna comiéndose la noche en una bocarada de luz que iluminaba el momento. 

Le estaba mirando fijamente a los ojos, podía ver a través de ellos, atravesaba su mirada mientras su rostro se iba acercando, nuestros labios se iban rozando y nuestros ojos se cerraban en una alegre sintonía guiada por nuestros sentidos.

Sus manos suavemente agarraban mi cintura, subiendo hasta mi cara y sujetándola, mientras mis manos rodeaban su cintura y poco a poco le iban abrazando más y más fuerte. Nuestros labios ya se fundían en un beso, un beso inmenso lleno de dulzura y pasión, un beso que valió para la eternidad, un beso lleno de ardor e ilusión. Mis sentidos se calmaron, pero a la vez se dispararon; mi corazón latía con un incitante seguir. 

Poco a poco y muy despacio nos fuimos separando, sellando en nuestros labios aquel beso que el momento nos permitió. Le besé como si la vida me fuese en ello, robándole el propio aliento y cediéndole el mío, callándole las palabras con mi boca.

Fue perfecto: el momento, el beso, el día, todo en su conjunto hicieron que ese día fuese inolvidable, y que yo quisiera otro momento así a su lado, otro momento de esos que hacen que se te estremezca el alma, que te encoge el corazón, que tienes miedo de que se acabe porque sabes que momentos así cuestan encontrar.

Obviamente hubieron más momentos así, algunos mejores, otros peores, pero siempre únicos, ya que él siempre se encargaba de que así fueran. Cada momento que pasaba a su lado solo hacía que me enamorara de él, e incluso cuando ya éramos novios seguía sorprendiéndome de alguna manera. Siempre había algo que hacer, un mirador que visitar, una puesta de sol que contemplar, una película que ver con manta y palomitas, un paseo sin rumbo, un cielo estrellado que mirar... Hasta quedarnos los dos juntos sentados en un banco mirando el horizonte en silencio, él hacía que fuese especial. 

Para mi él era como el típico chico que solo existe en los libros o en las películas, de esos que piensas que no existen, pero sin duda si existen, están ahí fuera, solo es cuestión de encontrarlos y no dejarlos escapar.

Y como ya he dicho "no dejarlo escapar". Dejarlo escapar fue el error de mi vida, los mayores remordimientos que he tenido, que me han devorado por dentro. Era un amor correspondido, difícil, pero nunca es imposible, eso no existe. Le dejé escapar, no fui lo suficiente fuerte como para superar la distancia, para aguantar teniéndolo lejos de mí, para poder vivir sin el roce de sus labios, el calor de sus abrazos, el susurro de su voz... No fui lo suficiente fuerte. 

Pero, ¿de qué me puedo quejar? Cuando él se fue yo solo tenía 16 años, en el fondo yo era una niña que aún estaba aprendiendo a enamorarse, a estar enamorada, a valorar lo que uno tiene, a darse cuenta de la importancia de los momentos, de las palabras, de las decisiones que tomaba. No me di cuenta de cosas que ahora con 18 años sí que aprecio más.


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