I


Querido diario, después de preguntarme varias veces "¿por dónde empiezo?" me he acordado de cuando tenía 17 años, era septiembre de 2012 y apenas acababan de comenzar las clases. Me acuerdo del cielo de una noche de aquel mes: todo estaba calmado, el mar no se distinguía del cielo, ambos oscuros, penetrantes, silenciosos, siniestros, no se sabía dónde acababa uno y donde comenzaba el otro. Había fijado mi mirada en lo alto, con la esperanza de localizar alguna estrella, algún punto de luz esparcido por el horizonte. Pero solo estaba la luna. Tan clara, tan brillante, tan bella y tan hermosa. Ni una nube y ni uno de los tantos astros del cielo. Solo ella... sola.

La miraba tranquilamente, me calmaba, me relajaba. Pero por algún extraño motivo, en un incierto momento me entró nostalgia y no tuve más remedio que empezar a recordar, a hacer memoria, a plantearme preguntas: ¿Por qué? ¿Qué fue mal? ¿Sonreír o llorar? Todo se había nublado en mi mente, pero sin embargo el cielo continuaba despejado y yo seguía mirando la luna. 

Y justo en ese momento, en el momento en el que iba derramar lágrimas, me vino a la mente que si, por casualidad, él estaba mirando la luna, si estábamos compartiendo el mismo momento, si me había recordado en ese momento. Y es que, al fin y al cabo, aunque estábamos separados compartíamos el mismo cielo y mirábamos a la misma luna. Y es que, si hubiese sido así, si él también la hubiese estado mirando, hubiese sido... ¿mágico?

Recuerdo que me aparté del balcón, aunque me encantaba aquel pensamiento tenía la sensación de que era demasiada ilusión, un deseo demasiado grande. Pero seguidamente me fui a conectar, con otra fantasía, un deseo más pequeño: Que él estuviese conectado. Hacía tiempo que no se conectaba, ya le tocaba. Aunque fuese tonto extrañaba tener con él las típicas conversaciones de "Hola ¿Qué tal? ¿Qué te cuentas? Adiós", aunque nunca las hubiéramos llegado a tener, extrañamente las extrañaba.

Encendí el portátil, abrí el Messenger. Me sentía nerviosa, pero tecleé mi contraseña e inicié sesión. Empezaba a cargarse, solo lleva dos segundos y yo ya pensaba que a lo mejor estaba conectado y se fue en ese instante. Seguía cargándose, ya llevaba 5 segundos, la espera se me estaba haciendo eterna y comencé a morderme el labio inferior. Finalmente se cargó. Fui corriendo a la columna de favoritos, pero no había nadie, pero aun así pinché en ella para simplemente ver su Nick como una tonta. Me tumbé en la cama y me pasaron varias cosas por la cabeza: ¿Qué estaba haciendo? Él ya no era mío, era lógico que no se conectara, pasaba de mí, no era nada para él.

Cerré los ojos, y entonces escuché un ruido saliendo del portátil, el sonido que sale cuando alguien se conecta. Me levanté rápidamente y miré la ventanilla. Mi corazón se aceleró y mi cara se iluminó con una sonrisa. 

Si, era él.

Comenzaba por entonces mi típico debate mental: "¿Le hablo o no le hablo? Le hablo. ¿Le hablo ahora o espero un ratito? Mejor espero un ratito, no quiero parecer una desesperada". Pero finalmente me habló él primero. Mi alegría se disparó y mi emoción se descontroló, en ese momento lo noté, lo sentí todo, cuanto le añoraba, cuanto le necesitaba, cuanto le extrañaba, deseaba... quería y amaba.

Estuvimos hablando, pero solo durante un rato, un momento, un segundo. Pareció una estrella fugaz: visto y no visto, fin. "Ángel cerró sesión". Odiaba esa frase que te salía cuando esa persona se desconectaba. Tanto tiempo que no se conectaba y ¿cuánto tiempo había estado? ¿Cinco minutos? Era una idiota... pero bueno, aquella vez supe que miramos juntos la luna... le quería, y a lo mejor puede que aún le amara por ese entonces. ¿A dónde fueron a parar aquellas promesas de amor eterno? Ya no lo aguantaba más, por mi cara caían lágrimas de tristeza, dolor, impotencia. Cerré sesión, si él no estaba conectado no había nadie interesante. Apagué el portátil.

Me asomé por última vez al balcón antes de acostarme. La luna seguía ahí, sola. Me sentía identificada con ella: sola, sin compañía, fría, triste. ¿Cómo estaría él? Aunque claro estaba que si se había marchado así sin más sería porque a lo mejor estaba mal o cansado y quería acostarse pronto o simplemente ya todo le daba igual. Me sentía una persona horrible y detestable por preocuparme tanto de alguien que no me prestaba ni la más mínima atención, o al menos así lo parecía desde mi punto de vista.

Cerré el balcón y me acosté en la cama.

Lloré, las lágrimas caían de nuevo por mi cara, otra vez por él. Abracé la almohada como si fuese él, como siempre hacía todas las noches antes de acostarme, imaginándome que era él a quien abrazaba, como una tonta, imaginándome su voz consolándome... Respiré profundamente, una y otra vez, hasta conseguir calmarme, calmar mi llanto y detener un poco el apuro de las lágrimas al caer. Pero seguían cayendo, cada vez más despacio, pero seguían, consiguiendo que me agotara y dejándome dormida.

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