Capítulo 23
"La peor enfermedad es el aburrimiento." — Freddie Mercury
***
Fuera imposible no seguir escuchando la discusión que Priscilla tiene con uno de sus empleados quien parece ser el motorista que entrega los arreglos florales que son ordenados de vez en cuando. Desde hace varios minutos aquel hombre con una postura prepotente y autoritaria le reclama a la joven sobre el poco salario que recibe con la entrega de estos arreglos, eso sin decir que, entre más se enoja, parece insultarla y gritarle sin importar que algunos residentes o visitantes de la zona, escuchen aquella pelea laboral, la cual no parece tener un fin.
Suelto un largo suspiro porque solo con aquellas protestas que lanza ese hombre me da a entender que la situación del trabajo en la floristería ha estado tan mala que es la razón por la que han estado perdiendo poco a poco cada empleado sin añadir aquellos que han tenido que despedir pensando que podían encargarse de su puesto de trabajo.
Sigo quitando las espinas de las rosas con una pinza mientras no dejo de escuchar como ellos se pelean por el dinero, quisiera poder cubrir mis oídos con unos tapones para no seguirlos escuchando antes que Priscilla piense que he puesto la nariz en asuntos que no me convienen estar entrometida, al menos mis audífonos servirían de ayuda en esta ocasión pero no creo que deba de hacerlo cuando sé que no está permitido; pero últimamente hasta eso falta en está floristería que no es más que seguir escuchando todo el ruido de afuera cuando no hay ni música para poder entretenerse, en vez de eso, el lugar se vuelve tan gris que puedo asimilarlo como algunos pétalos marchitos de varias flores que han empezado a morir.
No ha llegado a haber ventas en el día y lo único que se ha podido obtener, es un pedido para una paciente del Hospital María Beatrice; es ahí en donde el conflicto de la pelea entre Priscilla y su empleado comenzó, porque al parecer ella le pagará el viaje de la entrega una vez que le paguen por el ramo de flores que debe de mandar dentro de una hora, la cual ya ha empezado a perder con los minutos porque aquel hombre parece estar muy decidido en no hacer la entrega hasta que no vea tener un buen pago.
Sé que la situación de la floristería está mal por no decir complicada y fea, pero en estos tiempos para la familia Costa, cualquier pedido sin importar que sea lejano y con un trayecto de más de una hora de viaje, cambia la idea de que ellos no acepten tomar una venta como esa ya que necesitan de ese dinero.
—Pero Franco... —El hombre le dio la espalda a ella hasta marcharse. —Necesitamos tus servicios... —Ella empezó a perseguirlo hasta tomarlo del brazo.
— ¡No trabajaré más con ustedes! ¡Vete y aléjate de mí! —La empujo haciendo que ella caiga al suelo.
Samuele y yo salimos de la floristería para ayudarla a levantarse luego de caer de espaldas, ya era suficiente tener que escuchar la discusión para que ahora, algunas personas se dieran cuenta del espectáculo que se acaba de presentar; Priscilla hace un gesto de dolor haciendo que vea sus manos las cuales se encuentran rojas y con unos leves rasguños que se los pudo haber hecho con la calle que está hecha de roca, intenta no quejarse pero soy la única que se percata de la expresión de dolor de su rostro debido a que Samuele intenta detener a Franco para que le dé una disculpa a su hermana, pero en vez de eso, consigue que ahora ambos hombres empiecen a pelear también por el mismo asunto del dinero.
Llevo a Priscilla dentro de la floristería para que pueda sentarse mientras voy por el botiquín de primeros auxilios que se encuentra en su oficina, el señor Costa se da cuenta de lo sucedido que empieza a hacerle todo tipo de preguntas, pero ella solo le puede responder que Franco se ha negado a enviar el pedido y seguido de ello, que ha renunciado al trabajo provocando que ahora ellos se hayan quedado sin el repartidor de los arreglos florales.
Verlos a ambos no sólo preocupados sino que tristes hizo que me sintiera mal al ver que su situación económica de su pequeño negocio ya no está prosperando, en vez de eso, se está yendo a la quiebra total; lo extraño de esto, es que me hace pensar sobre por qué ellos deseaban un empleado para la floristería cuando se ve que no pueden ni pagarle a los que ya trabajaban para ellos, sinceramente mi sueldo no es lo que me tiene intranquila ahora mismo, sino que es la estabilidad con la que ellos no pueden seguir sosteniendo este lugar que sin dudarlo, si no consiguen vender aunque sea algo durante estos días, también puedan perder el local al no poder seguirlo pagando.
— ¿Cómo entregaremos el pedido? No podemos desaprovechar esta venta y más ahora que no hemos estado teniendo ingresos en el negocio. —Dice Priscilla inquieta.
Agarro su mano derecha para empezar a limpiarla con el algodón que ya está mojado con alcohol; ella no quita su cara de preocupación a pesar que haga unos gestos de dolor al pasar el material por los pequeños rasguños; el señor Costa se ha quedado sin palabras que ahora solo le ha quedado tener que pensar en una solución rápida antes que pierdan la venta.
—Intente convencerlo, pero no resulto —refunfuño Samuele.
—Déjalo ir, ya no podemos seguirlo deteniendo luego de tomar su decisión —dijo desilusionado el señor Costa.
— ¿Qué es lo que haremos? —Pregunto mortificado Samuele.
—Uno de los dos deberá pasar dejando el pedido —anuncia Priscilla.
—Sabes que no puedo, en media hora tengo que estar en el banco para saber si nos dan un préstamo —escuchar eso fue demasiado malo.
—Bueno, tendré que ir yo —dijo Priscilla.
—No puedes ir con la condición que están tus manos, debes de descansar y si te das cuenta, aún sigues nerviosa luego de la discusión —me entrometo en la conversación.
—Es cierto hija, en ese estado no puedes manejar —me apoya el señor Costa.
Las opciones que tienen son pocas y la única opción que hay soy yo, pero la única forma es teniendo que tomar un Uber porque al no tener licencia italiana para conducir no puedo ni siquiera llevarme su auto.
—Iré yo, solo que tendré que tomar un Uber —veo como a Priscilla no le gusta la idea.
—El problema es que no podemos seguir gastando más dinero —ella recalca esa opinión por lo que mencione de tomar un Uber.
Si, tiene razón en que la economía de su negocio no le permite tener que hacer gastos extras de los que no están en su lista, pero prefiero tener que hacer esto de forma voluntaria antes que ella pueda tener un accidente y por supuesto, que Samuele pierda la reunión que tendrá con uno de los prestamistas del banco.
—No te preocupes por ello, lo importante es dejar el pedido. —Intente tranquilizarla.
—No podemos pagar un Uber —manifiesta ella.
—Lo sé, a lo que voy es que yo me encargare de ese gasto —ella engrandece los ojos —. Tenemos que ser sinceros en esta ocasión, Samuele debe de ir al banco, tu padre no puede manejar y por supuesto, tú no estás en condiciones. —Veo un pequeño gesto de disgusto.
—Es que no quiero que gastes por nosotros —asentí porque ni siquiera debe de decírmelo.
—Aun así, quiero ayudar. Sé lo importante que es este pedido para ustedes y es mejor tomar una decisión ahora ya que el tiempo avanza y se debe de entregar antes de las dos y media. —Les anunció.
Veo como entre los tres se dan una mirada como si estuvieran evaluando la situación antes de darme una conclusión; pero con sólo ver el rostro del señor Costa sabía de qué él no pondría en peligro a su hija y que mucho menos, dejaría que su hijo perdiera una oportunidad de ir a ver ese préstamo que necesitan para su negocio; esto solo hizo que Samuele también fuera el siguiente en tener que admitir mi idea logrando que su hermana mayor no le quedará de otra que aceptar mi ayuda.
—Está bien, pero luego te pagaremos lo del Uber. —Ruedo los ojos.
—Ni lo menciones. —Le prohibí recordar eso.
(...)
Me bajo del vehículo del Uber para entrar directamente al hospital, busco entre los bolsillos de mi pantalón el nombre de la persona a quien le debo de entregar el arreglo de tulipanes amarillos, por lo que al encontrarlo, me acerco a la recepción para ser atendida por una enfermera quien con sólo darle el papel empieza a teclear el nombre de una mujer para buscar el número de su habitación para saber si se encuentra en este hospital, logrando que a los cinco minutos dentro de la base de datos que muestra el monitor de su computadora de escritorio le notifique en que piso y habitación se encuentra la paciente.
Esto solo hace que ella agarre el ramo de tulipanes para encargarse de la entrega, así que agradeciéndole por la ayuda, se los lleva mientras que veo como ella se marcha; me doy la vuelta para irme del hospital ya que la función de mi trabajo ha terminado pero antes de dar un paso, por reflejo veo como una señora se tropieza y está a punto de caer, así que corriendo hasta ella, la tomo de su cuerpo a modo de abrazo para que no termine en el suelo, antes de poder hablarme me aseguro de que nada le haya sucedido, debido a que pudo haberse torcido el tobillo con alguna maniobra que quiso realizar mientras caminaba.
— ¿Se encuentra bien, señora? —Le digo al poner su brazo alrededor de mis hombros.
—Sí señorita, muchas gracias por agarrarme, casi estuve a punto de terminar en el suelo —dice riendo como si no le hubiera sucedido nada.
Y es de menos que la caída llegaría a dolerle mucho cuando está usando pantuflas y el suelo del hospital parece estar muy deslizante para no obtener una caída.
— ¿Se dirige a su habitación? —Le pregunto con el fin de ayudarla.
—Sí, salí hace un momento para tomar un poco de aire. —Comenta.
—Vamos, la ayudaré a volver a su habitación para que no se vuelva a caer. —Sonríe.
—Muchas gracias. —Dice con cortesía. —Es el piso dos, habitación treinta.
Caminamos en dirección al ascensor para que se le pueda hacer más fácil a ella luego de ver que por su condición física le sería muy agotador tener que caminar demasiado, por lo que al subirnos a la máquina me doy cuenta como un gorro cubre casi toda su cabeza y son poco los mechones de cabello que salen de este mismo, sus brazos se encuentran delgados y la veo demasiado pálida, tanto que me preocupa que en algún momento pueda desmayarse; ella inhala profundamente aire mientras cierra sus ojos, no tengo duda que está cansada pero es demasiado terrible que su estado de salud se vea deteriorable.
— ¿Es nueva acá? —Me pregunta.
—Oh no, solo vine a dejar un pedido de flores. Trabajo en una floristería. —Le respondo.
—Pensé que era enfermera, tiene talla de serlo. —Suelto una pequeña risa.
—No. —Me da una cálida mirada.
No sé porque dice que me veo como una enfermera, ya que no creo tener talla para verme como una cuando ellas tienden a ser muy cooperativas y serviciales en su trabajo, como a su vez, mi atuendo no lo hace precisamente el más halagador para esta labor.
Pronto el ascensor nos deja en el piso dos, la ayudo a salir intentando que se siga apoyando de mi cuerpo, le cuesta trabajo tener que caminar de una forma moderada pero su capacidad hace que lo intente; busco su habitación entre todas las puertas con numeraciones que se encuentran a mi lado tanto izquierdo como derecho, en donde al ver el número treinta, termino por girar el pomo y abrir la puerta para así llevarla a su cama en donde ya se encuentra una enfermera.
—Señora Antonella —se acerca la enfermera a ayudarme —, ¿cuántas veces le he dicho que no salga de su habitación sin que nos avise? —Dice la mujer con tono preocupante.
—Puedo arreglármelas sola, no es que me encuentre discapacitada —dice la paciente rezongando.
—No es eso, sabe que usted no puede salir sin el consentimiento del doctor —la enfrenta la enfermera.
—Lo sé, pero este día me sentí mejor y estoy aburrida al estar todo el día acá —dice con tono impaciente.
Le doy una mirada a la enfermera donde parece no estar convencida con las justificaciones de la paciente, en vez de eso, se dedica a hacerle una evaluación para saber si no le ha sucedido algo grave desde el momento en que se fugó de la habitación sin decirle nada a ella o algún doctor. Veo como la enfermera de unos cuarenta y cinco años aproximadamente deja de estar tensa para dejar ir un largo suspiro como si ya se hubiera dado cuenta que su paciente no le ha llegado a suceder nada en este tiempo que no estaba en la recamara.
— ¿Es familiar de la paciente? —Me pregunta.
—No, solo la ayude a volver a su habitación. —Le comento.
—Bien, la hora de visita por el momento está restringida. Así que le pediré que salga —me señala la puerta.
—Oh Romina... —la señora empieza a hablar —Sabes muy bien que me siento sola últimamente. —Dice con tono de tristeza para que le dé compasión a la enfermera.
—Sí, pero sus familiares la visitan con frecuencia, así que no es una excusa para que salga de está habitación si un superior no le da el consentimiento. —Le vuelve a repetir.
Ver esa pelea es como estar con una madre y su hija, la cual no deja que salga a jugar un rato al jardín por motivos de que se encuentre enferma y deba de seguir reposando en su habitación para que su condición mejore.
—Solo fue un momento, además solo faltan unas horas para que se pueda tener visitas —le suplica.
— ¿Por qué no me quiere obedecer? —Ya dice frustrada la enfermera.
—Porque siempre me quieres mantener encerrada en esta habitación entre las cuatro paredes —dice como si fuera prisionera. —Solo le pido que me dé un pequeño momento y... —Es interrumpida.
—No señora Antonella, usted debe de descansar. —Le impone la enfermera ya sin tener la paciencia suficiente para poder hacerle entender a la señora que no puede salir. —Además, si vuelve a tener una recaída, dígame que le diré a su familia cuando confía en que nosotros la estamos cuidando. —La paciente cae derrotada con esa buena justificación.
Me quedo petrificada porque eso si es un fuerte golpe a la realidad, porque cualquier familiar no le gustaría tener malas noticias de su pariente si este no llega a obedecer las reglas del hospital, como también, que los propios empleados no le estén fomentando la educación de cuidarse ahora más que nunca.
—No se preocupe, además debo continuar con mi trabajo —me acerco a ella —y usted debe de descansar como dice la enfermera. —Hago que recapacite.
Veo la derrota en sus ojos, sé que ser paciente y quizás tener una enfermedad complicada no lo hace ser a uno un buen enfermo cuando queremos vernos independientes sea tal cual sea la dolencia que tengamos, solo para hacerles ver a los demás que nos encontramos bien y que no necesitamos de mucha ayuda a demás de los fármacos; pero en condiciones muy difíciles como la que se ve que ella está, es mejor seguir con las indicaciones para que no sólo su enfermedad crezca sino que también, para que su familia no se preocupe más por ella.
—Está bien. —Dice agotada hasta de pelear. —Le agradezco mucho, señorita... —intenta adivinar mi nombre.
—Destiny. —Le digo pronto.
—Señorita Destiny por llevarme nuevamente a mi habitación. —Dice con gratitud.
—No es nada, espero de corazón que se pueda recuperar rápido. —Ella toma mi mano y puedo sentir como está es suave y tersa a la vez.
—Muchas gracias de nuevo.
Me despido al ver que la enfermera ya ha cruzado los brazos y ha empezado a mover su pie dándole golpecitos en los que se escucha su zapateo, así que antes de que en serio se ponga difícil la situación, salgo de la habitación mientras que camino hacia la salida del hospital pero antes de entrar al ascensor, doy una mirada a la puerta y siento una extraña sensación, como si en otro tiempo hubiera revivido esto pero no estoy muy segura de ello, pero ante la dulce mirada y agradable simpatía de la señora, me hizo sentir como si ya la conocía, pero por obvias razones de las que muy perfectamente sé que en mi vida no he pisado un hospital de Italia y tampoco he hecho obras de caridad a pacientes con cualquier tipo de enfermedad sea grave o crónica, logra que llegue a la conclusión que pueda ser nada más ese tipo de déjà vu que se suele tener en ciertas ocasiones.
A pesar de ello, en vez de irme como si nada hubiera pasado, termino nuevamente en la recepción en donde la enfermera que me atendió ya se encuentra en su puesto de trabajo, haciendo que le pregunte sobre las horas de visita de los pacientes, mencionándome que mayormente estas pueden ser en horas de comida, como también, a partir de cuatro a seis de la tarde y de ocho a nueve de la noche.
Por lo tanto, al tener ya una hora especifica de los horarios de visita, al menos me da la probabilidad de que pueda verla de nuevo y quizás dejarle un ramo de flores, ya que su habitación se puede ver apagada con lo poco que tiene a su alrededor.
Salgo del hospital y nuevamente pidiendo un taxi me dirijo a mi trabajo esperando que al menos el resto de la tarde que quede, podamos seguir teniendo ventas antes que pronto lleguen malas noticias.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Continuará...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top