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—Hay dos condiciones —habló alterada.

—No recuerdo que estés en posición de pedir nada —contradijo Kilyan, tormentosamente calmado. Ella apretó el teléfono, con el corazón martilleando, buscando por todos los medios no pensar en lo que iba a hacer.

—Cooperarás de buena gana para descubrir quien hizo el fraude y hundirás a esa persona.

—¿Incluso si es tu padre?

—¡No es él! —gritó en el jardín, alejándose más, temblando con los ojos enrojecidos, pero sin llorar.

—Bien. Encontraré quien fue y lo hundiré —prometió. Ella soltó el aire contenido solo un poco.

—Y... no le quitarás la empresa —soltó deprisa, pero la carcajada masculina de Kilyan heló su sangre.

—Haré lo que me venga en gana, pero te puedo asegurar que si lo hago les haré un favor. Camile podrá dedicarse a lo suyo sin estar preocupado por Londo, y tu padre descansará para que su salud no esté en juego, además de ensanchar sus arcas, no perderá al contrario. ¿No te parece que ha trabajado ya demasiado?

—Damen o Kyle podrían manejarla sin problemas, además de Camile, así que gracias, pero esto es de mi padre.

—Samantha, no discutiré nada contigo, solo puedo prometerte lo que ya te mencioné y te aseguro, por otro lado, que ninguno de tus hermanos tiene especial interés en la empresa, y si yo la adquiero, siendo tú mi esposa, no saldría de la familia. Me parece que es lo que quieres, ¿no?

—Te odio, lo sabes, ¿verdad?

—Me da igual, pero faltas de respeto no serán aceptadas.

—Una esposa sumisa, respetuosa, obediente y fábrica de bebés. Anotado.

—Bueno, si así lo quieres ver, no suena mal.

—Estás arruinando mi vida, espero que por lo menos tu consciencia lo sepa.

—Hasta donde yo lo entiendo, de hecho, estoy evitándolo. Porque no veo cómo podrías seguir haciendo lo que haces con Londo tras las rejas, en la ruina o mal de salud.

—Bastardo —rugió.

—Entonces, ¿es un sí? Señorita Streoss.

—¿Tengo opciones?

—Siempre las hay.

—Idiota.

—Eh, el respeto, Samantha, se da lo que se recibe, recuerda eso.

—Tú también tenías opciones, Kilyan, pudiste hacer las cosas de otra forma.

—Así me conviene. ¿Entonces?

—Sí —murmuró con la garganta ardiéndole, tragándose el llanto.

—Sí, qué —la provocó con aquella voz que erizaba su pie. La joven cerró los ojos y tomó aire.

—Sí me casaré contigo —dijo y colgó enseguida.

Kilyan se quedó con el teléfono en la mano, negó pasándose una mano por el cabello, perdiendo su atención en la piscina, en el vapor que emitía el agua tibia en contacto con el aire fresco. Suspiró.

Estaba seguro de que aceptaría, era imposible lo contrario. La acorraló, lo tenía bien claro, pero pronto se daría cuenta de que no era para montar drama.

Eran adultos los dos. Ella, por lo que sabía, estaba terminando su titulación, tenía buen promedio y por lo que le habían dicho de reputación intachable, buena hija y hermana, no solía estar en las fiestas del circulo al que pertenecía, salvo en contadas ocasiones en las que su familia completa asistía. Eso le pareció adecuado.

Sí, Samantha Streoss era buena decisión. Le daría hijos sanos, fuertes, sabía cómo comportarse en sociedad, su padre dejaría de buscar mujer gracias a ello y de despilfarrar por lo tanto fortunas enteras, tenía estudios por lo que a algo se podría dedicar mientras concebían.

Él sentaría cabeza como Maxime le había aconsejado ya más de una vez que hiciera para fortalecer su imagen ante el gremio. Evitaría el desgaste de conquistar, fingir interés en el flirteo.

La idea en general se escuchaba anticuada y machista, pero en realidad no quería una prisionera que estuviese atenta a cada una de sus necesidades, esas las podía cubrir sin ayuda de nadie, tampoco requería alguien que se mantuviera aguardándolo en casa, pendiente de todo lo que hacía.

Al contrario, quería una mujer que se supiera manejar en esos círculos sociales que tan cerrados eran, que pasara su mañana en algo que le agradase, que fuese a desayunos, comidas, quizá un trabajo sencillo y práctico, que no diera de qué hablar, que se comportara a la altura, como él haría.

Una compañera de vida.

Confiaba en que con el tiempo, cuando ella dejara el drama atrás, entendería que lo que habían hecho no era una abominación como pretendía hacerlo ver, sino una decisión entre adultos, pensada. Porque finalmente el matrimonio era un contrato más, solo eso y si no involucraban el corazón, los sentimientos, sería más sencillo.

Y no era que tuviese un mal ejemplo sobre un matrimonio por amor, sus padres se habían amado, pero quizá tanto que cuando su mamá falleció su vida se vino abajo sin remedio.

No era que a él mismo no le hubiese dolido perderla, claro que no, era una mujer maravillosa, alegre, dinámica, amorosa, pero su padre no supo cómo seguir sin ella. Ese dolor lo devastó todo. Ellos apenas eran unos adolescentes cuando ocurrió esa tragedia y verlo sufrir de aquella manera lo marcó sin remedio y se juró que si podía evitarlo jamás pasaría por algo así.

Lástima que Kasha, su hermana, dos años menor, no viera las cosas de esa manera. Se empeñaba en encontrar el amor, el problema era que sus elecciones solían ser tóxicas, sus relaciones absolutamente pasionales y efímeras, que dejaban a su paso más devastación.

No, él no pasaría por ello. Lo más cercano que había estado de sentir algo más que atracción por alguien fue por Maxime, su abogada, alguien en quien confiaba, pero al comprender que sentir complicaría la excelente relación laboral que sostenían, ambos decidieron dejarlo estar por el bien de sus carreras.

Y desde ese tiempo no habían vuelto a acercarse de esa manera cosa que se aplaudía, porque aunque esa mujer era impresionante, alguien a quien admiraba y respetaba, atractiva y segura de sí al grado de amedrentar a cualquiera tras esa personalidad, él sabía que algo entre ellos no tendría manera de funcionar, por lo que desde hacía muchos años tan solo la consideraba su mejor amiga y la quería como tal.

—¿Algo importante, Craig? —escuchó tras de sí, precisamente era ella.

Volteó sonriendo de aquella manera devastadora.

—Samantha Streoss —solo respondió.

Maxime abrió los ojos de más, habían terminado de revisar un contrato cuando ella se dirigió al lavabo y él había salido a la terraza de aquel penthouse que había comprado tiempo atrás por cuestiones prácticas. Aunque el sitio que llamaba hogar se encontraba algo lejos de ahí, en una isla europea donde había crecido.

—¿Tú qué tienes que ver con esa chica? —quiso saber la trigueña, arqueando una ceja perfectamente perfilada.

—Intercambiando... necesidades, podría decirse —soltó con aire enigmático.

—¿Te estás acostando con la hija de Londo Streoss? —preguntó incrédula, dejando el Martini que minutos atrás se había preparado sobre una de las mesas de ese agradable lugar.

Kylian era un hombre complejo, de ideas claras, con convicción, pero también ardiente y un peligro para cualquier mujer que agradara del sexo opuesto. Lo cierto es que él, en su hermetismo, jamás permitía que alguien cruzara aquella barrera que había creado con tanto cuidado.

—No —respondió con sencillez, pasando a su lado tan seguro como siempre.

Maxime lo conocía muy bien y algo traía entre manos, pero no se lo diría, no por ahora.

—¿Qué necesidades pueden tener en común tú y la hija de Londo? —quiso saber. No era que sintiera celos, pero sí algo molesto se arremolinaba en su vientre.

Ese hombre había lastimado su corazón tiempo atrás, pero supo reponerse pues pronto comprendió que para los dos sus carreras y lo que buscaban era más importante que cualquier otra cosa.

Lo cierto es que, de un tiempo a la fecha, sola, en ese lujoso apartamento, inmersa en viajes, siendo la directora corporativa de CGArquitec, ya no lo llenaba, no como imaginó que sería.

Continuamente se sorprendía extraviada observando alguna familia caminar, reír, ansiando algo más que aquel lugar solitario y no es que Sisi, su perrita cruza de schnauzer con a saber qué otra, no le hiciera compañía, si era su pequeña y daría todo por ella, pero a veces, solo a veces, creía necesitar más, algo que no sabía definir.

Su jefe dejó la copa de bourbon, pues era lo que solía tomar, sobre la misma mesa que ella, sereno y la miró de reojo.

—Algunos en particular.

—Pero si en la empresa de su padre te están robando, lo sabes muy bien, esto costará millones —le recordó desconcertada. Kylian tenía aquella mirada, esa que le conocía a la perfección: calculadora.

Su espina dorsal experimentó un calambre, pero se obligó a no mostrar nada, solo esperar alguna respuesta.

El hombre metió las manos dentro de los bolsillos del pantalón, observando la noche, su cabello castaño o rubio, no sabría definirlo, mecía sus grandes rizos. Iba con la camisa blanca con un par de botones abiertos. Era muy atractivo, pero en ese momento lucía humano, cosa extraña en él, porque su tiempo lo invertía en dinero, negocios, y no había más, nunca más.

—Su padre no es ella.

—¿Te... te interesa? —comprendió aturdida, aunque dudándolo porque simplemente no tenía sentido. 

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