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Una vez en la habitación que solía ocupar, se recostó haciéndose ovillo. Madelene cubrió su trémulo cuerpo con una manta. Londo se acercó a ellas y le dio un beso en la cabeza.
—Te amo, mi pequeña —susurró su padre para enseguida alejarse.
Sam volteó y vio que Kylian estaba ahí, silencioso, sus ojos se conectaron durante casi un minuto, el mismo en el que pareció perderse de lo que los rodeaba, de repente escuchó la puerta cerrarse y comprendió que estaban solos.
—¿Necesitas algo? —consiguió preguntar él, dando un paso instintivo hacia ella, pero se detuvo cuando Sam retrocedió en la cama, negando—. Lo lamento, Samantha —dijo al fin, con la voz rota.
La joven bajó la vista hasta sus manos y se acomodó dándole la espalda.
—Quiero estar sola. Cierra al salir —pidió en susurros.
Kylian apretó las manos, aspiró con fuerza. Ansiaba tantas cosas, pero no se permitiría ni una más. El egoísmo lo tenía en ese punto, la cobardía también y por mucho que anhelara rodearla entre sus brazos, hablarle con la verdad, no era el momento, ni siquiera para él, así que simplemente obedeció.
Ese día estaba siendo el más oscuro de su existencia.
Afuera, a una distancia prudente, estaban los padres de su esposa.
La atmósfera era densa, triste.
—Kylian —habló Londo primero, inspeccionándolo. Cuando lo tuvo cerca, se atrevió a mirarlo a los ojos y la empatía que detectó en sus iris grises lo desmoronó. No estaba al tanto y no merecía que se portara bien con él, sino que lo echara de su casa—. Esto es un golpe muy duro para los dos, realmente lamento mucho lo que están pasando —dijo apretando su hombro, gesto que lo hizo sentir más miserable aún.
—Yo...
—Tranquilo, ella puede quedarse el tiempo que requiera, esta es su casa. Pero su lugar es contigo, deben enfrentar esto juntos —murmuró con paciencia.
—Gracias —pudo articular con un nudo enorme en la garganta que creía cada segundo.
—Siéntete libre de venir cada vez que quieras, incluso...
—Incluso si no quieres irte, también —agregó Madelene, decisión que Londo avaló con un movimiento de cabeza.
Kylian dejó salir un suspiro cortado, más similar a un sollozo y asintió.
—Necesito... necesito un momento —pidió pasándose una mano por la frente, trémulo.
Londo asintió dándole una palmada en el hombro y lo dejó ir.
Las cosas no se veían bien, eso era un hecho. Averiguaría lo que ocurría entre ellos con la debida prudencia, después de todo eran un matrimonio, por mucho que su hija fuese parte de esa ecuación.
Sin embargo, la situación que atravesaban para nada era sencilla y sí muy dolorosa. La edad le había enseñado que cada persona enfrenta de diferentes maneras lo que ocurre y no era nadie para juzgarlas, pero quería ver bien a su huracán, así que haría lo que estuviera en su manos para conseguirlo.
—Algo ocurre, Lon —murmuró su mujer, aferrada a su brazo cuando escucharon a Kylian salir de casa. Éste besó su cabeza aspirando con fuerza.
—Lo sé, pero son adultos y nuestra hija ahora mismo nos necesita, no la presionemos demás —pidió buscando sus ojos azules. Ella asintió entristecida.
—Íbamos a ser abuelos... —susurró cerca de su rostro. El hombre junto la frente con la de ella y asintió afligido.
—Ahora tenemos un ángel en el cielo, cariño —dijo para luego abrazarla.
Kylian llegó al pent-house, contenido, aventó el saco, se desanudó la corbata y entonces fue capaz de aferrarse la cabeza, acuclillarse y dejar salir el dolor, la culpa e impotencia a manera de grito crudo y feroz.
—Gina —llamó al ama de llaves un instante después, agitado. Sabía que estaba cerca, pero no aparecería por propio pie.
—¿Señor? —la escuchó titubeante.
—Haz una maleta para mi esposa con ropa cómoda y sus cosas de baño.
—Sí, señor, ¿algo más? —preguntó la mujer, aturdida por verlo así, llevaba años a su lado, jamás lo había visto tan devastado y fuera de control, temblaba incluso.
—Dáselas a Lautano. Tienes el día libre, regresa mañana... Él te lleva a donde quieras.
—Pero...
—¡Ahora! —ordenó sin poder verla, con la cabeza aun entre sus manos, con lágrimas escurriendo por el rostro.
—Sí, señor.
No se movió de ahí durante varios minutos. Le interesaba poco que esa mujer presenciara su miseria. En realidad en ese momento nada le importaba salvo el dolor de lo que ocurría, las pérdidas, la necesidad de encontrar las fuerzas nuevamente para enfrentarlas y esta vez, esta vez eran su culpa.
De pie se limpió las mejillas. Se sentía lleno de ira, de frustración, de dolor. Avanzó hasta el ventanal esperando a estar solo. Le mandó un mensaje a Samantha para avisarle que le enviaba algo de ropa y cosas que pudiera necesitar, también preguntando cómo se encontraba. No le respondió y eso era justo lo que esperaba.
No podía sacarse de su cabeza lo ocurrido el fin de semana, cuando ella le dijo lo que escuchó, así como tampoco, cuando escucharon los latidos del bebé y lloró como una niña, menos su mirada apagada y vacía unas horas atrás.
Llegué muy lejos.
Cuando la empleada abandonó la casa observó su alrededor, deslizó la espalda por el ventanal y, con las rodillas flexionadas, se dejó fluir durante un rato.
Imágenes de ella al inicio de esa locura, acudieron como fantasmas al acecho. La primera vez que fue a ese pent-house que parecía querer tragárselo vivo, siempre zagas, siempre aguda, siempre noble. Cuando bailaron en aquel bar, sus ocurrencias, las respuestas. Cuando tomó de más en aquel restaurante oriental y la forma que había salido sin zapatos del sitio donde la citó para chantajearla.
La había hundido, la tuvo en sus manos y la destruyó.
Ella nunca buscó nada más que su cariño, sus sonrisas, su energía. Fluyó a pesar de las circunstancias una y otra vez, dándole oportunidad tras oportunidad para revertir el camino que los llevaría justo a ese punto.
Lo peor, se lo advirtió muchas veces y en su soberbia, luego por el miedo, continuó con esa situación que estaba destinada a convertirse en aquel desastre.
—Lo lamento tanto, pelirroja —susurró al aire, sabiéndola en aquella casa resguardada al fin, lejos de lo que él era, de lo que podía dañarla.
Samantha merecía una vida maravillosa, una en la que cumpliera cada uno de sus sueños, en la que sus inquietudes fueran saciadas, donde su energía se convirtiera en el motor de alguien más y ese alguien más pudo haber sido él de no ser porque todo lo hizo mal desde el inicio.
Aspiró con fuerza frotándose el rostro, recargando la nuca en aquel vacío lugar.
—Lo siento... hijo —expulsó con solo aire, con lágrimas de nuevo resbalando por sus mejillas.
Se había planteado ser padre de forma fría, como parte de su plan de vida, un rubro más que cumplir, pero jamás imaginó lo que sería saber que había creado un ser debido al sentimiento más fuerte que había experimentado. Eso lo había hecho sentir, en medio de lo que estaban viviendo, invencible.
Pero ya no estaba, y ser padre de un hijo creado por ambos, tampoco ocurriría jamás. Les falló a los dos. Esa era la única verdad, una que no le alcanzaría la vida para perdonarse.
Mierda, la amaba como un idiota, admitió cerrando los puños con fuerza, así que lo único que debía hacer era lo correcto, en todos los sentidos, por mucho que doliera cada paso.
Caminó por el lugar, abstraído, notando lo vacío que se sentía, observando los detalles que Sam, con su presencia, había cambiado. Ese sitio siempre lució frío y sobrio, ahora con algunas cosas por ahí que iba dejando, parecía un hogar, uno donde existían personas que lo habitaban, que lo usaban.
Se masajeó la sien, le dolía la cabeza, el pecho, el cuerpo.
Terminó en el vestidor, frente a la ropa de ella. Se acercó y perdió la nariz en su aroma atrapado en las prendas, sollozó otro tanto.
Enfrentaría las consecuencias, enfrentaría a su hermana y luego, luego tendría que continuar con su vida plana. Si su padre se quería meter en las bragas de cualquier mujer, que lo hiciera, ya suficiente lo había salvado. Si Lasha, tenía que terminar en prisión, no podría hacer nada...
Lasha. Pensó con el pecho comprimido, tomando un suéter deportivo de Sam y lo frotó entre sus dedos. Negó llevándoselo a los labios.
Se dirigió a su habitación, se sentó en la cama que compartían, la misma que poco los vio amarse.
Acarició su almohada, observó su IPad, el Kindle, el reloj que siempre dejaba ahí. Gina no los empacó, notó. Tomó este último pasando el dedo por la pantalla. Perdió la vista en el exterior.
¿Por qué, Lash? Se preguntó apretando la quijada.
En ese momento deseaba estrangularla con sus propias manos, gritarle hasta exigirle que dijera la verdad, el motivo, que confesara haber sido la responsable de algo tan sucio.
Joder es que no entendía nada y no soportaba la idea de entregarla, pero no tenía opción.
Se recostó con una sensación de pérdida muy similar al día en su madre se fue, aunque quizá más intensa, con los objetos de su esposa entre las manos, derrotado.
Eran consciente de que debía buscar a su hermana, desenmascararla, enfrentarla, decirle todo a Samantha, romper el acuerdo prenupcial, solicitar los papeles del divorcio, prepararse para hablar con Londo y... y corregir cada cosa, pero necesitaba un momento, solo uno.
Cerró sus ojos perdido en el aroma de su pelirroja y sin darse cuenta, quedó dormido en medio de esa soledad que merecía, que nunca había notado.
Despertó con un martilleo molesto en la sien. Ya estaba oscureciendo. Besó el suéter, lo dejó doblado sobre la cama, a un lado colocó el reloj y se puso de pie determinado.
Era hora de actuar.
Samantha dormitaba a ratos, recostada en aquella cama que sentía ajena. Sus padres habían estado al pendiente de cada cosa. Kylian no había llamado y se había marchado horas atrás, solo había tenido el detalle de mandarle sus efectos personales, no sabía si eso le dolía más o no. La dejó simplemente ahí sin importarle lo que había ocurrido, sin pensar en lo que ella estaba sintiendo, pero ¿por qué le seguía doliendo que se comportara de esa manera?
Tocaron a su puerta, sacándola de sus penosos pensamientos.
—¿Se puede?
Era Camille.
—Pasa —aceptó con la voz apagada. El hombre entró despacio, se sentó a frente a ella y apretó una de sus manos. Su hermano lucía agotado, eso era raro, su cabello caoba oscuro, estaba un poco fuera de lugar y llevaba la camisa con un botón abierto sin corbata y saco. Él era todo menos descuidado o desgarbado.
—Lo lamento, Samy —murmuró con sinceridad.
No imaginó que estuviera embarazada, menos que el mismo día que lo encarara, perdieran a su hijo, ese día se había convertido en una jodida locura. Lo cierto es que, de alguna manera, con esa triste situación, los lazos quedaban completamente rotos entre ambos y eso era lo único que debía ocurrir. Craig tenía el tiempo contado para actuar o lo haría él mismo, importándole poco el escándalo que generara la situación.
—Gracias, Cam, yo también —respondió la joven.
Camille aspiró con fuerza, se acercó a ella y la abrazó.
—¿Estarás bien? —preguntó preocupado. Jamás pensó verla así, sufriendo de esa manera y eso le dolía también a él, no debió ser nada fácil vivir todo lo que vivió, cada decisión arrastrada por el miedo a que ese idiota actuara contra Londo. La admiraba por las agallas, pero le dolía saberla inmersa en ese acuerdo, más le reventaba imaginar lo sola y asustada que debió estar. Ella asintió despacio—. ¿Necesitas algo? —quiso saber, solícito.
Samantha asintió cabizbaja.
—¿Puedes... puedes quedarte un rato? —pidió como cuando era una niña y acudía a él debido a las pesadillas que la despertaban gracias a las películas de terror que veía a escondidas.
Camille siempre fue el más serio, pero también el más protector de todos, la carga de ser el mayor no debió ser fácil, eso lo tenía claro, pero jamás lo mostró, siempre encontró seguridad y discreción en cada una de sus travesuras.
—El tiempo que necesites, huracán.
Su hermana le hizo espacio a su lado, se sentó con la espalda en la cabecera y la atrajo para que se recargara sobre su hombro.
—Gracias, Cam.
El hombre besó su cabellera y dejó salir un suspiro.
—Sam, sé que no es el momento, pero debemos hablar.
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