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Cenaron sin mediar palabra. Cuando estaban por terminar, la detuvo obstaculizando su huida, inspeccionando su rostro con cuidado.
—¿Te has sentido bien? —quiso saber con genuina sinceridad. Aún no acomodaba el hecho de que entre los dos hubiesen creado una vida, misma que crecía en ese perfecto cuerpo.
—Sí, el martes está hecha la cita a las diez de la mañana, por si desear venir.
—Es mi hijo también, ahí estaré.
—Bien —respondió ella, buscando rodearlo y salir de ahí. Kylian enredó los dedos en los suyo con inaudita suavidad. La joven pasó saliva, sin voltear, pero se detuvo.
—No fue premeditado, necesito que lo sepas.
—También tengo responsabilidad en esto —lo justificó sin encararlo, temiendo que notara lo sudoroso de sus palmas.
—Están pasando cosas, cuando terminen... —comenzó Kylian, ansioso. Sam soltó sus dedos, despacio.
—No digas nada, ya no —pidió casi en un ruego.
—Mañana vendrá Lasha a almorzar, estamos en medio de algo —le avisó de repente, buscando que permaneciera más tiempo cerca, pero ella no alzó la cabeza, su mirada estaba clavada en el cuello de su camisa.
—Bien, estará todo listo y yo presentable. Ahora iré a descansar, tengo sueño —se disculpó saliendo de ahí deprisa.
El hombre se sentó de nuevo, frustrado. ¿Cómo actuar? ¿Qué hacer? Debía aguantar solo un poco, pero eso tampoco era alentador. Explicarle a Samantha la verdad la destrozaría, ahora más con un bebé en camino... un bebé, su bebé, su hijo. ¿Qué había hecho? ¿Qué clase de vida le podría dar con todo eso ocurriendo en medio? ¿Qué clase de padre sería para él? Aspiró con fuerza recargando la nuca en el respaldo.
—¿Necesita algo más, señor?
La voz del ama de llaves interrumpió sus cavilaciones, se irguió negando.
—Estaré en el invernadero, gracias por la cena.
—Es un placer, buenas noches.
Llegó a la habitación más tarde, aunque no tanto, pero ella ya dormía boca arriba. Se sentó en la orilla del colchón, a un lado de su cuerpo y, dudoso, acercó una mano a su vientre cubierto por la sábana, su pelirroja estaba absolutamente inconsciente.
Ladeó el rostro moviendo los dedos, apenas, sobre ese sitio que alojaba lo que ahora, además de ella, valía más en su vida.
Debía perderla, lo sabía, debía perderla si quería tener alguna posibilidad de realmente tenerla y ningún pensamiento fue más doloroso que ese. Se acuclilló en el suelo, acercó el rostro al sitio donde anidaba su hijo que apenas crecía y besó despacio la tela que lo cubría.
—No puedo dejarlos ir ahora, ni nunca... Lo lamento —susurró con el nudo creciente en la garganta pues tenía bien claro que esa situación estaba consumiéndola, que Samantha no era feliz y que lo que más ansiaba era salir de ahí, aun si estaba embarazada y que solo la detenía ese acuerdo, no lo que sentía por él.
La mañana siguiente hablaron lo indispensable. Ella dedicó su tiempo a intentar terminar una campaña, cuando anunciaron la llegada de su cuñada.
Apenas si la conocía, la había visto en su boda. La hermana de su esposo era una mujer alta, con aire sofisticado, intelectual y sereno, muy atractiva, de esa forma casi inalcanzable. Habían cruzado en esa ocasión un par de palabras cargadas de cortesía y educación. No parecía cercana a su padre, tampoco a Kylian, en realidad gélida podría definirla.
—Bienvenida, Lasha —saludó con cortesía estudiada. La mujer respondió con elegancia, esa que Sam nunca consiguió debido a su desgarbo e impulsividad.
Una pizca de envidia desconocida atravesó su pecho, esa era la mujer que su marido buscaba conseguir en aquel acuerdo y Sam era lo más lejano a todo eso que nunca le interesó ser, pero que en ese momento ya nada se sentía como antes.
Su marido apretó su hombro, fingiendo ser un matrimonio que se formuló por las razones correctas. Después de un aperitivo donde Lasha preguntó un poco sobre su luna de miel y demás por menores, mismos que Sam sabía le importaban un bledo pero que la etiqueta exigía llevar a cabo, respondió de la misma forma.
No estaba ahí para hablar de eso, pero era la mujer de su hermano, el adorno que llevaba del brazo, ¿qué más podría hablar con ella?
Kylian y Lasha se trataban con frialdad, de una manera tan lejana que la desconcertó. Se miraban poco, solo cuando intercambiaban alguna opinión puntual, pero nada de recuerdos, de bromas, solo formalidad, superficialidad y en lo absoluto complicidad.
Ambos sabían perfectamente cómo comportarse y lo mostraban sin problemas, eso no le quitaba lo desconcertante. Mientras los escuchaba hablar sobre al clima en Grecia, recordó la relación de Kylian con su padre, lo poco que pudo presenciarla, había sido igual: lejana, fría.
Gina avisó que el almuerzo estaba listo en la terraza entonces la pequeña comitiva mudó de lugar. Cuando al fin terminó aquello, Sam se disculpó pues sabía que ellos tenían asuntos que tratar y ella, en definitiva, se sentía un poco mareada con tanto formalismo y se despidió de una vez.
Subió a su habitación, se echó agua al rostro y retiró el maquillaje. Se puso una malla, una casaca holgada y deambulo intranquila. Quizá debía salir de casa, ir por un helado sonaba tentador, o practicar algunos tiros, a lo mejor ir al Common y ver pasear a la gente. Algo más interesante que eso y que la hiciera sentir mejor, porque ese nudo en la garganta ya no se iba en todo momento, las ganas de llorar tampoco y odiaba eso.
Entonces recordó el invernadero, sonrió apenas, pero no lo dudó, salió de la habitación decidida a perderse ahí durante un rato. Le gustaba ver las flores, las plantas, perderse en la dedicación con la que su marido era capaz de tratar a otro ser vivo.
Tenía un par de tomos llenos de fotografías con los nombres de cada planta que ahí cultivaba, descripción, manera de cuidarla. Era fascinante y un bálsamo para ella saber que Kylian era quien lo había hecho con tanta dedicación y esmero.
Revisando las notificaciones de su celular salió por aquel pasillo escondido en la parte trasera del pent-house cuando la voz de Lasha interrumpió su atención, hablaba en cuchicheo, como si no deseara ser escuchada. De inmediato supo que interrumpía.
—No, no, tranquilo. Estoy cubriendo bien todo, no tendrás problemas ya te dije. Hoy termino de hundir a Streoss, no habrá nada que apunte a nosotros. Confía en mí, Joe.
Sam se paralizó en ese momento, sus dientes castañearon, unas arcadas horrendas llegaron a su garganta, tanto que se cubrió la boca por temor a expulsar lo que había almorzado en pleno corredor.
—Sí, lo traje, lo está revisando. Deja de llamar, me poner nerviosa y mi hermano no lo está poniendo fácil, pero como el viejo es su suegro no permitirá que le pase nada, aunque por lo mismo debemos ser más cuidadosos así que colgaré. Te veo mañana. Adiós.
La escuchó resoplar. Enseguida su respiración se convirtió en errática y comenzó a marearse, su alrededor daba vueltas, pero sabía que no debía ser descubierta y necesitaba de alguna manera acomodar en su cabeza lo que había escuchado. Porque... porque no podía estar pasando eso, no podía ser cierto, no... podía haber sido ella.
—Joe, Joe —susurró Lasha.
Sebido a la proximidad, Sam no tuvo problemas en oírla, enseguida sus tacones moviéndose la alertaron. Se ocultó en la esquina respirando como una jodida locomotora. La mujer pasó a su lado sin percatarse de su presencia, contoneando las caderas. Cuando la perdió de vista se dejó caer sobre el piso, un sudor espeso recorría su frente, su columna.
Lasha, su cuñada, era la responsable del fraude, ella y ese tal Joe. Se mecía negando, angustiada. Debía calmarse y por primera vez en esos días, cubrió su vientre de forma protectora, recordando que llevaba una vida dentro.
Se levantó como pudo, aun sin poder moverse, pero pronto la comida avanzaba por su esófago, dio con el baño del gimnasio, se encerró y vació su estómago con fuertes arcadas.
Se enjuagó el rostro, asustada, temblando.
Esa mujer era una arpía, ella era la jodida responsable de todo.
Kylian debía saberlo, comprendió en ese momento y por un instante le pasó por la cabeza que su marido fuera parte de aquello, pero enseguida lo desechó. Anduvo hasta donde sabía que se encontraban, decidida.
Aun la puerta estaba cerrada, señal de que seguían ahí. Se mordió el dedo índice y fue a la sala, se sentó ansiosa, moviéndose, levantándose, gruñendo, revisando el celular. Una hora después al fin su cuñada salió de ahí, Kylian la acompañó a la puerta, ninguno la había visto. Cuando su marido regresaba lo interceptó agitada.
Éste, al verla, se agobió. Lucía descompuesta, pálida, los labios blancos y los ojos vidriosos, un tanto desorbitados.
Por primera vez se sentía avergonzado de lo que su familia y él eran, de lo que proyectaban, de lo fría que era su vida y que cuando estaba esa pelirroja alrededor, no se sentía igual.
—Es... escuché algo —habló sin esperar, mientras él sujetaba su barbilla, inspeccionándola.
—¿Te sientes bien? —quiso saber preocupado, cansado, harto de sentir que remaba en contra de una corriente que lo buscaba arrastrar. La verdad era que se encontraba al borde de sí mismo, tenso, alterado, enojado como jamás imaginó. Era como si su vida hubiese sido una maldita mentira desde hacía años. Un telón pesado estaba cayendo y no veía cómo podría sostenerlo más tiempo, pero le daba terror soltarlo por completo.
Ella negó vehemente y se quitó de su agarre, trémula.
—Kylian, yo... Lasha, ella... ella cometió el fraude, yo escuché que... Ella fue por un tal Joe.
Kylian retrocedió un paso, arrugando la frente, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón, apretando los puños. Sam no era mentirosa, pero sí impulsiva, no pensaba mucho en lo que decía tampoco media sus acciones.
—Estás pálida —solo dijo, buscando ignorar su delirio.
Su mujer se detuvo de forma abrupta, pestañeando ante su frialdad, era como si no la hubiese escuchado.
—¿No oíste? Lasha cometió el fraude, no mi padre...
—¿Harás esto? ¿En serio, Samantha? —la cuestionó Kylian, molesto. Sí, tenía claro que quería deshacerse como a dé lugar del acuerdo, pero no la creía capaz de inventar algo tan bajo.
La joven, furiosa, se acercó y sujetó el cuello de su suéter para cercarlo a su rostro.
—¿Estás sordo? ¡La escuché! ¡Están inculpando a mi padre!
Su marido, asombrado y harto de todo aquello, agotado hasta un punto inimaginable la tomó de las muñecas para que lo soltara, tensando la quijada.
—¡Fue tu padre! ¡Maldita sea, fue tu padre! —rugió notando como ella, llorosa, negaba—. ¿No me crees?
—¡No! Fueron ellos, tu hermana y un tal Joe, fueron ellos —gritó empujándolo. Kylian volvió acercarse, la tomó por el brazo y la llevó hasta su despacho, furioso. Una vez dentro sujetó la carpeta y la colocó frente a ella, golpeando el escritorio de cristal con los papeles, fuera de sí.
—¡Fue él! ¡Carajo! Y llevo dos malditas semanas intentando limpiar esa mierda, buscando que no lo supieras, que no te enteraras, pero veo que llevarás esto muy lejos. Tu padre, Samantha, robó y estoy seguro de esto.
La joven, temblando, agarró los papeles. No les entendía, sacudió la cabeza incrédula, perdida.
—No... Sé que no fue él, fue ella. Hablaba con él y...
—¡Deja de jugar a esto!, estoy perdiendo muchos millones por resolver lo que Londo generó, incluso parte de mi prestigio. Te prometí que no iría a la cárcel, pero no intentes hacer algo tan atroz como lo que acabas de hacer. Lasha solo está ayudando a resolver esta mierda en la que me metí.
La joven, temblorosa, se alejó trastabillando, negando.
—No me crees.
Kylian se llevó las manos al cabello despeinándose los rizos, alterado.
—¿No entiendes? Hice una auditoria, es el responsable, es claro.
—¡Mi padre jamás haría eso! —gritó de nuevo, recargándose en un muro enseguida, perdiendo parte de las fuerzas. Kylian, envuelto en ese desastre natural que solo ellos generaban, que él había propiciado, se acercó preocupado.
—Debes sentarte —pidió con suavidad guardándose los sentimientos encontrados, ella estaba embarazada, pero aun antes de saberlo, no había querido causarle ese dolor. La pelirroja se sacudió con violencia, con lágrimas humedeciendo sus mejillas.
—Vete a la mierda, Kylian Craig, sé que algún día sabrás la verdad y entonces... entonces no te querré jamás cerca, incluso si compartimos este hijo —aseguró saliendo de ahí.
—¡Aaaaaah! ¡Samantha! —la llamó, pero ella se había encerrado en la habitación y no quería alterarla más.
Presa de la desesperación tumbó una escultura que estaba en el pasillo, rompiéndola en añicos y le dio con el puño a un muro, terminando sobre el suelo, sujetándose la cabeza escondiéndola entre las rodillas. Ya no sabía qué hacer, no tenía una maldita idea de cómo continuar.
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