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Llegaron al pent-house, Samantha saludó a Gina y fue directo a tomar una ducha. Al salir, se topó a Kylian de pie, con la vista perdida en las luces de la ciudad.
—Por favor no exhibas nuestra realidad. Lo que necesites decirme, lo resolveremos en este dormitorio —habló sin girarse. La mujer apretó los labios y los puños.
—Lo mismo te digo: cualquier cosa que me concierna, me lo dices tú a mí, sin intermediarios —declaró con firmeza.
—De acuerdo —concedió él, girándose. Su gesto lucía torturado, pero también distante, frío. No tenía idea ya de cómo actuar ante él.
Kylian la observó con detenimiento: su cabello estaba húmedo, vestía unos vaqueros y un suéter casi del color de sus ojos.
¿Cómo le diría lo que Lasha le mostró por la mañana? Samantha amaba a su padre, creía ciegamente en él y, si era sincero, también le estaba costando aceptar esa noticia. Lo cierto es que no haría nada al respecto, fingiría no saber, repondría el dinero de alguna manera, su hermana ya estaba trabajando en ello para no tener problemas con el fisco y hablaría con su suegro más adelante porque en algún momento esto tendría que salir a la luz.
Maldición.
Sabía que era probable que debido a su edad y las distracciones de salud, hubiera cometido semejante error, o que, hubiese necesitado ese dinero para saldar algo que no figuraba dentro de la investigación que se hizo. Lo cierto es que no imaginaba a Londo con problemas económicos, aunque todo indicaba que así era.
El fraude se persigue por oficio, pero él haría lo que fuera para maquillar aquello. Primero, porque prometió eso a su esposa: Londo no debía pisar la cárcel. Segundo, porque eso a Samantha la destruiría. Tercero: porque no quería hacerlo a pesar de saber que era el responsable.
Se frotó la sien y pasó a su lado, lleno de pensamientos molestos rondando en su cabeza. Casi todos terminaban en esa mujer que había volteado su mundo.
—Cena tú, tomaré una ducha y luego tengo unas llamadas que realizar —dijo abriendo la puerta.
—Así será entonces —la escuchó decir, decepcionada.
Cerró los ojos, agobiado.
¿Cómo le decía que odiaba lo que les hizo? ¿Cómo le explicaba lo que había descubierto? ¿Cómo le decía que ahora el que estaba en problemas debido a las decisiones de su padre era él? No sería nada sencillo solucionar eso que Londo hizo, pero se trataba de ella y ya nada era fácil en ese momento. Si daba un paso en falso, la perdería, aunque tenía claro que nunca la tuvo y eso quemaba su pecho.
—Hoy no, Sam, por favor —rogó entrando al baño y cerrando tras él.
La joven tampoco quiso cenar, se tragó la bola gigantesca que crecía en medio de su garganta y decidió ilustrar un rato. Cuando dieron las once, apagó la lamparilla y se cubrió con el acolchado. Kylian regresó en la madrugada y olía al alcohol, decidió no moverse.
Los días pasaron así, cada uno envuelto en las cosas que debían hacer. Kylian le daba un beso de buenos días cada mañana al despertar, pues ella había retomado el box y salía muy temprano de casa.
El primer día él la observó intrigado cuando salió del baño y ya estaba vestida para marcharse.
—¿Vas hacer ejercicio? —quiso saber, asumiendo que iría al gimnasio del pent-house.
—Sí, ¿vienes a cenar? —preguntó sacando de un cajón los guantes de boxeo. Kylian se acercó intrigado.
—¿Qué es eso? —indagó tomándolos. Samantha pasó saliva, intentando concentrarse; llevaba tan solo el pantalón de vestir sin abotonar.
—Guantes de boxeo —respondió quitándoselos para guardarlos.
—¿A dónde vas? —cuestionó comprendiendo que no se quedaría en casa.
—A entrenar —dijo cerrando la mochila.
—¿Entrenas box? —replicó atónito.
—Sí, como ves y aunque no lo creas, podría defenderte a ti o a una de las garrochas que pusiste para seguirme. Lindo día, Kylian —dijo dándole un rápido beso en la mejilla y salió, o en realidad, huyó de ahí, dejándolo estático.
Minutos después de que aquel huracán desapareciera, se frotó el rostro sonriendo. ¿Cómo mierda lograba tomarlo desprevenido siempre?
Así que la rutina se hizo presente. Kylian no cenaba con regularidad en casa, pero tenía la decencia de avisarle con tiempo. Así que ella aprovechaba para ver a su amiga, su madre, o trabajar en lo que necesitaba.
A los pocos días, Gina le mostró una habitación completamente adecuada como un pequeño despacho, computadora, impresora, estantes, libreros, buena luz y una vista asombrosa.
—El señor dijo que necesitaba un lugar, espero que sea de su agrado, lo que no, solo hágamelo saber.
Desde ese momento, adoptó aquel sitio que terminó de decorar a su gusto. Un corcho, un par de plantas, una pequeña red de basquetbol que colgaba de la puerta y en la que, cuando estaba cerrada, perdía su atención encestando el pequeño balón y claro, un televisor que mantenía encendido con canales deportes sin volumen casi todo el tiempo.
Por las noches, apenas si lo escuchaba llegar, pero hubo un par de ocasiones en que, al despertar en la madrugada, no pudo evitar besarlo, él le respondió enseguida y entonces volvía a sentir presente a ese hombre que amaba, que extrañaba tanto, pero por la mañana todo volvía a ser lejanía. Una dolorosa.
El fin de semana asistieron a un coctel de beneficencia, durante la velada hablaron poco, Sam comenzaba a sentir la necesidad de mantener distancia, pues el sube y baja que vivía a su lado, comenzaba a agotarla mentalmente.
El sábado por la mañana él argumentó tener que ir a trabajar, así que ella se fue al hípico. Corrió junto con Keira en el lomo de los caballos, luego almorzaron ahí, en la noche tenían una inauguración. El domingo despertaron casi al mismo tiempo, desayunaron juntos, pero cada uno en lo suyo, hablaron un poco sobre la noche y después, ella decidió salir sin avisarle.
Su frialdad y lejanía era insoportable, pero tampoco haría ya nada al respecto, esa era la realidad, no pelearía más con ello. Si alguien debía pelear de ahora en adelante, sería él, decidió.
Kylian estaba del peor humor que se hubiese visto. En la constructora su personal no se le acercaba. Incluso Maxime, su amiga, abogada de la empresa, le aventó unos documentos en la cara cuando, molesto debido a unos permisos de construcción en una costa italiana, debían parar la construcción.
—¿Para qué carajos estás aquí entonces? —le gritó cabreado y él no solía ser así, pero a últimas fechas no se reconocía. La castaña arqueó una ceja.
—Para cubrir tu sucio trasero, Craig, que no se te olvide. Y esto no es el puto fin del mundo, lo sabes. Quieren joder, un maldito soborno. Solo te estoy avisando.
El hombre entornó los ojos.
—¿Y qué coño esperas? —gruñó agotado.
Sacar a Londo del problema fiscal estaba siendo más complejo de lo que pensó.
—Tu puta aprobación, y deja de hablarme así, maniático —rugió Maxime que no se amedrentaba con él, jamás lo había hecho, pero la catalogaba como una mujer tranquila que nunca perdía el control, o casi nunca por lo que notaba—. Lo que te tiene así es lo de tu suegro, pero joder, Kylian, no es cualquier cosa, necesitamos tiempo.
—No tengo maldito tiempo. Mathia está encima, tengo a los árabes encima.
—Entonces encáralo, que lo solucione, no es menor, en lo absoluto, estamos hablando de millones, Kylian, puedes caer mal parado tú por cubrirlo.
—No me digas qué mierdas hacer, resuelve eso, joder.
—No te reconozco, ¿qué pasa contigo? Creí que el matrimonio te sentaría.
Escucharla hablar de ese maldito tema lo enfureció.
—Maxime, no creo que seas ninguna autoridad para hablar sobre relaciones de pareja. Ve a trabajar —ordenó. La mujer se levantó furiosa. Kylian conocía su punto débil pero nunca lo usaba... hasta ese momento así que tomó los documentos que tenía a la mano y se los aventó.
—El maldito infierno que te empeñas en sostener, te está absorbiendo —soltó su abogada con rabia para un segundo después, salir de ahí.
Recargó la cabeza en el respaldo. Esa sensación de que todo se le estaba saliendo de las manos ya no lo dejaba en paz.
Habían regresado apenas si hacía una semana y media de Grecia y no conseguía retomar al que solía ser antes de esas semanas, el control, la frialdad, la maldita racionalidad. Era como si esa parte de él se estuviera destruyendo, diluyendo y eso lo aterraba pero era cierto, su propio infierno se lo estaba tragando vivo.
Primero que nada, debía confrontar a Londo aunque Lasha no lo considerara adecuado puesto que podría intentar ocultar la información que la misma Maxime requería para ayudarle, pero no podía asumir esto solo y no, no le pediría las acciones, solo su cooperación para enderezara de alguna maldita manera ese jodido enredo.
Pero debía ser cuidadoso, no podía olvidar que su suegro estaba delicado del corazón y cualquier cosa referente a él, lastimaría a Sam y eso, eso ya estaba fuera de toda posibilidad.
Durante esos días lo único que había estado haciendo era evitarla, huir de ella, porque de alguna forma sentía que lo debilitaba, que lo tornaba vulnerable y eso no se lo podía permitir.
Por otro, por mucho que le daba vueltas, la única solución que veía para que ese matrimonio fuese real era romper el acuerdo, pero estaba seguro de que lo dejaría y él no quería perderla, no por temor a la soledad, porque esa la conocía bien, sino porque Sam se había convertido durante ese tiempo, en la única persona que lo conocía, con la que se sentía él.
No. Joder, no podía simplemente dar marcha atrás.
Arreglar lo de Londo, era primordial, luego, acercarse a ella poco a poco. Sabía cómo bajar sus defensas y eso implicaba bajar las propias, estaba dispuesto a ello por esa pelirroja, pero aún no, debía esperar sabía que podría revertirlo, debía confiar.
Sam se levantó de la silla para recoger la pelota de goma que había aventado, se sentía poco creativa por mucho que duraba horas sentada frente a la tablet, no... no salía nada que le agradara, solo trazos tiesos y monótonos, sin chiste, como su vida, cuando sintió como el suelo se tambaleaba. Pestañeó atolondraba volviendo a sentarse.
—Guou, ¿qué fue eso? —dijo aturdida.
Últimamente no comía con las ganas de antes, menos con la cantidad y no había bajado el ritmo en su actividad física.
Aspiró con fuerza y decidió ir a ingerir algo. Gina se ofreció a prepararle un emparedado, pero se negó, solo quería algo dulce, muy dulce en realidad, así que terminó con comiendo malvaviscos con chocolate untados de crema de maní. Cuando acabó su lamió los dedos con el estómago bien lleno.
Su celular sonó justo cuando decidió que era suficiente de perder el tiempo en su estudio, saldría a tomar aire fresco. Era la alarma de su agenda, la entrega de un logo.
¡Joder! Dio scroll en la pantalla para ver el día que sostuvo la reunión; las especificaciones estaban guardadas en las notas y entonces notó que pasaba el día de su último periodo y se detuvo en seco, regresó y observó la fecha. Justo la una semana después de la boda. Pasó saliva, sudando frío, se recargó en un muro y colocó ahí su dedo: treinta y cinco días.
No, no, no.
Intentó recordar si después de esa fecha tuvo la menstruación, pero no. Siempre le llegaba entre los días 25 o 27 y eso no había ocurrido.
Su respiración se aceleró, negó agobiada, con los ojos bien abiertos. No, él había usado siempre protección, estaba segura y... Joder y si se había roto algún condón o no se había cuidado intencionalmente, después de todo quería hijos, eso estaba en el maldito acuerdo y ella... No, lo habría sabido, pero en la bañera, en el mar. Mierda ahí no se corrió dentro, pero...
Negó asustada, tomó las llaves de la camioneta y salió deprisa. Debía comprar una maldita prueba de embarazo.
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