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Sus labios eran dulces sobre su boca, se derretían y sabían tan malditamente bien, se abalanzó sobre su cuerpo fuerte, deseosa de más, de él. Recorrió los costados de su cuerpo mientras las m anos de Kylian la sujetaban de los muslos, de forma posesiva.

Sus lenguas peleaban, entre mordiscos, ansiedad y frenesí la intensidad aumentó. La joven, fastidiada, se puso de pie, su ahora marido se incorporó aun intentando comprender lo que ahí pasaba, febril. Samantha se arrancó el vestido sin miramientos, los botones que quedaban salieron volando, la tela se rasgó y no pudo impórtale menos. Cuando se encontró en la delicada ropa interior, soltó el aire.

La erección de Kylian creció sin remedio, endurecido de una forma dolorosa, dejo de respirar, admirándola.

Su cuerpo níveo y pecoso, iba cubierto por ese conjunto blanco, un delicado sostén sin tirantes, que cobijaban esos senos que sabían a miel, una braga de encaje que dejaba expuestos aquellos rizos cobrizos y cubrían su cadera angosta.

Esas piernas largas, delgadas y perfectas. Alzó los ojos, topándose enseguida con los de su mujer, que lo observaba atenta. Su cabello un tanto enmarañado cobijaba su espalda, parte de sus preciosos hombros.

No, no podía ser real lo que tenía frente a sí.

—Cambié de opinión, prefiero un baño —habló Samantha, dándose la vuelta, sin darle tiempo de registrar sus palabras y el clic de la puerta fue lo que trajo al momento. Se dejó caer sobre el colchón, molesto.

—Aah —gruñó golpeando las cobijas.

Tomó una muda y se dio un baño en otra habitación, al regresar, definitivamente más calmado, ella ya estaba sentada en la orilla de la cama, mirando al exterior. Boston brillaba desde ahí, la ciudad se veía preciosa, pero no podía contemplar nada salvo a esa mujer que, envuelta en una bata blanca, parecía estar a kilómetros de ahí.

No, esa no era la idea de su primera noche juntos, pero ya comenzaba a entender que hacer planes con Samantha, solía traer complicaciones.

—¿De qué lado duermes? —preguntó ella, agotada, en voz muy baja. Kylian apretó la quijada.

—Dejaron tu equipaje para hoy en el armario junto al baño —respondió a cambio.

—Si te da igual, yo duermo en el izquierdo. Así que ahora vuelvo —avisó serena, después le dio una ojeada como si le diera lo mismo y fue a cambiarse.

Salió minutos después con la bata, Kylian estaba sentado el que sería su lado. Llevaba la bata aún puesta. Él arqueo una ceja, interrogante.

—Estás de mi lado y definitivamente no me pondré las tonterías que guardó mi madre, soy un objeto de cambio, pero no una muñeca inflable —gruñó con los brazos en jarras, frente a él.

La cama estaba arreglada para dormir, un maldito cisne en forma de corazón se hall aba en medido de las dos almohadas, con un par de chocolates. Alzó las cejas, se inclinó a su lado, tomó los dulces, se metió uno a la boca, el cisne lo tomó y soltó una carcajada poniéndoselo en el regazo.

—¿Quién pone un corazón? Es lo más idiota en nuestra situación. Con permiso —exigió. Kylian no se movió, en cambio la estudió, atento.

—Yo duermo de lado izquierdo, puedes irte al otro —respondió dejando el adorno sobre la mesa de noche.

Samantha ladeó la cabeza, luego frunció los labios.

—Creo que no, yo duermo de ese lado —peleó. Él sonrió negando.

—Y la bata está húmeda, no puedes dormir con eso puesto.

—Tienes razón —aceptó ella, observando su atuendo. Se giró, entró al baño, Kylian sonrió recostándose, agotado.

Esa mujer era un maldito terror.

Cerró los ojos, pero el agua sobre él lo hizo levantarse de un brinco.

—¡Qué carajos te pasa, Samantha!

—Ahora tu lado también estará húmedo, y quizá por hoy prefiera el derecho. Buenas noches, amo —dijo caminando hacia el lado que pretendía ocupar.

Los dedos de Kylian la detuvieron, observó su agarre con desdén, luego sus ojos, estaba furioso.

—No seas infantil, te advierto que...

Ella se zafó enseguida.

—¿No te cansas de amenazar? Yo sí de escucharte, así que sigue con tu letanía mientras me recuesto. Este día fue una verdadera putada. Buenas noches —se despidió metiéndose bajos las cobijas.

—No serán así las cosas.

—Duerme, cariño, fueron muchas emociones —replicó fingiendo bostezar.

—¿Crees que siempre te saldrás con la tuya?

—No, tranquilo, nadie te quitará el puesto de niño campeón, yo solo quiero dormir.

Lo escucho salir dando un portazo. Sonrió durante un segundo, pero enseguida se acurrucó y cerró los ojos con fuerza, para no derramar ni una sola lágrima, apretando la funda de la almohada entre sus dedos.

Estuvo a punto de sucumbir a lo que su tacto genera en ella, estaba más que lista, húmeda de una forma anormal y... Ser tan débil no ayudaría en nada, pero tampoco podría sostener esa guerra sin cuartel, se acabaría cansando, debilitando y desgastándose.

Si algo había aprendido a lo largo de su experiencia en diferentes deportes, era que nunca debía darlo todo en el primer momento, en una carrera era así. Debía ser cauta y entender que ahora, le gustara o no, era su esposa, sin fecha de caducidad, las reglas estaban pactadas y su familia de por medio.

Permaneció con la mirada perdida en los ventanales, hecha ovillo, y no supo en qué momento cayó profunda.

-*-

Despertó cuando la alarma procedente de algún jodido lugar se escuchó. Gruñó cansada, entonces fue consciente de un cuerpo duro bajo su mejilla, su torso. Se levantó de una. Kylian apagaba el reloj que la había traído a la realidad. Estaba sin camisa y parecía agotado también.

Se sentó alejándose, agobiada. La bata se había abierto de más, dejando ver parte de sus senos, su ombligo. La cerró de golpe, frunciendo el ceño.

—Buenos días, señora Streoss. Finalmente dormiste en el lado izquierdo, sobre mí —expresó un Kylian, sonriente y triunfante.

-*-

Por la noche había decidido dormir solo en esa recámara. Se sentía furioso, frustrado. Nada de ese día fue como pensó. Pero con el paso de las horas, pudo ver las cosas con mayor calma, sonrió sacudiendo la cabeza.

Esa mujer era formidable, una contrincante sinigual y comprendió que tampoco podía juzgarla; Samantha no quería esa boda, no bajo esos términos. Le dio la oportunidad de hacer las cosas de otra manera, sin embargo, él no cambiaría ni una coma del acuerdo, eso implicaba dar más de lo que estaba dispuesto, ceder, bajar las defensas y permitirse averiguar qué ocurría entre ellos y eso... eso no cabía en sus planes, ni futuro lejano ni cercano.

Así que resuelto, volvió a la que sería su habitación una vez que regresaran de Grecia. La llevaría a su cama fuese como fuese, porque tenía claro que si ella creía haber ganado la primera batalla, la guerra sería una carnicería.

Su determinación se vino abajo al entrar, y su pecho sufrió una embestida al encontrarla acurrucada, dormida y... con la nariz enrojecida. Se acercó a ella con sigilo, se acuclilló a su lado. Un mechón cobrizo cruzaba su frente y nariz, con sumo cuidado lo hizo a un lado. Una lágrima aun resbalaba por el costado de uno de sus ojos, pasó la yema de su pulgar y la limpió con suavidad.

—No tiene que ser tan difícil —murmuró casi sin voz. Entonces, decidido, la levantó.

Era consciente de que en cualquier momento se despertaría y otra lucha de poder vendría, no ocurrió. Sam se acomodó mejor entre sus brazos, como si al estar entre ellos se sintiera segura, protegida y en ese instante cayó en cuenta de que él, en su vida, representaba lo opuesto y, sin entender la razón, eso lo tensó.

La recostó en la cama que compartirían, ella enseguida buscó calor. La cubrió enseguida, se acomodó del lado izquierdo y apagó la luz de la mesilla de noche, soltando un largo suspiro.

Ese mes en Grecia sería una bendita locura, pensó cuando de pronto ese menudo cuerpo se acercó al suyo. Pestañeó desconcertado, aunque sometido a su respiración pausada, su indefensión y sin reflexionar, le permitió acurrucarse sobre su pecho, para enseguida envolverla con uno de sus brazos. Aspiró su aroma y besó su cabellera.

—Buenas noches, Huracán.

-*-

Samantha lo estudió lo que parecieron horas, luego observó el lugar, para enseguida volver a posar su atención en él.

—¿A qué hora debo estar lista? —preguntó extrañamente calmada. Kylian se incorporó por los codos. Lucía arrebatador para ser las ocho de la mañana. Sus pectorales marcados, su abdomen bien trabajado, su barba de candado, sus rizos alborotados. Parecía casi accesible, real. Pero ella sabía que eso era un mal chiste.

—En una hora —respondió arqueando una ceja. Ella asintió y bajó de la cama un segundo después.

—Usaré este baño, creo que es mejor —avisó saliendo un segundo más tarde de la habitación.

Kylian se dejó caer en el colchón, aferrando su cabello con desespero. No entendía una mierda. Las mujeres sí que eran complicadas pero su esposa lo era potenciado a la maldita cuarta.

Salió de ahí, dio con ella en el armario que estaba a un lado del baño. Hurgaba en su maleta.

—Puedes darte una ducha aquí, no te preocupes —habló a sus espaldas. Sam asintió, atenta a lo que buscaba.

—Mierda —la escuchó.

—¿Qué ocurre ahora? ¿No supervisas tu equipaje? —preguntó con tono ácido.

Ella volteo indiferente.

—¿Sabes dónde pusieron las maletas con toda mi ropa?

—¿Qué tiene de malo lo que hay en esa?

Samantha río con tono burlón y sacó un negligé negro que no dejaría nada a la imaginación. Kylian pestañeó.

—Solo hay cosas así aquí, pero si tú lo ordenas, me los pongo y listo —aseguró cerrando la maleta, decidida. El hombre se acercó arrebatándoselo.

—No es gracioso —gruñó. La pelirroja sonrió un poco.

—A mí sí me lo parece.

—Están en la habitación de enfrente, en la semana acomodarán tus cosas aquí —tuvo que explicar—. ¿Dónde están tus cosas para Grecia? —cuestionó molesto.

Samantha le quitó la prenda, mirándolo a los ojos.

—Se supone que aquí. Mi madre se encargó de que Laura, le hiciera llegar todo a Gina.

—Bien, date un baño, iré a ver dónde está todo. Y, pelirroja, —la nombró tomándola por la cintura para pegarla a su cuerpo—. Guarda bien eso que traes en las manos, le daremos un buen uso —susurró con voz ronca, al tiempo que la soltaba y salía del enorme sanitario.

Sam gruñó y aventó la prenda al suelo, luego lo pisoteó con fuerza. Se sentía profundamente impotente. Sacó las ridiculeces que empacaron ahí, encontró unas tijerillas para uñas entre las pertenencias de Hades, y los rompió hasta dejarlos inservibles, luego, sonrió observando su obra.

Transpiraba, pero se sentía definitivamente mejor, mucho mejor. Los tomó todos y los desperdigó por la habitación.

Kylian entró cuando terminaba.

—¿Qué cojones haces? —preguntó viendo encajes por todos lados.

—Yo ya les di un buen uso por ti, señor Craig —replicó volteándose. Enseguida notó que llevaba su maleta en una mano, se la quitó, le guiñó un ojo y besó su mejilla poniéndose de puntillas, alejándose poco después.

—Bien, entonces será sin juego previo —concedió él, mirando de reojo la puerta del baño. La joven se detuvo.

—Para eso me compraste, ¿no? —soltó cerrando la puerta del baño, dejándolo helado.

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