⋆ 46 ⋆
El hombre la miraba furtivamente. Samantha Streoss parecía salida de cualquier fantasía que pudiese haber tenido alguna vez; era preciosa, su porte, la postura erguida, segura de sí a pesar de las circunstancias, su altivez y la determinación. Toda ella lo atraía de forma desconocida, quizá hasta absurda.
Cuando leyó aquel mensaje en la noche, estaba con Lasha. Su hermana al fin estaba dando con algo. Los números como bien sabían, no cuadraban, pero el responsable sí que estaba dentro de Streoss Services, el dinero había sido desviado, pero aún no daban con quien ni a donde, lo cierto es que estaban cerca.
Londo ignoraba este hecho, aunque le había dado acceso a la información sin generar resistencia, parecían sospechosamente interesados también en averiguar lo que ocurría.
Así que, con el teléfono en mano, sintiéndose más tranquilo con los avances, le respondió optimista; las cosas entre ambos funcionarían. Ella era la indicada y, con el tiempo, confiaba en que bajaría de nuevo las defensas, como ya lo había hecho para así aceptar que ese matrimonio tenía todas las posibilidades de salir adelante.
Eran compatibles sin duda, harían una buena pareja, práctica, que contaría con todo lo necesario para llevar un enlace próspero y exitoso, por lo mismo le hacía gracia que fuese tan necia para no verlo con esa claridad. Quizá era la edad, después de todo estaba por cumplir veintitrés, no es que fuera alguien cargado de experiencia ni malicia, así que debía tener paciencia y aguardar a que la pelirroja notara las ventajas de lo que compartirían.
Sin embargo, ese par de palabras sonaron muy fuertes, más en ese momento. Apretó los puños cabreado, pero ocultándolo. Esa joven parecía tener la necesidad de desafiarlo a cada jodido paso, de tambalear sus ideas, su puto mundo con su lengua afilada, con su mirada cargada de ansiedad y anhelo cuando estaba conforme.
Lo estaba malditamente volviendo loco y ni siquiera estaba dando el puto sí, aún.
Lo cierto es que estaba acostumbrado a salirse con la suya, a controlar y controlarse, ella no sería la excepción. Su plan estaba en marcha, uno que comprometía también su vida, no solo el éxito, o el dinero, sino su camino personal. Samantha Streoss sería su pareja, la madre sus hijos y maldita sea, ya era su mujer le gustase o no.
Estuvo a una de removerse el cabello, presa de su propia confusión, de la molestia. Obviamente no ocurrió, Kylian Craig sabía dar los pasos uno a uno, llegar a sus objetivos y conquistar hasta las cosas más complicadas. No por algo había salvado de una ruina inminente la empresa que su padre dejó a la deriva, años atrás, siendo apenas un chico recién salido de la adolescencia.
Esa pelirroja con ojos de peligro, no desviaría ni sus decisiones, ni su determinación, mucho menos sería el motivo por el que sus planes se entorpecieran.
Respiró hondo y asintió.
—Veo que esto va viento en popa —musitó sujetando su mano, dándole un apretón sobre su antebrazo—. Una vez roto, solo queda pegar las piezas de nuevo, querida —murmuró viendo al frente. Ella intentó zafarse, pero se lo impidió—. Solo déjate sorprender.
Y la ceremonia comenzó.
Las flores, la iluminación, los invitados, los aplausos, suspiros y la música suave, no lograron captar la atención de la pelirroja, que solo estaba atenta a las palabras estúpidas que decía aquel hombre que, sin saberlo, enterraba su vida.
Asintió y habló cada vez que debía hacerlo. En algún momento de aquel derroche de mentiras, Kylian tomó su mano y colocó la sortija mirándola a los ojos, diciendo aquella sarta de tonterías que carecían de significado para ella, dejando el anillo en su sitio.
Samantha sonrió con fingida alegría, sus padres o sus hermanos, sobre todo el mayor, no debía de sospechar nada. El asunto estaba resuelto y la decisión tomada, no había marcha atrás. Enseguida fue su turno, repitió las palabras que Hades dijo minutos atrás, colocó la sortija en su dedo y le sonrió mirándolo a los ojos, sin un atisbo de alegría, dejándole bien claro la profunda decepción que atravesaba.
Kylian, en respuesta le guiñó el ojo, cosa que no cambió su expresión. Finalmente la maldita ceremonia tuvo su punto final con aquel beso que Sam pretendía que fuera casto, pero que él convirtió en un derroche de promesas sensuales a las que no pudo objetar, pues tenían público, ¿el principal? Su familia.
Pero en cuanto la soltó y todos aplaudieron Sam sonrió con malicia. Ese hijo de puta no sabía dónde mierdas se había metido, no tenía una maldita idea.
Así pues, se dispuso a recibir las felicitaciones y abrazos, logrando con ello obtener la ansiada distancia que requería de ese hombre que, maldita sea, era su esposo ya.
Y es que cualquier sentimiento dulce, tierno, pasional, estaba siendo mortíferamente remplazado por rencor, dolor y decepción. No podía evitarlo. Porque de alguna manera, y no tenía idea de cómo, sabía que él sentía algo por ella, algo que ocultaba a toda costa, algo importante, tan importante como lo que Sam sentía, pero lo escondía, lo desechaba, no le daba acceso y prefería encerrarlo en algún lugar mostrándole ese hombre con el que no conectaba, al que no entendía en realidad y le parecía más un ambicioso cabrón, que un tío con el que pudiese pasar el resto de su vida.
Su madre lagrimeó orgullosa, su padre la arropó en su pecho haciéndola sentir que pasar por aquello valía la pena porque se trataba de él. Sus hermanos la rodearon con fuerza siendo los mandriles de siempre y el beso en la frente de Camille que la miraba de esa manera perspicaz, coronó el momento, así como Keira que daba brinquitos llena de la emoción y lágrimas.
En la recepción, que estaba pasando un pequeño puente elegantemente iluminado, Kylian la tomó de la mano sin que se diera cuenta de que lo tenía a un lado y fue entonces que noto que estaba frente a la crema y nata de Boston.
Pasó saliva, tensa. Éste le dio un apretón que no sirvió de nada salvo para dejarle con las ganas de darle un gancho en el abdomen y dejarlo sin aire de una buena vez.
Era su esposo, sí, pero se lo merecía por hijo de perra. Estaba segura.
Muchas felicitaciones más, incluso recibieron la enhorabuena de Cameron Walker, CEO de P&J, uno de los empresarios más prósperos y fuertes del país, además de muchos lugares del mundo, socio de su hermano mayor, con el que sostenía cierta amistad, ambos eran raros en realidad, siempre lo había pensado, pero amigos desde hacía tiempo.
Lo que la asombró y le pareció refrescante, era que no iba solo como solía, llevaba a su pareja, el dueño de BranLand, Lucien Brow, la agencia donde trabajaba como externa.
No pudo evitar observarlos, y no por lo mismo que otras personas, pues era absurdo que les estorbara o incomodara la felicidad de otros, sino porque Walker lo sujetaba de la mano orgulloso, sin importarle lo que pensara la gente de ellos y le sonreía con notoria satisfacción. Nunca lo había visto así, y lo conocía de mucho tiempo.
Era una pareja sin duda imponente, robasuspiros, los nombraba su mejor amiga, con lo cual estaba bastante de acuerdo, como la mayoría de las féminas.
Sin embargo, su historia no la conocía del todo, Camille era una tumba para esas cosas y jamás se metía con los demás, no juzgaba, ni criticaba, pero ellos eran el ejemplo de que cuando se ama, se es capaz de todo, se lucha, se pelea.
Sí, una situación muy diferente a la suya y dolía verlo con tal claridad. Kylian solo pelearía por dinero, poder, no por alguien más que no fuera él mismo. Ahora lo sabía y no se sentía alentador.
Suspiró perdiendo la atención en las espaldas de aquel par que saludaban a Camille. Esa sociedad era una red de apariencias y verdades, una en la que ella acababa de caer sin remedio y que no creía tener la suerte de salir como ellos lo lograron, porque de ella no se sale ileso, lo sabía bien.
—Eh, felicidades. Hermosa ceremonia —escuchó. Era el otro Walker: Cris, con su esposa Sophie, amigo de su ahora marido, el mismo que había visto en su hípico, semanas atrás. Ahí todos se conocían, no había remedio, casi bufó, en cambio les sonrió porque la verdad le caían bien.
Más personas desfilaron, políticos, alguna personalidad influyente, amigos de su carrera, conocidos que le importaban un carajo, más empresarios como los Andrews, o el mejor amigo de Kylian, Wagner Liens, junto a su esposa, Carry. Se saludaron con gusto, conversando un poco. Y así continuaron saludando.
Samantha estaba exhausta, actuar agotaba y no entendía como actrices tipo Scarlett Johansson o Charlize Theron, lo hacían su profesión, qué putada la verdad. El planeador de la boda los dirigía y ella se limitaba a seguir sus órdenes, después de todo le importaba un carajo el evento que su flamante marido había orquestado.
Pronto quedaron solos a la espera de que los anunciaran. Kylian no habló, en cambio se dedicó a observarla. Lucía dispersa, pero no nerviosa, si acaso cansada, aun así lista para hacer lo que debía. Lo cierto es que en todo ese tiempo no había visto ni una mirada tierna, tampoco un gesto ingenuo como los que la caracterizaban, o imprudente, impulsivo.
—Podríamos irnos si quieres. Total, ya todo está pagado. Fugarnos de una buena vez de este lugar. Nadie nos juzgaría —se escuchó decir, osado. La joven que paseaba la mirada por el lugar, por su vestido, enfocó su mirada índigo en la suya gris.
—¿Ahora eres comediante? No te queda, te aviso. Y no, aquí hay un papel que cumplir, no cambies las reglas, firme la idiotez esa, ¿te acuerdas? —lo desafió con una tranquilidad que lo desconcertó, aunque enseguida lo ocultó encogiéndose de hombros.
—Alguien está al borde de sí misma —murmuró con los brazos cruzados sobre su pecho. Samantha lo imitó, recargando su peso en un pie.
—Una boda y un marido corto de miras, no me ponen borde, Carig, se necesita mucho más.
—¿Ah, no? —replicó entre divertido y cabreado pero definitivamente entretenido con aquello.
—Nop, señor sabelotodo.
—¿Entonces? —preguntó interesado, atento a sus preciosas facciones. Ella alzó una ceja y levantó el dedo índice pidiéndole con ese gesto que se acercara. No lo dudó, lo hizo. La joven sujetó su hombro con fuerza y se agachó, al tiempo que se quitaba un puto zapato del demonio. Enseguida dejó salir un suspiro cargado de alivio—. ¿Qué haces? —replicó él, arrugando la frente, pero ella se limitó a quitarse el otro y aventarlos bien lejos, sin una gota de cuidado.
Enseguida se masajeó los pies.
—Esas cosas son un instrumento de tortura, en serio son una putada, yo estoy segura de que en la Edad media o la Inquisición los usaron —gruñó relajando el gesto. Kylian no supo si reír o contemplarla tan tranquila, al fin.
—Estamos listos, señores Craig —escucharon en la puerta. Ella se enderezó sonriendo ampliamente, soltándolo para alisar el vestido, escondiendo el malestar generalizado que le provocó escuchar "señores Craig". Señores Craig su... Mejor continuó sonriendo, quizá sí estaba un poco borde, o mucho, qué más daba.
—Vamos —lo instó con frescura.
—Ahora vamos —dijo Kylian, mirándola—. Ponte los zapatos.
Samantha frunció la boca haciendo un puchero, se puso de puntillas y sujetó su barbilla.
—Solo puedo soportar una tortura a la vez, Hades, casarme contigo es más que suficiente, así que ni de coña me pondré esos jodidos zapatos, mi amorcito —declaró sonriente, pretendiendo alejarse.
Kylian sintió la sangre hervir. Estaba llevando las cosas muy lejos y la detuvo de la muñeca, mientras el planeador los observaba, desconcertado.
—Póntelos, ahora —ordenó. Samantha se zafó con brusquedad, acercándose de nuevo para darle pelea.
—No. Y acostúmbrate a esa palabra, porque la usaré cada vez que me dé la puta gana —aseguró saliendo de ahí. Kylian respiró con fuerza, apretando los puños. No era posible que unos jodidos zapatos lo pusieran así, pero es que mierda, lo estaba provocando y el cayendo redondito.
—¿Señor? —lo llamó el hombre, impaciente. Éste pasó a su lado y la interceptó antes de que diera la vuelta sola en el pasillo que los comunicaba a la recepción, donde la música ya los esperaba para darles entrada. La rodeó por la cintura con firmeza pegándola a su cuerpo con posesividad.
—Úsala, pelirroja, adoro los desafíos —avisó en su oreja, logrando con ello que la joven girara el rostro, cosa que aprovechó y para plantarle un beso como Dios manda, el mismo que ella no pudo repeler y que hizo temblar sus piernas.
¡Mierda!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top