⋆ 45 ⋆
El hombre, aturdido, la tomó por el cuello y la besó con necesidad. Samantha, tensa, porque se sentía en el filo de su voluntad, luchó contra su impulso, ese mismo que le exigía tomarlo por el cabello y someterlo a sus labios de una maldita vez, en cambio, movió su taza y la vació entre los dos, fingiendo asombro.
Kylian, al sentir la bebida caliente sobre su pecho, retrocedió de inmediato. La joven, agitada, se levantó porque la mitad del líquido había caído también sobre sus piernas.
—¿Estás bien? —preguntó él de inmediato, aguantando su propio dolor. La mujer asintió alzando la tela para que no se le adhiriera, tensa.
—Lo siento... —se disculpó enseguida pero el hombre la observó y sonrió entornando los ojos.
—No, no lo sientes, pero me alegra que sea así. Ve arriba, seguro encuentras algo que ponerte mientras Gina lava ese vestido —replicó divertido porque no era idiota, lo hizo apropósito y eso le encantó por lo que me implicaba.
Samantha sabía que decir algo, la haría caer en su propia trampa.
—Prefiero ir a casa, ¿ni no te molesta, Kylian? —murmuró fingiendo docilidad.
—Me molesta, ve arriba, te llevaré un ungüento para que no te inflame la piel —insistió, midiéndola. La pelirroja respiró hondo.
—No ocurrió nada, nos vemos mañana —replicó aquel día dejándolo solo, en el estudio, con una sonrisa cargada de picardía.
Una llamada de Lasha, lo sacó de aquel recuerdo, la atendió enseguida, ansiando saber lo que su hermana podría decirle, esperando un avance.
-*-
La boda sería al día siguiente. Simplemente no lo podía aceptar.
Las tres pruebas del vestido que transcurrieron en esa semana, mismas que le daban igual, pero que su madre agendó para que no pasará un incidente de último momento; se podía bajar de peso, subir, lo que fuese y no dejaría ni un detalle fuera de su lugar, así era Madelene y Samantha lo sabía, las recordaba como una puta pesadilla.
Esa semana, más que todas las otras, la hizo sentir hundida, muy hundida. Un sinsentido la envolvía, mismo que se empeñaba en ocultar para que nadie sospechara nada, reemplazándolo por sonrisas desbordadas todo el tiempo, hiperactividad y entusiasmo. Eso era agotador, más de lo que una vez pensó.
Vio a Kylian muy poco con el pretexto de que los pendientes eran demasiados, después de aquella tarde en su casa, donde había fracasado en ocultar lo que verdaderamente la movía, prefería tenerlo lejos, muy lejos si fuera posible.
Durante las noches le costaba dormir, fantaseaba con que el gran día se viera arruinado, que él no asistiera y entonces, para lo que todos sería un fracaso y un insulto, para ella significaría haber logrado doblegarlo.
Pero sabía que eso era imposible, su próximo marido no daría ni un paso atrás, había calculado cada detalle. La agencia que planeaba la boda tenía instrucciones precisas, mismas que le importaban un comino, pero que su madre tenía bien claras, pensando, de forma equivoca, que eran las que Sam y Kylian habían solicitado, porque la realidad era que Samantha en nada opinó, esperando conseguir en él una reacción, claro que no la obtuvo, en cambio, los planes seguían en marcha.
La noche anterior, después de una extenuante despedida de soltera que su madre había organizado en un salón del club, donde sus amigas y demás mujeres de sociedad asistieron, se sentía abatida.
Fingir era espantoso. Mentir, era más fuerte aún, dolía incluso tal como notó cuando Keyra, su mejor amiga y a la que veía muy poco a últimas fechas, la cuestionó días atrás, y esa misma noche.
—Sé que estás entusiasmada, que te gusta muchísimo, S, pero es precipitado —intentó hacerle ver, mientras la acompañaba a comprar unos guantes de boxeo, los anteriores los había roto después de haber querido deshacer el saco a golpes.
Samantha sonrió quitándole importancia.
—Ocurrirá, K, no hay más.
—Sí, OK, pero por qué. Tenías esa beca, ¿ahora tomarás los cursos aquí? ¿Dejarás las cuentas de BranLand? Eres buena en esto, podrías ser mejor. Si tan solo se dan el tiempo, se conocen más.
—Seguiré con BranLand, tomaré ilustración, pero aquí. No renunciaré a lo que quiero.
—Lo estás haciendo. La Samantha que conozco, jamás tomaría una decisión como esta, nunca.
Eso hizo que se detuviera y la observara.
—Esa chica, K, ya no está. Me casaré con él, por favor, apóyame, solo eso. ¿Es tan complicado? Yo te apoyo en todas las cosas que se te ocurren —le recordó. La morena se sonrojó, asintiendo vencida pues si alguien era cómplice de su vida era ella.
—Te apoyo, lo sabes.
—Bien, entonces enfócate, necesito unos nuevos para hoy —murmuró revisando los guantes que tenían enfrente es aquella tienda deportiva. Keyra suspiró y tomó unos negros, pequeños.
—Esto son tu talla —dijo, tendiéndoselos, observándola con atención. Su amiga no era la misma, había cambiado, en semanas la había visto pasar por todos los estados de ánimo, ya no sabía que esperar, solo que esa boda tan precipitada era ridícula, eso lo llevaba claro.
Sam, en la ducha, de noche, se encontró sentada rodeando sus piernas, sollozando. Ansiaba escucharlo decir que quería hacer las cosas de otra forma, de la correcta, incluso le había mandado un mensaje, el último, se dijo.
Pelirroja: Es tu última oportunidad para hacer las cosas bien, escapémonos.
Él tardó en responderle, durante todo ese tiempo no soltó el celular, temblorosa, ansiosa, mordiéndose una uña, misma que no tendría arreglo.
Hades: Mañana seré el que esté en el altar. Descansa, pelirroja.
La joven dejó salir un sollozo ahogado, apretó los dientes y aventó el celular a la cama, frustrada, herida e impotente. Acababa de llegar de la cena con todas esas amistades que le importaban una mierda, vestida con aquellos vestiditos ridículos que en nada la favorecían o identificaban.
Se sentía furiosa, frustrada, impotente, tanto que se lo arrancó y maquillada entró a la ducha. Ante sus padres era la mujer más feliz de jodido universo, por dentro sabía que se estaba rompiendo.
No durmió nada, por supuesto las ojeras aparecieron por la mañana, siendo tan blanca, era imposible que no se notaran. Le dio igual, porque aunque sabía que Madelene pondría el grito en el cielo, ella fingiría –ya era experta en eso- que no había podido dormir de los nervios, después de todo era algo normal, ¿no?
Su ropa había sido empacada, no tomó toda, solo la que creyó necesitar, para el ridículo viaje a su dichosa casa griega, donde estarían un maldito mes. Su madre, siendo consciente de la premura, le aseguró que se haría cargo de que sus cosas llegaran al penthouse antes de su regreso, cuestión que coordinó con el ama de llaves y ésta, a su vez, con el personal de Kylian.
Estaba a horas de convertirse en la muñequita estúpida que ese bastardo deseaba cuando tocaron la puerta, seguro era su madre, se dijo, pero apareció Camille, para su sorpresa. Lo observó arrugando la frente, desconcertada.
—¿Puedo? —preguntó cauto, sin entrar, simplemente asomado. Iba tan solo con vaqueros y una camiseta de algodón, el cabello sin peinar.
Eso era extraño en él, aunque le agradaba más cuando dejaba afuera su envergadura fría y pragmática. Su hermano mayor era guapísimo, ridículamente inteligente, rico, pero solo, siempre parecía estar muy solo y no lograba comprender la razón.
—Sí, Cam, pasa —murmuró desenredando su cabello. Él se acercó, estudiándola, luego de cerrar la puerta y dejó salir un suspiro al verla pelear con un nudo. Le quitó el cepillo con tranquilidad deteniendo su mano.
—¿Por qué, Sam? —soltó de pronto, mirándola con fijeza, buscando algo en sus ojos.
La joven pestañeó atolondrada. El cabello caoba de su hermano, cubría su frente haciéndolo ver más joven, fresco, pero no se dejaba engañar pero esa imagen pacífica, casi desenfadada, el mayor de los Streoss era todo menos eso. Enseguida su corazón sufrió una embestida, temiendo por un segundo que él hubiera dado con la verdad. No lo dudaba, Camille tenía un sexto sentido para todo, además era observador, silencioso y certero. Que estuviera ahí, ese día, ya era mala señal en realidad.
—¿Por qué, qué? —replicó desviando la mirada, tomando el cepillo de nuevo, pero él se sentó en cuclillas frente a ella y evitó que retomara la pelea con su cabello.
—¿Por qué te casas con Craig?
La joven acostumbrada a esa pregunta a últimas fechas, respiró hondo, aunque sus palmas sudaron, lo ocultó
—Estoy enamorada de él, Camille —admitió sin mentir, porque ya no tenía fuerza para hacerlo. No se casaba por esa razón, para nada, pero sí sentía eso por el jodido rey del infierno y decirlo ayudaba a sentirse menos mal.
El hombre ladeó el rostro, evaluándola. La respuesta no parecía convérsenlo del todo.
—Entiendo que estés enamorada, pero ¿casarte? ¿Tú?
Su hermana se encogió de hombros sonriendo y fingiendo inocencia.
—Cuanto te enamores, me entenderás —murmuró con simpleza. Camille apretó la quijada, tenso, enseguida se sentó a su lado. Eso no pasó inadvertido para Sam, que era ahora quien lo estudiaba—. ¿Estás... estás enamorado? —curioseó atenta.
—No estamos hablando de mí, huracán. Sino de ti —le recordó regresando a la misma postura controlada de siempre.
—¿Quién es? —quiso saber ella, juguetona, provocándolo. Era mejor cambiar el tema, y que fuera él el blanco de preguntas, sí eso le pareció mejor.
El hombre arrugó la frente.
—No te hagas ideas. Sabes que no tengo tiempo para eso —aseguró con tono neutro, casi frío. Su hermana lo observó torciendo la boca.
—Casi me da tristeza ese alguien que se llegue a enamorar de ti, hermano.
—Soy un gran partido —argumentó con tono gruñón, pagado de sí, sonriente.
—Para quien no desee ser una prioridad en tu vida, sí, sin duda. Lo bueno es que de esas abundan.
Camille arqueó una ceja castaña, sacudiendo la cabeza.
—¿Cómo terminamos hablando de mí?
—Viniste de metiche. Ahí están tus respuestas —replicó con suficiencia. Camille sonrió, luego la tomó serio por los hombros. Samantha pasó saliva, porque sabía bien lo que le diría y ansiaba abrirse a él, pero temía y no podía arriesgarse.
—Si algo ocurre, lo que sea, puedes confiar en mí. Samantha. No soy un niño, no permitiría que nada malo pasara, a nadie de esta familia, a ti menos. ¿Me crees? —preguntó con cierta urgencia.
Ella quería decirle que ¡sí! Y gritarle de una vez lo que pasaba, en cambio asintió mirándolo con picardía, esa actitud lo despistaría.
—Estás muy sentimental, Cam, eso es raro en ti —murmuró sonriendo.
Camille no le regresó el gesto, así como tampoco cayó en su trampa, eso la alertó, en cambio tenía bien clavados sus ojos, eso iguales a los de su madre, en ella, sin soltarla.
—Solo dime que me crees, que sabes que estoy para ti, Samantha —insistió. La joven asintió pasando saliva, tensa.
—Sí, lo sé, Camille, estás paranoico —consiguió decir, con voz un tanto ahogada. Éste asintió un poco más tranquilo, acercándola a su cuerpo. Samantha lo rodeó con fuerza, enseguida, correspondiéndole.
—Mereces lo mejor del mundo, no te conformes con menos. Te amo, hermanita —murmuró dejándole un beso en la sien, para luego salir de su habitación. Lo observó irse y no pudo hacer nada porque su madre ya entraba, resplandeciente, aunque también ojerosa. Alguien más no había dormido en casa, comprendió dejando salir un suspiro mientras apretaba el cepillo, contenida.
En unas horas sería la esposa de Kylian Craig, y ya nada tendría retorno, asumió con el pecho apretado.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top