⋆ 44 ⋆
Tres semanas transcurrieron desde ese momento en el que Kylian pasó por ella y fueron a cenar a un sitio de los que a Sam prefería; no ostentoso, agradable, con música de fondo moderna, relajado en resumen, pero nada fue igual a lo anterior.
Él había contratado a chico experto en bodas, habían concretado algunas reuniones los tres, mismas en las que ella se mostraba distraída y poco interesada en general, pero cuando su prometido intentaba reñirla por eso, la joven le sonreía con delicadeza, argumentando que no tenía idea, que confiaba en sus decisiones. Eso lo ponía peor.
Las cosas no estaban siendo sencillas, meditó Craig, desde el asiento de su oficina, con la cabeza echada hacia atrás y la atención perdida en el techo las manos entrelazadas en su firme abdomen.
La pelirroja durante todos esos días se había mostrado accesible, a todo decía que sí sin chistar, aceptaba salir a diario con él, permitía que la tomara de la mano, que se acercara incluso en la intimidad, sin embargo, la percibía distante, ajena y fría de cierta forma por lo que se encontró espaciando los encuentros con ella.
Era como si la mujer del inicio se hubiese desvanecido y en su lugar estuviera una preparada para complacer, para ajustarse a lo que él dijera, quisiera, incluso ordenara.
No propiciaba el sexo, tampoco lo repelía, le permitía hacer, dejándose llevar por sus caricias, por su deseo, respondiendo a él, pero solo eso; no había intensidad, ni exigencia, tampoco esa mirada cargada de fogosidad y ardiente anhelo, era como si se hubiese aislado y le hubiese cedido el control de la relación.
¿Lo peor? No podía decirle nada sin sonar ridículo, porque venga, su prometida no generaba ningún problema como al inicio, tampoco se ponía difícil u obstaculizaba sus planes, al contrario y, paradójicamente, eso lo tenía envuelto en una bruma molesta, dándole vueltas a los mismo como un crio.
Lautano y todos sus escoltas, recibían de Samantha aquel trato chispeante, carente de formalidad o exquisita educación, pero cuando se trataba de él, se convertía en la florecilla de sociedad que al inicio creyó que era.
Echaba de menos su energía ocurrente, sus sonrisas cargadas de perspicacia, su manera de entregarse aguerrida, exigente y suave a la vez.
Ya la había llevado al muro de su casa para que escalaran, como tanto le gustó durante aquellas semanas, pero alegó que llevaba vestido, iba alaciada y estropearía su vestimenta, así que salió sonriendo con elegancia. Cabreado por esa pantomima la encontró en la cocina, hablando con el ama de llaves.
—Gracias, Gina, seguro nos llevaremos muy bien, tengo mucho que aprender. Confío en que tú me ayudes para conseguir adaptarme a lo que se espera de mí en este lugar, después de nuestro matrimonio.
—Será un gusto, señorita Streoss —escuchó que le decía la mujer que se hacía cargo del penthouse con suma eficiencia.
Apretó los puños. No, no quería eso de Samantha, pero entonces, ¿qué carajos quería de ella? Su actitud era intachable, la esperada incluso y eso lo cabreaba sin remedio.
Añoraba escucharla reír con desgarbo, gritar, corretear, provocarlo, sus respuestas cargadas de veneno e ironía, su energía burbujeante, esa misma que lo despertaba recordándole aquello que solía ser, el hombre que enterró durante tantos años y que a su lado, sin entender por qué, emergió y que ahora era tan complicado acallar.
Se asomó molesto, debían hablar. En una semana sería la boda, no había marcha atrás, gracias a todo eso, Londo y él habían sostenido una conversación bastante interesante donde Kylian se aseguró de que no dudara de sus motivaciones para casarse con su hija, pero en la que estuvo de acuerdo de que las cosas, por lo mismo, no podían continuar igual, debido a ello el padre de su futura esposa le propuso, un tanto derrotado darle acceso a la empresa, poniendo como condición la discreción; no deseaba sembrar desconfianza entre sus empleados.
La realidad es que no imaginó esa respuesta de aquel hombre, pero sabía que sí iba directamente relacionada con su boda. Así que, si todo marchaba bien, dentro de poco tendría al responsable del desfalco, Mathia, su socio, tendría su dinero y el hotel conseguiría estar listo para las fechas acordadas. Y como si fuese poco, se haría de las acciones que tanto deseaba.
—Samantha —la nombró con autoridad, ambas mujeres voltearon. La mayor lo saludó con asentimiento de cabeza, la otra solo lo observó, aguardando, serena. Llevaba un maldito vestido malva, recatado, dulce... No, eso no iba con ella, porque aunque lucía preciosa, pues lo era, no la reflejaba en lo absoluto. Para esa mujer los colores vivos u oscuros, que contrastaran con su piel clara y pecosa, eran los mejores—. Vamos a mi estudio —pidió ecuánime, o intentándolo.
Ésta asintió.
—¿Podrías mandarnos café, Gina? —solicitó como lo haría la mismísima Madelene. Sam se sintió orgullosa, si la escuchara su madre sabía que se sentiría orgullosa de sus modales.
—Por supuesto.
—No quiero café —gruñó Kylian, casi infantil. Samantha le sonrió de esa jodida manera que últimamente usaba: política, contenida, fingida.
—Yo sí, Gina. Te lo agradezco —murmuró con exquisita finura y pasó frente a él contoneando las caderas delgadas, esas que conocía perfectamente y que sabía cómo se podían llegar a mover sobre sí demandando más.
Apretó los puños, ansiaba verla indomable, bravía.
Kylian se pasó las manos por el cabello, alborotándoselo y la siguió. Cuando estuvieron frente a la puerta, ella aguardó con las manos frente a sus caderas. Éste arqueó una ceja.
¿Era en serio? La mujer de antes odiaba que él hiciera las cosas por ella. Gruñó y abrió la puerta dándole el paso. Samantha avanzó, se sentó con recato y la espalda erguida en una de las elegantes sillas, frente al moderno escritorio.
El hombre cerró la puerta con fuerza, buscando una reacción en su prometida, pero esta se mantuvo imperturbable. Muy irritado, demasiado, no pudo contenerse más; se acercó a donde estaba la pelirroja, hizo girar su silla colocando las manos en los reposabrazos y aproximó su rostro al de su mujer, serio.
Enseguida notó su desconcierto, esa chispa asomarse en sus fantásticos iris índigo.
—¿Cuánto más? —rugió casi sobre su rostro.
—Cuánto más, ¿qué, Kylian? —preguntó serena. Éste, en respuesta, apretó más las manos.
—Esta puta pantomima —replicó colérico, contenido.
—¿Pantomima? ¿Podrías explicarte? —prosiguió de forma suave.
Resguardarse durante esas semanas había sido agotador; llegaba a casa exhausta, arrancándose la ropa con irritación, se ponía unas mallas y al día siguiente sacaba todo en sus entrenamientos de boxeo o con los pobres chicos, a los que no les daba tregua.
En una ocasión él llegó de sorpresa, como antes, a las clases de futbol que impartía por las tardes, pero dejó de hacerlo cuando la joven, sonriendo, le dijo que no podía tocarla hasta que estuviera limpia y presentable evitando sus labios, así que se subió a su auto y condujo a su casa, en vez de a la de él, que eso imaginó que ocurriría, varios minutos después bajó vestida lista para cualquier ocasión; ya no había vaqueros, tops, solo vestidos cuidadosamente elegidos.
Su prometido estaba hecho una furia, pues juró que irían directamente a su apartamento, pero no contó con que ella haría lo contrario y bajaría lista para una noche sobria y elegante.
Kylian en esa ocasión buscó discutir, como venía intentándolo desde hacía unas semanas, pues se percataba de su actitud opuesta a la de antes, pero cuando la reñía, ella le hacía ver que no entendía su punto y le preguntaba, de manera dulzona, ¿qué hacía mal? Éste bufaba quedándose más frustrado. Y ahí iba de nuevo...
—Deja de fingir, no eres ni el asomo de lo que fuiste las primeras semanas, cambiaste después de aquella noche en la playa... —le recordó logrando con ello que su propia garganta doliera porque jamás podría olvidar esa jodida noche, fue hermosa y decepcionante a la vez.
Había cedido a su impulso, porque eso ocurría con esa beldad de cabellos cobrizos, pensando que la noche sería inolvidable, placentera y que Samantha era la indicada para presentarle otra parte importante de él. No es que hubiera errado, era que no había salido como deseó
—¿Hay algo que quieres que cambie, Kylian? —preguntó solícita, como si estuviera verdaderamente dispuesta a ser lo que ese hombre deseara. La joven notó de inmediato cómo una vena en la base de su frente se formaba. No sonrió triunfante, pero casi, aunque eso habría mandado a la mierda lo que pretendía.
—Sí —rugió el hombre, acercándose.
—Bien, dímelo y lo haré.
Entonces la sobresaltó soltando un gruñido hondo, alejándose de una, ansioso, pasándose las manos por el cabello.
—Eso, carajo —la señaló—. Esa no eres tú, lo sé bien. La Samantha que conocí hace unas semanas ni borracha respondería eso.
Ella lo observó tranquila, como si sus palabras le resultaran confusas. Sí, fingir ingenuidad y una pizca de estupidez, era parte del teatrito. Si Hades, por un segundo, pensó que todo le saldría como quería, estaba en un maldito grave error y se lo estaba demostrando, cada uno se hundiría en su fango, eso era definitivo, pero aunque se ensuciara, no lo dejaría limpio, claro que no.
—Lamento no ser lo que esperas, Kylian —murmuró bajando la cabeza, mordiéndose el labio de forma femenina.
—Nos casaremos en una jodida semana y te has convertido...
—En lo que buscabas de mí. No comprendo qué deseas que haga —refutó sin mirarlo, jugando con sus manos sobre su regazo, con timidez. Cualquiera de sus hermanos o amigos, estarían asombrados de su actitud, además de que, tal como él, no se la tragarían. Lo cierto es que no pensaba dar marcha atrás, ni loca lo haría, sin embargo a veces era complicado sostenerlo—. Al inicio estaba intentando revelarme a lo que impusiste, pero ya no. ¿Qué quieres de mí? —preguntó clavando los ojos en los suyos, con fuerza, una que aceleró la respiración del hombre.
Esa mujer era fuego, urgencia, exigencia, de ninguna manera docilidad, sumisión.
Sonrió acercándose de nuevo, perspicaz.
—Bien, pelirroja, crees que portándote de esta forma conseguirás algo, ¿no es así? Pues déjame te digo que sí, lo lograste: hacerte caer para que muestres a esa mujer de la que me estás privando y ocultas para fastidiarme, es mi siguiente proyecto, así que no te confíes. En una semana serás mi esposa y tú tendrás que ser más convincente porque no te daré tregua, querida paloma, volarás a mi lado, ya verás.
Ella le sonrió con timidez, aunque con una llama latiendo en su interior debido al reto.
—Crecí en una familia que me educó con esmero, que me instruyó para ser lo que se espera y me casaré con un hombre por esas mismas razones. Deberías ponerte de acuerdo contigo mismo, porque si esperas que haya más de mí, temo desilusionarte, ambos sabemos manejarnos en la superficie. ¿No es así? —lo desafió con tono calmo.
El hombre la observó con la respiración alterada, evaluando toda su expresión, cuando alguien llamó a la puerta.
—Adelante, Gina —habló ella, sin quitarle los ojos de encima. Éste se irguió frustrado. La mujer entró, sonriente, y le tendió su café.
—Espero que sea de su agrado —dijo con cortesía.
—Seguro será así, muchas gracias, Gina —respondió Sam, educada.
Al quedarse a solas, de nuevo, se miraron mientras ella daba un sorbo a su amarga bebida.
—Bien, Samantha, tú ganas. Por ahora nos mantendremos en la superficie, pelirroja —replicó decidido, luego se acercó otra vez, acorralándola—, pero te aseguro que no durará mucho después de la boda, haré que bucees.
—¿Y cuánto tiempo crees que durarás tú en acompañarme, querido? —contestó con una sonrisa de suficiencia sin poder contenerse porque el fuego que veía en su mirada ya la tenía húmeda en ciertas partes y eso la cabreaba e incitaba.
—Ya sabía que estabas ahí. Pero por ahora no pondré objeciones: finge, querida. Que no podrás sostenerlo mucho más.
—Tú lo has hecho por décadas, no parece tan complicado —refutó dándole un trago a su café, ecuánime pero satisfecha por la expresión de Hades al escucharla.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top