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PLAY LIST EN SPOTIFY - SOLO PARA MÍ / ANA COELLO
Serpentearon aquellas calles que conocía de toda la vida, pronto llegaron a la zona de lujosos restaurantes y se detuvieron en uno que no había visitado. La realidad es que no solía visitar ninguno de ese estilo salvo con sus padres. Le irritaba tanta pose, platillos pequeñísimos que debía uno alabarlos, aunque el estómago quedara ni de cerca saciado.
Bajó recibiendo su ayuda, sonriente, pero expectante. En la entrada la hostess la saludó con un gesto elegante.
-¿Señorita Streoss? -preguntó, ella asintió-. Por aquí.
La guio entre las mesas del interior, donde estaba lleno de comensales. Todo era madera, colores clásicos. A su padre le gustaría ese sitio, determinó. La mujer se detuvo en las escaleras del fino lugar.
-Pase, la esperan -apuntó estudiándola.
Ella asintió agradecida y subió, despacio, controlándose para no correr, aunque con esos zapatos de todas maneras le sería imposible, era malísima para los tacones, no solía usarlos, salvo cuando la obligaban.
¿Qué diría su padre si supiera dónde estaba? Hizo a un lado ese pensamiento, por el momento no tenía ni sentido pensarlo.
Cada escalón que subía su corazón aumentaba su pulso. La música de un violín se dejó escuchar, suspiró. Al llegar dio con él enseguida, no había nadie más, solo un par de meseros, además de lo que supuso eran... escoltas.
Pestañeó.
Una mesa al centro, al fondo una cascada artificial en medio de una enredadera frondosa. Dios, ese hombre no se medía, comprendió aun sin avanzar, observando su alrededor.
La música cesó y entonces él, que hasta ese momento no había reparado en ella, giró. Sus miradas se toparon y una onda cálida que erizó su piel desde los pies hasta la cabeza apareció. Pasó saliva.
-Buenas noches, Samantha -la saludó, levantándose con elegancia, dejando sobre la mesa aquella servilleta de tela, de forma masculina.
Se obligó a sonreír y avanzar.
-¿Era necesario todo esto? -dijo a cambio, acercándose, haciendo a un lado la formalidad. De todas maneras, no era algo que ella soliera emplear.
Él también había dado un par de pasos en su dirección.
-Creo que es lo justo, nada más -reviró moviendo una silla a su lado, con un gesto galante.
La pelirroja pestañeó, solía exasperarle esos rollos de caballerosidad, pero en ese momento le pareció... sensual que lo hiciera.
Mierda, no eso no estaba bien, se repitió.
-Vaya, te gusta apantallar -soltó sin filtro, sentándose con delicadeza, o con la que logró.
Kilyan la observó desde su altura, acomodando su silla con elegancia. Esa melena rojiza lucía suave, natural también. Y ese aroma. Lo recordaba vagamente de aquella tarde. La verdad era que se había fijado en ella sin remedio, como algunos otros, pero no tanto como cuando se estrelló con su pecho. Tenía los ojos color índigo, pecas por todo el rostro y esa melena pelirroja que lindaba en lo rubia, tan llamativa.
Era hermosa, sin duda. Lo cierto es que aquel día, en esa dichosa fiesta, lucía un vestido melocotón que no le resaltaba mucho, no como ese negro que la hacía ver... sensual.
Por otro lado, sabía que todo aquel tipo de teatro a las mujeres les encantaba, ella no era la excepción, advirtió al percatarse de cómo estudiaba su entorno, aunque dudaba que no conociera ese sitio, era de los más concurridos.
-¿Así que te apantallé? Bien por mí, era la idea -admitió con un dejo de cinismo. Se ubicó frente a ella, ecuánime.
-Bueno, es raro que alguien alquile la mitad de un restaurante de moda para cenar con una mujer por primera vez, ¿no lo crees? -expuso acomodando su servilleta sobre las piernas, mientras un mesero le servía agua de forma discreta.
-Solo cuando lo amerita -repuso alzando una de sus castañas cejas. Samantha no estaba en lo absoluto acostumbrada a esos flirteos. Definitivamente ese hombre le daba varias, o muchas vueltas, eso sin contar con que ese tipo de situaciones era de las que solía huir.
-Me alagas -expuso buscando sonar serena, menos inexperta en todo aquello.
-Imaginé que estarías habituada -apuntó alzando una ceja a la vez que le ofrecía un poco de vino que ella declinó.
Éste sonrió. Típico. La fingida inocencia no podría faltar.
-¿Debería? -instó a cambio, dándole un sorbo delicado a su agua.
Kilyan continuaba estudiándola, era tal como todas. Se abstuvo de rodar los ojos. Bonita, inteligente podía apostar que lo necesario gracias a sus respuestas, aunque aún no lo podía asegurar y era hija de Londo Streoss, eso era lo único que importaba para él, lo demás, eran añadiduras que hacían la tarea menos insoportable.
Un buen revolcón cada tanto con ella no sería un martirio en lo absoluto, aunque imaginaba que tampoco sería todo placer... Daba igual, para eso había mujeres reales con las que no tendría que cumplir, ni ellas con él.
-Definitivamente, una mujer tan hermosa debe tener una lista larga de pretendientes que se desvivan por asombrarla -expresó recargándose en el respaldo, relajado. Samantha se ruborizó, sintió la boca seca y se obligó a darle otro trago.
-Bueno, gracias, supongo -logró responder-. Aunque no es así en realidad.
-Me apena escuchar eso.
-A mí no, lo que me lleva a preguntarte, ¿por qué todo esto? ¿Piensas coquetear conmigo, Kylian? -soltó como si nada, desconcertándolo un poco por su franqueza.
Sonrió de forma torcida, bebió un poco de su vino sin dejar de observarla, sabiendo que con ello él tenía el control, no ella.
-¿Por eso viniste? -preguntó a cambio, sereno.
Sam sintió como su corazón iba un poco más rápido, pero logró hacerlo a un lado. No tenía idea de qué hacía ahí, lo único que sabía era que, de no haber ido, se habría arrepentido. Ese hombre la intrigaba mucho más que ningún otro jamás.
-Vaya, parece que las preguntas serán nuestro método de conversación.
-Podría, pero no, te aseguro que no lo serán. No me gusta andar con rodeos, soy un hombre directo, que me gusta ir al grano -aseguró, irguiéndose un poco, postura que la hizo sentir pequeña en comparación, muy pequeña en realidad.
Se aclaró la garganta y se irguió también, arqueando una ceja. Se le daba pésimo el rollo de femme fatal, pero sentía que no podía mostrarse como quien realmente era. Kilyan no buscaba una mujer como ella... si no lo contrario, comprendió de pronto y la realidad era que Samantha tampoco quería a un hombre tan predecible y convencional.
De lo único que estaba sirviendo su atrevimiento de haber acudido era para corroborar que con Cash no había nada y que quizá era hora de dejarlo estar. No se lo había planteado antes, pero en ese momento, sintiéndose tan consciente de sí frente a alguien como él, lo tuvo claro y la destanteó.
Hasta hacía unos días creía que era el ideal, aunque su familia lo veía como alguien a quien soportar. Quizá en ese justo momento supo la razón.
Entornó los ojos, acomodándose, intrigada.
-Por mí no te limites, lo prefiero. Que esto -dijo señalando el lugar- cobre sentido -propuso un tanto desafiante.
Kylian tomó otro poco de su vino, sin quitarle los ojos de encima, sonriendo de forma torcida. Quizá no fuese tan sosa, aceptó para sí.
-Sabes quién soy, también sabes que tu padre me debe mucho dinero, demasiado, a decir verdad -soltó relajado, recargado de nuevo en su respaldo, gozando de cómo ese bello rostro le mostraba tal cual lo que esperaba.
Después de todo no estaba tan errado: ella lo sabía. Mejor.
Samantha, incómoda, se removió en su asiento, sin poder disimular su asombro y, la forma pedante en que lo dijo, le dejaba bien claro que, en efecto, iba al grano.
No, no debía estar ahí, o quizá sí. Respiró profundo, luego ladeó la cabeza y le regresó la mirada escrutadora.
-En algo te equivocas, no tengo ni la menor idea de quién eres, pero sí, estoy al tanto de que sostienes negocios con mi padre -reviró buscando por todos los medios sonar calmada, aunque sus mejillas hervían.
El hombre meneó el líquido de su copa, lento, con aquellas manos impolutas, grandes y bronceadas. Se obligó a concentrarse.
-Negocios no es la palabra correcta. Vulgarmente hablando: Londo me debe una fortuna, una que no tiene la mínima posibilidad de pagar.
-Vaya, ¿y entonces por qué se lo prestaste? -dijo a cambio, seria.
-Intereses -respondió estoico.
-¿Y armaste todo esto para...? -preguntó directamente. Tampoco era de las que se andaba por las ramas. Él sonrió con desgarbo.
-Quiero hacer un trato, uno que a tu familia le conviene y a mí. De esa forma todos ganamos.
Samantha arqueó una ceja, de alguna manera sabía que ese "trato" no sería ni por asomo algo agradable; su postura, su prepotencia se lo gritaba a todo pulmón.
-Vaya... ¿Será que me lo dices de una vez o esperarás?
-Depende.
-¿De qué? -se atrevió a preguntar, tensa.
-De si prefieres comer antes, o después... -la desafió.
Sabía bien que, al decirle, ella montaría un numerito de indignación, luego acabaría diciendo que sí. Esas mujeres codiciaban una alianza como esa, era la verdad.
-Comamos, entonces -sentenció fingiendo que se ponía cómoda, dándole otro sorbo al vaso, dejándolo un tanto aturdido, sin embargo, pidió al mesero que se acercara.
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