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Después de colgar la llamada, continuó con esa sensación incómoda recorriendo su cuerpo. Londo se escuchaba serio, pero lo entendía. Minutos atrás Samantha le mandó un mensaje avisándole que su padre ya estaba al tanto, así que podría llamar. No tenía idea de cómo fue todo en su casa, le preguntó directamente pero ella solo le respondió con un emoji de manito con el dedo pulgar arriba.

No, no lo resistió. Ya había hecho la reserva, su padre llegaría en unas horas, tomó el teléfono y le mandó un mensaje, tenía tiempo.

Hades: te espero aquí en media hora.

Esperó, Samantha lo leyó pero no respondió. Su corazón martilleó como nunca lo había hecho, quizá solo recordaba eso en alguna emoción de antaño, cuando las responsabilidades no lo habían consumido.

Algo no iba como debía, sí entendía que darle el anillo el día anterior la había dejado un poco en shock, pero su actitud no era lo que esperaba, aunque realidad no se había puesto a pensar en cómo ella reaccionaría. Lo cierto es que no quería llegar a la noche con esto a cuestas, necesitaba verla.

Se fue a aquel lugar, en la playa. Algo, durante ese tiempo, había aprendido de ella; si buscaba asombrarla debía irse directo a lo simple, o entonces se alejaba.

Se sentó cerca de uno de los muelles. Ya empezaba el clima a ser agradable, mayo estaba por terminar. Observó pasear a las personas con sus mascotas, perros, familias, parejas tomadas de la mano. Aguardó sin zapatos, iba en vaqueros roídos, con el cabello libre de artilugios y un suéter claro, ligero. Aspiró aquel aroma salino que tanto le gustaba, a veces echaba de menos las playas de Grecia, pero se conformaba con estar frente al mar.

A unos metros estaba la estructura de uno de los muelles, en unos meses más se organizarían ahí las fogatas universitarias y aquello estaría a rebosar.

Aguardó, ya habían pasado cuarenta minutos, comenzó a tensarse. ¿Qué mierdas? Era un hombre de treinta años, alguien que había logrado vencer las vicisitudes que la vida le colocaba enfrente, cada jodido reto, los desafíos, pero esto se sentía diferente, tan diferente.

No quería que las cosas cambiaran, de alguna manera la forma que habían estado tomando le agradaban, y si bien no era amor, se sentía como algo con lo que podría vivir, como algo con lo que no estaba dispuesto a dejar ir.

—¿Qué ocurre? —escuchó, alzó el rostro enseguida. Samantha estaba ahí, a un lado, descalza, llevaba un dulce mono de pantalón largo y tirantes, con un suéter ligero que cubría sus hombros pecosos y cremosos. Su cabello rojizo iba recogido en un moño mal hecho, sin maquillaje.

Joder, le gustaba, esa mujer le gustaba bastante.

Su corazón revivió al tiempo que se relajó con tan solo saberla ahí. Eso era raro. Se encogió de hombros.

—Ayer algo te fastidió —soltó sintiéndose extraño con ello.

La joven no se movió de su lugar.

—No, nada —mintió observándolo. Kylian asintió serio.

—Alguien debe decirte que mientes muy mal —expresó sin encararla.

—No estoy mintiendo —refutó decidida.

El hombre al fin volteó, su mirada turbia lo descolocó. Se puso de pie, se acercó a ella de esa forma masculina, tan malditamente pagado de sí.

Samantha pasó saliva. Lucía más joven, accesible, incluso despreocupado. Eso era algo que había estado dejando ver a lo largo de esas semanas, pero solo cuando no se daba cuenta, cuando bajaba la guardia.

Kylian no soportó aquello, acarició su mejilla, notando la manera tensa en la que ella respondía, luego dejó vagar su mano hasta su delicada nuca, acaricio el crecimiento de su cabello.

—Mientes, y está bien. Debí hacerlo con mayor tacto. Lo lamento —se encontró diciendo aquello que hasta a él mismo sacó de su órbita, pero no se dio el tiempo para pensarlo y la aceró a sus labios. Necesitaba de su textura, de su sabor dulzón a mujer. La pelirroja dejó caer el bolso, porque de alguna manera con tan solo esas simples palabras había logrado que lo que sintió desde el día anterior, ese agujero que se abrió, se diluyera, se sintiera lejano.

Sujetó su camisa, presa del deseo que le despertaba, se puso de puntillas y abrió la boca para que sus lenguas se encontraran. Kylian sonrió sin alejarse, rodeó su cintura y la cargó para que quedara encima de su cabeza. El beso se profundizó mientras ella despeinaba su cabello, mordisqueando sus labios.

—Vamos a otro sitio —propuso acalorada. Pero para su sorpresa él negó y dejando besos pequeños sobre su boca carnosa. Sam arqueó una ceja, Kylian sonrió sintiendo como la ligereza lo embargaba, esa que solo había sentido que retornaba a lado de esa mujer.

—Quiero ir al acuario, ¿qué dices? —planteó entusiasmado. Tenían el tiempo justo para regresar y cambiarse para la cena. Samantha arqueó una ceja, acalorada.

—¿En serio? —quiso saber desconcertada, con su sangre recorriendo las venas, ardiendo por él. Éste asintió con frescura, como si de un chaval se tratara.

—Nunca he ido —aceptó. Ella sí, un par de ocasiones, entonces sonrió aceptando porque el plan de repente se le antojó tan normal que lo ansió.

—Bien, vamos al acuario —concedió sujetando sus manos, él notó la sortija alrededor de su dedo, pasó el pulgar sobre ella, pensativo.

—Podemos buscar otra, si esta no es de tu agrado —propuso sin comprender por qué decía esas cosas. Ambos miraron el anillo en torno a su dedo.

—Es lo que es, está bien —murmuró. Él acunó su barbilla, serio de repente.

—Pelirroja, a veces soy... soy...

—¿Insensible? —completó tranquila. Kylian torció los labios, ella sonrió por su expresión que demostraba su desacuerdo.

—No era eso lo que iba a decir.

—Oh.

—Práctico. Solo eso. Estoy acostumbrado a ello —se sinceró clavado en sus ojos índigo, ella lo observó atenta.

Le habría gustado que dejara todo aquello de lado; el matrimonio forzado y permitir que las cosas fluyeran entre los dos porque, de alguna manera, comenzaba a notar que aunque no se lo planteó de inicio, estar con Kylian no era difícil cuando se mostraba como era, en realidad era mejor que eso. Pero sí cuando se ocultaba tras esa manera de ser pragmática y esa, esa forma la lastimaba.

Lo cierto es que quizá comenzó a alberga la esperanza de que, en algún punto, lo comprendiera entonces todo podría ser diferente para ambos.

—Ya, vamos al acuario, debemos regresar para la cena —lo apremió. Él sonrió notando que la nebulosa que generó la noche anterior, se había disipado, tranquilizándolo enseguida.

Mientras él la llevaba en su espalda y ella señalaba cada animal marino, o se bajaba de pronto para acercarse a algún cristal, transcurrieron unas horas. Él leía atento cada explicación, Sam lo escuchaba, luego volvía a subirse en su espalda. El tiempo, inmersos en aquel lugar, logró que la tensión entre ambos desapareciera por completo. Se besaban cada tanto, tomados de la mano, el hombre rodeando su menudo cuerpo por la espalda, absortos en los estanques azulados mientras señalaba tal o cual animal, alegre.

Al salir tenían el tiempo encima.

—Lautano, qué llegue a tiempo —ordenó a su escolta, aventándole las llaves del auto de Sam que había quedado en aquella playa. Ella sonrió sujeta de su mano. Kylian buscó su boca, relajado de nuevo—. Gracias por estas horas, las disfruté —aceptó perdido en sus ojos, la pelirroja rodeó su nuca y lo besó.

—Me alegra, porque mi padre quiere matarte —soltó alejándose de pronto, dejándolo aturdido—. Nos vemos en un rato —se despidió corriendo para subirse al auto que Lautano ya tenía listo.

Kylian pestañeó nervioso. Pelirroja del demonio. Claro que lo querría matar, lo sabía, pero que se lo dijera con esa frescura, lo tensó.

Su padre, Karan, y él, llegaron puntuales al restaurante en el que había reservado. Éste, el día anterior, cuando le comentó que había mandado el avión para que llegara ese día, lo había asombrado, pero mucho más, cuando se enteró del motivo.

—¿Estás seguro, Kylian? Esto es muy precipitado —dijo mientras se anudaba la corbata. Su hijo asintió en el espejo del enorme vestidor.

—Sí, es ella.

El hombre entornó los ojos, se acercó y lo hizo girar.

—¿Esto es por lo que hablamos, por el trato que hicimos?

—En parte. Pero te aseguro que no me siento obligado. Es lo que quiero —aseguró acomodando las solapas del traje de su padre, luego lo miró a los ojos—. La boda será en un menos de un mes —le informó dejándolo helado.

—¿De qué hablas? No puede estar embarazada, ¿o sí?

—No hay embarazo, solo no vemos el motivo para postergarlo y tener esos compromisos eternos.

Su padre negó, alejándose. Serio.

—¿Qué está ocurriendo? Solo te pedí sentaras cabeza a cambio de yo dejar de enrollarme con más mujeres.

—Bueno, Samantha apareció justo en ese momento, así que nada. Esta es mi decisión, tú cumple tu parte —determinó.

—Eh, no debes seguir haciendo esto —gruñó Karan, atento a Kylian.

—¿Qué? —preguntó él, desentendido.

—No necesitas cuidarme, llevarlo tan lejos.

—No es por ti.

—No te creo, te conozco, sé lo que hice, estoy consciente de lo que generé en ti, de lo que te orillé años atrás a crecer, a convertirte, pero no más. Esta es tu vida, no haré más estupideces —prometió.

—No, no las harás. Así lo acordamos —respondió saliendo de ahí, impasible.

Karan lo detuvo por el hombro.

—Un matrimonio sin amor, es un castigo.

—Uno con amor, te consumió —le recordó con una frialdad que lo noqueó.

—No hables así —advirtió molesto.

Ya no era un niño, tampoco alguien que se dejara manipular, controlar. En realidad Kylian se había convertido en alguien inaccesible, que tomó todo lo que realmente era, lo encerró en su interior y creó una personalidad férrea, sí, pero también llena de control, frialdad, indiferencia, dejando de lado cualquier sentimiento, cualquier gramo de locura, de inquietud, se enterró a sí mismo.

Era consciente de que él lo llevó a ello, que fue el responsable de que se convirtiera en ese hombre al que nada le importaba si buscaba conseguir algo, pero cuando le propuso aquel alocado trato, semanas atrás, solo accedió por la esperanza de que realmente encontrara a esa persona que lo hiciera vibrar de nuevo, que bajara esas malditas defensas y murallas que había construido a su alrededor para no volver a mostrarse vulnerable nunca más.

Jamás imaginó que lo llevaría tan lejos, que buscaría casarse con una chica de sociedad, educada de esa manera en la que lo terminaría de perder por siempre, en la que Kylian jamás volvería a ser quien era en realidad, porque sí, sabía que de alguna manera, él, su hijo, seguía ahí, muy en el fondo continuaba ahí.

—Es la verdad. Y peor, después de eso no has parado de buscarlo, como si alguien fuese a hacerte sentir lo que sentías con ella. No ocurrió y sí has perdido mucho en medio, demasiado. Así que dejemos esta conversación. Samantha Streoss es la mujer que quiero de esposa. No hay más —zanjó bajando las escaleras, dejándolo pasmado.

Apretó los puños asintiendo, arrepentido como nunca antes. Sí, fue débil y Kylian se había empeñado a jamás serlo, pero eso era aún más peligroso, porque cuando las vulnerabilidades se guardan tan celosamente es porque son aún más frágiles.

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