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Se desvistió quedando tan solo en bóxer, agotado. Entonces una marca rojiza sobre su pectoral lo hizo sonreír, se acercó al espejo para verla mejor. Samantha era la responsable de ello y de solo recordar la manera en la que su cuerpo lo recibió, su erección apareció. Negó satisfecho.

Cuando entró a su habitación, su teléfono sonó. Era su padre, suspiró respondiendo.

—Hola, hijo.

—Hola... ¿Cómo va todo? —preguntó pidiendo su atención en la vista de Boston que sus ventanales le otorgaban.

—Bien, el clima es bueno en esta temporada. Vi a Lasha el fin de semana.

—Me alegra. ¿Cómo se encuentra?

—Bien, ocupada, eso sí.

—¿Y tú? —preguntó Kylian, perspicaz.

—Ahora mismo tranquilo. Estoy reformando una de las balsas.

—Bien.

—Supe que fuiste con una mujer a la casa...

Kylian sonrió satisfecho.

—Es lo que acordamos, no. Yo estoy haciendo mi parte.

—Yo la mía —replicó su padre.

—Bueno, pues estoy saliendo con alguien.

—¿Y?

—Y nada.

—Larry mencionó que es muy atractiva, llamativa.

—Vaya, no tardó nada en decirte —expresó con suficiencia, pues llevarla ahí no había sido fortuito.

Semanas atrás quedó con su padre en sentar cabeza a cambio de que se mantuviera soltero. Así que visitar aquel lugar era parte de todo. Y había funcionado, en ambos sentidos.

—No, ¿tenía que hacerlo?

—No.

—Bien. ¿Cómo se llama?

—Samantha. Samantha Streoss —completó notando como una corriente extraña recorrió su cuerpo.

—Streoss... ¿Londo?

—Sí, su hija.

—Oh, joder. Toda una florecilla de sociedad. ¿No es así? Maddy y tu madre fueron al mismo instituto.

¿Maddy? Repitió extrañado. Tenía claro que la alta sociedad de Boston era cerrada incluso anticuado. Su padre era extranjero, pero su madre nació ahí, y casi se da en la frente al no pensar en aquello. Aunque no obstaculizaba nada el tema.

—¿Eran amigas?

—Podría decirse. Londo es buen tipo, un león en los negocios. Formaron una familia grande —expresó cotilleando.

—Sí, son seis hijos.

—Sí, algo así recuerdo. Ella fue de las únicas que llegó a... visitar a tu madre.

Kylian pasó saliva, incomodo.

—Entonces su relación era cercana....

—Pues sí, lo que se podía. Tu madre era poco convencional y todo lo que referente a etiqueta, ya sabes, no era lo que prefería.

Su pecho se apretó, aunque noto, con tranquilidad que hablaba de ella sin que se le cortara la voz.

—Sí, lo sé.

—Madelene era más convencional, una mujer formada de esa manera.

—Ya, sí, lo he notado.

—Así que esta chica, no es para un juego, Kylian —advirtió.

—No estoy jugando, sé lo que hago. Es formal —replicó tendiéndose en su cama.

—No puede ser formal en tan poco tiempo, hijo.

—Con ella lo es.

—No te imagino con alguien educada de esa manera convencional, pero quizá por ser un contrapeso surja algo interesante.

Kylian perdió la atención en la bóveda de su habitación. ¿Convencional? No, Samantha no tenía nada de convencional y quizá si lo hubiese sabido antes no se le habría ocurrido toda aquella locura, pero para ese momento ya era tarde.

Le agradaba su forma fresca, la vitalidad que desprendía, las sonrisas genuinas y las cosas que lo incitaba a hacer, la libertad que recorría su cuerpo, la misma que no había sentido durante tantos años... No, ella era la indicada para ese trato. Los días no serían aburridos, quizá muy pasionales, pero tampoco buscaba un objeto, y una mujer que lo excitara como ella, estaba bien.

Sabía hasta donde estaba su límite, no lo cruzaría. Entregar algo más que el cuerpo y buenos momentos, estaba absolutamente fuera de lo acordado, de lo que se permitiría.

Samantha sería su compañera y disfrutarían de eso, pero no pensaba entregar nada más ni a ella, ni a nadie. El control de sus sentimientos era la única manera de garantizar jamás hundirse, ser por completo dueño de sí. Ser débil no era opción para él, ni siquiera algo que algún día pensaba experimentar y esa estupidez del amor, conseguía eso: reducir a las personas hasta el grado de perderse a si mismos. Él no pasaría por ello.

*

La mañana siguiente Sam no quería salir de su cama. Desde que llegó la noche anterior se sentía confusa, con algo desconocido recorriendo su piel, sus poros. Se duchó en cuanto llegó, ansiosa de que ese aroma masculino desapareciera, para su desgracia estaba bien instaurado en sus pulmones, así que se dejó caer en la cama, frustrada.

Si cerrada los ojos sentía sus manos recorriéndola, su boca probándola y sin remedio su vientre palpitaba. A media noche se volvió a dar una ducha, esta vez helada. Cabreada salió del baño envuelta tan solo en la toalla, abrió la ventana y el aire gélido de abril recorrió su cuerpo.

Gruñó al notar que nada quitaba la sensación de Kylian poseyéndola como nunca nadie lo había hecho, adentrándose en su ser con esa firme bravura, arrancándole de la garganta sonidos de placer que no imaginó que ella pudiera emitir.

A las diez tocaron su puerta. Se puso una bata, y abrió. Era su madre.

—Hola, mi amor —saludó la mujer, con dulzura. Sam le dio un beso en la mejilla y la dejó pasar. Llevaba una taza de café que dejó en una cómoda—. No te he visto últimamente —murmuró Madelene, levantando unas almohadas tiradas. No lo podía evitar, pensó la joven sonriendo.

—No, he estado... ocupada —respondió Sam, alzando otras.

Su habitación era una explosión de ropa, cosas por doquier. Vio los tennis llenos de barro en una orilla, los puso una mochila encima para que no los notara.

Entonces su madre se sentó sobre la cama, cruzándose de piernas de forma elegante y estudió su rostro.

—Ven aquí —pidió con suavidad. Obedeció sentándome a su lado. Acarició su mejilla, haciéndole a un lado cabello, luego sujetó una de sus manos pecosas—. Es por Kylian, ¿no es así? —inquirió atenta a ella. Sam bajó la cabeza y asintió despacio—. ¿Esto... esto va en serio? —quiso saber, agobiada porque no era tonta, desde hacía varios días cada vez que preguntaba por ella, se había ido con él.

La situación la inquietaba, no podía evitarlo. Samantha era muy joven, inexperta en muchos sentidos y Kylian no, por muy buen hombre que pudiera ser.

La mujer estaba educada de manera tradicional, eso no lo pudo evitar. Sin embargo, era consciente de que toda la vida de su hija había buscado que acatara esas normas, sin mucho éxito, en realidad, pero ahora que la veía adentrándose en una relación que podría tornarse en formal de un momento a otro por la intensidad que percibía, la agobió.

Su huracán debía conocer el mundo antes, extender esas alas que tantas veces se empeñó en domar, en atar, para que fuese lo que se esperaba y no lo que su hija quería ser. Sam no era ella, siempre lo había tenido claro, pero en ese momento, con el temor de que esa relación avanzara de manera precipitada, lo tuvo más.

Su hija era indómita, intensa, vital, alegre. No era el momento de algo así.

—Sí —respondió Sam logrando con ello que su pecho se removiera. Debía ser cuidadosa con sus palabras si quería que confiara, que no se alejara, puesto que en general no eran cercana y conocía bien la razón, pero esto era delicado, diferente.

Suspiró sonriendo con suavidad.

—Vaya. ¿Y qué tal? ¿Cómo es? —curioseó, pícara. Su hija sonrió nerviosa, luego se encogió de hombros.

—No sé, me... me gusta estar con él. Es... divertido. Tiene mucha energía, siempre algo que hacer. A cualquier cosa se adapta —expresó contándole grosso modo cuando fueron al bar.

Madelene se cubrió la boca, asombrada por las ocurrencias de su huracán, pero encantada de que las cosas resultaran bien.

—Ayer fuimos a montar, tienes unos caballos hermosos.

—Dios, suena a alguien que yo conozco —susurró alegre, pasando un dedo por su nariz. Sam sonrió chispeante. Reconoció esa mirada y supo, en ese momento, lo que ocurriría. Entonces la abrazó con fuerza.

Esa misma mirada era la que ella tenía con Londo, años atrás. Apenas se conocieron y las cosas se salieron de control. Su noviazgo fue todo menos largo, pronto se encontró haciendo cosas descabelladas, porque ese hombre no le teme a nada y arrastrada por aquellos sentimientos fieros, experimentó la vida por primera vez de su mano. Esa era la mirada de Samantha, asumió con un nudo en la garganta.

La invitó a almorzar al jardín, solo ellas dos y hablaron sobre cosas banales, como nunca habían hecho, mientras conseguía extraer un poco información que requería para continuar armando ese rompecabezas.

Cuando terminaban y reían por algo, el celular de Sam sonó. Ella enseguida se tensó.

—¿Es él? —quiso saber.

—Sí —respondió la joven, tímida.

—Anda, respóndele, mi cielo —la instó. Se alejó, tensa, con el pecho aleteando.

—Hola, pelirroja —escuchó esa voz y enseguida su cuerpo cambió.

—Hola... —respondió dando vueltas por el jardín, con las palmas sudorosas.

—Un amigo abrió un hípico y quiere mostrarme unos ejemplares, ¿me acompañas? —propuso con ligereza.

—Yo... —no estaba segura de estar lista para verlo tan pronto.

—Luego vamos a cenar lo que quieras —propuso.

—¿Lo que sea? —preguntó ella.

—Ya te he demostrado que no me amedrento, Samantha.

OK, a qué hora vienes.

—¿Una hora?

—De acuerdo, te veo aquí, entonces.

Se acercó a su madre, sonriendo.

—¿Saldrán? —indagó Madelene, con Londo a lado, que había regresado del golf. Enseguida vio a Camile, Ankel y Damen, que se acercaban.

—Eh, ¿a dónde vas? —la interceptó Ankel que llevaba un balón de americano en un costado. Sam arqueó una ceja, conociendo lo que vendría, olvidando todo de pronto.

—Lejos de ustedes —respondió abrazando a su padre, cariñosa como siempre.

Entonces Ankel se alejó con el balón por delante, ella entendió enseguida lo que ahí ocurriría, y atraída por la adrenalina, corrió al lado opuesto.

—¡No, está la mesa servida! —se quejó Madelene. Pero de inmediato sus cuatro hijos tomaron posiciones en diferentes puntos. Ankel hizo un pase limpio, Sam la interceptó y Camile salió tras ella. De repente llegó Esko.

—¡Dentro! —gritó. Todos asintieron y él corrió para ponerse en guardia. Los equipos siempre eran los mismos y la competencia siempre era a matar.

—Londo, diles algo —pidió la mujer, tensa. Su vajilla terminaría hecha trizas, auguró.

—Mujer, debes rendirte —le hizo ver rodeándola para darle un beso en la mejilla. Ella le dio un golpecito en la pierna, pero le dejó hacer, secretamente orgullosa de esos chicos que eran la mejor parte de su vida.

—¡Eh, juegan sin mí! —escucharon. Era Kyle, que aventaba la mochila con descuido y se posicionaba enseguida.

Madelene sacudió la cabeza, recargada en su esposo, observando a la familia que habían creado, pero más atenta a su hija, que corría con fuerza y clavaba el balón en el césped antes de que la alcanzaran. Entonces dos se sus hermanos la cargaron haciendo ruidos toscos, y ella rio alegre mostrándoles el dedo medio a los otros tres que gruñían.

—Dios, es incorregible —comentó Londo, sacudiendo la cabeza.

—Es perfecta —corrigió su madre, orgullosa.

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