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Cenaron en el jardín, mayo aún era frío, así que él le colocó encima un abrigo y, en medio de la brisa marítima, degustaron platillos que devoraron, ávidos.

—¿Tienes hermanos? —se encontró preguntando, interesada.

—Sí, una, dos años menor.

—¿Dónde vive? —curioseó jugueteando con el tenedor del postre.

Kylian estaba siendo atento, cortés, incluso cálido. Pero ella, después de lo ocurrido no se sentía igual. No se arrepentía, sería una embustera si dijera eso, sin embargo, temía estar jugando con fuego y, en algún momento, esperar algo más.

Él buscaba una esposa, eso sería ella. Un adorno en su vida, con funciones específicas para un fin que aún no comprendía en realidad.

Lo cierto es que esos días a su lado estaban pasando rápidos, intensos, tanto como con nadie y, a pesar de creer que jamás podría interesarle nada respecto a ese hombre, comenzaba a notar que sí, quería saber, entenderlo, descifrarlo.

Era inexperta, lo llevaba claro, pero tenía a su favor ser la menor de una casa cundida de hombres. Kylian, por mucho que quisiera, no podría guardarse. Esperar el momento justo, aprender a jugar el juego del otro. Observar y fingir eran cosas que había aprendido a temprana edad, era eso o pasarla llorando por lo que ellos pudieran hacerle.

Así que, aunque en serio la intrigaba, tomó un poco de su bebida, recordándose lo que se prometió aquella noche frente al espejo y que no se podía permitir olvidar:

Si piensas que esto no será un acto del que te arrepentirás, Kilyan, te demostraré lo equivocado que estás, por lo menos conmigo.

—En Boston, pero viaja bastante —respondió, con la guardia baja, observándola.

La pelirroja lucía un tanto retraída, aunque sin perder su frescura. Las piernas las tenía flexionadas sobre la silla, su postura desgarbada, su cabello prácticamente seco, sin arreglar y se mecía con el aire. Su rostro estaba desprovisto de cualquier artilugio femenino.

Lo ocurrido en aquella habitación no se había sentido tan solo como un momento carnal, tampoco como un intercambio de deseo, de necesidad, sino como una afinidad, sincronía y eso era mucho más de lo que se esperó en un inicio de ese acuerdo.

Las cosas estaban marchando bien, no había duda. Samantha iba bajado las defensas, a pesar del desconcierto, él estaba disfrutando del proceso. No le asombraba, en algún momento sabía que ella dejaría de verlo con drama, indignación para usar la razón y aceptar que esa clase de acuerdos no eran el fin del mundo, y que podrían gozarse.

En un par de semanas anunciarían su compromiso, luego la boda inminente porque vamos, eran jóvenes, y la urgencia es parte de la edad.

Aún no había podido tener acceso a Streoss Services, y el tiempo estaba corriendo y con él, muchos millones podrían perderse, cosa a la que no estaba dispuesto.

Uno de sus socios, en Francia, empezaba a ponerse nervioso, también había invertido una buena cantidad, Mathia Beaufort, un arquitecto reconocido en Europa, unos años mayor que él, padre de dos universitarios en la UB, con el que congeniaba bastante bien debido a su forma directa y visionaria, ya había cubierto su parte, esperaba las ganancias y no admitía fallos, por lo que, si las cosas escalaban, Mathia sí iría directo al problema, sin contemplaciones.

Lo cierto es que tener que aceptar lo que estaba ocurriendo, con él, no le había causado ni tantita gracia. Su vida estaba labrada por contactos y cumplir acuerdos.

Londo no daba señales de admitir su error, pero sí sabía por Lash, su hermana, que de forma discreta se estaban haciendo averiguaciones. Lo cierto es que no avanzaban y la hora de tomar las cosas por su propia mano iba llegando.

Contaba con el mejor despacho legal de la costa Este. El bufete Andrews tenía la información necesaria, el mismo Leonel, el dueño, amigo suyo desde Harvard lideraba todo lo referente a la constructora y negocios, así que, si Samantha por un momento pensaba que estaba en medio de algo sencillo de resolver, estaba equivocada, mucha gente, muchos intereses, estaban de por medio y él no era de los perdía, jamás.

—No está casada...

—No, no lo está.

—Vaya, pondrás el ejemplo, entonces.

Kylian entornó los ojos, asintiendo.

Ella dejó salir un suspiro perdiendo su atención en el jardín. El hilo de la conversación se sentía tenso, que no daba para más en ese momento y es que necesitaba poner distancia de sus ojos grises, de la sensación de su cuerpo asombroso clavado en el suyo de aquella forma que, de solo evocarla, sentía de nuevo una punzada en el vientre.

—¿Quieres caminar? Pronto se pondrá el sol —la invitó, poniéndose de pie.

Sam lo sopesó, finalmente negó.

—Preferiría ir a casa, ¿si no te importa? Estoy agotada —expresó con fría formalidad.

El hombre asintió enseguida, desconcertado porque no lucía molesta, o indignada, simplemente indiferente, como si nada hubiese ocurrido. Ella se incorporó también, dejando su copa en la mesa. Kylian la condujo con una mano en su cintura, que se sintió distante.

Algo no iba bien, notaba Sam, y no con él, sino consigo. Debía poder distancia, por unas horas. Necesita volver a sentirse dueña de sí.

Durante la carretera no hablaron en realidad, no es que Kylian no lo intentara pero al recibir monosílabas, lo dejó estar. Samantha permaneció absorta en la ventana, en el paisaje, pero no como horas atrás.

Cuando llegaron a su casa, la pelirroja le sonrió de forma forzada, con la manija en la mano.

—Gracias, lo pasé muy bien, Kylian —dijo serena, como si hubiesen ido a cualquier sitio. Eso generó un tirón molesto en el pecho.

Así que cuando pretendió salir, la mano de él la detuvo por la quijada. La joven cerró los ojos porque con ese simple gesto, su estómago cayó hasta los pies y su piel se calentó. Volteó y entonces fue consciente de esos labios sobre los suyos, besándola con evidente deseo, con decisión.

Se dejó llevar cerrando los ojos, permitiéndose dejar de lado lo que fuera que rondara su cabeza, el huracán de ideas, de preocupaciones, para que Hades colonizara con su fuego del inframundo su interior, porque era fácil a la distancia pensar en lo que estaba haciendo, pero mucho de lo que ocurría no entraba en sus planes y empezaba a notar que no tenía mucho control de la situación, puesto que, de alguna manera, tenerlo cerca, comenzaba a ser algo que casi se sentía natural, cuestión que la perturbó.

Entonces se separó, agitada. Sus ojos conectaron.

—Debo entrar —susurró aun con la mano de Kylian en su mejilla.

—Lo sé —respondió él, luego repasó con sus dedos grandes las líneas de su rostro. Ella pasó saliva, deleitada—. Mañana pasó por ti...

Samantha pestañeó agobiada. Él sonrió, pero la manera en la que lo hizo, la tomó por sorpresa, dejándola atontada. Era real, era una malditamente real, una que no le conocía y la atrajo sin remedio. Entonces, sin pensarlo, enredó las manos en su nuca y lo besó con ganas.

El hombre la probó anhelante, perdiéndose en su exigencia, en su suavidad porque cuando sus labios carnosos se posaban en los suyos podía olvidar las obligaciones, las expectativas, las metas y los planes.

*

Llegó al penthouse y aventó en un sofá la cazadora. Se frotó el rostro, eran las nueve. Miró su alrededor, ese espacio que conocía tan bien, que dominaba, de repente se le antojó solitario y algo lúgubre.

Salió por una de las puertas aledañas, subió unas escaleras de herrería oscura, que se confundían con el resto de la terraza, mientras se arremangaba el suéter. Abrió y aquel aroma lo recibió.

Cultivar plantas, las que ahí se podían dar dependiendo la época, era otra de sus aficiones, la que más paz le daba y mantenía ocupada su cabeza. Quizá se debía poner a trabajar, había pendientes que se acumulaban, pero de alguna manera, sabía que no conseguiría nada ese día.

Tomó un atomizador y comenzó a refrescarlas, podó con sumo cuidado y atención algunas que lo necesitaban. Fertilizó, revisó la tierra de otras. Era meticuloso para ello, cultivaba tulipanes, narcisos, magnolias, azaleas, rododendrones, peonías y rosas, de diferentes colores, por lo que aquello, en esas épocas, era una fiesta de color que lo revitalizaba pues hasta finales de mayo dejaban de florecer y eso era algo que disfrutaba en la soledad, un pasatiempo que lo hacía sentir en sincronía con cuestiones más importantes que los negocios, en sincronía como... con ella, esa tarde.

Recargó los brazos en unas de las repisas, agachando la cabeza, negando.

No podía quejarse de la vida, no en el estricto sentido, pero se sentía cansado en muchas ocasiones, más de las que reconocía para sí. Se recordaba como un niño inquieto, travieso, alocado e imparable.

Su madre solía ser un alma libre. Así que lo alentaba a subir árboles, colinas, nadar en el mar, zambullirse en los ríos, trepar muros, brincar los obstáculos que surgieran. Para Kylian todo era un reto, algo que alcanzar, un pretexto para reír y sacar esa sobrecarga de energía. Se recordaba despreocupado, viviendo el día, tomando lo que viniera.

—Eres mi tornado, Kyl, mi hermoso tornado —le solía decir ella con esa sonrisa cargada de picardía que poseía.

Sí, tenía una familia que lo amaban, que él amaba, donde solía sentirse seguro, con esa certeza de que pasara lo que pasara ellos lo solucionarían. Pero un día ella enfermó y todo aquello desapareció.

Su padre dejó de sonreír, de jugar, vivía al pendiente de su esposa, con mirada triste, llena de agobio. Su madre ya no jugaba, no lo correteaba y no volvió a salir de esa cama. Tenía doce años cuando, poco tiempo después de saberla enferma, falleció. Entonces su vida dio un cambio de ciento ochenta grados.

Lasha lucía perdida, ella era más introvertida, sensible y tranquila, muy similar a su papá, el mismo que no salía de la habitación, que dormía todo el día, que cuando aparecía tenía la mirada perdida y lo escuchaba llorar por las noches.

Pronto Kylian, debido a su personalidad, comenzó a asumir el rol que se necesitaba; ser el responsable de la casa, de su hermana, incluso de su papá. Las sonrisas comenzaron a escasear, la ligereza, la frescura, las ganas de explorar. Controlar las emociones se convirtió en su única manera enfrentar todo eso.

El personal le preguntaba a él sobre tal o cual cosa, así que aprendió a responder, a dirigir. Mantenía a Lash a flote, ayudándola con sus estudios, vigilando que no se saltara clases. Si llegaba una nota del colegio, hablaba con ella, luego falsificaba la firma de su padre, pues la puerta de su habitación nunca estaba abierta.

Con catorce ya era un chico duro, serio y formal.

Los negocios de su padre no soportaron su ausencia y comenzaron a naufragar, confirmó cuando uno de los socios fue a visitarlo y, como no lo recibió, frustrado se lo dijo a él.

Habían tenido que prescindir del jardinero, de mucamas, la comida comenzaba a ser un problema, pagar las cuentas, mantener aquella casa en lo general, el material del colegio, la matricula del instituto privado. El mayordomo no encontraba eco en el dueño de la finca, por lo que Kylian comenzó a ser quien revisara eso, hablaba con la contadora, hacía cosas que un chico de esa edad no tenía por qué saber hacer, pero él las iba solucionando como podía.

Esa tarde, decidió que debía hablar con él. Entró a esa habitación donde el fantasma de su madre rondaba. Su papá había adelgazado mucho en ese par de años, lo encontró donde siempre; sentado en esa silla, frente a la ventana.

Estaba tan harto de eso, pero no se lo dijo. Simplemente se paró a su lado, serio.

—Debes hacerte cargo de la empresa, Lasha y yo aún no podemos valernos por nosotros. Necesitamos que vayas a trabajar —le informó sin saludarlo, sin ternura, sin vestigio del chico ligero que alguna vez fue.

Su padre, Karan, lo observó afligido, sin percatarse de lo que su actitud estaba generando en sus hijos. Entonces un par de lágrimas escaparon y es que Kylian y Julia, su difunta esposa, eran increíblemente parecidos.

Lo tomó del brazo, negando. El chico se soltó.

—No, no necesitamos que llores más, necesitamos que hagas algo —exigió apretando los puños.

—Kyl, hijo. Solo dame tiempo.

—No, no tienes tiempo. Resuelve esto, después enséñame a manejarlo, luego, luego tendrás tiempo. Ahora ese se terminó.

Karan solo atinó a asentir, porque ese carácter era el de Julia, pero esa manera de mirarlo, no.

Al poco tiempo dejó la constructora en manos de los socios, y se mudaron a Grecia. Ahí vivieron un poco más tranquilos, pero Kylian continuó siendo la figura a cargo y su padre cumplió su parte: enseñarle todo lo que debía saber sobre la empresa familiar desde ahí, en la sede de ese país, que ya no era la más importante, sino en Boston.

Así que cuando entró a la universidad lo hizo en Harvard, pues el dinero de los estudios de los dos niños Craig, se había guardado para no ser usado ni en emergencias. Así que viajó de regreso, trabajó mientras estudiaba a la par de estar constantemente yendo a la empresa.

Tenía mucha energía, sí, pero la usaba toda en aprender, entender, mantenerse pues la economía familiar no daba para más y él no quería restarle posibilidades de Lash.

Cuatro años después terminó, pero ya estaba muy involucrado y su padre le cedió el mando. En poco tiempo la remontó. Estudió aún más, no se detuvo hasta que CGArquitect escaló y se posicionó en lo que ahora era; una de las mejores constructoras, con muchos de los mejores arquitectos, proyectos y socios alrededor del mundo.

Pero, en medio de todo eso, olvidó quien solía ser y ella, ella maldita sea lo hacía sentir peligrosamente cerca de ese chico que alguna vez fue y que había enterrado tanto tiempo atrás.

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