⋆ 23 ⋆
Al día siguiente Sam se topó con su padre cuando bajaba. Era raro que se encontrara despierto tan temprano, estaba aún en pijama, con su bata y su café en la mano.
—¿Cómo está mi huracán? —le preguntó yendo hacia ella. Sam terminó con la distancia y besó su mejilla, rodeándolo con los brazos. Londo posó su boca sobre su cabello.
—Bien, pa, ¿cómo te sientes?
—Todo en orden, cielo.
Entonces ella se separó.
—¿Es descafeinado? —quiso saber olisqueando su taza. Su padre entornó los ojos.
—Eres una chismosa. No olvides que soy tu padre, sé lo que hago —le hizo ver, alejando su bebida de ella.
Samantha entornó los ojos, mirándolo con reproche.
—No debes. Primero el chocolate, ahora esto —le recriminó con las manos en la cadera. El hombre colocó el dedo índice sobre sus labios, abriendo de más los ojos pidiéndole con ello silencio, luego rodeó sus hombros y la guio a la puerta.
—Tu madre, hija —le recordó con tono de complicidad— . Además, ¿a dónde vas tan temprano, vestida así, cariño? —la cuestionó cambiando los papeles. Samantha bajó la mirada para verse—. Y llevas una muda, por lo que veo. Eso es interesante —murmuró con suficiencia señalando su mochila.
Estaba enterado de qué hacía cada mañana. Era su hija y cuando uno de los seis lo preocupaba, simplemente pedía que los siguieran, revisaran que todo estuviera en orden y dejaba el tema. Samantha boxeaba desde hacía un par de años, cosa que le agradaba sin remedio pero ella, seguramente debido a Madelene, buscaba ocultarlo y él no podía decirle que lo sabía, así que tocaba esperara a que se sincerara.
—Iré a correr —le mintió—. Pero tú, irás a dejar ese café y lo cambiarás por uno si cafeína, ¿de acuerdo?
—Tú eres la hija aquí —le recordó indignado.
—Londo Streoss, si no haces lo que te digo le diré a mamá lo que sé y, además, no te traeré otra barra, te doy mi palabra.
—Eso es chantaje, jovencita. No te he enseñado esas cosas.
—No, esas las aprendí sola —replicó evocando aquellos ojos grises fijos en ella la noche anterior. Enseguida sintió como ese calor se albergaba en sus mejillas. Durmió bien, pero el muy cabrón se metió en sus sueños y bueno, le arrancó uno que otro jadeo, quizá... O varios.
—Por cierto, ¿cómo va todo con Kylian? —la cuestionó bebiendo de su taza. Ni de coña lo cambiaría por uno sin cafeína, se dijo disfrutando del aroma y sabor de su café bien cargado. Samantha pestañeó un tanto perdida, entonces supo que había olvidado el jodido tema del café, gracias al cielo.
—Bien, va bien.
—¿Ayer salieron de nuevo?
—Sí.
—¿Te gusta? —preguntó sin rodeos. Samantha sintió el pulso tras su oreja, porque decirle que sí debía ser una mentira, pero no lo sería porque sí le gustaba y eso era una jodida mierda porque no debía.
—Papá...
—Bueno, eres mi hija, la menor. Ese hombre luce mayor, y es mayor, tengo derecho a saber.
—Si no me gustara no saldría con él. Sí, me gusta, ¿ya?
Londo sonrió ante su expresión; sus ojos chispeaban, sus mejillas estaban enrojecidas.
—Van un poco rápido, ¿no crees? —expuso estudiándola.
—¿Rápido?
—Sí, terminaste al otro chico por ello apenas hace unos días y que quede claro que no lo defiendo, Dios sabe que no, pobre muchacho, es imperioso que obtenga algo de carácter. Pero Kylian y tú pasan mucho tiempo juntos y apenas se conocen.
—Pues sí, o ¿cómo nos conoceremos más de otra forma? ¿Te preocupa algo? —quiso saber.
Su padre respiró hondo, reflexivo.
—Soy padre, todo me preocupa sobre ustedes.
—Sabes de qué hablo —le gruñó—. Pareces reportero últimamente, listo para la nota del día.
—Es esto del claustro, mi amor. Aviva mi curiosidad —señaló con ligereza, tomándole el pelo. Su hija sonrió rodando los ojos.
—Vamos rápido, pa —confirmó—. Me... me gusta estar... estar con él —dijo intentando sonar convincente, pero lo que sonó fue nerviosa, expectante.
Londo asintió intentando acomodar aquello. Había algo dentro de eso que lo agobiaba, quizá el hecho de que Sam apenas estuviera terminando la universidad, de que la viera muy joven para algo con ese hombre que no era ningún novato.
Lo cierto es que la diferencia de edades no era tan excesiva, pero sí importante, sobre todo en los momentos que cada uno estaba viviendo. Ella apenas despertaba a la vida, él ya era un hombre de poder, exitoso y con trayectoria. Por otro lado, lo del negocio entre ellos no lo hacía sentir cómodo con respecto a su hija y, por si fuera poco, la forma en que la miraba cuando fue a su casa, dos noches atrás, le dijo que él no estaría de paso y eso... eso fue peor que todo lo demás.
—Anda, ve que se te hará tarde... —la apremió pasando una mano por su mejilla pecosa. La joven le sonrió recordando de pronto que sí, debía irse. Lo abrazó con esa dulzura que desprendía y abrió la puerta.
—Te veo luego, te quiero, pa —dijo. Londo le guiñó un ojo. Apenas amanecía. Entonces ella se detuvo y volteó—. Y cambia el café, es en serio —le advirtió. El hombre la tomó por los hombros, la hizo girar y la despidió.
—Anda, tú a lo tuyo yo a lo mío, que no se te olvide que aquí el que cambiaba pañales era yo. Buen día, mi vida.
Y cerró.
Samantha entrenó en el ring contra otra chica. Izquierda, derecha, defensa y abajo. Pero no estaba concentrada, no podía. A mitad de la clase su coach la mandó a hacer fuerza y resistencia, no había atinado una y a ese paso tendría moratones en el cuerpo. Al llegar a la universidad, frustrada, por supuesto que Keira le brincó encima.
—¡Eh! Lo de ayer estuvo... Dios, qué intensidad la suya, S —exclamó abanicándose el rostro. Samanta se dejó caer en una banca de la cafetería, irritada—. ¿Qué? Es la verdad, eso sin contar que el tío se cae de bueno, qué cosas hay en esta ciudad. No jodas, amiga.
—Ya, K, en serio.
—¿Qué? Pareces agobiada —dijo sentándose a su lado, dándole un empujón. Samantha resopló.
—No, solo cansada.
—¿Pues a dónde fuiste después? —preguntó con picardía.
—A ningún lado, a mi casa. ¿Qué pasa contigo?
—¿Conmigo? ¡Ah, no! Contigo... Ayer estuvieron a punto de entrar en combustión en plena pista, viniendo de ti fue super raro, pero quién podría juzgarte.
—Deja eso —rogó sin mucha convicción.
—Ya, no te enojes. Es genial que encuentres a un hombre que te haga sentir eso, S. No pasa nada.
—Sí, pero nos estamos conociendo —replicó.
—¿Y? Da igual, lo pasan bien juntos, le gustas, te gusta, echan chispas. Listo.
—¿Qué intentas decir? —inquirió porque su tono iba cargado de doble mensaje, la conocía.
La morena se encogió de hombros.
—Solo eso. Aunque tratándose de él, las cosas no quedarán en eso, ¿verdad?
—No lo sé —mintió perdiendo su atención en los estudiantes.
—S, solo disfruta. Y si se da algo, pues bien.
—Kylian no busca "algo" —confesó arrepintiéndose enseguida. Keira arrugó la frente.
—¿A qué te refieres? —quiso saber observando a Sam, que lucía un tanto confusa, pensativa y eso era raro.
—A que... a que Kylian va en serio —explicó con firmeza, intentando enmendar lo anterior. Keira silbó.
—¿Él te lo dijo?
La pelirroja volteó, respiró hondo y asintió con sus ojos azules sobre los de ella.
—Oh, joder. Y tú... ¿no quieres? —curioseó. Samantha la observó un tanto aturdida y asintió con debilidad, pero no porque mintiera, sino porque le incomodaba no hacerlo. No podía entender lo que estaba experimentando, se estaba convirtiendo en algo feroz de una forma en que la asustaba, que sabía no debía y se arrepentiría.
—Iré en serio con él —habló intentando ocultar el temblor en su voz.
Keira sonrió cubriéndose enseguida la boca con ambas manos.
—¡Esto es emocionante, S!
—No lo es, tengo veintidós años, no debe ser emocionante si no una estupidez.
—Bah, él no es un viejo, relájate, ni tú una inocencia con patas. Si eso es lo que te jode, olvídalo, dicen que las mujeres maduramos antes que ellos y la verdad creo que tienen razón, así que apenas quedará a tu nivel. Eso es bueno —expresó con practicidad, esa que no usaba para sí misma.
Sam se mordió el labio, pensativa. Entonces su celular sonó. Sabía que era él, lo sacó de su bolso y lo confirmó.
Hades: Te veo en GC, podrás trabajar. A las seis pediré la cena.
Keira aguardó atenta.
—¿Era él? —quiso saber entusiasmada. Sam solo reaccionó con una emoji de pulgar arriba.
Llegaría a la hora, tenía entrenamiento con los niños a las cuatro, pero era inútil discutir con él para negociar más tiempo y así ducharse, por lo menos, ya lo sabía y no se sentía lista para eso.
—Sí, lo veré más tarde.
Su mejor amiga gritó excitada, Sam solo rodó los ojos gruñendo, cubriéndose el rostro. Ella y él en su empresa, solos. Mierda a la mil.
GCArquitect era un lugar diferente, no podría calificarlo de otra manera. Contaba con dos pisos, se encontraba en las periferias de la ciudad, cosa poco común, puesto que las grandes empresas solían ubicarse en el centro, zona financiera.
Era un diseño agradable, nada pretensioso, con muchos jardines circundando las instalaciones, que parecían ser independientes entre ellas, pero unidas por túneles de cristal.
Ciertamente esa construcción no cabría en el centro de Boston, menos en la zona financiera, comprendió mientras avanzaba en la penumbra debido a la hora, aunque el lugar estaba debidamente iluminado.
Al ingresar dio su nombre, un chico quizá unos años mayor que ella, pidió a uno de seguridad que la guiara, dándole una cálida bienvenida. Ya la esperaban.
No había elevadores, notó. Solo escaleras que nunca subió, macetas colgantes, jardineras, rincones verdes, poca gente ya por la hora, pero había algunos trabajando, conversando entre sí, despidiéndose.
Aquello no se podía saber qué tan grande era por la forma en la que estaba construido pero por fuera era claro su tamaño, y era ambicioso.
Se dejó dirigir por el hombre, en silencio. Iba con mayas deportivas, coleta, barro en los tenis, lo usual pero era imposible cambiarse y llegar a tiempo como su alteza real del inframundo ordenó, ¿verdad? Así que ahí estaba, nerviosa, expectante y experimentando un dejo de molestia por ansiar verlo, otro tanto porque no le fuese indiferente como intentaba cada segundo que fuera.
Pasaron uno de los conectores de la plata baja, había jardines asombrosos, era fácil perder la atención en ellos, en los colores, en su cuidado, bancas desperdigadas, estaciones de energía.
Abrió el hombre una puerta que requirió lector, y pasaron. Un espacio amplio, blanco, cálido, que contaba con fotografías blanco y negro enmarcadas con madera oscura sencilla, de tamaño metro por metro quizá, lo que las hacía más llamativas, fue lo primero que captó su atención. También había edificios en escala hechos de diferentes materiales que le pedían que se detuviera.
Se respiraba accesibilidad, intensión, pasión por todo aquello. Sacudió su cabeza, desconcertada.
Una mujer mayor, pero sonriente, se acercó.
—Señorita Streoss, adelante —le indicó.
Samantha correspondió su amabilidad y avanzó por donde le indicó. Una puerta de cristal opaca estaba abierta, pasó nerviosa y entonces lo vio. Hablaba por los auriculares inalámbricos, con una mano en el bolsillo del pantalón de su traje, afuera, en una especie de sala de exterior, le daba la espalda y su respiración se ralentizó.
Pasó saliva intentando concretarse en algo más, aquel espacio era un rectángulo al parecer independiente al resto de la construcción. Todo lo que lo rodeaba era un jardín que no parecía ser parte del resto del conjunto, sino independiente.
Lo contempló asombrada. La oficina era pulcra, un par de mesas enormes de trabajo, computadoras con monitores a doble escala, una pantalla de varias pulgadas, una sala, una especie de mesa de juntas de madera oscura, como todo el mobiliario que hacía juego con fotografías realmente buenas, de sitios que no parecían exóticos, simplemente capturas del momento en el instante adecuado, algunas de vistas espectaculares.
Los ventanales estaban corridos, todos, por lo que el aroma a follaje penetraba cada espacio, incluso sus pulmones y las luces estratégicamente colocadas le daban vida propia al verdor que ahí reinaba. Enseguida distinguió varios árboles flor de cerezo y eso, sin remedio, logró que recordara la noche en la que pasearon en aquel jardín.
Apretó las manos, entonces Kylian volteó, como si la percibiera.
Sus ojos chocaron, el hombre repasó su cuerpo con lentitud y aterrizó de nuevo en su mirada.
—Debo colgar, te marco después —escuchó aquella voz varonil, ronca—. Llegas a tiempo, pelirroja —le dijo complacido y con tan solo eso sus terminaciones nerviosas se dispararon.
—No dabas muchas opciones —respondió envalentándose.
—No, ya veo que no —murmuró Kylian notando aquella forma en la que iba vestida que, aunque era lo contrario a sofisticado, lo enardecía.
Sam avanzó decidida, con su bolso colgando, ese enorme donde tenía su IPad, carpetas de trabajo y demás.
—¿Dónde puedo dejar esto? —preguntó con fingida calma. Kylian le señaló su propio escritorio, o mesa de trabajo porque en realidad no tenía esa formalidad como la de su padre en Streoss Service.
—Ya te mandé por QR las claves de la red. La comida está por llegar, ponte cómoda —sugirió observándola.
La joven dejó sus cosas sobre la superficie de madera cuidadosamente tratada y anduvo hasta el exterior. Necesitaba investigar, porque ese lugar contrastaba con su personalidad. Lo hubiese jurado en un sitio típico, formal, no algo así.
—Esto... ¿solo tú tienes acceso? —quiso saber caminando por el deck de madera oscura, sin pisa el césped.
—Sí, lo verde me relaja —señaló a su lado con sinceridad, cruzados de brazos.
Con esa mujer no estaba funcionando la indiferencia, o la presión, iba notando, si no mostrar un poco de la realidad para que no subiera las defensas, además, lo ocurrido en el bar la noche anterior aún rondaba en su mente.
Tener que llegar al penthouse y buscar alivio por sí mismo en la ducha con su imagen clavada en el centro de su deseo, no era algo a lo que estaba habituado en lo absoluto pero tampoco logró imaginarse follando con alguien para encontrar el alivio que necesitaba.
Ella le gustaba, le atraía y entre más rápido Samantha lo aceptara, las cosas serían más sencillas, estaba seguro.
Por otro lado, esa expresión de vulnerabilidad no lo había hecho sentir cómodo y no deseaba verla, prefería ir por terreno seguro, uno menos arriesgado por ahora.
Era consciente de que el plan original se estaba saliendo de sus manos y tenía esa imperiosa necesidad de retomar el control sobre las cosas. Samantha sería su esposa, una que cumpliría con su rol, una con la que no involucraría nada salvo probablemente buen sexo, cordialidad, cenas, eventos, reuniones e hijos. No tenía planes de que una cosa más entrara en la ecuación y no podía olvidarlo, no quería.
Ella lo miró de reojo.
—Deberías tener un bosque, entonces —apuntó dándose la media vuelta y entró logrando con ello arrancarle una sonrisa que tampoco estaba en sus planes.
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