⋆ 20 ⋆
Cuando llegó el postre, Sam intentaba aprender algunas palabras comunes en japonés. Kylian le enseñaba a pronunciarlas, pero sus mejillas ya lucían sonrojadas y reía por cualquier cosa, entonces notó que la bebida había hecho de las suyas.
—Quizá es momento que pasemos al agua, ¿no crees? —preguntó cuando la vio alzar el vasito. Samantha frunció la boca en un puchero de lo más tierno. Se rascó la nuca, tenso. No podría llevarla ebria a casa.
—¿Crees que estoy borracha? —replicó ella, sonriente. Pero conocía las señales y si seguía por ese camino, lo estaría dentro de poco.
—¿Lo estás? —cuestionó arqueando una ceja, divertido. Sin remedio notó que con ella era sencillo.
—La verdad es que tengo calor —aceptó alzando su melena en una coleta y comenzó a echarse aire con la otra mano. Debido a ello su pequeña blusa subió aún más, el vientre cremoso quedó expuesto casi hasta su pecho.
Pasó saliva, conteniéndose. Samantha lucía ajena a su atractivo, más en ese momento que se veía apetecible, con los labios enrojecidos, su melena alzada exponiendo ese delicado cuello que deseaba lamer, mordisquear y que sabía era cuestión de tiempo para que ocurriese.
Aquellos pensamientos lo acribillaron, al punto de tenerlo ridículamente excitado, así que se puso de pie ocultando la muestra de su deseo y le tendió la mano.
—Vamos, quizá un paseo te cae bien —propuso con voz ronca. La joven asintió, le dio la mano para que la ayudara. Se sentía algo mareada, debido a ello no coordinó sus movimientos y trastabilló. Kylian la sujetó por la cintura con fuerza.
—Creo que estoy poquito —aceptó ella sonrojada, notando como la sostenía. Kylian la pegó más a su cuerpo por instinto y acarició su mejilla con suavidad. Sam dejó salir el aire ante el gesto—. Te dejaré en ridículo si vamos a la exposición —murmuró nerviosa.
El dedo pulgar de Kylian se movió casi por voluntad y acarició sus labios.
Las piernas de Sam comenzaron a temblar como un par de hilos por lo que él despertaba con aquel simple gesto.
—En realidad creo que te quedarás dormida si vamos —secundó atraído por esa dulce piel, sus pecas, su manera de mirar, esa ingenuidad que a pesar de su mirada pícara era evidente y lo trastornaba un poco más.
—¿Me vas a besar de nuevo? —se encontró ella preguntando, absorta por la calidez que le brindaba ese cuerpo grande sujetándola, esa mano acariciándola, esa mirada férrea.
—¿Quieres que te bese? —preguntó a cambio. Sam estuvo a punto de decir que sí como una nena de kínder que quiere jugar y jugar, pero por mucho que el alcohol se le hubiese subido, se recordó que no era adecuado. Respiró hondo y rompió el contacto visual, para poner un poco de distancia entre ambos.
—Un paseo está bien —murmuró desviando la mirada.
Kylian sabía esperar, observó su coronilla rojiza, necesitaba esa boca sobre la suya y sucedería tarde o temprano.
—Bien —respondió guardándose las ganas. Abrió una puerta lateral y la ayudó a bajar los escalones de madera.
Ella sonrió concentrada.
—No suelo ponerme ebria, pero tampoco tomo sake... Nunca —confesó risueña, bajando de nuevo las defensas, casi como una niña pícara que había tenido una vida rodeada de amor y atenciones. Kylian sonrió ante su frescura, mientras andaba a su lado por aquel caminito de madera oscura que rodeaba el lugar—. Este sitio es bellísimo, huele delicioso.
—Es el aroma del sakuro, la flor de cerezo —señaló un árbol que estaba casi sobre ellos de florecillas rosa pálido. La botánica era una de sus aficiones, aunque no le dedicaba el tiempo que le gustaría, siempre leía sobre el tema, o visitaba sitios llenos de plantas, árboles, donde el aroma a naturaleza le permitía sentirse en paz.
La joven soltó un gemido de asombro y se acercó para tocarlo con las yemas de los dedos, con cuidado.
—Es hermoso —dijo al tiempo que veía otro más adelante e iba en su dirección, con prisa. Kylian la siguió, magnetizado por su manera desenvuelta. Ya no atacaba, solo sonreía y lucía demasiado vital a pesar del alcohol en su sangre. La dejó indagar, preguntar. No cesaba, notó, y él disfrutaba hablar de ese tema, más si le prestaban la atención que ella le profería.
Luego de varios minutos se acercó a él, sonriendo. La luz tenue la hacía ver aún más llamativa, su cabello parecía fuego. Alzó una mano y acomodó uno de sus mechones cobrizos tras su oreja. Sam entreabrió la boca, en silencio.
—Creo que debería ir a casa —susurró perdida en sus facciones, en esa sensación justo en la punta de la lengua, en sus labios, era como si electricidad se hubiese instalado ahí. El hombre acarició su mejilla y asintió.
—Creo que es buena idea, Samantha.
—No quería arruinar tus planes, o quizá sí —aceptó rompiendo el momento. Kylian sonrió rodando los ojos. Sabía que no había sido una situación deliberada, porque aunque había convivido poco con ella, esa mujer era transparente, dolorosamente transparente.
—Vamos —la instó con caballerosidad. Llegaron al auto y Sam se desparramó sin el menor cuidado. El hombre cerró la puerta sacudiendo la cabeza.
Condujo en silencio, ella parecía atenta al exterior cuando de pronto se irguió y señaló algo afuera al tiempo que dijo:
—Para. Bajemos ahí —exclamó inquieta. Kylian observó aquel parque, apenas iluminado con unas farolas.
—Ya es tarde —replicó estoico. Ella volteó y negó agobiada.
—Pero no quiero llegar así a casa, siento que todo me da vueltas —confesó mordiéndose el labio inferior y arrugando la frente.
Lucía infantil de aquel modo, notó Kylian. Se estacionó ladeando la cabeza. No tenía idea de qué ocurría esa noche, pero esa manera de ser lo estaba doblegando, al contrario que la mostrada en el cóctel, apenas si veinticuatro horas atrás.
—Estar solos en un parque no lo cambiará... —explicó sonriendo. Sam notó de nuevo ese hoyuelo y sin pensarlo, acercó sus dedos hasta ahí, hipnotizada. Kylian sintió su tacto ardiente justo en su mejilla. No sabía cómo comportarse con ella, esa era la verdad, una que lo tomó por sorpresa.
—Deberías sonreír más seguido... —la escuchó decir, atenta a esa parte de su rostro—. Tienes un hoyuelo —completó sonriendo con dulzura, logrando con ese comentario que su piel se erizara, algo que nunca le había ocurrido con alguna mujer, luego se giró como si no lo hubiese sacado de su zona. No, no sabía que tenía un hoyuelo y que Samantha se lo dijera lo atontó.
De pronto escuchó la manija, volteó y la pelirroja ya salía. Kylian reaccionó con rapidez, abrió también y con un ademán dio indicaciones a los escoltas que los siguieran, para enseguida acercarse a ella.
—Te dije que no —gruñó a su lado. El aire de finales de abril era aún frío, ella por supuesto había dejado la chaqueta en el auto pero no parecía importarle, caminaba relajada.
—Debe ser agotador querer controlarlo todo, Kylian.
Él arrugó la frente. No, no lo era. Esa era una manera de no cometer estupideces, como esa. Se quitó la chamarra y se la colocó sobre sus delicados hombros sin saber muy bien por qué le preocupaba que enfermara o por qué se sentía responsable de su estado. La joven sujetó las solapas y se la pegó más a su cuerpo, respirando con fuerza.
—Quiero odiarte, de veras, pero haces estas cosas y no es tan sencillo —se sinceró sin detener sus pies. Kylian sonrió negando, no tenía idea por qué esa confesión le agradó—. Sin embargo, te odio. Sí, te odio mucho. ¿OK? No lo olvides, porque yo no debo olvidarlo —sentenció decidida, demasiado tierna en realidad aunque sus palabras no lo fueran en lo absoluto, lo cierto es que de una forma absurda, le agradó saber que ella no siempre podría tener la guardia en alto.
—No lo olvidaré, Samantha —concedió a su lado, con las manos en los bolsillos del pantalón.
La noche, a pesar de ser fresca, era agradable. Perdió su atención en lo que las farolas le permitían ver. ¿Hacía cuánto tiempo no daba un simple paseo?
—Te había visto, ¿sabes? —la escuchó decir a su lado, mientras miraba sus pies avanzar despacio por el césped. La miró de reojo, esperando. Aquello estaba siendo interesante a decir verdad—. Mañana me arrepentiré, lo sé. Keira dice que yo soy la clase de persona que no debería tomar porque se me va la lengua —refunfuñó haciendo un mohín. Kylian decidió continuar en silencio, sabía que de ese modo solía saber más que hablando o cuestionando—. En la fiesta de la empresa, antes de que tropezáramos —admitió bajito—. Pensé: Dios, qué hombre tan atractivo y misterioso.
—¿Misterioso? —repitió sin remedio. Esa mujer lo estaba envolviendo y lo peor era que no estaba en sus cinco sentidos y lo sabía, pero se sentía ligero a su lado, andando por aquel parque en medio de la noche. No recordaba haberlo hecho alguna vez.
Ella se encogió de hombros, sin detenerse, alzaba un pie, luego el otro, de forma juguetona.
—Sí, pero ya no lo pienso. Ahora solo pienso que... —y se detuvo, seria, alzando la cabeza para mirarlo. Kylian se colocó frente a ella, intrigado, pero sereno—. No debí desear conocerte.
Esos ojos azules hablaban con sinceridad, notó, y no supo la razón por la que esa confesión le generara una sensación incómoda, casi rayando en enojo.
—Sin embargo, estás aquí —declaró Kylian con voz ronca, tomándola por la nuca y la besó víctima de un primitivo impulso.
En esa ocasión no fue como el día anterior, sino suave, casi dulce. Sam aferró su camiseta, cerrando los ojos. Enseguida notó aquella lengua masculina lamiendo su labio inferior, para después succionarlo.
Gimió asombrada por la brutalidad de las sensaciones que eso estaba despertando en su cuerpo. Se tomó de su hombro, ávida por acercarse. Él respondió rodeando su cintura y pegándola a su cuerpo cálido.
La necesidad creció, enredó osada los dedos en su cabello, sujetándolo, mientras esos labios expertos la besaban sin darle tregua, con exigencia y dedicación. Pronto su lengua invadió su boca, buscó la suya y luego se retiró. Samantha fue a su encuentro por puro instinto, entonces el beso se profundizó al grado de estar ella arqueada, sujetándolo con ansía, mientras el que en ese momento no podía pensarlo como el rey del infierno sino como su ardiente anhelo, la besaba como nadie jamás lo había hecho y es que tomaba todo de ella, pero le daba todo sin duda.
En medio de esa explosión, fue consciente de la excitación de aquel cuerpo masculino y al contrario de en otras ocasiones en las que la incomodaba, se encontró deseando más.
Era ridículo, quizá el alcoholo, pero el deseo era feroz, el ansia dolorosa, pues sentía entre sus piernas un cosquilleo, casi como si una corriente vibrante estuviese atravesándola. Mierda, ¿Cómo podía desear de aquella manera a un hombre que debía odiar con todo su ser? Se preguntó en medio del momento más erótico y pasional que nunca hubiese experimentado.
La lengua de Kylian la lamió separándola un poco, incorporándola y esos ojos grises se posaron en los suyos, tan cerca que sentía su aliento cálido sobre su piel. Ambos respiraban de forma irregular.
—No importa si me odias, me deseas y con eso será suficiente para que este matrimonio funcione —repuso el hombre, sin soltar aquel cuerpo que de alguna manera que no entendía, encajaba con el suyo a la perfección.
No había sido su intención besarla, menos sabiéndola con copas de más, pero ni siquiera lo pensó, admitió para sí, cuestión que lo irritó, aunque sabía que toda esa tensión sexual acabaría una vez que se enterrara en su ser.
Samantha pasó saliva y buscó zafarse, pero lo impidió rodeándola ahora con sus dos brazos, firmes.
—Tú también me deseas —gruñó removiéndose para que la soltara. Kylian sonrió y asintió.
—Sin duda, pelirroja.
—Espero que tu control evite que no sientas más que eso por mí —le advirtió a cambio, con los brazos flexionados entre los dos, arqueando una ceja.
Kylian sonrió de forma cínica.
—Eso fue soberbio de tu parte. He conocido mujeres realmente impactantes, experimentadas, mujeres que doblegarían cualquier voluntad, así que descuida, contigo no corro peligro —repuso con sorna, aunque sabía que no debió haber dicho eso. Samantha, sin duda, si bien no era como las mujeres que mencionó, sí era muy hermosa de una manera poco convencional y claro que doblegaría cualquier voluntad, cuestión que debía tener muy en cuenta.
Se casarían, sería para toda la vida, pero no buscaba una esposa que esperara detalles, mimos, o palabras dulces. De ninguna manera quería una mujer que creyera que podría quererla más allá de lo práctico, de una forma posesiva, irracional, si no de esa forma en la que se puede contar el uno con el otro nada más, sin buscar ir más allá.
Así que si bien, la pasión era tangible entre ambos, con el tiempo se diluiría y ella debía estar preparada para saber que solo había compartido su cuerpo.
La soltó al notar que no decía nada, la chaqueta se había resbalado de sus hombros, la tomó para ponérsela, pero ella se hizo a un lado, estudiándolo con una calma que de nuevo lo hizo tambalear.
—Por lo menos estamos de acuerdo en algo, Kylian, yo tampoco corro peligro contigo y lo único que lamento es tener que atar mi vida a alguien por el que sé que jamás sentiré algo más que este... —y los señaló a ambos con hastío— fuego.
Aquellas palabras las merecía y eran lo que se supone que quería oír, aceptó él, aun así, lo incomodaron sin razón. Quizá su ego estaba sufriendo un revés, admitió.
—Samantha, solo quiero dejar muy claro cómo van a ser las cosas. Es fácil confundirse.
Ella rodeó su pequeño cuerpo con aquellos brazos delgados y de hombros pecosos. Su vulnerabilidad le hizo pasar saliva.
—Imagino que la tregua acabó —dijo a cambio.
—No en realidad.
—¿No? O sea que además de hacer algo con lo que voy por completo en contra, tendré que aguatar tus insultos, humillaciones y recordatorios —señaló arrugando la frente. Kylian se pasó la mano por el cabello, negando. Cómo era que todo se tergiversaba de esa forma con ella, que no pensaba antes de actuar.
—No pretendí insultarte y por supuesto que no deseo un matrimonio donde las discusiones pasionales sean la cuenta corriente. Es importante dejar claro lo que será esta unión.
—Será una estupidez. Eso ya lo sé.
—¿Es tan difícil para ti admitir que esto es más normal de lo que te gustaría? ¿Qué por algo se usa? ¿Qué funciona?
Sam se cruzó de brazos y suspiró serenándose. Nada ganaba con esos arranques, pero no pudo evitar que dolieran esas palabras, cuestión que la cabreaba aún más que la propia jodida situación. Ella no quería sentir nada por él, tampoco deseaba lo contrario. Se recordó.
—No te lograré hacer cambiar de idea, ni tú a mí. Es mejor no perder el tiempo en eso —determinó arqueando una ceja—. Y te pediré que de ahora adelante los besos sean solo para situaciones específicas, prefiero evitar toda esta mierda —concluyó para enseguida darse la vuelta.
El hombre la observó alejarse, sonriendo apenas. Los besos eran ineludibles cuando existía esa química como la que había entre ellos, eso lo tendría que entender la pelirroja, pero su ingenuidad era mayor de lo que pensó en un inicio y, por otro lado, sabía que lo dicho había sido innecesario. Además en parte era una mentira, pero mientras la probaba y saboreaba de esa manera en la que lo encendía, el temor de traspasar sus propios límites apareció. Lo cierto era que esa mujer doblegaría a cualquiera con tan solo sonreír.
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