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El hombre al que había estado espiando minutos atrás y sabía que no había sido la única, —muchas más se habían unido a su secreta actividad— aunque sí la más sigilosa.
No era de las que se quedaba sin palabras, pero ocurrió. Éste sonrió de forma torcida, escrutándola bajo esas cejas castañas bien pobladas y boca carnosa, ladeándola un poco.
—¿Estás bien? —le preguntó al notar que no respondía, sin soltarla. Ella, pestañeando, comprendiendo su estupidez, asintió intentando sonreír, avergonzada.
—Sí, disculpa, no te vi —murmuró con las mejillas encendidas, mientras el hombre asentía, sereno, incluso accesible.
Le sonrió con timidez. Qué guapo era, tonteó
—Son cosas que pasan —dijo con voz embriagadora, observándola con atención, sin soltar aún su brazo y eso... le gustó. Se sentía potente, firme, fuerte.
Dios, en qué estaba pensando.
—Sí, supongo —ratificó sintiéndose ridículamente tonta, algo a lo que no estaba para nada habituada. El hombre, que ahora se había detenido en sus labios, de pronto alzó la cabeza y la soltó tornándose serio, muy serio, casi glacial.
Sam sintió una mano sobre su hombro, giró.
—Craig, espero que te la estés pasando bien —dijo Camile. Sam sintió como enseguida su corazón se detenía. Él era el tal Craig. ¡Madre de Dios!, lo miró ahora con recelo e intriga. El hombre alzó una ceja notando su reacción y luego asintió en respuesta a su hermano con una frialdad que erizó su piel.
—Ya me marchaba, Camile, tengo otro compromiso. Pero gracias, todo estuvo... a la altura.
—Lo entiendo —habló su hermano, captando lo mismo que ella. Luego sonrió como si nada para enseguida caer en cuenta de su grosería y que, con ese hombre, no podía darse ese lujo—. Lo lamento. No te presenté, ella es mi hermana, Samantha Streoss, Samy, Kylian Craig —señaló Camile, diciendo aquel nombre que, no tenía idea, escucharía mucho más de lo que en ese momento siquiera imaginó.
Le sonrió tendiéndole la mano.
—Un gusto, Kylian, y de nuevo te ofrezco una disculpa —susurró nerviosa. El hombre tomó su mano, en respuesta, cortés.
Casi suspira al sentirlo. Era tan grande y cálida. Le dio un leve apretón y no pudo evitar buscar sus ojos.
Ay, Dios, qué le ocurría.
—No son necesarias, señorita Streoss —reviró serio, observando a ambos hermanos, estudiándolos en realidad.
Un segundo después Camile lo acompañó a la salida y ella, cual caballo desbocado, olvidó para qué había salido de nuevo y subió de dos en dos las escaleras, no sin antes haber aventado los tacones por las escaleras de servicio sin ningún decoro.
Al llegar a su habitación, corrió hasta la ventana, un Aston Martin gris se alejaba. Lo observó absorta. Ese hombre la había impresionado, pero también amedrentado, tenía una mezcla extraña que había logrado hacer que su corazón martilleara de esa manera desorganizada a la que no estaba acostumbrada.
Desconcertada por todo aquello, se bajó la cremallera del puto vestido y, una vez en bragas y sostén, se dejó caer sobre la cama perdiendo la mirada en el dosel que su madre se oponía a retirar.
Su padre estaba metido en un lío y ese lío tenía rostro y voz, que en conjunto solo le provocaban más aprensión. Nunca había sido una chica que se preocupara, no había tenido muchas ocasiones para ello, pero en ese momento sí que se sentía agobiada, sin embargo, no era algo que ella pudiese solucionar, lo entendía.
Estaba cursando las últimas clases del curso de titulación, tenía una beca para aprender animación en Inglaterra en septiembre, que consiguió a pesar de que su padre le insistió en que él podía solventar sus estudios. No, no había aceptado, ansiaba alejarse de ese ser «perfecta» y que nunca lograba ser. Eso sin contar con que su equipo debía llegar a las finales y sus entrenamientos de boxeo, clandestinos obviamente, cada vez le exigían más.
Crash, su novio, tampoco lo sabía y es que, al contrario de sus hermanos, era de los que le asustaban esas cosas, no porque fuese mujer, sino porque la violencia no era buena y todo un discurso que le generaba bostezo. Así que solo lo sabía ella y su entrenador, no había necesidad de más, además lo pagaba de las clases de fut... ¡Esa había sido una genial idea! Se aplaudía.
Se puso una malla oscura, la camiseta de su equipo, se quitó el maquillaje, se sujetó el cabello en un moño alto, metió lo que necesitaba en su bolso y se escabulló. Ahí no podía pensar, necesitaba otros aires.
*
Aparcó en aquella torre, en el centro de la ciudad. Se sentía molesto, muy molesto. Ese tipo le estaba viendo la jodida cara y eso era algo que no soportaba, simplemente era inadmisible. No había visto ni un balance del dinero que le dio, el plazo había sido corto, obviamente, Streoss Service debía ser suya... la necesitaba para la expansión que tenía planeada y no estaba dispuesto a dar marcha atrás, lo que no le agradaba era las pintas que tomaba. Tenía personal en el interior y todo olía a fraude, uno que venía ocurriendo de tiempo atrás y que ahora, con su dinero, seguía ocurriendo, ¿lo peor? Todo acusaba a Streoss.
Le costaba creerlo, era bueno para juzgar a las personas, pero tampoco lo descartaba y si el hombre debía terminar en prisión, ni hablar. Tenía un mes, un maldito mes. No más.
Su celular sonó justo cuando entraba, tenía una cena de gala, apenas si contaba con un poco de tiempo libre para revisar algunos asuntos, por muy sábado que fuera, el trabajo iba primero. Era su padre, respondió.
—¡Es la tercera llamada! Creí que no me responderías.
—Estaba en un cóctel. ¿Cómo va todo? —preguntó con tono amable, con su familia siempre lo era.
—Bien, bien. El sol de la isla me ha sentado, es la verdad —dijo el hombre mayor usando ese tono que tan bien conocía. Se detuvo, con la perilla de la puerta de su despacho en la mano, arrugando la frente. No de nuevo.
—¿Qué tan bien? —preguntó tenso. Su padre silbó, riendo.
—Creo que ahora sí di con la indicada —expresó emocionado.
Kilyan contuvo el improperio y cerró los ojos. Era la quinta ese año, pero desde que su madre muriera, ya iban tres matrimonios que habían costado bastante dinero y el cual su padre había soltado con resignación.
No, ni una más.
—Dame su nombre —exigió, entrando.
—¿Para que la investigues? No, hijo, no es necesarios, sé que es la ideal.
—Dámelo o lo conseguiré de todas maneras.
—Kyl, basta, es mi vida.
—Y tu jodido dinero, pero te lo terminarás en menos de lo que piensas mientras sigas así. Su nombre.
—No —lo desafió el hombre.
—Bien —gruñó. El otro resopló.
—Yo por lo menos me arriesgo, tu ni novia, ni mujer, ni nada... tienes casi 30 años, quiero nuera, nietos.
—Aún no doy con la mujer ideal y tampoco tengo el tiempo para estar buscándola.
—Pues yo sí.
—Para con eso, de verdad. A Kasha no lo hace bien verte estar de mujer en mujer.
—Tu hermana es mayor y a pesar de que ese malnacido la hirió tanto, no pierde las esperanzas. Deberías aprenderle algo —reviró con tono provocador. Kilyan rodó los ojos.
—El nombre —insistió.
—Bien, bien. Te propongo un trato.
—¿Un trato?
—Sí, un trato.
—Te escucho...
Horas después, en medio de aquella cena, una idea comenzó a formarse en su cabeza, una que le ahorraría mucho dinero, que le daría el poder para entrar a esa maldita empresa y averiguar qué había ocurrido con su dinero sin necesidad de abogados y... sacando provecho de ello. Después de todo quedaría en familia, ¿no? Su padre dejaría por completo de lado la idea de estar aumentando su lista de matrimonios fallidos y él, él no pasaría por uno definitivamente.
Sí, era lo adecuado, después de todo en el ambiente donde se movían, solía todo ser producto de arreglos.
*
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