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♥PLAY LIST EN SPOTIFY - SOLO PARA MÍ / ANA COELLO ♥
El calor no era tan abrasante como la mirada de ese hombre que imaginó tenía negocios con su padre, como tantos más. Su mirada fuerte, con aquella barba incipiente perfectamente bien contorneada, esa boca delineada, su postura cargada de seguridad.
Dios.
Se obligó a voltear hacia otro lado. No era que la mirara, en realidad hablaba con uno de los invitados, aun así, la intimidaba y desde que lo vio, minutos atrás, no había podido evitar clavar su atención en él, era imponente.
Sacudió su cabeza. Sam no era así. El sexo opuesto no solía ser su atracción principal, en realidad solían ser sus rivales, sus víctimas, lo que fuera, pero no le había ocurrido que le atrajera alguien de la forma potente que ese hombre había conseguido con tan solo haber posado su atención en él, y es que... a comparación de muchos otros, sí que podría catalogarlo como hombre, vaya que sí.
¿Lo peor?, él ni siquiera había reparado en su presencia y no era que lo buscara, aunque le hubiese gustado siquiera una ojeada, debía admitir. Negó de forma inconsciente, regañándose. Dios, Samantha, tienes novio, se dijo. Uno con el que la pasaba bien y que la secundaba en todas sus locuras, las que fueran... que eran varias, no sin antes quejarse, obvio.
Se quejó jalando el vestido, acomodándoselo, decidiendo que había algo más importante que requería su atención: el modelito que llevaba puesto. Esos mentados trapitos de coctel eran una jalada de cabellos.
La mano de su madre sobre su hombro hizo que detuviera su pelea con aquel pedazo d tela. Esa era la comida anual de Concord Service, de la que su padre era el accionista mayoritario y que les había dado una vida más que holgada, de lujos, la misma en la que insistían que encajara pero que no lo lograba.
—Samantha, ¿verdad que Aspen estuvo delicioso este año? —dijo su madre, haciendo lo posible para que dejara de removerse bajo ese vestido que había escogido para ella.
La joven evitó resoplar. Tenía un entrenamiento al que estaba faltando gracias a esas cosas absurdas que hacía la gente de «clase» para demostrar quién era más poderoso, o quien viajó más o quien compraba más.
Sonrió asintiendo con dulzura, porque sí, también lo era, era muy dulce y con ello había logrado que en casa todo se le diera sin hacer mucho esfuerzo.
Las mujeres que estaban ahí; un par de su edad, otras mayores, la observaban, aunque no de la misma manera. Las primeras, con malicia, la conocían y sabían que ese tipo de eventos no eran lo suyo, incluso, en varias ocasiones, de pequeñas, disfrutaron intentando dejarla en ridículo.
Aunque era algo que ya no hacían hoy en día. Samantha Streoss era bien conocida entre las jóvenes de su edad como una chica de imaginación interminable y ninguna deseaba acabar bajo sus garras. Las mayores, como solían, admiraban su belleza, esa tan clásica, heredada de su madre, le sonreían.
—Fue maravilloso, el clima justo... —respondió ella con delicadeza, suave, comiéndose el hecho de que se la pasó esquiando como una loca, compitiendo con quien pudiera y riendo como señor de taberna, eso sin contar la borrachera que se puso con Kyle y que le costó a éste, una buena regañina de su padre.
Su madre, Madelene, soltó el aire, sonriendo también, satisfecha. No es que la metiera en apuros todo el tiempo, era una joven bien educada, pero tan inquieta, tan... Ella tenía la culpa y lo sabía, aunque más su marido, pero es que siendo la única mujer y la más pequeña de seis hijos, bueno, tenía sus repercusiones. Aunque aceptaba que podría haber sido peor, así como también, pudiera haber sido todo aquello que soñó al inicio que fuera su hija.
Era un aniversario más de la compañía que su padre lideraba, forzosamente todos los miembros de la familia debían asistir, la realidad era que su cabeza estaba en otro lugar, lejos, muy lejos, centrada en un balón, o quizá en cualquier otra cosa.
Le dio un trago a su champaña, esa que le sabía siempre tan astringente.
Después de un rato de todo aquello, le fue inevitable buscar de nuevo con la mirada a ese hombre... Estiró el cuello lo más discretamente que pudo, pero nada, no lo encontró.
Hizo un puchero con la boca, luego chasqueó la lengua y se dirigió a la elegante barra de comida. Moría por una maldita hamburguesa, o unas alitas búfalo, pero no, ahí ni de chiste encontraría eso, así que se conformó con los excéntricos platillos perdiendo su atención en aquella fuente que la había visto crecer y que cuyo sonido del agua la sosegaba.
Cómo estaría yendo el partido.
—Ey, es raro verte tan quieta —conocía de toda su vida esa voz, era uno de sus hermanos, Kyle, el tercero de mayor a menor, con el que mejor se llevaba, aunque en realidad con todos tenía una muy buena relación. Un hombre de 28 años, ingeniero y adicto a ello, así que rara vez tenía tiempo para algo más que eso pues viajaba mucho, aunque era buenísimo en los juegos de video, casi tanto como ella y cuando iba a casa se enfrascaban en batallas que duraban horas y que Madelen la hacían enfurecer por las peleas que luego había para reclamar trampa por aparte de uno o el otro.
Alzó una de sus pelirrojas cejas y se abstuvo de sacarle el dedo medio, alguien podría notarlo y no quería saber el drama que su madre montaría porque, aunque ya se había medio dado por vencida con ella, continuaba teniendo esperanzas y la verdad es que Sam intentaba esforzarse, la quería mucho, al igual que a su papá.
—Si me pongo a bailar hip hop, creo que sería la responsable de varios ataques cardiacos, hoy no tengo ganas —bromeó con su típico cinismo. Kyle rio negando, luego le robó uno de sus panecillos, de esos que por pura suerte quedaban. Ella le dio un manotazo que no sirvió de nada porque igual fue a parar a su boca—. Te aprovechas porque no puedo montar una escena, eh —gruñó inspeccionando su alrededor para ver si era posible una pequeñísima venganza.
Y de pronto sus ojos azules brillaron, ¡ahí estaba su presa! Alzó la mano con elegante cortesía que obligó a su hermano a voltear porque Samantha era todo menos delicadeza, cuando le convenía, por supuesto. Al ver quien se acercaba, Kyle casi se cubre el rostro con una mano, ¡Samantha del demonio!
—Hola... hace tiempo que no te veía, Kyle —escuchó a Chantal. Una chica de su edad, de buenas miras, pero con una necesidad ridícula de estar sobre él, tanto que de verdad sentía aborrecerla. Pero era hija de un socio de su padre, no podía ser descortés.
—Es justo lo que me decía —mintió Samantha, sonriente, bajo la mirada contenida de su hermano, dándole un golpecito en el antebrazo siendo el perfecto ejemplo de la educación, tanto que si su madre la hubiera estado viendo se habría dado cuenta de que todos sus esfuerzos habían sido captados por la joven, aunque no pensaba usarlos con la regularidad requerida—. Los dejo solos, seguramente tienen mucho que hablar. Kyle decía algo de bailar, ¿no, hermano? Yo iré por más —y señaló su plato, casi vacío—. Me dio gusto verte, Chantal —dijo con suavidad, para luego alejarse como si nada, ondeando ese cabello rubio rojizo que le llegaba hasta la cintura.
Kyle se frotó el cuello, siguiéndola con la mirada, varios invitados la contemplaban con deseo, lo cierto es que ninguno se atrevería a acercarse sabiendo a todos los Streoss ahí. Sonrió para sí satisfecho, cuando aquella voz lo sacó de sus pensamientos. ¡Mierda! Ahí iba, de nuevo.
Samantha se paseó por los alrededores, saludó a algunos viejos amigos de sus padres con tono cándido, a un par de tíos, luego se sirvió un poco más, y mientras se alimentaba perdió su atención en el evento, sin ver nada en realidad. El jardín estaba cuidadosamente decorado, todos parecían disfrutar del derroche, de presumir lo que cual o tal tenía, cotilleando. Bufó, eran tan aburridos.
Vigilando de que nadie la mirase, entró a la casa, por uno de los laterales. Se sintió triunfante, pues escapar de siete miembros de su familia, no era tarea sencilla. Iba a subir por las escaleras, decidida a escabullirse, porque para ella ya había sido más que suficiente, cuando escuchó esas voces inconfundibles.
Su padre y Camile, su hermano mayor, discutían. No solía estar al pendiente de sus conversaciones, trabajaban juntos y era común escucharlos reñir, pero algo en el tono de agobio de su padre la detuvo.
—Si no lo invitaba quedaba peor, debía hacerlo —murmuró Londo, su papá.
—Pero date cuenta de la fiesta que estás dando y le debes una maldita fortuna. Carajo, por qué no me preguntaste antes. Craig pudo haberlo tomado como una muestra de cinismo de tu parte.
—O de seriedad, los negocios también son así: pantalla. Si no le doy confianza, puede pensar que pienso jugarle chueco.
—Papá, al paso que vas deberás ceder parte de tus acciones, perderías mucho... Eso sin contar que podría presentar cargos. Fraude.
—¡Cállate! No sucederá, Craig sabe que la empresa lo resolverá, que estamos en ello. No debe saber lo que en realidad ocurre, nosotros debemos saberlo primero.
—Llevamos semanas buscando, el responsable ha sido impecable. Estamos en un puto callejón —lo cuestionó exasperado Camile. Samantha, conteniendo el aliento, escuchaba todo.
—Daremos con el responsable. Craig no debe sospechar algo semejante.
—Te lo advertí. Ya no es como antes, arriesgaste demasiado. Primero debimos cerciorarnos, si me hubieses dejado manejar esto.
—Qué no se te olvide, Camile, aun es mi compañía. Ya veré la manera. Siempre la he visto. Yo monté esto de la nada, lo levanté de las putas cenizas que dejó tu abuelo —dijo su padre con esa pasión que lo caracterizaba, esa historia la había escuchado varias veces, además.
—En algo te equivocas, papá. Él verá la manera, te lo aseguro.
—No es un patán, es un tipo de negocios, educado y respetable.
—Lo sé, pero también sabemos que si tiene todo lo que tiene no es por ser precisamente noble... Es implacable.
—Basta, es el aniversario de la compañía y ya no quiero que hablemos de esto —dicho esto, se fue.
Oyó a su hermano gruñir. Él, que era todo ecuánime, estaba realmente enojado. Tenía un par de empresas que montó, le iba de maravilla, pero no soltaba del todo la de su padre pues a últimas fechas su salud no era la mejor y al parecer sus decisiones tampoco.
Sus palmas sudaron. Si era verdad todo aquello... No, su papá no podía quedarse sin nada, menos en prisión, porque eso imaginaba. ¿El responsable de un fraude? ¿Alguien estaba haciendo eso dentro del a empresa? Un nudo molesto se instauró en su pecho, quería ir a buscarlo, solo verlo y saber que todo iría bien, como siempre.
Nerviosa dio la media vuelta y regresó a la fiesta, de pronto, ya en el jardín, chocó contra alguien de aroma masculino, delicioso, jadeó a punto de caer, aturdida, pues nunca era torpe, cuando un par de grilletes la sujetaron por los brazos evitándole un buen sentón.
Abrió los ojos de par en par al notar quién era.
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