° Veintitrés °
Hazel
¿Qué acaba de pasar?
Observo con el entrecejo fruncido totalmente contrariada como Aidan desaparece tras la salida del auditorio después de su gran, gran confesión. ¿Quién hace eso? ¿Decir «me gustas» negarte a dar respuestas he irte sin más?
Aidan López, claro está.
Tan solo escuché el ruido de la puerta cerrarse, fue que pude reaccionar al fin y salir de mi confusión y gran sorpresa. Eso en serio que no me lo había visto venir. Recogí mi mochila con prisa del piso y salí corriendo del auditorio en busca de Aidan.
Pero cuando crucé las puertas y ví hacia el pasillo, solo me encontré a un par de chicos que iban por ahí escuchando música. Me saludaron con una sonrisa y se los devolví con una ligera sacudida de mi mano.
Miré a cada lado he incluso fui al pasillo de entrada. No lo encontré, es como si de repente... ¡Puf! Aidan hubiera desaparecido.
—¿Por qué me haces esto, insoportable pelirrojo? —murmuré para mí, cruzando los brazos.
Muchas cosas de las que pasaron entre nosotros mi cerebro aún las estaba procesando. El beso de ayer es una de ella. Sé que pasó, sé que fue de maravilla y que casi me derrito como mantequilla ahí, ¿Pero asimilé completamente de que Aidan me había besado? No, aún no lo hago. Y es que no me lo creo. Muchas cosas en torno a Aidan López son indudables, ese chico es impulsivo por naturaleza, así que nadie se cuestiona de las cosas que él a hecho.
¿Pero besarme? Ni yo misma me lo he podido creer por el simple hecho de que... yo no podía ser del tipo de Aidan o que a mí nunca me vio de esa forma. Por favor, en nuestro primer semestre me llamaba eventualmente «culo flácido», ¿Qué iba a esperar?
Pero pues resulta que ahora le gusto... y no me dió tiempo ni de darle una respuesta.
Claro que sí, así es Aidan.
Como el ensayo que habría hoy solo éramos él y yo para mejorar esa escena de Erick y Pilar, y mi Erick se a ido, me terminé yendo yo también. En el camino marqué su número, pero me mandaba a buzón de voz.
¿Por qué. Eres. Así, Aidan? Me caes mal por hacer esas salidas dramáticas.
Estando en el ascensor para ir a mi piso, se me ocurrió la idea de preguntarle a Bea por Aidan, misteriosamente ella casi siempre sabía dónde estaba él, pero cuando toqué la puerta y esa misma se abrió, me encontré fue con una torre de 1,93 rubia rizada.
De los chicos, Andy claramente es el más alto por unos cuantos y considerables centímetros. Los que le siguen son Aidan y Evan ya que ambos miden lo mismo y de último está Billy, el más bajo de los cuatro hombres. Si nos juntamos con las chicas, obvio que será Bea la más baja de todas y Lyla la más alta.
Si yo con mi 1,74 me siento bajita frente a este chico, no imagino Bea con su espectacular 1,69.
Cómo de costumbre, tuve que alzar la mirada para poder verlo a los ojos, y aún así, él bajó un poco la cabeza.
—Eres demasiado alto para tu propio bien, Andy Guillén.
El rubio sonríe, esa sonrisa de comercial de pasta de dientes que tiene de acompañamiento un pequeñísimo hoyuelo.
Hay que admitirlo, Andy es guapo, Lyla se buscó un buen partido, y como los chicos dicen que estos dos están juntos desde los dieciséis años, todos esperan que sea para largo. Es que tendrían bebés bastante lindos, debo decir.
—O ustedes son muy bajos, las probabilidades varían —encoge los hombros con diversión.
—Bueno, puede ser, pero no estoy aquí para hablar de las probabilidades, me preguntaba si tú sabías de casualidad algo de Aidan.
De inmediato frunce el ceño.
—¿Aidan? —asentí—. La verdad es que no, la última vez que lo ví fue ayer en la mañana, durante el entrenamiento.
—¿Y Bea?
—Se quedó anoche con Evan.
Resoplé para después torcer los labios, ¿Ir a buscar directamente a Aidan? Era valiente, pero hasta ciertos puntos. Hay un límite para todo.
—Vale, gracias, rubio gigante.
—No hay de qué, pequeña australiana.
Rodé los ojos en broma, Andy se rió.
—Te veré luego —con un gesto de despedida de su mano, cerró la puerta del apartamento que... técnicamente tenía prohibido entrar.
Lo dije una vez, a los directivos no les importa estas cosas de chicos y chicas mezclándose así.
Fui hasta mi puerta y abrí, de inmediato que ví la sorpresa en la sala, quise seguir hablando con Andy en el pasillo.
Cuando tus amigos más cercanos son una pareja tienden a pasar accidentes. Una vez con Aidan nos pasó que fuimos a buscar una cosas para un ensayo que él había dejado en su apartamento, cuando entramos, nos llevamos una imágen bastante gráfica de el torso desnudo de Bea. En otra ocasión después de ese incidente, iba con la chica a la que accidentalmente le había visto las tetas en busca de algunas cosas que ella necesitaba para su clase y yo fui la pobre desgraciada que se cruzó en su camino.
En toda mi vida he escuchado bastantes sonidos interesantes, pero los que habían venido de la habitación de Lyla aquella vez aún no se borran de mi memoria.
Y justo ahora, soy una desafortunada testigo de como Camille y Billy se están metiendo mano, ¡Literalmente! Justo en el sofá dónde yo también me siento.
Esto es triste y traumatizante al mismo tiempo. Triste porque tantas parejas y tantos accidentes de este tipo me recuerdan mi vacía vida sexual. Traumatizante porque no soy fan del porno en vivo.
Me aclaré la garganta con bastante fuerza, tanta que incluso dolió un poco.
Los chicos no se separaron de sopetón, fue con lentitud como si yo solo les hubiera interrumpido el acto. Lo que sí pasó, pero que al menos se hubieran alejado con más rapidez.
—Ay, dios —me cubrí los ojos con ambas manos y caminé a tientas a la cocinita cuando apenas ví que Camille llevaba la parte superior de su vestido por la cintura y Billy la camiseta desabotonada.
¿Por qué tengo que tener amigos tan cachondos, Dios?
—¡Hazel! —saludó emocionada mi mejor amiga, así como si nada.
—Sí, hola —respondí dándole la espalda en busca de algo en la nevera, solo no quería verla a la cara.
Bien, que esto a pasado varias veces y que he escuchado cosas, pero me sigue pareciendo incómodo ver tetas que no son mías, y verme incluso a mí es raro.
—Chicos, tienen una habitación justo ahí —señalé en dirección a la habitación de Camille, aún de espaldas—. Y se vienen a meter mano en la sala.
Ambos se ríen, como si todo esto fuera un chiste graciosísimo. Para mí no lo es, en serio que estoy traumada por tanto desnudo que he visto.
—Como si tú no lo hicieras, Hazel —dijo Billy con un tono bromista.
—No, Duncan, yo no lo hago porque ni novio tengo, y si lo hiciera, procuraría cerrar la puerta o al menos avisar algo de «no vengas, estaré en la sala metiéndome mano»
—Pero no niegas en que lo harías —tercia Camille.
—¡Ese no es el punto! —al fin me di la vuelta, ambos me miran como un par de niños apoyados del espaldar del sofá—. Tienen una habitación, largo.
Ellos comparten esa mirada de novios que no entiendo. En pocos segundos se dicen muchas cosas.
—Bueno, estaremos en mi habitación —se levantan del sofá con una elegancia sorprendente.
—Tenemos vecinos, traten de no hacer ruido.
—Claro, claro...
Así se perdieron tras la puerta de la habitación de Camille.
Despedí un suspiro y meneé la cabeza. Odio tener tantas parejas a mi alrededor.
Tomé un paquete de galletas mal parado en la nevera y me fui a mi habitación, de forma amortiguada se escuchaban las risitas juguetonas de esos dos. Gracias a los arquitectos y constructores de estos edificios por poner relleno en las paredes.
Dejé mi mochila colgada en el gancho donde siempre la dejo y saqué mi móvil. Tumbada en la cama comiendo galletas de chocolate y vainilla, llamé varias veces a Aidan, incluso lo videollamé, pero seguía pasando de mí.
Doy un mordisco a una galleta y pienso en alguna solución. Tenía que hablar con Aidan, eso que pasó no podía simplemente quedarse así, ¿No me dejaría darle una respuesta? ¿O pedirle alguna explicación? ¿Solo me ignoraría y ya?
Conociendolo, eso último es una opción considerable.
Cómo última forma para intentar hablar con él, entré en su chat para enviarle una nota de voz.
—Aidan, deja de ignorarme, esto es tonto. Solo no puedes pasar de mí después de haberme dicho eso en el auditorio. Quiero hablar contigo, insoportable pelirrojo, por favor... —pensé en agregar algo más, pero solo desistí a la idea y envié el mensaje.
Marcó que lo había enviado, esperé un rato a qué se marcara que le llegó, sin embargo, eso no pasó. Solo se quedó en una sola, y cuando ví su última conexión, me hizo despedir un suspiro frustrado. Ocho de la mañana fue la última vez.
—Creo que tendrás que hablar con él en persona, Hazel —me dije a mí misma antes de morder una galleta.
Pero por ahora, solo quiero comer y pensar bien lo que hablaría con ese chico.
-
No he sabido nada, pero nada de Aidan desde hace dos, ¡Dos! Días.
Sigue ignorando mis llamadas y mensajes, tampoco lo he visto andando por la facultad o el campus. Siempre me topaba con ese chico en todos lados, y justo ahora, cuando necesito hablar con él, solo desaparece de mi radar sin dar ni una señal de vida.
Sus amigos tampoco ayudaban mucho.
En cuanto me reuní con Bea para seguir nuestro proyecto de la caricatura, (ya que ella había aceptado mi propuesta porque necesitaba a dos chicas que le dieran voces a los personajes que estaba animando) le pregunté por su desaparecido mejor amigo, lo cual solo me respondió:
—Oh, él debe de andar por ahí —dijo con total tranquilidad sin apartar la vista de la tablet donde estaba dibujando.
Luego se levantó para comentarle algunas cosas a su compañero de informática.
Evan y Andy me dieron casi la misma respuesta, solo agregando que estaba ocupado con algunas cosas y trámites que tenía que hacer para el papel que le dió De Santis.
Espera... ¡Puedo preguntarle a De Santis!
Con esa nueva idea, me fui corriendo al edificio principal, mi mochila en mi espalda brincaba y molestaba, pero no bajé la velocidad hasta que entré en el edificio. Recuperando el aliento y limpiandome el sudor de la frente, toqué la puerta de madera del salón de profesores con los nudillos.
—¡Pase adelante!
Adentro estaban varios profesores, algunos los reconocí como de otras facultades y unos pocos de la mía, saludé con un rápido gesto a mi maestra de baile.
—¿Se le ofrece algo, señorita Michaels? —me preguntó el profesor Ambrose con una taza de café en mano.
—Eh... disculpe... busco al... al señor De Santis.
—De Santis está en su oficina —respondió una mujer que no conocía, llevaba lentes y el cabello gris canoso recogido en una coleta—. En el piso de arriba, puerta número quince.
Asentí tragando saliva, aún tenía los efectos secundarios de mi maratón hasta acá.
—Gracias —di media vuelta y cerré la puerta.
Subí las escaleras con cierta lentitud, estaba cansada, yo no acostumbro a correr tanto, ni siquiera a hacer alguna actividad física más allá del baile. Debería de cambiar eso, a la larga me irá afectando la falta de ejercicio.
Para cuándo estaba otra vez frente a una puerta, mi corazón en mi pecho no paraba de latir a todo galope, debía de estar roja como un tomate.
En cuanto toqué, fue la voz del profesor que he buscado la que me permitió el paso.
Dentro de la oficina, despedí un suspiro gracias al aire acondicionado, fue todo un alivio porque estaba acalorada. Cuando me fijé en mi profesor, me puse regia y esbocé una sonrisa educada. De Santis no estaba solo, sentado frente a él, estaba un señor de tal parecer su edad, cabello negro con algunos reflejos claros, lo que delata su edad, ojos rasgados de un bonito color zafiro que me miran curiosos y a la vez divertidos, con una piel nívea y envidiosa de tan buen cuidado que tiene. Hay una sonrisa ladina en sus labios que hacen formar en su mejilla izquierda de forma muy ligera un hoyuelo.
-—Oh, buenas... buenas tardes —saludo, quitando los mechones pegados a los lados de mi cara a causa del sudor.
—Hola, Hazel, ¿En qué puedo ayudarte? —mi profesor me mira en espera, no parece molesto de que le haya interrumpido su reunión.
—Perdón por interrumpir, señor De Santis —hace un gesto de que no me preocupe—. Oh, bueno... me preguntaba si usted no... no sabría algo de Aidan.
Su ceño se frunce.
—¿De Aidan? —asentí—. Estuvo aquí hace unos quince minutos.
—¿E-en serio?
Ambos hombres asintieron.
—¿Y no le dijo a dónde iría o... algo?
—Prueba de vestuario —contestó el acompañante de mi profesor, hay un acento en su voz—. Ahora debe de estar en la prueba de vestuario para la serie.
—Esperen un segundo —miré a De Santis, que ya estaba sonriendo—. ¿Sí le dieron el papel?
Asintió, haciendo crecer su sonrisa.
—Vaya... eso... eso es genial —sonreí pesando en lo feliz que debió de estar Aidan cuando le confirmaron que el papel era suyo. Me lo imaginé muy bien dando brincos y puñetazos al aire.
—Estaría regresando de la prueba de vestuario a eso de las cinco de la tarde, por si te sirve de algo.
—Sí, sí, muchas gracias, señor —me despedí de ambos hombres y salí de la oficina de mi profesor De Santis.
En el pasillo, busqué en mi mochila mi móvil. Sabía que no podría contestar mi llamada, pero igual así marqué y cuando me mandó a buzón de voz, no dudé en decir algo:
—Felicidades, insoportable pelirrojo —me senté en una banca cerca de la escalera. Dejé ir una pequeña risa—. De Santis me a dicho que te dieron el papel, estoy muy feliz por ti. Sigo sin entender por qué pasas de mí, pero créeme que esto me alegra tanto. Te lo dije, estoy orgullosa de ti como una mamá de su cría. Cuando... cuando quieras o puedas, llámame, ¿Vale? Hay tanto que hablar.
Di por finalizada la llamada, en la pantalla de mi móvil volvió a aparecer su número de contacto: «Insoportable pelirrojo», de foto en su contacto estaba una fotografía que le había tomado en una ocasión. De primer plano era la enorme sonrisa de Aidan con sus ojos cerrados y el pelo tan desordenado como siempre, me había gustado tanto esa imagen, que entre todas, esa era la perfecta para ponérsela a su contacto.
Despedí un suspiro apagando mi móvil y volviendolo a guardar en mi mochila.
Solo quería hablar con Aidan sobre lo que pasó en el auditorio y también en el Jardín de Ceres, quería darle una respuesta porque la tenía, y no era una mala respuesta. Ese insoportable pelirrojo también me gustaba mucho, por muy tonto he idiota que pueda llegar a ser, me gustaba esa idiotez suya.
Y es que es una cosa de locos como me empezó a gustar Aidan. Sí, vale, siempre me pareció atractivo pero nada más que eso, siempre lo ví como un gran amigo y compañero actor, luego vinieron los momentos que pasamos más tiempo juntos, esas sonrisitas suyas que parecía dedicarme a mí y entonces solo... puf, pasó.
Entonces vino el beso... ese beso fue el mejor de todos, por muy confundida que me haya dejado lo repentino que fue. Había sido el mejor beso de todos los que me habían dado en un largo tiempo.
Y había sido de Aidan, fue ahí que confirmé lo mucho que me gustaba.
Pero ahora estamos aquí, él ignorandome después de que me dijo que le gustaba y sin darme la posibilidad de darle una respuesta.
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Nota de la autora:
Uuuuyy, pero... ¿Qué está pasando?
Estoy devuelta con mis notas de autora, ¡Aguantense! También con las actualizaciones, ¿Publiqué dos veces en una misma semana? Sí, tremendo milagro, pero pasó, pude escribir después de un tiempo con bloqueo, y aunque esta novela como tal está completa, estoy editandola y agregando nuevas escenas, por eso me tardo mucho.
Es que odio el bloqueo escritor, gente, ¡Es horrible!
Pero en fin, no hablemos de eso, que bastante mal me trae. ¿Qué tal este capítulo? ¿Y el anterior? ¡Dioses del Olimpo, Asgard y demás mundos mágicos que no recuerdo en este momento! Nadie se esperaba esa declaración, ¿A qué sí?
¿Una confesión? Aidan tampoco.
Ya estoy volviendo a tomar la emoción que había perdido con esta historia para escribir escenas, dramas y momentos tremendos. Y es que se vienen muchas cosas, gente: las grabaciones de la serie, que puede que traerá a personajes conocidos... no lo sé. La cena para conocer a la hija de Chris, entre tantas cosas más que... uf, me fascina.
Cómo no quiero seguir parloteando porque se me saldrá un spoiler, me despido aquí para leernos el martes. No se olviden de votar y comentar porque eso me anima a seguir publicando esta novelita.
¡Nos leemos pronto!
Besos y abrazos con carreras, llamadas ignoradas y risitas traviesas de Camille y Billy.
MJ.
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