° Treinta y dos °

Hazel

Mi extraña conversación con Evan y Andy se quedó por el resto del día en mi cabeza, me causó un insomnio horrible por el que terminé durmiendo a las casi cuatro de la mañana y siguió resonando el eco de sus voces al día siguiente.

Y lo mejor de todo, en clases casi me gano un castigo por no prestar atención a lo que decía el profesor.

—Señorita Michaels, como está tan interesada en mi clase, ¿Podría decirme la regla de tres unidades de Aristóteles para una obra dramática? —me preguntó el profesor de dramaturgia.

Todos los presentes en el aula se giraron en sus asientos para a verme, especialmente hoy me senté en lo último ya que estaba cansada, aún seguía pensando en lo que me dijo Evan y bueno, dramaturgia no era mi clase favorita. Es más bien la favorita de Aidan.

No, Hazel, no pienses en él, demonios.

—Eh... —balbuceé sin saber que respuesta dar. ¿A mí qué me importaba la regla de tres unidades de Aristóteles? Yo solo quería actuar.

Por desgracia, esta materia no era optativa. Sí o sí debía de verla para obtener créditos en mi semestre.

El profesor, un viejo que parecía tener unos mil años, (quizá esté exagerando, puede que tenga unos cien o doscientos) bajito y encorvado, con el poco cabello que tenía en la cabeza de color blanco y la cara arrugada como una pasita, aún me veía en espera de una respuesta a la pregunta que había hecho, respuesta la cual yo no tenía idea de cuál era.

—Señor —llamó su atención alguien al frente. Al fijarme quién había sido, me llevé la sorpresa de que fue Savannah la que levantó la mano—. La regla de tres unidades de Aristóteles para una obra dramática eran el tiempo, lugar y acción.

El profesor la miró con reproche, pero aún así asintió dándole la razón.

—Muy bien, señorita Griffin, está en lo correcto. La regla de tres unidades que propuso Aristóteles para una obra dramática eran el tiempo, que es el momento de la historia donde transcurre la acción. El lugar, un espacio específico o geográfico dónde se desarrolla y la acción, que eran el conjunto de eventos contenidos en la obra.

»Aunque de igual modo, las obras se definen en tres etapas o fases, que según Aristóteles, definían cualquier tipo de relato —pasó a verme a mí, su mirada era seria—. Para la próxima quiero que preste más atención, señorita Michaels.

No dije nada, solo asentí. Cambié mi atención al puesto donde está sentada Savannah, como estaba viendo en mi dirección, formulé sin emitir sonido un «muchas gracias» ella me sonrió de lado y guiñó un ojo.

Todos volvieron la vista al frente y le prestaron atención al profesor que nos pidió abrir nuestro libro de dramaturgia en la página dieciséis, dónde nos empezó a explicar la maldita regla de tres unidades. Muchas veces tuve que disimular los bostezos, no solo por lo aburrido, sino también porque tenía demasiado sueño.

No estaba soportando esta clase, creo que no voy a soportar el día.

-

Fui la primera en salir del salón cuando el profesor dictaminó el final de la materia.

Literalmente el hombre estaba a punto de anunciar su clásico «Bueno, alumnos, ya pue...» y yo ya estaba saliendo del salón. Estoy segura de que varios de mis compañeros se rieron por mi prisa. 

No me importaba.

Nada más quería relajarme, dejar de pensar tanto, concentrarme en otras cosas, pero a la vez quería pensar detenidamente y analizar bien la conversación que mantuve con Evan y Andy.

No sabía qué hacer y eso me estaba ocasionando un fuerte dolor de cabeza. En momentos como estos solo quisiera estar en mi casa acostada sin hacer nada, extraño esos tiempos.

Cuando estaba saliendo de mi facultad, solo para tomar un poco de aire fresco y ver si así se me calmaba el dolor que empezaba a sentir en la parte de atrás de la cabeza y las sienes, me encontré con Ean. Se venía acercando hacia mí en cuanto sus ojos dieron conmigo, iba con su clásica sonrisa resplandeciente acompañada del par de hoyuelos que se le formaban en las mejillas. El pelo lo tenía más largo, casi rozándole las orejas. Varias personas lo saludaron en el camino. Era algo natural, cuando Ean sonreía no podías evitar hacerlo tú también.

Y es que Ean emana un aura cálida, divertida, extrovertida y carismática.

Al llegar junto a mí, no dejó su sonrisa ni un instante. A veces, a mí también me gustaría estar de ese humor todo el tiempo.

—¡Hey, hola! —saludó con una emoción que pudo ser contagiosa, solo que el dolor que tenía no me permitía recibir la buena vibra.

Odio los dolores de cabeza.

—Hola, Ean —mi saludo no tuvo la misma emoción que su voz y eso claro que él lo notó porque su ceño se frunció.

—¿Todo en orden?

—Parcialmente en orden —respondí con una pequeña y cansada sonrisa de lado. 

—¿Estás…?

—Ean —lo interrumpí—, no quiero hablar de eso, ¿Vale?

Asintió varias veces, apretando los labios.

—Está bien, lo siento.

Me hizo un gesto con su cabeza para caminar, no me negué, aún quería tomar el aire fresco a ver si así podía aclarar algo o si quiera que se me pasara el dolor.

Íbamos al lado del otro por el camino que salía de la zona de las facultades, mis pies se movían por voluntad propia. Yo ni siquiera estaba concentrada en lo que pasaba a mi al rededor. En mi cabeza se repitió, otra vez, la conversación con los chicos.

Además que también se sumaron a los recuerdos de esa charla todos los momentos dónde le dije a Aidan: «Nunca olvides que yo estaré aquí cuando necesites desahogarte» y también cuando él me aseguró lo mismo.

Y ahora que él necesitaba hablar con alguien, no sabía si podía ser yo quien lo escuchara.

—¡Hazel! —gritó Ean, luego sentí como su mano me tomó del brazo y me jaló con fuerza hacia su espacio personal.

Cuando espabilé, estaba demasiado cerca del torso de Ean, podía escuchar el latido acelerado de su corazón y sentir su respiración sobre la cabeza, ¿Pero qué había pasado?

—¡¡Lo siento!! —gritó alguien en el campo de fútbol y yo aún no entendía qué rayos sucedía. Además de que tampoco me había dado cuenta en qué momento habíamos llegado allí.

Uno de los jugadores del equipo pasó corriendo a nuestro lado, al volver al campo, en manos llevaba un balón de fútbol. Lo pateó con fuerza y uno de sus compañeros lo detuvo antes de que saliera otra vez del campo.

Me alejé de Ean aún sin entender lo que pasó .

—Pero... ¿Qué rayos acaba de pasar? —pregunté.

—Estuvieron a punto de darte un pelotazo, Hazel.

—¿En serio? —cuestioné, sorprendida.

Ean asintió pareciendo preocupado a la par de aliviado. No sabía cómo podía sentir dos emociones tan distintas al mismo tiempo, pero estaba pasando y yo aquí lo estaba viendo.

—Mira, Hazel, entiendo que no quieras hablar de lo que sea que te está pasando, en serio que lo hago, pero estás distraída, más de lo común y eso me está empezando a preocupar. Puedes confiar en mí, ¿Qué pasa, Haz? —preguntó con suavidad, viéndome con esos ojos color avellana claro, su mano llevando hacia atrás un mechón de pelo que el viento desordenó.

Suspiré con fuerza por la nariz, llevando instintivamente mi mano hacia el colgante artesanal de Hansel, juguetear con las cuentas de barro era como una especie de tic que tenía. A veces me salía sin intención.

—Entiendo que estás preocupado, pero estate tranquilo, Ean —le dije con serenidad—, aprecio mucho el gesto de que te preocupes por mí, pero estoy bien. Es solo algo mío que tengo que resolver.

Me miró inseguro, alejando su mano.

—Okey —dijo—. Entiendo, pero dime al menos, ¿Estás bien?

No respondí al instante su pregunta porque no tenía una respuesta.

¿Estaba yo bien?

Me sentía... confundida, triste y frustrada a la vez, todas esas emociones se me juntaban y me dejaban en el limbo que estoy ahora.

—Yo... no lo sé —respondí.

—¿Cómo no sabes si estás bien o mal?

—Sencillamente así, Ean: no lo sé.

—Está bien, supongo que trataré de entender lo que ni tú entiendes —bromeó él, haciendo que se me escapara una pequeñísima sonrisa—, ¿Qué te parece si salimos? Aún tenemos una salida pendiente. Así podrás distraerte de lo que sea que te está pasando. Ponerte en modo off y relajarte un rato, siempre me ayuda cuando quiero dejar de pensar.

Le agradecí internamente a Ean por intentar hacer que se me suban los ánimos cuando no tiene ni la más mínima obligación conmigo. Fue algo muy dulce de su parte, pero aunque quería distraerme, relajarme y dejar de pensar, no sabía si el embrollo que había en mi cabeza desaparecería solo por salir un rato con Ean.

—Te agradezco la invitación, Ean, pero no sé si con salir un rato pueda distraerme.

—Vamos, Hazel —insistió, sacudiendo divertido los hombros—. Créeme, yo lo hago mucho cuando solo quiero relajarme. Salir, divertirme, distraerme un rato de todos los pensamientos, estrés, de lo que sea. Siempre funciona, es como una desconexión del mundo.

Aún no estaba muy convencida, pero al ver la carita de perrito que puso solo pude sonreír y claro, no me negué a su invitación:

—Está bien, salgamos.

—Genial —festeja, contento—, te prometo que mi técnica te servirá. Así podrás estar más tranquila otra vez.

Le sonreí sintiendo mucho cariño hacia él. Llevábamos poco tiempo hablando y, aún así, se estaba ganando bastante rápido mi cariño.

—Gracias, por… hacer esto, en serio.

Él encogió los hombros de forma despreocupada.

—No hay de qué, Haz. ¿Te parece si te paso a buscar a las siete?

—Claro, está bien a las siete.

—Cool, entonces, te pasaré a buscar a esa hora.

En serio que es muy dulce este detalle suyo.

—Venga, que te acompaño a clases.

Y en el camino de vuelta a las facultades, con su animado tema de conversación y su característico carisma y buen humor, pude sentirme un poco mejor, mi dolor de cabeza se había aminorado gracias a Ean, que hizo todo lo que pudo por hacerme reír con sus bromas, sus comentarios y anécdotas extrañas de cosas que le han pasado en clases.

Esperaba que esa salida lograra distraerme de todo lo que pasaban por mi mente ahora.

-

Lo que restó del día de clases pude distraerme. Cosa que agradecí bastante, ya estaba empezando a ponerme otra vez de mal humor por todo lo que me estaba pasando en estos momentos.

Nos habíamos reunidos después de clase con Ally, Bea y su compañero de informática, un tipo de su misma edad que se presentó como Alan. Ellos ya tenían casi finalizada su caricatura, así que Ally y yo tendríamos que continuar con las grabaciones de nuestras voces.

Habíamos tardado unas buenas horas en grabar. Hubiéramos terminado un poco más temprano, pero factores del día nos hicieron regrabar la toma más de tres veces. Al final Alan logró hacer las ediciones y con solo agregarla al cortometraje, ya nuestro proyecto estaría listo.

Aunque fue frustrante tener que hacer más de tres veces la toma, también fue divertido. Con Ally, Bea y Alan nos divertimos mucho. El chico era un bromista nato, y a causa de eso, puede que Ally y yo hayamos terminado arruinando un par de esas tomas. Hey, no nos culpen solo a las dos, Alan es el que se debe llevar el sesenta por ciento de la culpa.

Al finalizar con nuestro trabajo, nos despedimos todos, Bea me avisó que cuando Alan tuviera ya la edición hecha, nos llamaría a mí y a Ally para ver el resultado final. Ya ella me había enseñado el corto, (sin el sonido, claro) y había quedado genial. Bea tenía mucho talento para el diseño de animación, debía de estar orgullosa de eso.

Cómo las clases habían finalizado, me dirigí a los bloques de apartamentos de los estudiantes. La salida con Ean me resultaba ahora más tentativa que cuando me hizo la propuesta. Supongo que había ganado un poco de buen humor con ese rato que pasé con los chicos. Quizá ahora sí esté con más ánimo de salir a algún lugar.

En cuanto llegué al apartamento, noté que todo estaba estaba solitario y silencio. Qué raro, Camille aún no había llegado. Miré la hora en mi móvil. Empecé a dudar de que mi mejor amiga llegue temprano por dos razones:

1. O salió tarde de su clase.

2. Billy Duncan.

Así de simple y conciso, y ahora me estoy yendo más por la segunda opción.

Como la hora de la salida con Ean se acercaba, decidí al fin arreglarme. Con el tema de la ropa no siempre era muy quisquillosa, hay ocasiones en las que sí y otras en las que no.

Miré lo que tenía en mi armario, rebusqué un poco hasta que di con el atuendo perfecto: una falda plisada negra que me llegaba unos cuantos dedos más arriba de los tobillos, una camiseta blanca de tirantes bajo una chaqueta de jean. Me miré en el espejo de mi habitación y sonreí, me gustaba como me veía.

De zapatillas terminé eligiendo unas manoletinas que hacían juego con mi atuendo y con mi cabello hice lo más fácil: dos coletas a cada lado de mi cabeza. No me esforzaría en un gran peinado para una simple salida. Un maquillaje ligero y ya estaba lista.

Volví a verme en el espejo y chasqueé los dedos para luego apuntarme. Fue una acción bastante patética, debo decir.

Para cuando llegó Ean, a eso de las siete, ya estaba más que lista con mi bonito atuendo y mi bolso de lado donde llevaba todo lo que necesitaría. Al abrir la puerta, él me sonrió y como siempre, se le marcaron los hoyuelos.

—Hola —saluda para luego verme de pies a cabeza, esa sonrisa que tenía cambió a una más dulce—. Vaya, te ves muy linda.

Le devolví el gesto

—Gracias, tú tampoco estás nada mal, eh.

Ean despidió una risita corta.

—¿Nos vamos?

Salí hacia el pasillo, cerrando la puerta detrás de mí.

—Vámonos.

-

Vale, admito que me quedé sorprendida en cuanto Ean estacionó su auto en un restaurante elegante de Downtown City.

Bueno, «elegante» no sería la palabra justa, pero no era un simple restaurante de comida rápida como al que habíamos ido en nuestra última salida. 

Al entrar, habían personas sentadas en mesas vestidas con un mantel blanco en diferentes secciones del lugar. El local era lindo y tenía un aire privado y un toque elegante. Incluso había música en vivo en una plataforma al fondo, estaban tocando jazz suave.

Una mesera se acercó a nosotros, sonriéndonos amablemente y nos guió a una mesa en medio de la estación, en el sitio justo para escuchar bien la música que sonaba.

Pensé que esta salida era solo eso, una simple salida. De verdad creí que sería como la última, pero esto va más allá de pizza y cine.

Estaba en una cita con Ean.

La idea resultó extraña a mi cerebro, aún así no le presté total atención. Quería divertirme y eso haría. Quería distraerme y eso haría. Quería relajarme, ¡Y eso haría! Después me preocuparía de que si estoy o no en una cita con Ean.

Y ahora que lo menciono, me estaba sonriendo amable acomodándose en su asiento frente a mí.

—La comida de aquí es muy buena —comenta.

—Sí... —murmuro, tomando el menú que anteriormente la camarera nos había dejado—. Todo se ve muy rico.

Y algo caro, hay que aclarar también.

Él sonríe otra vez mostrando emoción y empezó a ver qué especial ofrecían la noche de hoy en el menú. Yo hice lo mismo.

La mesera volvió un rato después y Ean ordenó su comida: el platillo especial de la noche, que no logré entender en qué consistía. Mientras tanto yo solo ordené spaghetti con albóndigas. Después del platillo de queso con spaghetti, era mi favorito. Digamos que tengo una leve obsesión por la pasta.

En nuestra espera, le pusimos más atención a la banda que tocaba en la plataforma. Era una canción de Elvis Presley, reconocí, una en su versión más lenta y suave. Le daba un... extraño aire romántico a nuestro alrededor.

—¿Qué tal el lugar? —me pregunta él cuando los chicos terminaron su canción. Cosa que agradecí, ese ambiente me estaba poniendo incómoda.

Me tardé un par de segundos en responder. Aún seguía teniendo la idea de que esto era más que una simple salida de amigos, así que intenté no darle tanta vuelta al asunto. Solo observaba el restaurante a detalle, veía a las personas en las otras mesas, escuchando a murmullos sus conversaciones.

—Es... bastante lindo —respondí. No tenía ninguna otra palabra, no era un lugar excesivamente extravagante aunque tampoco carecía de estilo.

—¿«es bastante lindo»? —repite riendo—. Creí que la gran Hazel Michaels me daría una respuesta... diferente.

—Bueno, no es un mal sitio. Es lindo, es solo que no estoy acostumbrada a venir a lugares así —señalé con un gesto corto de mi mano.

—¿Y qué lugares sueles visitar? —pregunta curioso, apoyando su barbilla de su mano. 

—Mucho más sencillos, eso sí —admití en una risita—. No así. Me gustan las cosas sencillas —encogí los hombros—. Supongo que encuentro lo bonito en las cosas más simples de la vida.

—Guao... —arquea ambas cejas—, que profundidad.

—Tengo mis momentos.

La mesera volvió una vez más, interrumpiendo nuestra conversación. Esta vez vino con nuestras órdenes. La comida de la noche estaba muy rica, y la siguiente conversación con Ean de basó en eso: en lo buena que estaba la cena.

Cenamos riendo, bromeando, y también siendo vistos por varios comensales con miradas de «¿Qué hacen estos maleducados aquí?» ya que quizá estuvimos jugando un rato tratando de adivinar cuántos miles costó las prendas de muchas personas ahí.

Cuando otro grupo en la plataforma empezó a cantar una canción lenta, el aire romántico volvió. Demonios. Varias personas invitaron a sus parejas a bailar, noté con cierto miedo que mi acompañante tenía la misma intención.

Ean se levantó de su silla para pararse a mi lado y extender su mano hacia mí, sonriendo como un príncipe encantador.

—¿Quiere bailar, señorita Michaels? —me reí de la cara de exagerada elegancia que había hecho, pero esa risa fue una un poco tensa.

No quería bailar, no quería involucrarme en un ambiente romantico. Estábamos bien cenando y criticando a otros.

No obstante, no puse quejas y acepté su mano porque no quería hacerlo sentir mal.

Ean sonrió contento y me llevó consigo hacia donde estaban las otras parejas. Estando ahí, nos detuvimos frente a frente, por instinto, mis manos se fueron a apoyar a sus hombros, y Ean llevó las suyas a mi cintura.

Tuve una sensación extraña cuando sentí sus manos sobre mí. Más que extraña, era... incómoda.

Él no perdía esa felicidad en el rostro, sus ojos tenían cierto brillo que me daba ternura y me sentiría mal si yo soy la causante de que se vaya, así que no dije nada de cómo me sentía por la cercanía. De verdad que no quiero hacerlo sentir mal, se veía que la estaba pasando bien y no quiero ser yo quien le quite la felicidad que le está dando esta salida.

Además, yo también la paso genial, nada más fue ese pequeño sentimiento de incomodidad que de seguro no debe de tener importancia.

Bailamos un rato que me pareció eterno, y no en el buen sentido. Lo que restó de la cena pude confirmar lo que me dijo Camille aquella noche de mi primera salida con él:

Sí le gustaba a Ean.

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