° Treinta y cuatro °
Aidan
Me reí recibiendo gustoso su abrazo, rodeándola para darle un apretujón contra mi pecho.
-Te dije que volvería -hablé, alejándome de ella.
Sus ojos color zafiro me observan con emoción y sus labios van decorados con una sonrisa.
-Fueron tres días, pero te extrañé mucho. Aquí todo es muy aburrido sin ti.
-Eh, gracias, hermana -se ofende Deneb sentado en el sofá pegado a la pared.
Dione y yo nos reímos.
Aquí estamos, de vuelta en el trabajo después de mis tres días libres en casa que me fueron bastante buenos para desconectar un poco. Y aunque me gustó mi visita a casa porque pude pasar tiempo con mi mamá y hermano, y también hacer una visita improvisada a Cally en el CallyCafé, claro también a Ava y la familia Ross, me gustaba estar de vuelta.
También está la cosa que tengo varios proyectos que hacer para entregar la próxima semana y ya debía de coordinarme con Savannah para volver a los ensayos de la obra ya que, aunque no me lo diga, sé que la principal razón por la que se detuvieron fueron por mí.
Sé que Savannah quiso darme un tiempo por todo esto del rodaje de la serie, pero ya me sabía mal. Me había comprometido primero con ella y planeo cumplir mi promesa.
Volviendo a lo de ahora, me había pasado por el tráiler dónde se alojan los chicos de J.5 para anunciarle mi regreso a Dione. En el momento que me vio, pegó un gran grito agudo al cielo y me abrazó con mucha más fuerza de la necesaria.
Aún me sigue gustando eso de ser parte de las personas que tienen su confianza.
-¿Qué tal estás? -me pregunta Dione, quitando un mechón de pelo de su vista de forma distraída.
Me encogí de hombros.
-Bien, me gustó la visita a mi casa.
Ella arquea una ceja.
-Que informativo ha sido eso.
Escuchamos una risa detrás de nosotros, ambos nos giramos para ver a Peyton echado en otro sofá con la vista en el móvil.
-Deja de ser entrometida, Dione.
Ella le hizo una mueca infantil que él no vio. Por esa razón es que ambos nos llevamos bien: no somos maduros aún cuando tenemos veinte y veintiun años.
-Ignóralo -me dijo, Peyton se ríe otra vez-. No quiero ser entrometida, solo me interesa saber cómo estás.
Le regalé una sonrisa de lado que demostraba gratitud. Ella de verdad es una gran persona.
-En serio, Dione, estoy bien, la visita a mi familia ayudó mucho con todo lo de, bueno, las redes y tal -hubo un momento de silencio en el salón, todos ellos sabían lo que había pasado-. Me siento mejor con eso, aún me queda un asunto que resolver, pero eso lo soluciono después.
-Uh, ¿Qué asunto? -se interesa ella, tomando mi mano y arrastrándome al otro sofá grande donde estaba sentada Alisha.
Una chica la cual le dió una mirada de «Por favor, compórtate» a Dione, a mí no me molestaba porque sé que soy igual de entrometido.
-Dione, por favor -le regaña la morena, me mira con sus irises marrones-. Aidan, no tienes que responder eso.
Dione echa su cabeza hacia atrás con un gruñido.
-Chicos, por favor, basta. Ustedes son los que dan pena con sus cuidados. A Aidan no le molesta, ¿Verdad?
Todas las personas ahí me miraron en espera, como si mi respuesta fuera de vital importancia.
Encogí los hombros nuevamente.
-Yo soy igual, así que no la juzgo.
-¡¿Ven?! -ella los mira con los ojos entrecerrados-. No traten de ser supuestamente educados -ahora me ve a mí-. No te creas, Aidan, detrás de esas fachas educadas, hay seres humanos bastante chismosos.
-Yo no juzgo, también soy entrometido.
-Entonces, en ese caso -Deneb deja la libreta que tenía en manos sobre la mesita de madera frente a él y me mira con interés brillando en los ojos iguales a los de su hermana-. A mí me interesa saber de ese asunto.
Me reí cuando Alisha y Peyton, cada uno en sus lugares, se chocaron las palmas de la mano contra la frente.
-Dioses, hermanos Jenkins, ¿Por qué son así? -les cuestiona Alisha con una cara de indignación y pena.
Dione y Deneb compartieron una mirada que terminó en un encogimiento de hombros.
-A ti no te importa que seamos entrometidos, ¿verdad? -me pregunta él, señalandome.
Negué con la cabeza.
-Tengo que aprender a abrirme más y poder hablar mis problemas.
-¡Perfecto! -Deneb sonríe-, voy en tercer semestre de psicología, así que nadie mejor que yo para escucharte.
Esa información me sorprendió.
-Hala, ¿estudias psicología?
Deneb asintió.
-Sorprendente, ¿verdad? -cuestiona Peyton aún echado en el otro sofá.
-Demasiado -miré un segundo al pelinegro, no creí que ese alocado tipo podría estudiar psicología, claro que tampoco lo creí de Andy, así que debo de dejar de sorprenderme por cosas así-. Igual necesito un poco de ayuda, y prefiero hablar de esto con ustedes a qué con mis amigos porque prefiero evitarme las bromas de Lyla.
-¿Okey? -Dione frunce las cejas-. No sé quién rayos es Lyla, pero aquí estamos para ayudarte.
Suelto un resoplido y pensé en qué palabras utilizar. Después de mis tres días en casa y unos cuantos sermones de mamá, tenía el suficiente coraje como para al fin darle verdadera cara a Hazel. Sé que debo de hacerlo, pero eso no impedía a qué aún sintiera miedo. Me aterraba arruinarla una vez más a lo grande, también el que ella con todas sus motivos justos pueda odiarme. Ahí la entendería, es decir, estuve pasando de ella durante mucho tiempo, Hazel quería hablar, aclarar las cosas mientras que yo solo me escondía de lo que sentía por miedo a tener de nuevo el corazón roto.
Eso último me sigue dando miedo, el sentimiento de un fracaso amoroso lo he experimentado muchas veces que solo ya no quiero eso, además de que tampoco quisiera perder a una buena amiga como ella.
Tenía que arreglar las cosas con Hazel por demasiadas razones, creo que puedo hacer una lista entera de los motivos y pasarme todo el día en eso.
-Verán -empecé a contar-, digamos que metí la pata con alguien, y quiero disculparme, pero no solo con decir «lo siento» porque sé que le hice daño y merece más que solo dos palabras, no sé qué hacer para que sea una buena, verdadera y sincera disculpa.
Hubo un silencio que se prolongó más de lo que me habría gustado, miré a los cuatro chicos que estaban ahí conmigo, todos parecían congelados y metidos en sus pensamientos.
Hasta que el sonido de la puerta abriéndose y la exclamación de Harder anunciando su llegada los sobresaltó a cada uno en sus lugares, incluso a Peyton se le cayó el móvil en la cara.
-Eh, ¿Todo bien? -pregunta el recién llegado, mirando a cada uno de sus amigos con sus ojos marrones chocolate que siempre me recordaban a Ava. Esos mismos me vieron a mí aún junto a Dione, asintió como saludo en mi dirección-. Hey, qué hay, eh...
-Aidan -completé por él.
-¡Aidan, eso! ¿qué tal? -sonríe hacia mí.
Escuché a Dione gruñir.
-Llevamos semanas trabajando aquí, Harder, ¿Y aún no te aprendes su nombre?
-Hey, no me culpes, soy malo para recordarlos -se defiende, yendo por una bebida en el refri transportable con el que contaban.
Comparando su trailer con el de los demás actores, ellos tienen el mejor de todos.
Privilegiados.
Deneb se rió.
-Estuviste seis meses llamando «Diana» y «Diane» a Dione.
-Que ofensa tan grande -ella se cruza de brazos-, pero con Diane sí que no te confundidas -masculla la chica a mi lado, algo que su amigo seguramente no escuchó.
-¡Es que son iguales! -exclama Harder, sentándose en el espacio vacío que quedaba en el sofá dónde Peyton está echado-. En fin, ¿De qué hablaban? Parecía algo serio por todas sus caras. ¿Acaso planean robar un banco o qué?
-No, idiota -Alisha se ríe, deja a un lado la computadora en la que trabajaba, me presta atención entornando los ojos en mí-. Que situación tan irónica la tuya, Aidan, me recuerda a algo -mira de soslayo y con una sonrisa a Peyton, que si mal no veo, parecía estar haciéndose el tonto.
-¿A qué sí? -dijo Dione, también mirando a su amigo-. No te eches un candado a la boca, Jackson.
Vale, no estaba entendiendo nada de lo que pasaba.
Peyton suspira dejando a un lado su móvil, después se sentó estirando las piernas largas.
-Lo irónico de tu situación, Aidan, es que yo también pasé por algo así -arqueé ambas cejas, eso no me lo esperaba-. Sorprendente, lo sé.
Demasiado sorprendente.
-Oh, ya sé de qué hablan -dijo Harder, sus amigos lo abuchearon-. Soy un poco lento, ¿Okey?
-¿Un poco? -Alisha alza una ceja.
Él le hizo un gesto de que la iba a ignorar, lo conocía bien porque es el mismo que yo le hacía a mis amigos.
-Déjenme contar la historia -pidió sonriente, Peyton le dió el permiso, así que yo me acomodé en mi asiento para escuchar atento-. Verás, Aidan, esta historia se remonta a ya hace cinco años. Era un día cualquiera en la bella ciudad de Boston, excepto que para alguien, no sería un día cualquiera.
-¿En serio lo estás narrando como un cuento de hadas? -inquirió Dione, confundida.
Le hice un gesto de silencio, quería escuchar.
-En el hospital general de Massachusetts estaba internado nuestro amigo aquí presente -señala al castaño a su lado-, Peyton Jackson, por un feo caso de leucemia.
-No era necesario decir eso -masculla el aludido.
-Por favor, es parte de tu historial, todo el mundo lo sabe. ¿Acaso no te buscas en Wikipedia?
Su amigo frunce el ceño.
-No, ¿Quién se busca en Wikipedia?
-Mejor, ¿Quién confía en Wikipedia? -cuestiona Deneb.
-Yo -responde Harder-, ¡Ese no es el caso! En el hospital también estaba internada otra chica de la cual, Peyton se enamoró -murmuro un «aaaww», no suelo decirlo mucho, pero ciertas historias románticas me gustan-, todo fue lindo, hasta que, ¡Boom! Salió el ser gilipollas que vive dentro de este tipo -uno el cual se cubrió apenado el rostro, apreté los labios para no reírme-. Aquí es donde viene la tragedia, Peyton la alejó porque creía que era lo correcto, qué idiota, ¿No?
-Demasiado -murmuraron las chicas.
-No entraré en tantos detalles irrelevantes, la cosa es que, cuando se dió cuenta de su error, decidió tomar la iniciativa para pedir perdón, ¿Y de qué forma se le ocurrió?
-No lo digas, por favor -pidió Peyton aún con el rostro entre las manos.
-Dilo, por favor -pedí yo.
-¡Con un concierto! -exclamó Harder y yo me quedé confundido.
-¿Con un concierto? -repetí-, ¿Pero cómo? ¿No estabas enfermo por leucemia?
El receptor de mi pregunta volvió a suspirar, quitándose las manos del rostro para vernos.
-Estaba internado por leucemia, sí, conocí a una chica, sí, me enamoré de esa chica y también la alejé porque creí que era lo correcto. Después me di cuenta de mi error y quise repararlo. Sí, fue con un concierto, pero no uno grande, pedí un salón libre en el hospital y los chicos me ayudaron con lo demás. Así fue como me perdonó.
-Pues, ¿Y qué canción le cantaste?
-¡Hymn For The Weekend! -exclama Dione-. Una canción de Coldplay siempre funciona.
Miré la pulcera de la banda en mi muñeca, ella tenía un buen punto.
-Y desde ese día están juntos, fin -finaliza Harder, da un sorbo a su bebida.
Suelto un silbido.
-Vaya, cinco años con una misma persona, debió de ser una buena interpretación de Hymn For The Weekend.
Peyton sonríe desviando la mirada a la nada, conocía ese gesto, lo he visto mucho en Andy y Evan, de seguro está pensando en su chica.
-Aún tengo los vídeos -comentó Dione-, fue una buena presentación aunque nuestro público haya sido una sola persona.
Escuchamos el sonido de una canción que reconocí como Stereo Hearts de Adam Levine sonar de forma amortiguada, como si la bocina del móvil estuviera tapada. Todos vemos cómo Peyton toma su móvil sin perder esa sonrisa.
-Ese ringtone solo significa algo -declara Dione.
Peyton contesta su llamada ignorandola, también levantándose del sofá a la vez que saluda a la persona del otro lado con un muy feliz:
-Coco -se fue al otro lado del tráiler para hablar más tranquilo.
-Ahí estará un bueeen rato -comenta Deneb, volviendo a tomar su libreta en manos.
Miré con el ceño fruncido en dirección a Peyton, no dejaba la sonrisa de enamorado y la posición en la que estaba, me recordó a las tantas veces que ví a Evan hablar por llamada con Bea. Supongo que estar rodeado de gente enamorada te da una especie de intuición para saber este tipo de cosas.
-¿Su chica? -pregunté a cualquiera.
Los cuatro asintieron.
-¿Y se llama «Coco»?
-Se llama Asia, en realidad, pero Peyton tiene la extraña manía de llamarla así -Dione encogió los hombros-. No me preguntes, nadie la entiende.
Tampoco me apetecía mucho saber el motivo.
-En fin, ¿Me contaron toda esta historia por...?
-Oh, sí, tu situación -Deneb se acomodó en su asiento-. La cosa no está en hacer algo extravagante, a menos que eso quieras. Peyton le hizo un concierto privado porque es lo que él creyó correcto, además que también se moría por cantar.
»¿Qué lo que tú crees que este alguien se merece, Aidan?
Era una buena pregunta que tenía una respuesta clara: Hazel se merecía demasiadas cosas, tantas que la mayoría yo no podría darle, pero como me encantaría estar ahí, con ella, haciendo mi mayor esfuerzo para dárselas.
-Muchas cosas -respondí en un murmuro-, tantas que no sé si pueda dárselas.
-No es el no saber si puedes o no, Aidan -Dione puso una mano en mi hombro-, es tener la certeza de que quieres dar todo de ti y demostrarlo. Las acciones hablan más que las palabras.
»No tienes que hacerle un concierto cómo Peyton, o darle un regalo ostentoso, solo tienes que ser tú, ser sincero con tus disculpas y si quieres estar con esa persona, demostrarlo.
»Es difícil, asusta, lo sé, pero vale la pena si es la persona correcta.
-
Más tarde ese día, después de terminar las grabaciones, me encontraba sentado en una silla en la azotea de las residencias estudiantiles, con una pila de cuatro libros del lado izquierdo y de cinco libretas del lado derecho.
El cielo nocturno de esa noche estaba tan repleto de estrellas que me distrajo de la tarea que estaba haciendo. Por la contaminación lumínica de la ciudad, es casi imposible ver un cielo tan lleno de estrellas a menos que sea a las afueras de la ciudad. Qué bueno que tomé la decisión de venir a estudiar aquí arriba.
Desde hace mucho tiempo que me gustaban las estrellas y todo el tema de la astronomía. Creo que mi fascinación por todo el tema del universo empezó cuando ví mi primera clase de astronomía en la preparatoria. En un inicio me había parecido aburrida, pero tiempo después le agarré bastante gusto a la materia y se terminó convirtiendo en mi favorita. Tanto así que en el verano de ese año le pedí a mi madre que me apuntara a un campamento de astronomía.
Ese siempre será de mis veranos favoritos por todas las increíbles cosas que ví y los montones de souvenirs que me llevé a casa. A los doce era un total friki de la astronomía.
Solté un suspiro y dejé mi libreta en la pila a mi derecha, me gustaba estos pequeños momentos conmigo mismo. Sin apartar la mirada, tanteé el espacio a mi lado izquierdo para tomar de mi mochila. De ella sobresalía un mástil con cuatro cuerdas.
Lo saqué con cuidado de no mover las clavijas, no quería desafinarlo.
Ahí estaba, mi ukelele. No era de mucho tamaño, de unos cincuenta y tres centímetros que vienen bien porque así puedo llevarlo a todas partes. Ese mismos ukelele me lo había regalado Sam en la navidad del año pasado cuando descubrió mi interés por aprender a tocar la guitarra hawaiana, mi hermano había ahorrado todas sus mesadas y lo compró como mi regalo navideño. Para mí fue el mejor obsequio de todos, fue un gesto bastante dulce por parte de mi hermanito que cuando lo desenvolví y ví el ukelele ahí, estuve a punto de llorar, aunque no lo admita en voz alta y ponga la excusa de que «tenía una basura en el ojo»
Cómo era en color negro, Bea le agregó unos detalles con pintura blanca y azul, el cuerpo de mi ukelele se asemejaba bastante a esa noche estrellada.
Con la vista fija en el cielo, mis dedos se empezaron a mover por las cuerdas con un ritmo que me tomó tiempo en aprender pero que ahora dominaba bien. La melodía de Aprender A Quererte de Morat, mi banda latina favorita, sonaba bastante diferente en ukelele a qué el clásico ritmo en banjo.
Esa canción seguía recordándome demasiado a Hazel.
-... No sé nada de tu historia
Ni de tu filosofía
Hoy te escribo sin pensar
Y sin ojtografía.
Me reí de mí mismo cuando eso último no me salió bien, aún habían palabras en español que no sabía pronunciar.
Seguí cantando por lo bajo la canción con la melodía de mi ukelele. Se supone que debería estar centrado en mi tarea, en cambio estoy aquí, tocando una canción que me recuerda a la chica que me gusta.
Solo que poco tiempo después paré de cantar por haber escuchado un ruido detrás de mí, giré la cabeza ya frunciendo el ceño. La azotea de la residencia era grande, por lo que mi vista no cubría todo el panorama, así que me levanté con cuidado de mi silla, sujetando mi ukelele por el mástil por si había que golpear a alguien.
Otra vez ese ruido, como pisadas.
-¿Quién anda ahí? -alcé la voz para ser escuchado.
Me acerqué con pasos lentos de dónde provenía el sonido, mi corazón empezando a latir asustado.
-¿Quién anda ahí? -volví a preguntar.
Escuché otro ruido, esta vez más fuerte. Era de la puerta cerrándose, fui con pasos grandes hasta la salida de la azotea, preparado para golpear a cualquier asesino con el valiente grito de guerra de «¡¡Aaaahh!!»
-¡No golpees, no golpees, no golpees! -gritó esa voz femenina que reconocí en un instante. Los vellos de los brazos se me pusieron de punta-. ¡Soy yo, no golpees!
Bajé el ukelele con un movimiento lento y la miré asombrado, ¿Qué hacía ella aquí?
-Hazel -pasé saliva-. Tú... ¿Qué estás haciendo aquí?
Ella bajó lentamente los brazos que le escudaban la cara. Cuando vio que ya no estaba en modo defensivo, los dejó caer a sus costados con un suspiro de alivio. Se llevó una mano al pecho.
-Dios, que susto -murmuró. Yo podría decir lo mismo, ella me asustó primero a mí-. Estoy... bueno, estoy aquí porque -sus ojos marrones subieron y bajaron por mí, se tomó el rostro por el puente de su nariz-, esto es estúpido -alzó la vista y vi determinación en su mirada-. Una oportunidad, Aidan, si quieres explicar algo, este es el momento para hacerlo.
Me quedé congelado en mi sitio mientras ella esperaba con los brazos cruzados. Otra cosa que no me ví venir ese día.
-Tú... tú... ¿Qué? -balbuceé.
-Lo que oíste, si quieres decirme algo, este es el momento.
Me pasé una mano por el pelo, las palmas volvieron a sudarme como locas, totalmente nerviosas y mi corazón no aminoró su latido apresurado. Tenía mucho qué decirle, pero no podía encontrar las palabras, de mi garganta nada más salían balbuceos incoherentes que la estaban frustrando.
-Sabía que esto era una mala idea -murmuró.
No, no, Hazel. Solo dame un momento.
¡Salgan, palabras, salgan o si no la perderemos otra vez!
-Ten una bonita noche, Aidan.
Hazel se dió la vuelta y empezó a caminar a la salida de la azotea. Me sentí frustrado conmigo mismo, tan bocazas que soy y en el momento que necesito hablar no puedo, ¿Es en serio? La veía irse cabizbaja y a mí mente solo llegó el recuerdo de la fiesta.
No quería que eso se repitiera, no quería dejarla ir otra vez.
Así que por una vez, hice amago de mi impulsividad. Dejé mi ukelele en el suelo y fui tras ella hasta tomarla de la muñeca, Hazel se giró de lleno confundida.
-¿Qué...?
Se interrumpió a sí misma cuando terminé con la distancia que había entre nosotros, como aquella vez que nos besamos en el Jardín de Ceres, sentí a Hazel tensa por un par de segundos hasta que se relajó.
Era un beso sutil, tierno... de muchas emociones dulces que ella tantas veces me hizo sentir. La atraje más a mí soltando su muñeca para tomarla con delicadeza de la cintura, mi otra mano subió hasta su rostro para acunar su mejilla izquierda y dar caricias con mi pulgar, sintiendo debajo la prominente capa de pecas que tiene.
Dioses, me encantaba esto, cada roce delicado, su cercanía. La había extrañado con locura y tenerla de nuevo me hace ver qué de verdad la quería mucho, que ella era... la indicada.
Voy rompiendo el repentino beso con roces más lentos hasta terminar apoyando mi frente de la suya, ese aroma característico suyo llegó a mi nariz, por lo que no evito tomar una respiración profunda.
-Te extrañé mucho -murmuré entre nosotros, rodeándola para abrazarla, esto era otra cosa que había echado de menos y no quería aceptar: un abrazo suyo-, como no tienes idea.
Ella me correspondió al abrazo, rodeando mi torso con sus brazos y recostando su cabeza de mi pecho. Estaba seguro de que oiría lo acelerado que estaba mi corazón, y no me importaba en lo absoluto.
-¿Por qué me alejaste, Aidan? -preguntó en tono bajo.
Dejé ir una respiración y eché la cabeza hacia atrás, mirando el cielo. El cuarto menguante de la luna empezaba a ser oculto por las nubes.
«No tienes que hacerle un concierto cómo Peyton, o darle un regalo ostentoso, solo tienes que ser tú, ser sincero con tus disculpas y si quieres estar con esa persona, demostrarlo.
Es difícil, asusta, lo sé, pero vale la pena si es la persona correcta»
Volví a escuchar las palabras de Dione en mi cabeza, también se le sumaron las que me dijo mamá y Andy. Si una vez tuve dudas de que Hazel no era la persona correcta, justo en este momento, cuando todo se siente tan bien, su cercanía, sus brazos rodeandome, su aroma a caramelo y lo mucho que me gusta que sea ella quien acelere mi corazón, esas mismas dudas y preguntas se esfuman como el humo.
Era necesario un simple momento como este para hacer un verdadero click.
-Yo... tenía miedo -respondí al fin, agradecido con mis cuerdas vocales de que hayan soltado al fin las palabras-. Sé lo que es tener un corazón roto, Hazel, y no quiero... volver a tenerlo otra vez.
Sentí sus caricias reconfortantes en mi espalda. Por mucho que me gustara tenerla así entre mis brazos, debía de verla a los ojos para lo siguiente que haría. Así que muy a mi pesar, me alejé del abrazo. Hazel me mira expectante.
-Sé que fui un idiota hijo de perra por haber pasado de ti, también lamento lo de la fiesta. Si te soy honesto, nada más estaba con esa chica porque estaba sola y muy tomada -ella ladeó una sonrisa-. De verdad lo siento, Hazel, sé que no es mucho solo pedir perdón. Sé que mi indiferencia te hizo daño y no sabes cuánto me arrepiento -le sostuve la mejilla con delicadeza.
»Tenía miedo de salir lastimado yo que no me di cuenta de que tú también podrías sufrir, fui egoísta, pero créeme cuando te digo que estoy muy arrepentido. Te juro que nunca quise lastimarte.
-Lo hiciste, Aidan -puso sus manos sobre las mías y las bajó de su rostro aunque las siguió sosteniendo-. Quise hablar contigo muchas veces, me ignorabas, desviabas mis llamadas. Solo... me dejaste en el limbo después de esa declaración en el auditorio, nunca me diste tiempo a mí para darte una respuesta, solo asumiste lo que tú miedo te hizo ver.
»Yo también sé lo que es tener un corazón roto, Aidan, y precisamente porque sé lo que se siente, no le haría lo mismo a alguien más.
-Metí la pata, lo entiendo, y un par de palabras de disculpa no compensan lo mal que te hice sentir. Me merezco un guantazo.
Me dió un golpe a puño cerrado en el brazo, llevé una mano hacia el área golpeada. Joder, dolía. Ella tiene fuerza.
-¡Auch!
-Dijiste que te merecías un golpe, ahí está.
-¡Dije guantazo, no puñetazo!
Ay, mi brazo, me duele.
-El punto es -volví a retomar mis palabras sin dejar de sobarme-, que lo siento, Hazel, de verdad. Sé que tomará su tiempo, pero quiero que me perdones.
Arqueó una ceja y se cruzó de brazos, apoyando su peso en una pierna. Su mirada divertida se dirige a mí.
-¿Y cómo harás eso?
-Llevandote a una cita -no paso por alto su sorpresa. Ja, punto para mí-. A partir de ahora quiero hacer bien las cosas, Hazel, y no solo quiero llevarte a una cita, quiero escucharte.
-¿Escucharme? -repitió con un tono agudo.
-Tú tienes algo que decirme -afirmé-, soy todo oídos.
Ella pasó saliva, nerviosa, cosa la cual me hizo sonreír. Cosita, ahora es ella quien es todo nervios.
-Me gustas -dije, haciéndola sonrojar-, mucho más de lo que crees, Hazel.
Sus ojos bajaron a sus pies, yo di un paso para entrar en su campo de visión y tomarla del mentón para subir su rostro, que quedó a un par de centímetros del mío. Pasé mi pulgar cerca de la comisura de su boca, algo que le hizo soltar un suspiro lento.
-Dime que es recíproco -murmuré entre nosotros, teniendo muchas ganas de volver a besarla.
Fue su turno de balbucear un par de cosas, balbuceos que aumentaron cuando la miré a los ojos.
-¿Debo tomar eso como un «no»? -cuestioné, divertido, teniendo la esperanza de que sea una respuesta contraria.
Tardó un segundo en recomponerse.
-Es un «también me gustas, mucho más de lo que crees, Aidan»
Eso me hizo sonreír como un idiota. Aún nuestros rostros estaban a escasos centímetros que iban aminorando con cada segundo.
-¿Hazel?
-¿Sí, Aidan?
-¿Puedes prometerme algo?
Ella se rió.
-Claro que sí.
-¿Prometes no matarme por besarte como he querido hacerlo desde hace mucho tiempo?
Fingió pensarlo, poniéndose de puntillas, rozando su nariz con la mía.
-Trato.
Hazel terminó con la casi nula distancia entre nosotros para juntar sus labios con los míos.
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