° Treinta °
Al anochecer, mamá y yo nos sentamos en la escalinata del pórtico para vigilar a Sam, que estaba dándole su último paseo del día a Lucky, varios de nuestros vecinos estaban sentados en los jardines de sus casas, pero mamá no confiaba, le gustaba asegurarse por sí misma de su hijo.
También es una mamá sobreprotectora.
Antes de dar un sorbo a mi chocolate caliente que había preparado, saludé con un gesto de mi mano a mi vecina, hace meses que no la veía, y por eso mismo no sabía que ya había dado a luz.
—¿Cuándo pasó? —le pregunté a mamá.
—Ya la bebé tendrá unos dos meses.
Parpadeé y analicé eso un momento.
—Vaya.
Mamá se rió envolviendo sus manos alrededor de su taza para tener calor. Ambos íbamos abrigados para protegernos del frío que estaba haciendo esa noche.
—Te pierdes muchas cosas por aquí en tu estancia en la universidad, Rufus.
Eso lo sé, es una de las cosas que odio que la ciudad no cuente con universidades locales: nos obliga a irnos a las ciudades más cercanas para cursar una carrera.
Imité la acción de mamá con la taza, mis dedos se estaban enfriando.
—¿Cómo le va a Sam en sus clases de baile? —miré a donde estaba mi hermano, hablando con el hijo de un vecino de su misma edad.
—No le va mal, le gustan. Es uno de los mejores, según su maestra.
—No imaginé que a Sam le interesara el tema del baile, siempre fue tan... friki con sus cómics y películas de ciencia ficción.
Ella me dió un empujón con su hombro.
—Tu hermano está creciendo, Aidan, sus gustos cambian.
Otra cosa que odiaba por estudiar lejos: me perdía de esta etapa de mi hermano. Para cualquiera sería algo sin importancia. «Está creciendo, es normal» pero para mí no lo es. Desde el momento que Sam volvió a casa después del accidente de papá, me prometí a mí mismo que ya no me perdería más momentos de su vida, por muy pequeños que esos sean, y ahora... me estaba perdiendo una transición importante en su vida.
—Sé lo que estás pensando —dijo mamá, giré la cabeza para verla. Los ojos verdes que me habría gustado heredar me observan con detalle—. No te lamentes, Aidan, son situaciones de la vida, mientras estés cuando de verdad te necesite, todo queda en el pasado.
Di un sorbo a mi bebida.
—Planeo estar ahí, pero de igual forma siento que me pierdo cosas importantes.
—Sam está cambiando, sí, no hay que negarlo, ahora, ¿Son cambios importantes? Solo está descubriendo sus gustos, lo que le puede apasionar.
—Y esos son los más importantes, ¿Qué si se equivoca? ¿Si elige mal?
—Estarás tú ahí para él, porque pese a la distancia que los separa la mayor parte del tiempo, tú siempre estás para tu hermano.
Lo miré a él, venía de vuelta a la casa entre juegos con Lucky, sonreí imaginando al niño de ocho años que estaba llorando el día que me fui a la universidad, ese mismo que se calmó porque tendría la compañía canina del golden retriever, ese mismo que ahora se divierte con el mismo canino.
—También tendrá a Lucky.
Mi mamá asintió para después apoyar su cabeza de mi hombro. Con su mano libre, me hizo soltar la taza para tomar mi mano y empezar a dar caricias, podré pasarla bien en el set, en la universidad con mis amigos, pero ningún lugar será jamás como mi hogar, con mi mamá y mi hermano. Siempre será mi lugar favorito de todos en el mundo.
—¿Cómo estás con lo de la crítica, Aidan?
Dejé ir un suspiro que se convirtió en vaho de frío, la temperatura estaba bajando bastante.
—Trato de ignorar todo lo que puedo los malos comentarios, es difícil, así que hago mi mejor esfuerzo.
—Que no se te olvide que tu talento no disminuye por la incapacidad de otros para reconocerlo, cielo.
—Eso lo sé, mamá, sin embargo, ignorar lo que dicen de ti gente que ni siquiera te conoce es difícil. Es como si quisieras demostrar lo contrario y aún así no es suficiente, por eso caes en un vacío donde solo quieres menospreciarte.
Estuvimos observando en silencio la calle, viendo los pocos autos pasar, a los vecinos dando últimos paseos a sus mascotas, los grillos empezaban su canto nocturno y las luciérnagas brillaban por cosa de segundo en una bonita luz amarilla.
—Los jóvenes de ahora con sus redes sociales son bastante extraños —comentó mi mamá acabando con el silencio—, hacen de todo en redes pero en persona, ¿Qué son? Las fachas se van y queda el verdadero centro. Es como un pastel, por muchas capaz de betún y fondant que le eches, por una cubierta muy bonita que tenga, en su interior seguirá siendo un pastel que necesita de complementos.
»Así es la gente en redes, esos son sus complementos, sin ellos son un pastel simple. No le hagas caso a un pastel simple, Rufus.
Su analogía me hizo sonreír. Nadie más que Aldana Cabello hará comparaciones con un pastel.
—¿Pero y si ese pastel es más que simple cubierta, y si es un pastel que vale la pena escuchar?
Mamá me miró con los ojos entrecerrados, luego arqueó lentamente una ceja castaña pelirroja.
—¿De qué pastel en específico estamos hablando?
Despedí otro suspiro y di un sorbo a mi chocolate antes de empezar a contarle todo lo que había pasado con Hazel a mamá. Le di detalle de la mayoría de las cosas porque hay unas que me las tengo que guardar para mí mismo, no quería recibir un guantazo, por mucho que lo mereciera.
Cuando terminé de hablar, esperé en silencio a qué mamá dijera algo. Parpadeó un par de veces, dió los últimos tragos a su chocolate caliente, y se quedó callada lo que pareció una eternidad.
Después me dió un manotazo en el cogote.
—¡Auch! —exclamé sintiendo el dolor, pero quedándome callado, me lo merecía.
—Creí que habíamos dicho que cosas buenas te estaban esperando, Aidan, y que lo seguirían haciendo si no ibas por ellas. ¿En serio te quedaste estancado? ¿Decidiste escuchar a tu miedo?
No dije nada, así que mamá continuó:
—Unos te dejan ir y otros luchan por lo que quieren, así es esto, Rufus. Dejas ir por miedo, por no creer ser suficiente. Luchas teniendo miedo, pero con la certeza de que vale la pena.
—¿Cómo sé que vale realmente la pena? —murmuro, bajando la mirada.
—No lo sabes, cielo, lo sientes. Y tú corazón lo siente, solo que lo has estado ignorando, ¿Por qué?
Buena pregunta, ¿Por qué, Aidan?
—Tengo miedo que se repita la historia —seguí hablando en un murmuro, no me atrevía a alzar la mirada—. O dejas ir o luchas por lo que quieres, pero también está el que si eres fuerte dañas a unos y si eres débil te dañan a ti. Ya a mí me dañaron lo suficiente, mamá. No quiero volver a tomar las piezas de un corazón que sé que no merece estar roto.
—No dejar que dañen tu corazón no significa que debas dañar el de alguien más, hijo —pone su mano detrás de mi cabeza, acaficua mi pelo—. Quieres a Hazel, Aidan, y ella de seguro te quiere a ti. Date la oportunidad de ser amado una vez más, te gusta correr riesgos, ¿Por qué este no?
—Te lo dije, no quiero salir herido.
—¿Y en serio crees que Hazel te haría daño?
Pensé en ella, en su sonrisa, en su risa de cerdito, en esas pecas que resaltan sus pómulos, en la forma peculiar que ella es con todos y como es conmigo. Por mucho que me pueda insultar o llamarme «insoportable pelirrojo» Hazel es ese tipo de persona que no te haría daño, supongo que porque ella también entiende lo mucho que duele ser herido así.
—No, ella no lo haría —respondí.
—Nada más te diré, Rufus, que hagas caso a lo que tu corazón dice, no tu mente o tus miedos. Él corazón sabe de razones, escúchalo.
Justo en ese momento, Sam llegó junto a nosotros, tenía una gran sonrisa y sus mejillas estaban rojizas del frío.
—¿Y esa cara, Dan? —preguntó frunciendo el ceño.
Me puse de pie con mamá, necesitaba esa charla para aflojar el nudo en mi pecho.
—Es solo una cara, vamos a adentro, hace frío.
Mi hermano encogió los hombros y entró a la casa seguido de Lucky.
Durante la cena, mi hermano me hizo preguntas sobre el rodaje de la serie, sobre los otros chicos del cast y más detalles que quería saber. Luego de comer le enseñé las fotos que he tomado, también me reí de su reacción al ver las fotos que tenía con Dione en su camerino, mi hermano también conoce varias de las canciones de J.5 he igual tiene cierto crush con Dione.
—Ella es muy guapa —dijo, incapaz de apartar la mirada de la chica de ojos color zafiro.
—Sí, es bastante guapa.
Le seguí mostrando fotos y vídeos, con cada una la sorpresa y felicidad de Sam la hacían crecer más. Como yo estoy orgulloso de cada cosa que hace mi hermano, sé que él también está orgulloso de este papel que conseguí, me lo demuestra con su tierna emoción infantil.
Mamá nos acompañó un rato en la sala cuando vimos una película, solo que a la mitad ya le había dado sueño y nos abandonó para irse a dormir, veinte minutos después, Sam empezó a bostezar.
Que gente tan débil.
—Vamos, te acompaño a tu habitación.
Mi hermano asintió tallandose dormido un ojo.
No es la primera vez que este escenario pasa, lo que cambia esta vez de todas las anteriores es que ya no podía llevar en brazos a Sam, solía hacer eso cuando él era más pequeño. Estoy seguro que si lo cargo ahora no podré ni llegar a la mitad de las escaleras.
¿Qué le dará mamá de comer? Esa subida de peso y crecimiento no me parece normal.
En su habitación, Sam se echó en su cama y se arropó de pies a cabeza con su frazada, en menos de quince minutos ese niño ya estaba profundamente dormido. En la pared donde estaba su closet encontré el cartel de cumpleaños que le había regalado Bea.
—Buenas noches, Sam —me despedí apagando la luz de habitación y dejando la puerta entre abierta.
La respuesta que recibí fue un resoplido somnoliento.
Como ya todos se habían ido a dormir y había apagado el televisor, me terminé decidiendo por ir a mi habitación. Todo ahí dentro sigue igual, la misma disposición de mis muebles, las fotos que había colgado he incluso el color verde que había dejado clavado por accidente hace años, ahí seguía junto a una mancha de agua.
Después de cambiarme por mi pijama me eché a mi cama sobre mi espalda, no pasó mucho tiempo para que Lucky entrara por mi puerta y se echara a mi lado.
—Te gusta la comodidad, ¿No? —la respuesta que recibí fue que acostó su peluda cabeza a mi lado en la almohada—. Sí, te gusta.
Me pasé un buen rato en redes, haciendo mis mayores esfuerzos por no ir a Twitter y ver los comentarios negativos. Nada más fui bajando en el feed de Instagram, viendo eventuales stories. Una que llamó mi especial atención fue la de Dione, ella había empezado a seguirme hace unos días y ahora cada vez que nos tomamos una fotografía, las pública en sus stories de Instagram y me menciona, parte de mis nuevos seguidores se los debo a ella.
Le respondí a su mención con un:
@aidanlopez_: Te estás empeñando en darme buena fama, ¿No?
No tardo nada en responderme:
@dionejenkins: Alguien aquí tiene que hacer algo contra los haters innecesarios que tienes.
Y esa soy yo.
Lo admito, le sonreí como idiota al móvil.
Entró otro mensaje al chat:
@dionejenkins: De Santis me dijo que estás en Ciudad Nevada, ¿Todo bien?
@aidanlopez_: Sí, todo bien, solo tuve que venir por unos asuntos importantes que tengo que atender. No te preocupes por mí.
@dionejenkins: Oye, sí me preocupo, te has vuelto mi amigo, Aidan, y yo me preocupo por mis amigos.
Eso es bastante dulce, considerando que ella como la tecladista de la banda del momento debería ser bastante reservada con los temas de la amistad y con quién habla en sus redes, me alegra saber que soy parte de las personas que se ganó la confianza de Dione.
@aidanlopez_: Gracias, Dione, pero en serio, no te preocupes, estaré de vuelta en un par de días. No solo Zale es una garrapata, yo también lo soy.
@dionejenkins: Eso espero, Aidan, eso espero.
@aidanlopez_: Lo prometo, volveré en unos días. Ahora, perdón, pero me tengo que ir. Buenas noches, Dione.
@dionejenkins: Promesa es promesa. Buenas noches, Aidan.
Puse el móvil a cargar antes de ponerme mi frazada he irme a dormir aún con Lucky echado a mi lado.
-
Apreté el extremo del paseador de Lucky con fuerza, solté una respiración por la boca y seguí a mi mamá.
Ella caminaba por los senderos de grava con comodidad porque se sabía ese camino de memoria por las tantas veces que a venido con mi hermano. Yo en cambio no vengo desde hace casi un año. Se lo debía.
Lucky a mis pies va oliendo todo y meneando su cola, quizá emocionado por los nuevos aromas que captaba su nariz, unos pasos más adelante de mí, iban mi hermano y mamá tomados de las manos, él con un ramo de rosas blancas que recién venimos de comprar en la mano libre, mamá con uno de petunias y yo con uno de lirios blancos.
Nos adentramos entre el césped, dejando el sendero más atrás para después detenernos frente a una lápida junto a un gran nogal.
Volví a apretar el agarre en el paseador de Lucky.
Mamá junto a Sam se agacharon frente a la lápida para acomodar las flores, ya había un ramo de margaritas, por lo que supuse que ella ya había estado aquí.
—Feliz cumpleaños, papá —dijo Sam, dejando sobre la lápida un gorrito de fiestas.
La fecha había llegado, hoy sería el cumpleaños número cincuenta y uno de nuestro papá.
Años atrás para estas fechas, nosotros estaríamos organizando la clásica fiesta familiar que siempre hacíamos en el patio de nuestra casa en cada cumpleaños. La abuela, mis primos y tíos estarían viniendo para celebrar un nuevo cumpleaños de papá. Después de descubrir su infidelidad, el primer año dónde en casa no se hizo ninguna celebración, fue de las cosas más raras para mí. Era una tradición y que ese año no se hiciera fue como sentir que... algo se hubiera roto.
Y ahora estábamos aquí, en el cementerio, frente a su lápida. Prefería más la sensación de vacío por no tener una tradición que esta que quemaba en el pecho.
Me agaché junto a mamá y Sam para acomodar las flores que había comprado. Solo estaban nuestras recientes flores y el gorrito de Sam, de seguro más tarde la abuela vendría con sus regalos. Ella venía en cada cumpleaños de papá a dejarle regalos.
—Oh, este es Lucky, papá —dijo Sam, mirando al canino sentado sobre sus cuartos traseros a mi lado—. Le hago el favor a una amiga de Aidan de cuidarlo, te caería bien, es bastante amigable y juguetón —mi hermano sonrió volviendo a ver al frente, acomodó el gorro que la brisa hizo que se cayera—. Donde sea que estés, si en un enorme campo de trigo o en un jardín, espero estés pasando un feliz cumpleaños, con mucho pastel, pero sin tanto azúcar, Aidan casi se muere por comer azúcar.
Me reí meneando la cabeza.
—Ojalá ya no sufras —agregó mi hermano en tono bajo, mi sonrisa se borró de inmediato.
Sabía bien la razón de ese comentario, Sam había escuchado accidentalmente cuando a mamá y a mí nos hablaron sobre el accidente que había tenido papá y lo que había sufrido en la espera de una ambulancia.
Mamá le acarició el cabello y atrajo a mi hermano para darle un medio abrazo.
—De seguro que ya no, Hormiguita —aseguró antes de dejar un beso en su cabello.
—Eso espero, quisiera que estuvieras aquí, papá, para seguir la tradición que Aidan siempre dice —me miró de soslayo—, yo no lo recuerdo mucho, por eso quisiera que estuvieras aquí, pero lo entendí, tú tenías que irte, estoy bien con eso.
Por favor, que a mí hermano no le vaya tan jodido en la vida. Ese niño solo se merece lo mejor que hay por dar.
Mamá da un beso a su mano y lo deja a un lado del nombre de papá grabado en la piedra.
—Feliz cumpleaños, Sergio.
Ellos se pusieron de pie, dando por finalizado la visita. No obstante, yo me quedé sentado en césped aún con Lucky como compañía.
—Vayan adelantándose —les dije, pasándole el paseador a Sam—. Iré con ustedes en unos minutos.
Ambos solo asintieron, mamá con una pequeña sonrisa de entendimiento.
Escuché sus pasos alejarse, cuando sentí que estaba solo, dejé ir un suspiro.
—Hey, papá. Es Aidan —me sentía un poco tonto hablándole a la nada—, a pasado mucho tiempo, eh —jugué con los hilos sueltos de las mangas de mi camisa—. La última vez que te ví estaba por cumplir los diecisiete, ya han sido tres años de eso. Ahora tengo veinte, pero sigo siendo el mismo chico que estaba ansioso de ver a su papá para ignorarlo un rato.
Me reí de mi propio mal chiste. Ah, que idiota era. Bueno, que idiota sigo siendo.
—No sé si Sam en sus eventuales visitas te pone al tanto de mi vida, así que lo haré yo, tengo un papel secundario en una serie, poco a poco voy formando lo que una vez solo fue un sueño, las cosas en la universidad van bien, con mis amigos también. Hum, realmente no tenía mucho que contarte —me eché hacia atrás los rizos que molestaban a mi vista—. Cincuenta y uno, tienes más de medio siglo, hombre —me lo imaginé riendo, causando que las pecas que Sam había heredado se vuelvan más notorias. A mi hermano le pasaba lo mismo cada vez que sonreía—. Espero la estés pasando bien, dónde sea que estés.
Mi móvil en uno de los bolsillos de mi pantalón vibró, en cuanto lo tuve en manos no revisé el mensaje, solo le empecé a dar vueltas.
—Sí, aún lo tengo. Es un móvil viejo, pero a sido buen compañero —miré la hora, apenas iban a ser las once de la mañana—. Además que a sido difícil despegarse de él teniendo en cuenta que es el último regalo que me diste antes de irte.
»Sé que ese día fui bastante odioso, pero en secreto te lo agradecí mucho. Muchas cosas que dije de ti me arrepiento de ellas, otras... sí, no tanto —estoy seguro que ahora me está viendo mal—. Eh, era un adolescente con su familia rota, déjame desahogarme.
»Ese Aidan aún sigue dolido, también sigue sin entenderlo. Aún no lo hago, pero te perdoné porque si mamá pudo, yo también. Solo... no es lo mismo, y espero lo entiendas, papá.
Miré mi teléfono, tenía la pantalla algo estrellada por las veces que se me a caído, es un modelo viejo que tengo desde hace unos tres años. Fue un regalo que me hizo papá en mi cumpleaños diecisiete, recuerdo bien ese día, nos habíamos reunido en el CallyCafé en la mañana, estuve unos veinte minutos esperándolo, cuando se apareció, lo hizo con un pastel de mi sabor favorito, es decir, crema y fresa, y una bolsa de regalo roja brillante.
—Felices diecisiete, hijo —papá había sonreído, esa cosa que siempre hacían sus pecas apareció en sus mejillas.
Le había hecho una rápida sonrisa de labios cerrados, acomodandome en mi asiento. Tuve muchos pensamientos en ese momento, esos en su mayoría eran malos y rencorosos contra su padre.
Ahora me doy cuenta de que soy bastante rencoroso.
—Gracias, creo.
—Ábrelo, adelante —él pasó por la mesa la bolsa de regalo.
Un Aidan de tres años atrás le miró desconfiado y curioso a la vez, su curiosidad le ganó, por lo que terminó abriendo el obsequio.
Estoy segurísimo que papá tomó fotos de mi reacción, tenía un vago recuerdo de haber escuchado el sonido de una cámara. No lo juzgo porque mi reacción era digna de una fotografía, no me importó estar en público, exclamé un alto «¡No inventes!», para ese tiempo me urgía un teléfono y que mi padre me lo haya regalado para mí cumpleaños... bueno, incluso alguien rencoroso como yo sabe dar las gracias.
—Guao, esto... yo... gra-gracias, papá.
Él había sonreído.
—Sigues siendo mi hijo, Aidan, y quiero ver feliz a mi hijo.
Guardo de vuelta el teléfono en el bolsillo de mi pantalón. Después acomodo un lirio que se está resbalando.
—Feliz cumpleaños, viejo. Donde sea que estés, tus hijos esperan que la pases bien, comiendo mucho pastel y sí, sin mucha azúcar, yo casi me voy contigo después de mi cumpleaños por eso.
»Quizá nos veamos en otra visita, papá. Por ahora, es un adiós.
Me levanté sacudiendo los lados de mi pantalón para seguir el camino por el que se fueron Sam y mamá.
Después de todo, la visita resultó ser necesaria.
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