° Trece °
—¿Por qué llevas ese collar siempre? —le había preguntado a mi hermano.
Él se rió mostrando los dientes, tomando entre sus dedos aquel collar que siempre me a parecido extraño.
—Cada cuenta representa un año que estuve en un campamento en Perth. Era al aire libre, de supervivencia, tú apenas tenías un año, Hazel.
Observé cada cuenta con fascinación he intriga a la vez. Cada una tenía diferentes imágenes. Unas raras y otras aún más raras.
—¿Qué significa? —pregunté, señalando la tercera cuenta de barro.
Él la tomó entre sus dedos, sonriendo.
—Fue el evento más extraño que pasó en ese verano. Cada una tiene una imagen del evento más raro o más increíble que pudo pasar en el verano al que asistí.
—¿Y ese fue un evento raro o incre-ible?
Se volvió a reír, una risita contagiosa.
—Digamos que un poco de ambos. Quizá más raro que increíble. Te sorprenderías por lo rápido que puede llegar a despertarse una persona y salir corriendo cuando escucha un búho pensando que es una criatura extraña.
Ahora yo me reí.
—¿Y qué hay de esa?
Tomó la primera cuenta entre sus dedos rústicos, es una imagen de un manantial azul con pequeñas motas verdes que deben de representar flora.
—Fue del primer verano que fui al campamento. Nos habíamos perdido y ya no teníamos muchas raciones de comida. Hasta que escuché el sonido del agua, lo seguí y me encontré con un manantial increíble. Había agua cristalina y árboles de fruta a sus alrededores. Después de ese verano, los mates del campamento me apodaron como «el salvador de Newcastle»
Fruncí el entrecejo.
—Pero... lo fuiste.
Se encogió de hombros.
—Quizá solo fue suerte.
—Fuiste un héroe, Hansel.
—Yo no me considero uno.
—Pero lo eres. Ahora te diré Hansel el Héroe.
Mi hermano se sumó a mi risa, desordenado más mi cabello enredado.
—Tú eres una heroína también, Haz. Salvaste a ese pájaro de la enredadera.
—Necesitaba mi ayuda.
—Tú también eres una heroína, no lo olvides —pellizcó mi mejilla como siempre solía hacerlo.
—¡Ambos somos héroes! —exclamé alzando los brazos.
—Los héroes Michaels. Hansel y Hazel, ¿Qué opinas?
Le sonreí.
—¡Perfecto!
Mi hermano chocó los cinco conmigo. Su mano era mucho más grande que la mía, también mucho más áspera.
—Un día también conseguiré un collar de cuentas —prometí.
—Lo harás, Hazel, lo sé. Pero mientras, cuando yo no pueda hacerlo, tú cuidarás este collar por mí, ¿Lo prometes?
Asentí.
—Lo prometo.
Jugueteaba con el collar de cuentas de barro que cuelga de mi cuello, recordando aquel día en que Hansel me hizo prometerle que cuando él no pudiera, yo lo cuidaría por él.
Recordando el día donde esa promesa se hizo realidad...
—Estarás bien. Estarás bien. Estarás bien. Estarás bien —murmuro con los ojos cerrados. Mi pierna derecha tiene un constante movimiento por los nervios, la ansiedad. Por todo lo que sentía en ese momento.
«No puedes dejarme. No lo hagas, Han, no lo hagas»
—¿Familiares de Hansel Michaels? —preguntó el doctor entrando a la sala de espera. Esa que empezaba a odiar por estar casi seis horas en ella.
Mis padres y yo nos levantamos de prisa de nuestros asientos, rodeando al doctor como si fuera el ser más importante. Aunque en estos momentos, lo era para nosotros.
—¿Cómo está mi hijo? —preguntó mi padre con la clara nota de nervios en su voz.
El doctor suspiró pesadamente, temiendo darnos una mala noticia.
—Lo lamento mucho, señor Michaels.
Por unos momentos solo me quedo asimilando sus palabras, procesándolo; hasta que siento el sabor salado de las lágrimas y como mi vista se vuelve borrosa por esas mismas gotas de agua que empezaron a rodar por mis mejillas, los sollozos le vinieron acompañados segundos después.
—Hansel luchó como todo un guerrero, pero la contusión en su cabeza y el pulmón colapsado pudieron más que él. En serio lo lamento mucho.
Mamá empezó a llorar, papá la abrazó fuertemente, consolándola y yo solo estaba ahí, sin poder controlar mis lágrimas ni mis sollozos.
«—Luchó como todo un guerrero —era lo que más se repetía en mi cabeza— Luchó»
«No, Han, no»
—Pequeña —me llama el doctor, haciendo que saliera brevemente de mi tristeza—. Tu hermano, antes de irse, me dijo que te diera esto.
Me extendió su mano, dónde sobre su palma estaba el collar con las cuentas de barro. Habían ocho en total, los ocho años que fue Hansel al campamento de supervivencia al aire libre en Perth, todas con diferentes imágenes.
—Me dije que... recordaras la promesa.
La promesa...
«Cuando yo no pueda hacerlo, tú cuidarás este collar por mí, ¿Lo prometes?»
«Lo prometo»
Lo tomé con manos temblorosas, sintiendo las cuentas sobre mis dedos, cómo se resbalaban de un lado a otro y luego volvían al mismo sitio de antes.
—¿Pu-puedo verlo? —le pregunté al doctor, viéndolo a través de mis lágrimas.
Él observó a mis padres, que estaban más metidos en su dolor que concentrados en mí. Al final, suspiró asintiendo a mi petición.
—Sígueme.
Me guió por un pasillo blanco, con luces del mismo color y puertas a cada lado. Tan vacío, tan triste. Adecuado para las cosas que se ven aquí.
Nos detuvimos en una habitación casi al final.
—Tómate tu tiempo, estaré aquí afuera.
Yo no hice más que asentir, con las manos aún temblorosas, giré el pomo frío de la puerta. Mi otra mano sostenía con fuerza el collar de Hansel.
Adentro de la habitación estaban las cosas clásicas de una sala hospitalaria: la cama, el oxímetro de pulso, el gotero dónde descansa el suero.
Pero la diferencia de esta habitación con las demás, es que el oxímetro ya no tiene que seguir ningún latido. El suero ya no tiene que seguir goteando. La cama ya no la ocupa alguien con vida.
Ahí estaba mi hermano, bajo una frazada blanca, completamente cubierto. Al acercarme a él, pude ver que su pecho no se movía. No tenía ese movimiento de arriba hacia abajo, no hacía nada.
Quité lentamente la frazada de su rostro y cuando lo ví, un sollozo salió de mi garganta. Hansel estaba ahí, la persona a la que yo más quería, la persona quien yo más admiraba estaba ahí, con sus ojos cerrado, sin movimiento alguno en su pecho, sin ningún «Bum, Bum, Bum» de su corazón.
Su cabello castaño oscuro caía sobre su frente, su rostro lleno de pecas por los pómulos y nariz estaba herido, con moretones y golpes, pero al mismo tiempo, estaba contraído en relajación.
Ya no le dolía.
Ya no sufría.
Estaba... en paz...
—Cumpliré mi promesa —había dicho con voz temblorosa.
Aunque él no esté aquí, sabía que me estaba escuchando. Siempre escuchaba.
—Prometo que cuidaré tu collar —mi voz se rompe un poco, pasé el hilo de cuero sobre mi cabeza—. Eres Hansel Michaels, el salvador de Newcastle, siempre serás un héroe, hermano —limpio las lágrimas que corren por mis mejillas—. Descansa en tu manantial, Han. Vive con las aguas cristalinas y come de las frutas más ricas —apoyé mi cabeza de su hombro, no escuchar el latir de su corazón rompió más el mío—. Siempre, siempre serás mi héroe, eres mi hermano mayor y eso no va a cambiar, no importa dónde estemos.
Algunas lágrimas terminan cayendo en su pecho inmóvil, esto dolía muchísimo. Observo por última vez su rostro relajado, le quito de la vista ese rizo castaño que siempre le a molestado y dejo un beso sobre su frente.
—Sé que estarás bien —murmuro, acariciando su mejilla—, te amo de aquí hasta el fin del mundo, no lo olvides.
Volví a cubrirlo con la frazada, una ligera brisa que vino de la ventana revolvió suavemente mi cabello, tal cual como lo hacía Hansel.
Sonreí a la nada.
—Buena suerte, salvador de Newcastle, confío en que te irá bien.
Fue lo último que le dije a Hansel antes de irme de esa habitación. Antes de dejar el cuerpo sin vida de mi hermano mayor.
-
Cuando alguien que amas se va, aceptar que ya no lo vas a volver a ver, que no volverás a escuchar su voz ni su risa, que tampoco verás su sonrisa y que ya no podrás abrazarlo otra vez, es una de las cosas que más duele. Y lo más difícil no es el proceso de sanación, es un día cualquiera, dónde te pasa algo y le quieres contar a esa persona, luego te das cuenta que no podrás hacerlo y eso es una de las cosas que más te van a doler.
No es el momento dónde te das cuenta que se fue, ni todo el proceso que pasas para asimilar que ya no está, es un día común y corriente el que ese sentimiento más te va a afectar.
Cuando Hansel se fue, para mí fue muy duro. No solo por haber perdido a mi hermano, a mi ídolo, a mi mejor amigo, sino porque mis padres se encerraron cada quien en su mundo, olvidándose por completo que tenían una hija de diez años que también había sufrido una perdida.
Papá se encerró en el trabajo. Mamá en estar constantemente en las cosas de la casa, y yo... pues, yo tuve que lidiar sola la perdida de Hansel. Lloré como no tienes ni idea, sufrí mucho, sentí que nunca iba a salir de ese pozo de tristeza y dolor, pero recordaba los momentos felices con él. El momento dónde lo ví por última vez, dónde su rostro estaba contraído en una paz tan increíble... que sentía que sí había otra oportunidad para volver a sonreír.
Fue perder a Hansel lo que me llevó a ese pozo y fue recordar los momentos felices con él lo que me sacó de ahí.
Fue mi perdición y mi salvación.
Lo odié pero también lo quise.
Y hoy, hoy soy quién soy. Aún duele su partida aunque ya hayan pasado casi diez años, pero ahora su recuerdo no está manchado con lágrimas, solo puedo recordar los momentos en dónde reíamos como dos pares de cerditos atragantados. Dónde salían los «¡Oink! ¡Oink!» por habernos reído tanto.
Eso es lo que más me gusta rememorar de mi hermano mayor, no los momentos tristes, no el día en que se fue. Solo los días llenos de felicidad, de risas, bromas y peleas tontas.
Lo que me llevó a recordar a mi hermano fue el centro de adopción dónde trabaja Aidan. En Straya, Hansel solía visitar a los niños que vivían en los refugios, les llevaba de sus ropas viejas que ya no le servían o de las mías también.
Una vez fui con él y verlo estar con los niños fue algo tan emotivo para mí, que desde ese día lo consideré mi ídolo. Hansel quería ser pediatra, por eso adoraba tanto a los niños.
La relación que tiene Aidan con los niños del orfanato me recuerda a como Hansel actuaba con los del refugio en Straya. Es tierno ver cómo Aidan imparte su clase de actuación con tanta naturalidad y cómo es con los niños. En toda la clase él nunca perdió su sonrisa entre los juegos de improvisación y ellos tampoco. Por como se ríen, juegan y se divierten, se nota que la clase de Aidan les agrada.
Los observo sentada desde las gradas del patio del orfanato cómo Aidan les enseña una dinámica de juego para practicar la tensión corporal. Por lo que pude escuchar, los niños tienen que fingir caminar por un puente sobre lava con algún personaje que les indique Aidan.
—Tu turno, Valery —indica Aidan a una niña que parecía de ocho años y que llevaba cometas tiernas—. Seré piadoso de ti, inténtalo como si te hicieras del uno.
Hay risas de algunos chiquillos, incluso de la misma Valery, pero cumple con el reto de fingir hacerse del uno mientras pasa por el imaginario puente de lava.
Aidan pone algunos retos y juegos más para ellos hasta que media hora más tarde la clase había terminado. Los pequeños se despidieron de él y también de mí, desde el recreo me la he pasado sentada aquí solo observandolos ya que me había lastimado el tobillo jugando con los niños.
Fue de una forma bastante estúpida, pero aún así dolía un poco.
Después de las despedidas, Aidan y yo decidimos irnos otra vez a la universidad. No queríamos quedarnos varados en medio del Downtown City y tener que irnos caminando al campus.
—¿Qué tal tu tobillo? —me preguntó al verme cojear un poco.
—Duele de forma soportable.
—Te caiste de una forma bastante estúpida.
—Sí, Aidan, no me lo recuerdes, ¿Vale?
Él solo se ríe ayudándome a caminar.
—¿Bea no que trabaja allí también? —le pregunté aún cojeando un poco y tomando de soporte su brazo ofrecido.
—Sí, lo hace cómo maestra de dibujo, ya sabes, cómo estudia diseño de animación, le enseña a los niños a dibujar. Es buena en lo que hace.
—Se nota que le gusta.
—Dibujar siempre fue lo de Bea, el diseño animado es algo en lo que lleva practicando desde que inició la carrera.
»Deberías ver alguna animación suya, le quedan increíbles.
—Le he visto muy pocas, aunque hace unos días me mostró una le estaba quedando muy bien.
—¿Eh? —Aidan me ve confundido.
—Su nueva animación, ¿No te la enseñó? —meneó la cabeza—. Oh, bueno...
Él gruñe molesto.
—No inventes, me está olvidando, ¡Otra vez!
—Espera, ¿Ya a pasado?
—Sí —pateó una roca del suelo—. Cuando empezó a salir con Evan, en la preparatoria. Aún teníamos nuestras salidas de amigos, estaban las charlas en el almuerzo, pero habían veces en que ambos se olvidaban de que tenía un increíble mejor amigo.
—Claro, tú y tu ego nunca podrán soportar estar de lado en la vida de alguien.
Aidan deja ir una risa que sonó bastante fingida.
—No, pero en serio. Estoy feliz de que ellos salgan, pasaron mucha mierda para estar juntos. Pero... no sé... es difícil estar con tus mejores amigos cuando ellos están siempre en su mundo de colores y amor. Me siento... desplazado.
Creo que nunca había visto a Aidan así... tan... débil, vulnerable, abierto a sus emociones. Siempre suele mostrarse como el Aidan carismático, egocéntrico, a veces idiota pero buen tipo.
¿Y ahora?
Ahora me está mostrando una parte de él que nunca me a dejado ver por completo, porque sí a tenido sus momentos así, dónde se ve que necesita hablar con alguien, pero de pronto todo cambia, como si rechazara la idea de abrirse, de expresarse. Y mírenlo, está mostrándose vulnerable frente a mí.
De cierta manera, me agrada que al fin me esté enseñando partes de él que solo me a dejado entre ver.
—Hey... —puse mi otra mano en su hombro, deteniendo nuestra caminata—. ¿Sabes? Yo también me siento así con Camille, aunque debe de ser más difícil para ti porque son tus dos mejores amigos por lo que te sientes desplazado. Pero Aidan, siempre puedes hablarlo. Decirles que te gustaría pasar tiempo con ellos. Que te sientes... olvidado.
Meneó la cabeza.
—No, estaré bien, no te preocupes. Siempre pasan estas cosas y siempre se resuelven solas —encoge los hombros—. No quiero molestarlos por una tontería que se arreglará.
—Pero...
—Hazel, estaré bien, si ellos son felices, yo lo soy. Son mi mejores amigos, si soy un buen amigo, no debo de sentirme molesto por su felicidad.
—¿Y quién dice que te vuelves un mal amigo solo por sentirte desplazado?
Mi pregunta lo deja totalmente descolocado.
—No te hace un mal amigo querer pasar tiempo con ellos. Es normal que los extrañes, que extrañes pasar el tiempo juntos. Y no, no tapes todo con «Si ellos son felices, yo lo soy» —finjo muy mal su voz—, eres feliz, pero también te sientes abandonado.
Aidan suspira, ladeando la cabeza, dándome una mirada rara.
—¿Cómo puedes hacerlo?
Fruncí el ceño.
—¿Hacer qué?
—¿Cómo puedes entenderme cuándo ni siquiera me conoces tanto como Evan o Bea?
Ahora soy yo la que está descolocada. Esa pregunta era buena, lastima que yo no tenía una respuesta.
—Descubres todo, me entiendes. Y lo haces sin ningún problema.
—A veces... a veces es difícil saber cómo te sientes en realidad, Aidan —medio balbuceo, algo confundida por el rumbo que a tomado la conversación.
—Pero tú logras descubrirlo, siempre. ¿Cómo puedes conseguirlo?
—No lo sé... Supongo que... uno puede notar el malestar en las personas que nos importan de verdad, como un amigo.
Me observa unos segundos aún dándome esa miradita rara, hasta que, al fin, sonríe como siempre.
—Gracias, Haz.
—¿Por? —alcé una ceja.
—Por saber cómo hacerme sentir mejor, por ser... una buena amiga.
Algo fue raro en esas palabras, como si cuando dijo la palabra «amiga» se lo decía más a él mismo que a mí.
Le devolví la sonrisa, pasando de eso. Debían ser tonterías mías.
—No hay de qué, insoportable pelirrojo. Ahora sigamos, si no nos quedaremos varados por aquí, y aún me duele el tobillo.
Y con una risa, retomamos el camino.
—Así que... —comenzó Aidan, dándome un empujón amistoso—, te importo, eh.
Rodé los ojos con un resoplido.
—¡Debí mantener mi bocota cerrada!
—Sabía que era alguien importante para tí —dijo cuando terminó de reír.
—Debí dejar que te ahogaras en tu miseria —mascullé en broma.
—Eso me dolió, también a mi ego.
Me encogí de hombros con una sonrisa de lado.
—Recuerda: yo siempre estaré para acabar con tu insoportable ego, López.
—Y yo para acabar con tu paciencia, Michaels.
Juntos, terminamos riendo como dos pares de idiotas en la calle.
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Nota de la autora:
¡Actualización de viernes, actualización con narración de Hazel! ¡Yeii!
Se preguntarán: ¿Actualización de viernes, MJ? ¡Pues sí! Me decidí por fin a que esta novela no solo tenga publicación los martes, si no también los viernes nada más porque hay que tener bastante de Aidan y Hazel.
Así que, esperen actualización dos días de la semana.
Ahora, ¿Qué tal el capítulo? Uh, Haz, tus recuerdos con tu hermano me achicopalaron un poco.
Aidan siendo instructor de teatro <3, uh, me encanta. El reto de Valery me recordó al que una vez me pusieron a mí, (sí, gente, esas cosas sí las hacemos en clases de teatro)
Bueno, gente bonita, espero les haya gustado el capítulo, no olviden dejar su poderosísima estrellita y un comentario.
Nos leemos pronto.
Besos y abrazos con recuerdos, retos de ir andando por un puente haciéndote del uno y risas por la calle.
MJ.
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