° Diez °
Tres días después...
—¿No está Hazel por ahí? —me había preguntado Sam al otro lado de la pantalla.
—No, Nano. Estoy en el apartamento, así que Hazel no está conmigo.
—Bueno, le dejas mis saludos.
—Claro que sí.
—Quisiera seguir hablando contigo, Dan —hace una mueca—, pero mamá no sabe que lo estoy haciendo. Piensa que estoy haciendo la tarea —admite en un susurro.
Me reí.
—Sí, mejor hablamos luego, Nano. No quiero que te castiguen.
—¡Adiós! —se despidió sonriendo y sacudiendo la mano.
—Adiós —le sonreí de vuelta antes de colgarle a mi hermano.
Solamente habían pasado tres días desde la fiesta de Sam y ya empezaba a extrañar a mi hermano y a mi mamá.
Eran las ocho treinta de la mañana y yo estaba despierto, ¿Qué clase de milagro es este, Aidan Manuel López? La primera hora tenía libre de clases ya que mi profesora de historia del teatro estaba un poco enferma.
Ahora estaba recostado de la barra de la cocina, terminando mi cereal. Sam, como siempre, me había llamado mientras desayunaba, estuvimos hablando un rato hasta esa reciente decoración que me hizo, y era mejor dejarlo hacer su tarea y que mamá no se entere de nuestra llamada porque si no los dos terminaríamos con un regaño.
De mi lado derecho escucho el sonido de una puerta abriéndose, al voltearme a ver me encuentro con que Evan está saliendo de su habitación soltando un bostezo, tenía puesto un pantalón de pijama holgado, el torso pálido lo llevaba desnudo y el pelo negro lo tenía todo revuelto.
Se sienta en uno de los taburetes de la barra separadora.
—Buenos días —saluda, tallándose los ojos.
—Buenos días —le respondí, llevando la taza dónde antes estaba mi desayuno al fregadero, lavandola rápidamente.
Sequé mis manos con un trapo de cocina.
Al detallar a mi mejor amigo, noté que se veía como si no hubiera pegado un ojo en toda la noche.
—Hombre, pareces un zombie. ¿Acaso volvió el insomnio?
Desde hace años que Evan padece de insomnio. A mí mejor amigo le costaba dormir, mantenerse dormido en ocasiones y hay veces también dónde suele despertar demasiado temprano. En nuestro primer semestre de la carrera, el insomnio de Evan se volvió un problema pesado. Tanto que hasta tuvo que viajar a Ciudad Nevada a recibir medicación de su psicólogo en conjunto con un psiquiatra. Por esos acontecimientos siempre suele tener los hipnóticos a la mano, sobretodo en épocas de exámenes.
Él bostezó.
—No... no volvió. Al menos, no aún.
—¿Entonces...?
Dejé la pregunta en el aire al ver a otra personas salir de la misma habitación que mi amigo hace unos segundos: Bea, con el cabello castaño en un chongo desordenado y enmarañado, tallándose los ojos y su vestimenta reveló el por qué mi mejor amigo tenía cara de zombie recién reanimado.
Bea se sentó en el taburete junto al de Evan, bostezando.
—Mmm, eso explica mucho —comenté, viéndolos a ambos.
—¿Qué explica qué? —pregunta ella entre un nuevo bostezo.
—El por qué él tiene cara de zombie y los ruidos que escuché desde mi habitación anoche.
Bea abrió tanto los ojos por mi reciente comentario y sus mejillas se colorearon de un fuerte color rojo.
—¡Aidan!
—¿Qué? ¿Me vas a negar que follaron anoche?
Su rostro se volvió más rojo que mi cabello.
—¡¡Aidan!!
Evan a su lado no hace más que aguantar las ganas de echarse reír. Él no se molestaba con estas cosas, eran las mismas bromas que yo le hacía después de su primera vez. En esos momentos sí que se ponía rojo cuál tomate, pero ahora solo ríe. Evan sabía que yo no cambiaría en este tipo de cosas.
—Calma, Bea, no te juzgo. No hay nada por lo qué avergonzarse, elfo de ojos verdes.
Bea me da una mirada mortal. Ella detesta que la llamen así, pero no refutó nada o me insultó. Sus mejillas aún tenían rastro del sonrojo.
Evan pasó un brazo por encima de sus hombros y le dió un beso en la sien.
—Él lo dijo: no hay nada por lo que avergonzarse, Pulgarcita.
Al final ella suspiró, aunque me seguía viendo con cara de querer lanzarme algún zapato.
Suerte que está descalza.
—Solo les pido una cosa: cuídense, ¿Vale? No quiero un pequeño Evan o una pequeña Bea corriendo por ahí.
—Ya está, ¡denme un zapato! —exclama molesta, levantándose del taburete y viniendo a mi lado de la barra.
Por más cobarde que fuera, salí corriendo de la cocina hacia la puerta principal. No quería enfrentarme a la furia de Beatríz Ferguson.
Beatríz será una enana de próximos diecinueve años, pero es una enana que golpea fuerte y tiene una puntería increíble.
Abrí la puerta y al estar afuera asomé mi cabeza por la abertura.
—¡Y no lo hagan en el sofá! ¡Yo también me siento ahí! —les dije antes de salir del lugar.
Del otro lado, escuché la carcajada de Evan y algo golpear la puerta, de seguro algún zapato que encontró Bea.
Salí de la residencia y luego de la universidad. Decidí caminar hasta una cafetería cercana; quizá a una o dos calles. Era un buen lugar para tomar un desayuno decente. Además de que ahí encontraría a la chica por la que mi hermano preguntaba hace un rato.
-
Aromas a café, leche, tostadas, chocolate, vainilla... Cosas dulces, aromas deliciosos. Esos que hacen erizar tu piel o que hacen que tu boca se haga agua.
Eso es lo primero que notas al llegar al MediaLuna Café, la cafetería cerca de la universidad y en dónde trabaja Hazel como mesera.
Los olores al café, a la leche, al chocolate o los batidos quedan impregnados en el ambiente por el aire acondicionado y por ello disfruto de esos aromas.
El MediaLuna Café es un cafetería de estilo moderno, con una puerta de entrada de cristal y al lado izquierdo de ella un gran ventanal que te permite ver hacia adentro. El nombre del lugar es luminescente, por lo que en la noche se enciende en lindos y llamativos colores. Hay una media luna en azul claro medio acostada, escrito a su lado con letras en plateado estaba «MediaLuna» y un poco más abajo escrito en las mismas letras corridas pero en color blanco estaba el «Café» con una taza de café humeante a su lado.
La campanilla sobre la puerta suena cuando entro al local. El café no está tan lleno como de costumbre, a los lados de la pared están las mesas y en la barra, en medio de la estancia, está Hazel, recostada de la superficie con aire aburrido. No me a visto llegar.
—Esa cara delata claramente que estabas pensando en mí, pero no te preocupes, ya estoy aquí, chica pecas —le digo tomando asiento un taburete frente a ella.
Hazel rodó los ojos de manera divertida.
—¿Soy yo pensando en ti o eras tú qué no puede sacarme de su cabeza?
—Buena jugada, Hazel Michaels.
Hazel me sonríe de labios cerrados y me desordena el cabello como si acariciara la cabeza de un perro.
—Tranquilo, entiendo qué no puedas sacarme de tu cabeza. Te entiendo, Aidan.
Aguanté las ganas de reír. Esto es algo que me agrada de Hazel: puede llegar a retarme, a no sentirse intimidada por mí, pero también puede llegar a ser una buena compañera para seguir mis bromas.
Y aunque puede frustrarme ciertas situaciones con ella, su amistad y nuestra dinámica es algo que siempre va a importarme más que a nada.
—Venga, ni que fueras Maia Mitchell —refuto.
Ella me da una mirada de fingida ofensa.
—Eso fue bajo, Aidan —me señala con su dedo índice—. Demasiado bajo, insoportable pelirrojo.
—Vale, me retracto. Estás igual de buena que Maia.
Me sonríe satisfecha.
—Lo sé, solo quería que lo dijeras —Oh, esa chica pecas...—. Es decir, también soy australiana, canto, bailo, actúo, tengo pecas, una personalidad alucinante —Hazel se señala a sí misma—. Soy genial.
—Y luego el arrogante prepotente soy yo, eh.
Se echa a reír.
—En fin, ¿Vas a ordenar algo?
—Nah', gracias, ya desayuné —rechazo la oferta con un gesto.
—No me digas, cereal con leche —ella tiene una ceja alzada.
—Bueno...
A esa ceja alzada se le une una desaprobación que aparece en su mirada.
—Vas a desayunar algo decente, Aidan, y lo harás ahora.
—Vale, mamá, tranquila —alzo ambas manos.
Suspiro haciendo que mis mejillas se inflen y veo los especiales en pizarras sobre la barra escritos con tizas de colores. El MediaLuna Café es un lugar donde podías pedir tu desayuno. Del menú de comidas, es la única que servían, el resto del día ofrecían sus especiales de donas y otros postres. También batidos u otras bebidas y unas cafés que son parecidos a los Starbucks neoyorquinos.
—Vale, quiero... huevos revueltos con tocino, pan tostado y un jugo de naranja.
Hazel anotó mi pedido y fue a llevarlo al cocinero dándome una mirada clara que decía «más te vale desayunar» que quizá me asustó un poco.
Hazel es ese tipo de amiga que se preocupa mucho por ti, es una de las cosas que más la caracterizan y la hacen una gran chica. Desde que la conozco, siempre a tenido esos pequeños detalles conmigo y con mis amigos en general. También está el hecho de que una vez en un ensayo casi me desmayo por no haber desayunado y estuve escuchando una semana sus «Te lo dije»
En la espera de mi desayuno empecé a hablar con ella de nuestras clases de hoy y también del por qué estaba en el turno de la mañana cuando suele trabajar en la tarde después de clases, me contestó que aprovechó las horas libres que teníamos en la mañana para así descansar en la tarde.
—Inteligente —es lo que le respondo.
En muchas ocasiones nuestra charla se interrumpe, Hazel va de un lado a otro en el café atendiendo mesas, ayudando a clientes o simplemente para volver a llenar una taza de café.
—Eh, ¡Camarera! —llamó alguien detrás de mí—, una ayudita aquí, por favor.
Me giré para encontrarme con un desastre de colores marrón, rosado, blanco y un pastel en el suelo y dos clientes avergonzados viendo hacia nosotros.
Miré a Hazel.
Tenía una sonrisa tensa en el rostro, toma una inhalación profunda disimulada y espanta un mechón de su cabello de su rostro con un resoplido.
—Te veré en un rato —murmura entre dientes hacia mí, yéndose a ayudar al cliente que estaba muy avergonzado.
Hazel limpiaba el desastre de batidos y pastel y a mí otra camarera me trajo mi desayuno. Al dejarlo frente a mí en la barra, sonrió de una manera coqueta y antes de irse, me guiñó un ojo. Solo pude devolverle el gesto sonriendo de manera amable.
No pude ni quise devolverle la misma sonrisa.
Mientras desayunaba por segunda vez en esa mañana, escuchaba y veía el entorno que me rodeaba: en su totalidad, personas teniendo conversaciones amables, otras parecían debatir temas y otros desayunando en soledad o viendo algo en las pantallas de sus computadoras y móviles. De fondo a un volumen parcialmente bajo sonaba Gotta Get Out de 5 Seconds Of Summer.
—And if the earth ends up crumbling down to it's knees baby. We just gotta get out, we just gotta get out. And if these skyscrapers, tumble down and crash around baby. We just gotta get out, we just gotta get out.
Canté para mí en el coro, revisando mi móvil luego de terminar mi desayuno.
—No sabía que cantaras —oigo decir a Hazel acercándose.
Levanté la mirada de mi móvil.
—Oculto muchas cosas, mi querida chica pecas.
Ella sonrió.
—Me gustaría escucharte cantar más fuerte, estoy segura de que puedes ser capaz de romper el vidrio de una ventana.
—Oye, no lo hago tan mal, ¿Vale? Solo que no lo hago seguido.
Quizá yo no era tan buen cantante como Evan o como ella misma, (ya que la he oído antes y sí canta muy lindo) pero sí tenía mi toque en la música. Además de que hace un tiempo Evan lleva dándome clases de guitarra y por cuenta propia aprendí a tocar el ukelele. No suelo cantar muy seguido fuera de la ducha o las clases de vocalización en las que me había inscrito para este semestre. Sencillamente, prefería mi ukelele.
—Me sorprende un poco —admite, soltando la coleta que sujetaba todo su largo cabello—. No lo ví venir, si soy sincera.
Por un momento, me quedé como un tonto viendo su cabello de princesa, desde las ligeras ondas en las puntas, el brillo que tenía y lo sedoso que se veía. Su cabello era perfecto, además de increíblemente largo.
Caía a los lados de su cara y sobre sus hombros, esa imagen me llevó al recuerdo del día de la obra cuando la ví con el vestuario de Julieta, como lucía la corona de flores sobre su cabeza, como su cabello estaba ondulado y caía de la misma manera que ahora, como había pensado que se veía guapísima y como pensé ahora que aún se veía así.
Y una vez más me encontré meneando la cabeza, tratando de concentrarme. ¿Qué mierda contigo, Aidan?
Volví a reparar en la realidad, Hazel juntaba su cabello en lo alto de su cabeza para volver a amarrarlo, solo que algo hizo que se enredara y lo volviera a soltar, cayendo nuevamente sobre sus hombros y los lados de su rostro.
Llevó ambas manos a la parte trasera de su cuello, sacó algo por debajo de la camisa blanca de su uniforme que llevaba remangada: un colgante artesanal con ocho cuentas de barro, cada una con diferentes imágenes. Tenían la forma de un anillo, solo que con mucho más grosor. Todas estaban sujetas a un hilo de cuero alrededor del cuello de Hazel.
—Lindo colgante —comenté—, muy artesanal.
Ella se ríe tomando entre sus manos el colgante.
—Era de mi hermano.
Recordé lo que me había dicho de su hermano: que había fallecido en un carrera de motocicletas cuando ella tenía diez años y que después de eso la había pasado muy mal, que su familia se aisló en su propio mundo y eso la obligó a aceptar sola la muerte de su hermano mayor, de alguien a quien admiraba.
—Cada cuenta significa un año que estuvo en un campamento al aire libre allá en Straya —explicó.
—¿«Straya»? —repetí entre una risa—. ¿Qué es eso?
—Oh, perdón —ahora fue ella la que rió—. Es un collar de un campamento al aire libre allá en Australia.
—Que manera más rara de llamar a tu país.
—A veces se me escapan algunas frases.
—Sí, «prezzie» fue una de ellas.
—Tú ya me conoces, sabes lo que significa.
«regalo» es lo que significa «prezzie». En muchas ocasiones a Hazel se le escapan frases que usan en Australia y muchas de ellas las he aprendido por ella, también ese característico acento australiano que de tanto en tanto se le sale también con algunas frases. Cuando la conocí y me decía alguna palabra de ese tipo, mi cerebro siempre se encontraba procesando todo. Los australianos tienen algunas palabras un poco... raras. Ni digamos ese perezoso acento.
—Lo hago, pero aún hay muchas de tus palabras que me confunden —ella menea la cabeza riendo—. Una pregunta, ¿No extrañas tu casa en... Sidney, no?
Me da una mala mirada y luego rueda los ojos.
—Oye, que sea de Nueva Gales del Sur no significa que inmediatamente sea de Sidney.
—Vale, perdón, siempre lo olvido.
—Está bien —suspira, volviendo a ver su collar—. Extraño Newcastle, a mi familia, viejos amigos, lo extraño todo, pero aquí tengo cosas lindas.
—Como yo, ¿A qué sí?
—Eres idiota, Aidan López.
—Así me quieres, Hazel Michaels.
—Te soporto, que es muy diferente —vuelve a guardar su collar bajo su camisa y termina de atarse el pelo.
—Auch, me has herido.
—Sobrevivirás —se recuesta de sus brazos del otro lado de la barra.
—Algún día podrás visitar otra vez tu vieja casa. Ya sabes, vas a tener una fortuna y podrás viajar todo lo que quieras —ella me sonríe de lado.
—Me tienes mucha fe a mí, ¿Qué hay de ti?
—La tengo, demasiado. La actuación no a sido mi sueño desde crío, vine descubriendo esto apenas a los diecisiete, pero es algo que me fascina.
—Amas la carrera.
—¿Acaso tú no? Actuar para mí no es solo aprenderse unas cuantas líneas. Es más que eso, Haz. Es vivir de alguna manera lo que alguien más vivió. Es darle vida a personajes sacados de la mente de alguien más.
»Actuar no es solo pararse y citar un guión, es hacer magia sobre un escenario o frente a una cámara. Para mí es eso: magia.
Frente a mí, Hazel tenía una expresión de sorpresa.
—Vaya, tú... estás muy apañado con la carrera, eh. ¿Sabes algo? Yo siento lo mismo que tú con respecto a la actuación. Es magia lo que hace un actor, genera inspiración.
»Cuando supe que quería esto, que quería actuar, fue porque quería causar en la gente lo que las películas y actores en ella solían causar en mí: la inspiración, las ganas de decir «quiero hacer eso».
—Sé que algún día vas a lograr eso, y la gente te amará.
—También te pasará lo mismo —sus palabras se escuchan seguras—. Esto es lo tuyo, Aidan. Se ve y se siente que amas la actuación. Quizá no siempre fue tu principal sueño, pero es claro que esto es para lo que naciste.
«Es para lo que naciste»
Sus palabras se repiten una y otra vez en mi cabeza. No porque las haya dicho ella. Si no porque tenía razón.
Yo nací para esto y aunque hay veces en las que me pongo nervioso por alguna presentación, sabía que eso pasaría siempre, que son los gajes del oficio.
A mí no solo me gustaba lo que estudiaba. Yo de verdad amaba la actuación.
Y escuchar a alguien decirme que es para lo que nací, me hace sentir aún más seguro de que esto es lo mío.
De que esto es lo que quiero para mi futuro.
Y que de esto es a lo que voy a dedicar mi vida.
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