° Diecisiete °
«Tú siempre serás mi insoportable pelirrojo, tonto»
Lo que restó de nuestro día de salida, esas siete palabras no dejaron de hacer eco en mi cabeza, un incesante eco que tenía de fondo la risa de cerdito de cierta chica pecas.
Cierta chica que ahora... me está machacando en el juego de baila baila.
—¡Ja! ¡Te gané! —regodea Hazel por... ¿Tercera? ¿Cuarta? ¿Decima vez? Ya había perdido la cuenta de cuántas veces me había ganado en el juego.
Hazel tiene muchos ases bajo la manga para ganarme, el primero y más importante es que ella baila, se a inscrito los últimos tres años de la carrera en la clase extra de baile, (clase que me obligó a inscribirme el semestre pasado) por lo que es una de las mejores bailarinas que conozco, también la única. Aunque no suela bailar mucho en público, según ella «es solo por diversión y créditos extra»
Pues que le a ido muy bien, porque me machacó completamente.
Pero más que molestarme, me divierte verla festejar una vez su victoria. Con ella, sencillamente, mi lado competitivo no salía a la luz, a veces incluso en otros juegos, (como los de mesa, dónde sí que la puedo derrotar) me dejo ganar para verla feliz de que me haya ganado.
No tengo razones, solo me gusta verla feliz, es todo.
—Vale, me has ganado —digo, bajando de la máquina de baila baila de un salto—. Te llevas de premio un helado.
—Me parece un buen premio —sonríe cuál niña emocionada.
Compramos dos conos de helado en la heladería frente el arcade. El de ella de galleta y el mío de vainilla con fresa.
—Me gustó esta salida —admite, caminando a mi lado hacia la salida del centro comercial—. Fue divertida.
—Claro, me derrotaste diez veces en el baila baila, ¿Cómo no te iba a ser divertida?
Hazel se echa a reír y luego da un mordisco a la galleta de su helado. Cómo siempre, ensuciando los alrededores de su boca. Yo, igual, limpiando las áreas sucias. Es cierta costumbre que se había dado entre nosotros sin haberlo planeado. La primer vez fue porque en serio me daba cierto repelús verle el alrededor de la boca sucia que no me resistí a quitarle los restos de chocolate que tenía, ahora es más un acto por inercia.
Fuera del gran centro comercial, la ola de calor se sintió bastante. No me quejo del calor, la verdad, cuando has vivido diecisiete años en Ciudad Nevada y te mudas a una ciudad donde el clima frío no es tan común, te acostumbras rápido a las temperaturas, pero eso no quiere decir que las tardes calurosas como esta sean una cosa agradable. En momentos así, quisiera estar en Ciudad Nevada jugando en el parque con mi hermano.
—Pero que calor —comenta Hazel, empezando a abanicar su rostro.
—Ni me digas.
Cómo ninguno quiso quedarse en la entrada donde el sol amablemente estaba haciendo reflejo, nos fuimos hacia la parada de autobús, (el metro, justo ahora, no quería ni verlo de cerca) en las calles del Downtown City de Holbrook aún habían personas yendo y viniendo, pero no tan abarrotadas como cuando Hazel y yo llegamos, así que no tuvimos que engancharnos de los brazos para no perdernos entre nosotros.
Eran eso de las seis treinta cuando llegamos a la parada, el atardecer empezaba a llegar y el calor seguía igual de horrible. Solo espero que la noche sea más fresca.
Hazel y yo esperamos aburridos en la parada por un tiempo que me pareció exageradamente lento. ¿Cómo la gente podía aún tomar el metro con este calor? ¿Acaso quieren hornearse?
Esto es lo que odio del transporte público de la gran ciudad: ¡La lentitud con la que puede pasar el autobús! ¡Amigo, aún hay gente que no quiere asarse en el metro!
En mi siguiente visita a casa le diré a mamá que me traeré el coche, no soporto esto.
Me paré, me senté, hice recuento mental de las cosas que tengo que hacer, incluso le hice una vaga trenza a Hazel mientras ella estaba centrada hurgando en mi móvil, (¿Cómo rayos terminó con mi móvil en manos? Ni me lo pregunten, porque no lo sé) el transporte público no llegó.
Empiezo a pensar que nos podríamos haber ido a pie otra vez.
—Espera, ¿Acaso esa soy yo? —pregunta Hazel, pulsando en uno de los tantos vídeos que hay en mi galería.
Cualquiera se hubiera incordiado porque alguien más revise su galería de fotos, a mí me da igual. No tengo nada que ocultar en mi móvil, mucho menos entre mis fotos.
Miré sobre su hombro el vídeo al que había pulsado, se veía algo oscuro, sin embargo, mi cara era lo más visible a causa de la luz blanca de lo que supuse fue el flash delantero. En ese momento, descubrí que sí tenía algo que esconder en mi móvil.
—Grabando documental a las... —hay una pausa de mi parte, supongo que habría visto la hora porque agregué—: Dos veintidós de la madrugada —hay una risa mía—. Si un día ves esto, sé que me matarás, pero tengo que hacerlo.
La imagen cambia a la cámara trasera, que luego enfoca a una muy dormida Hazel, su cabeza recostada sobre sus brazos, un eventual ronquido brotando de su garganta en compañía de una fina línea de saliva. De fondo no se dejan de escuchar mis risas.
Recordé el día que grabé ese vídeo, nos habíamos quedado despiertos hasta muy tarde haciendo un proyecto que teníamos en conjunto. El vídeo ya tiene su tiempo: tres años, lo grabé unos meses después de que conocí a Hazel, por lo que ese proyecto fue una de las causas por la que nos hicimos más amigos. Ella se había quedado profundamente dormida luego de afirmar que no tenía sueño, aún me sigo preguntando cómo pudo dormirse sobre la mesita de centro del apartamento.
La cámara enfoca a Hazel y al brillo de su saliva por el flash.
—Hazel Michaels babea y ronca —otra risa mía—. He aquí, la chica que minutos atrás afirmó no tener sueño. Que débil, Haz, que débil.
La Hazel actual me da una mirada ceñuda sobre su hombro mientras que yo le regalo una sonrisa exagerada.
—¿Cómo por qué no sabía de la existencia de este vídeo, Aidan? —pregunta, puede que un poco molesta.
Bueno, fue lindo estar vivo.
—Porque... ¿No?
La molestia en su mirada se acentúa.
A Hazel no le había enseñado el vídeo por dos razones simples: no quería morir, y no quería que me matase. Estuve tentado muchas veces, pero no lo hice porque apreciaba mi vida. Ahora... vale, ahora estamos mal.
Cuándo creí que Hazel me daría algún golpe en cualquier parte de mi cara y/o anatomía, nuestra espera termina ya que, ¡Al fin y gracias a los dioses! El autobús se detuvo en la parada. Esperamos a que se bajaran los pasajeros para subir y tomar asientos entre los últimos puestos.
—No tienes más vídeos míos, ¿Verdad? —pregunta arqueando una ceja.
Me rascó la cabeza, pensando. ¿Tengo más vídeos de Hazel?
Es una pregunta tonta, claro que los tengo.
—En la situación hipotética de que sí tenga más vídeos, ¿Qué me pasaría?
—Arrojaría tu móvil por la ventana porque son vídeos de mi persona y no me has dicho nada de ellos, por lo que no sé con qué motivos aún los tienes y ni qué harás con ellos —contesta con tranquilidad.
Miré la ventana abierta detrás de mí, la brisa de la noche haciendo que el pelo se me desordene.
No dudé en cerrarla.
—¿Qué pasaría ahora?
—En el peor de los casos, para ti, sería que borre esos vídeos.
Hum... puedo vivir con ello, sobretodo porque tengo respaldo de todas mis fotos, eso incluyendo los vídeos.
Terminé encogiendo los hombros.
—Sí, tengo algunos vídeos —Hazel apreta los labios, aunque no sé si molesta o evitando sonreír. Me voy por la segunda opción—. Y tranquila, son como todos los vídeos que grabo, no hay nada malo.
—Quiero verlos.
Busco entre todos las grabaciones que he hecho las de Hazel, no son fáciles de conseguir entre tanto material. Me gusta grabar a mis amigos haciendo tonterías, cantando, ebrios, sobrios, como sea. Grabar las cosas es literalmente grabar el pasado para que tú yo del futuro pueda recordar y sonreír por ese día.
Tengo vídeos de Evan cantando, incluso unos pocos de las presentaciones que tuvo en el CallyCafé hace años, de Evan ebrio también, esos son los mejores, Evan molesto por las bromas que le he gastado, es increíble lo rojas que se le ponen las orejas, también otros más de cuando lo he cachado a media noche robando los bocadillos de la alacena, ese mapache nocturno.
Ninguno de mis amigos se salva, todos están capturados en mis vídeos y ellos solo han visto unos pocos de tantos.
Pulso en uno que estoy seguro es de Hazel, y no me equivoco cuando ella aparece en primer plano, es otro del año que nos conocimos, una Hazel de casi dieciocho años se balancea sobre las barras del parque, tomando la siguiente con mucho esfuerzo pero sin rendirse.
—El reto de las barras —recuerda ella, sonriendo—. Dijiste que si lograba llegar a ti sin caerme harías mi tarea de teatrología.
—Terminé haciendo dos ensayos sobre la evolución del teatro, y el colmo es que el tuyo obtuvo más puntos que el mío.
Y el colmo extra, ¡Es que yo hice ambos trabajos! Me pareció una injusticia total.
Hazel pasa al otro vídeo, uno que hasta yo ni sabía que tenía. En mi defensa, grabo demasiadas tonterías.
Era otro de ella, en vez de estar trepando en las barras del parque hace tres años, estaba con la mirada fija en su móvil con unos auriculares saliendole de los oídos, Hazel tarareaba I See The Light, la canción de Enredados, su película favorita. Ni siquiera recuerdo la vez en que grabé este vídeo, ¿Meses atrás? ¿Un año? Se puede escuchar bastante claro la bonita voz de mi acompañante y la cierta pasión con la que la canta.
—Vaya... —murmura ella y luego me da una mirada que bien dice «Me has grabado cantando»
Yo vuelvo a regalarle una sonrisa exagerada.
—¿Cantas muy bonito?
Hazel se ríe rodando los ojos, luego procede a seguir hurgando entre los vídeos de mi móvil con la cabeza apoyada de mi hombro.
En esa posición, ese aroma a caramelo que ella despide llega a mi nariz, haciendo que de forma no intencional tome una respiración profunda, algo que, al parecer, ella no nota. Tengo la sospecha de que podría volverme adicto a ese aroma dulce, a su cercanía, a su tacto, incluso a ella.
Observo las tiendas de Spring Avenue, apretando los labios para evitar sonreír. Interamente yo sabía que no es solo una «sospecha», yo bien podría volverme un adicto a ella.
-
—¿Todo bien, Aidan? —me pregunta Hazel, siento sus ojos curiosos en mi perfil—, estás... callado.
—Sí, todo bien —aseguro a lo que ella arquea una ceja, no tragándose mi mentira.
A veces esto de Hazel me cae mal: no me cree cuando le estoy mintiendo. Y, okey, también me gusta un poquito, ¡Pero me cae mal en gran mayoría!
—Todo cool, en serio —aseguro una segunda vez, no dándole tiempo a refutar porque me le adelanté en el camino hacia la residencia.
Escucho el suspiro frustrado de su parte y luego sus pasos crujir bajo la gravilla del sendero que está iluminado por las farolas de luz blanca, lo que le da cierto aire a ser un parque, con la gran excepción que no son senderos del parque Sharville, es un campus universitario donde merodean los universitarios que se han quedado este fin de semana.
—¿Nos vemos mañana? —dijo Hazel, deteniéndose en el camino, aquí es donde ella tiene que tomar a la izquierda para ir a su residencia mientras que yo tomo el camino a la derecha.
—Claro, nos vemos mañana.
Entonces, fue que ella hizo algo que no es para nada propio de sí, pero que no voy a mentir, lo disfruté bastante por muy corto que haya sido.
Hazel acortó la distancia entre nosotros hasta apoyar su mano en mi hombro, obligandome con su fuerza a doblar las rodillas para que ella pueda dejar un corto y suave beso en mi mejilla. Uno que me hizo sonreír estúpidamente.
—Adiós —es lo último que dice antes de irse a su residencia.
Antes de entrar al edificio, Hazel se da la vuelta y hace una despedida hacia mí, que no me había podido mover de mi lugar. Me obligué a devolverle el gesto cuando ella ya iba entrando a la residencia.
Su cercanía aún podía sentirla, la suavidad de sus labios, ese característico aroma a caramelo suyo aún seguía presente. En mi mejilla podía sentir fuego y calidez en la zona donde había dejado el corto beso de despedida. La sonrisa tonta que, aunque no me esté viendo en un espejo, sé que es la misma que demasiadas veces le ví a Evan cuando él mironeaba a Bea creyendo que no lo pillarían.
—¿Es en serio? —pregunto a la nada, viendo al cielo nocturno que tiene pocas estrellas.
Unas chicas que pasaron cerca se me quedaron viendo raro.
No puedo ser que esa chica pecas... que esa tonta que siempre me molesta, ¡Solo no podía ser posible!
¿Seguro?
Doy un resoplido a mis afueras, porque por muy masoquista que suene, sabía que sí podía ser.
Incluso un negado como yo sabe admitir que desde que la conocí, Hazel tuvo parte de mi atención, puede que demasiada. Joder, ¿Cómo no la tendría? Si cuando nos conocimos me pidió que no sea insoportable mientras que muchas otras chicas solo podía actuar de tontas o coquetas, ¡Ella no fue así! Y fue esa primera impresión suya que, por alguna razón, llamó mi atención y durante los últimos años solo la a ido tomando de a poco.
Es solo que quise creer, (absurdo, ¿No?) que podría dejarla como mi amiga, una buena amiga que quiero mucho. Claro que muchas cosas impedían eso, y ahora... sí, se complica más.
Y es que... de la forma más tonta y puede que un poco masoquista me fijé en ella.
Me quiero reír de mí mismo, en serio, y podría hacerlo, pero prefiero evitar las miradas raras.
Las palabras que mamá me dijo el día después del cumpleaños de Sam vuelven a mi cabeza:
«Quizá lo de tu padre no fue lindo. Pasamos cosas bonitas juntos pero al final, yo pude perdonarlo por todo. Pero a pesar de los malos momentos, yo nunca pude dejar de creer en la fuerza que tiene el amor.
Fui valiente otra vez, Rufus, y por decidir ser valiente conocí a Chris. No tengas miedo, hijo. Hay cosas buenas que te están esperando y seguirán haciéndolo si no te arriesgas»
Ni siquiera me había parado a pensar en ello, a analizarlo mejor. Y ahora que lo hago, mamá tiene razón, hay cosas buena esperando por mí y seguirán haciéndolo. Entre mi mamá, mis amigos y yo hay una clara diferencia de suerte. Mi mamá la pasó mal con lo de papá, pero pudo perdonarlo, pudo salir con alguien otra vez. Yo, en cambio, pude... ¿Perdonar a Hasabell? ¿A Alene? Sí, eso no a pasado. ¿Mantener una buena relación sin miedo a que se avergüencen de mí? Eso tampoco a pasado.
Y es que todo resulta tan, pero tan jodido cuando te han hecho... mucho daño, que saber qué buenas cosas te esperan y no ser capaz de ir por ellas por miedo a salir lastimado de nuevo es un sentimiento poco agradable.
En su sano juicio, nadie quiere que le dañen el corazón otra vez, mucho menos cuando ese mismo a pasado malas cosas. Yo... yo solo no quiero lo mismo otra vez.
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