° Dieciséis °

La sonrisa que Hazel esbozó fue una tan sincera y tan dulce que me fue imposible no admirarla a detalle, cómo para querer grabarla para siempre en mi memoria.

Y es que es una sonrisa tan plena, que los ojos se le achicaron al hacerlo. Sus pecas se volvieron solo pequeños puntos en aquella bonita sonrisa.

Desde que la conozco, me a gustado ver a Hazel sonreír. ¿Razones? Porque su sonrisa es bastante bonita, es de esas sonrisas que se gana un puesto seguro en un comercial de pasta de dientes. Claro que es algo que ella no sabe y capaz y no lo sabrá porque me va a molestar con ello, por lo que lo reservo para mí y siempre que puedo, apreciaré esa bonita mueca que hacen sus labios.

—¿Qué tal si salimos un rato? —propone ella, siguiendo el camino—. Es fin de semana, deberíamos salir un rato.

Me hice el pensativo, pero la respuesta es más que obvia. No solo porque sí debo ir a comprar unas cosas, sino también porque tiene razón, es fin de semana y estamos aquí, aburridos. Merecemos una salida.

—Sí, sí deberíamos. ¿A dónde quieres ir, mi querida chica pecas?

Hazel se ríe divertida ante la mención del apodo que le tengo. Nunca lo dejaré, como ella no dejará de llamarme «insoportable pelirrojo»

—Tú tienes cosas que comprar, ¿No? —asentí—. Bueno, te puedo acompañar y después podemos ir a comer y... no sé, pasear un rato. Estoy cansandome de ver el mismo jardín todos los días.

—Vale, me gusta esa idea.

—A mí me gusta que te guste esa idea —me señala con su dedo.

Y así, riéndonos, desviamos nuestro camino hacia la salida del campus.

En todo el trayecto fuimos hablando y riéndonos de cada cosa que veíamos por las calles que nos causaba gracia. En el fondo, tenía la necesidad de hacer reír a Hazel solo para escuchar el ronco «¡Oink! ¡Oink!» que sale de su garganta. Más que reírme de lo que hablábamos, me reía de su risa sin poder evitarlo.

Sin habernos dado cuenta, habíamos llegado a pie al Downtown City de Holbrook, que está repleto de personas caminando y en un momento casi pierdo a Hazel entre la gente. Tuvimos que engancharnos de los brazos como dos niños de ocho años para no separarnos el uno del otro a causa del bullicio de personas.

Seguimos nuestro camino por la acera, chocando algunas veces con personas distraídas o apuradas. Cruzamos la calle por el paso de cebra y entramos al centro comercial, que es el más famoso de todo Holbrook y también uno de los más grandes. Adentro, el aire acondicionado del lugar nos refresca, haciendo que despida un suspiro de alivio y me separe de Hazel.

—Vaya, sí que hace calor allá afuera —comenta ella, abanicando su rostro con su mano.

Mientras tanto yo me quito mi cazadora de béisbol y la amarro a mi cintura, hace mucho calor como para llevar una cazadora encima.

—Bueno, ¿A dónde vamos? —me pregunta, colocando sus manos sobre su cintura.

Señalé hacia las escaleras eléctricas.

—Arriba.

Tomamos las escaleras al segundo piso, dónde hay tiendas de ropa, alguna que otra zapatería, tiendas de papelería que habrían encantado a Bea y de música que a Evan le habría encantado ver, también hay algunos quioscos en medio de los pasillos, uno de helados, otros de... ¿Velas aromáticas? El olor incluso a lo lejos llegó a mi nariz y me hizo arrugarla. Las velas aromáticas he inciensos nunca serán de mi agrado, el aroma por muy rico que huela me seguirá causando dolores de cabeza y dejará a mi estómago hecho un revoltijo.

—¿A dónde vamos? —pregunta Hazel una vez más, caminando a mi lado.

Tardo un momento en responderle mientras busco la tienda con la mirada, Evan dijo que estaba en este piso...

—Allá —señalo el local donde en sus aparadores exhibe ropa de hombre—. Allá es a donde vamos.

Cuándo Hazel fija sus ojos marrones a dónde señalo, ahogó  una risa.

—¿Viniste a comprar ropa? —se sigue riendo a mi lado.

—No me molestes, ¿Vale? La mayoría de mis camisas ya no me quedan.

Ella empezó a darme toques juguetones en las costillas que me causaron cosquillas.

—Bueno, era de esperarse, ¿No? —deja de hacerme cosquillas—. Te la pasas entrenando con los chicos en tus tiempos libres, los cuales son casi siempre —la miro mal—. ¡Oye! No me mires así, es cierto y lo sabes.

—Déjame, chica pecas.

Me le adelanto en el camino pero ni eso evita que escuche su risa.

Esto de venir a comprar ropa no es precisamente lo mío, en casa siempre iba mamá y en alguna que otra ocasión iba con ella, pero en Holbrook soy yo sin mi mamá, por lo que me toca hacer estas cosas que me fastidian. Podría estar comiendo en la zona de comida, o, yo que sé, jugando en las máquinas del arcade, pero aquí estoy, buscando camisas porque las que tengo ya no me quedan.

¿Cómo por qué demonios me puse a entrenar con Andy y Evan? Espera, sí se la respuesta: no me quiero morir por el azúcar. Pero de igual forma las rutinas que tenía que hacer eran sencillas, pero vinieron ese par de idiotas que me arrastraron y me siguen arrastrando a sus prácticas que ya los días dónde salen a correr a las seis de la mañana estoy preparado.

Bueno, quizá sí sea algo entretenido, y también me ayuda con mi salud, ¡Pero esto no lo es!

Con Hazel entramos a la tienda que está algo, (bastante) vacía, hay unos dependientes merodeando por la pasillos por si alguien los necesita y unos pocos clientes viendo entre los percheros de ropa.

—Uh, ropa de hombre —dijo ella, husmeando en un perchero cercano de camisetas.

—Vamos, Evan dijo que aquí podré conseguir las prendas que necesito.

Así empezamos a merodear por la tienda, viendo entre los percheros cada prenda, Hazel me mostraba alguna que otra camisa y sudadera que yo tomaba porque sí me gustaron. Estuvimos al menos una hora y media ahí, hubiera sido menos tiempo pero me puse medio quisquilloso con todo lo que elegía, (por esa razón me fastidia comprar ropa, sé que me voy a poner quisquilloso) además de que entre probarme las camisas, (puede que casi haya roto una, puede ser) y un par de pantalones, se nos fue más el rato.

Para cuándo fuimos a pagar, tenía cuatro camisas, una sudadera y unos tejanos nuevos, y lo mejor de todo: volvería a mi estilo de ropa holgada. Me gusta, ¿Vale? Ventila cuando hace calor, como hoy.

—Ya tienes ropa nueva, ¿Ahora vamos a...?

—¿Comer? —termino por ella—. Llevo horas sin comer algo, muero de hambre.

Mi estómago ruge para dar muestra de ello. El platillo de comida invisible del ensayo no me llenó demasiado.

Vamos de retroceso por el camino que recorrimos hace una hora atrás, Hazel parecía pensar en algo mientras íbamos por las escaleras, lo sé por como tuerce los labios de un lado a otro.

Hasta que su rostro se alumbra, como si recién le hubiera llegado un idea.

—Ya sé dónde vamos a comer, sígueme.

No sé por cuantos pasillos la seguí, uno a la izquierda, otro a la derecha, uno más a la izquierda, sigue recto, me perdí entre tantos pasillos y tiendas. Solo sé que, cuando mi estómago ya pedía comida a gritos, nos detuvimos frente a un local que tiene mesas afuera y estaba medio vacío.

—La comida de aquí es riquísima —me dijo ella, entrando al lugar.

En el cartel sobre la entrada ponía «The Cottage» en letras corridas.

El ambiente de adentro tiene más pinta de cafetería que otra cosa. Una barra del lado derecho, mesas del izquierdo y unas a los lados de los ventanales junto a la entrada. Un intenso aroma a café se mezcla con el de vainilla y, a su vez, con el de chocolate, haciendo una mezcla de aromas dulces y deliciosos que me abren aún más el apetito. Hazel se acerca a la barra, sonriendo más ampliamente por una razón, cuando la mujer que está del otro lado termina de atender a un par de chicos y fija sus ojos en mi acompañante, sonríe igual que ella.

—¡Hazel! —exclamó emocionada, pude diferenciar un acento español en su voz.

—Hola, señora Mildred —le saluda Hazel devuelta.

—¡¡Hazel!! —otra voz, una más infantil, pero con el mismo acento, se escuchó venir de la salida de la barra.

—¡¡Paola!! —exclamó Hazel con la misma emoción que la voz infantil, agachándose y abriendo los brazos, para segundos después recibir un fuerte abrazo de la niña que salió de detrás de la barra.

La pequeña abraza fuertemente a Hazel y ella igual le devuelve el abrazo con el mismo cariño. Sonrío por la escena frente a mí, que lindo ver a Hazel cariñosa. Normalmente a mí me está dando manotazos, ya quisiera yo recibir abrazos así.

Ambas se separan de su muestra de afecto un minuto después.

—¡Te extrañé muchísimo! —admite la niña.

Hazel le desordena el pelo rubio.

—Yo también te extrañé a tí, Pao.

Ella se levanta del suelo, quedando nuevamente junto a mí. La niña, Paola, pone sus ojitos café en mí.

—¿Tú eres el novio de Haz? —me preguntó.

Primero me quedé sorprendido por un instante, luego mi cerebro se reinició completamente.

Hazel a mi lado soltó una risita.

—No, Pao, es un amigo. Aidan, ella es Paola. Paola, él es Aidan.

Fue ahí que mi cerebro volvió a conectarse al internet y salí de mi sorpresa. Mi hermano siempre está con su broma de que Hazel es algo mío y yo me la vivo negandolo, pero que ella lo haga se siente bastante diferente, como si me estuvieran robando mi línea.

Decidí no pensar en eso.

Me agaché hasta apoyar mi brazo de mi rodilla para estar a la altura de Paola y estrecharle mi mano libre de bolsas de ropa.

—Un gusto, Paola.

La pequeña me sonríe, una tierna sonrisa infante a la que le faltan un par de dientes delanteros. Estrechó su pequeña mano también.

—Es un gusto, Aidan.

Sonrío en cuanto escucho su bonito acento español. Me encantan los acentos, es algo raro, lo sé, pero son increíbles. Sobretodo los que son fuera del inglés, por lo que me gustó y pareció lindo el acento español de Paola.

—¿Vais a ordenar algo, chicos? —nos pregunta la mujer detrás de la barra, Mildred.

—Así es —responde Hazel—. Dos de sus gofres especiales.

—En un segundo —nos dijo antes de irse detrás de la barra, supongo que a la cocina.

Mientras esperamos nuestros «gofres especiales» Hazel y yo tomamos asiento en uno de los taburetes vacíos de la barra en compañía de Paola, que parece tener unos ocho o nueve. La pequeña y Hazel hablan de tantas cosas que no entiendo y en casi toda la charla me dejaron por fuera.

—Chicos —nos llama la señora Mildred, apareciendo con dos platillos en manos—. Aquí tenéis vuestros pedidos.

Dejó ambos platos frente a nosotros, la verdad, esperaba encontrarme con algún platillo interesante, alguna comida española, no lo sé. Pero lo que hay en nuestros platos son solo waffles, la única diferencia es que en vez de ser marrón tostado, el mío es de color rojizo mientras que el de Hazel de un color chocolate.

Me abstuve de decir que son waffles, se ven buenos, tiene crema, fresa y chocolate por arriba. Por eso, y también porque tengo hambre, es que no dije nada.

—El señor Eddie siempre haciendo los mismos trucos —comenta Hazel y luego me mira a mí—. Tienen los colores de nuestros cabellos.

Miré al waffle rojo en mi plato, ahora tiene sentido.

—Está muy cool —admití, encogiendo los hombros.

La señora Mildred nos sonríe.

—Espero os guste, chicos.

—Yo siempre seré fanática de sus gofres. No sabría decir de Aidan.

Tomé el tenedor y el cuchillo y corté una porción. Paola, Hazel y la señora Mildred esperan una reacción de mi parte. Yo saboreo bien el trozo de waffle que acabo de comer.

Y, dioses, sabe buenísimo con todos los sabores dulces y texturas suaves.

—Está buenísimo —dije después de tragar.

Voy cortando una porción tras otra, comiendo y deleitandome del buen sabor. ¿Dije que son solo simples waffles? ¡Pues no lo son! Estos son en definitiva los mejores waffles que me he comido en mi vida. Es tan esponjoso y lleno de sabor, es como comer un algodón de azúcar sin ser tan dulce ni que se te derrita en tu boca. El que podría derretirse eres tú.

—Y, Hazel, ¿Cómo están tus padres? —le preguntó la señora Mildred a Hazel luego de volver de atender a varios clientes.

—Están bien, hace unos días que no hablo con ellos —contesta ella después de comer—. No me han llamado, por lo que supongo que todo está en orden.

—¿Aún siguen viviendo en Lanswood street?

Mi acompañante menea la cabeza.

—Se mudaron a South Holbrook el año pasado, solo los veo en las vacaciones.

Quizá no soy el único que notó lo incómoda que se veía Hazel por las preguntas.

—Oh, discúlpame, Hazel, no quería incomodarte.

Ella le sonríe para tranquilizarla.

—Está bien, no hay problema. ¿Y Lucybell? —da el último mordisco a su waffle.

—Está muy bien, siempre me pregunta por ti.

—¿Y el pequeño Isaac?

La señora sonríe con un brillo de adoración apareciendo en sus ojos café, que ahora lo noto, son iguales a los de la pequeña Paola, quizá puede ser porque es su madre.

No me digas.

—Él está muy bien. Lucybell quiere que lo conozcas.

—Sería genial, cuando ella esté en la ciudad pueden avisarme, ¿Aún tienes mi número?

—¿Aún no lo has cambiado?

—No, sigo con el mismo.

—Entonces aún lo tengo.

—Perfecto —sonríe Hazel—. Está hecho, cuando Lucy esté en la ciudad, no duden en llamarme. Me encantaría conocer al pequeño Isaac.

Después de esa charla, comenzaron a llegar más clientes al local, por lo que la madre de Paola tuvo que irse a atender a los clientes. Con nosotros se quedó la niña, que empezó a hablar con Hazel de la tal Lucybell, por lo que pude escuchar de su conversación, es la hermana mayor de Paola y el pequeño Isaac es el sobrino de la niña.

Estuvimos poco rato en la cafetería, aún debía de comprar otras cosas, cuando la señora Mildred se desocupó de atender a los demás clientes, Hazel se despidió de ella y de Paola al igual que yo, agregando también que sus gofres estaban buenísimos.

Paola nos despidió a ambos a la salida de la cafetería, nos sonríe agitando la mano a modo de despedida antes de entrar al local.

—Esa niña es un amor —comenta Hazel, sonriendo.

—Pude notarlo —digo, asintiendo. Paola es muy dulce y con una tierna inocencia infantil—. No es por ser entrometido, Hazel, pero... ¿Cómo es que conoces a esas personas?

Ella deja ir una risita que se convierte en un suspiro.

—Los conozco de hace años, los señores Ramírez son los padres de Lucybell, la exnovia de mi hermano antes de morir.

Rasco mi cabello, incómodo. Vale, he tocado un tema sensible.

Tan boca suelta como siempre.

¡Cállate!

—Incluso después de la muerte de Hansel, yo seguí viéndome con ellos —agregó—. Mis padres estaban cada uno en su mundo y ellos eran los únicos que me entendían, sobretodo Lucybell porque estaba pasando el mismo duelo que yo.

En ese momento, reparé en que me dijo el nombre de su hermano fallecido, nunca lo había hecho. «Hansel» y «Hazel» es como «Evan» y «Ava», ella empezó a juguetear de forma distraída con el collar de cuentas de barro.

—Extraño mucho a mi hermano —murmura, más que nostálgica, lo dijo como si revelara un hecho curioso—. Él... él era el mejor —sonríe con melancolía—. Hansel simplemente era para mí el mejor hermano mayor.

Cuándo noté su expresión de tristeza, esa misma que está en su mirada, sentí algo nuevo, algo nuevo que no es agradable. Cómo cierto odio.

Qué carajo, odié ver a Hazel triste. Tuve la necesidad de volver a hacerla reír solo para que esa tristeza desapareciera de su expresión.

Adelanté el paso hasta quedar frente a ella y hacernos detener en medio del pasillo.

—Eh, no estés triste, ¿Vale? —tomo una de sus manos con la que tengo libre de bolsas y di una caricia a sus nudillos—. Estoy seguro de que lo extrañas, en serio. Era tu hermano, alguien a quien querías mucho, pero mientras no lo olvides, él siempre va a estar aquí contigo.

»Sé lo que duele perder a alguien, Hazel, y también sé que es duro. Duele mucho, pero esa persona a quien perdiste no hubiera querido esto. A quién quieres lo recuerdas entre sonrisas, entre los buenos momentos. No al revés.

Hazel ladea la cabeza al igual que su sonrisa, me da esa mirada agradecida que tantas veces me a dedicado. Cómo cuando le pasaba los apuntes de los exámenes en clases, o cuando me dignaba a compartirle de mi dulce. Es cierto brillo especial que considero mío. Sí, así de absurdo puedo ser, pero es una suposición con la que me gusta quedarme.

—Gracias.

Le desordeno el pelo como ella hace habitualmente conmigo, luego pasé mi brazo sobre sus hombros, Hazel me rodeó la cadera y volvemos a caminar.

—No hay de qué, Hazel.

—¿Ya no soy tu «chica pecas»? —pregunta divertida.

Mi sonrisa crece.

—Siempre serás mi chica pecas, tonta.

—Y tú siempre serás mi insoportable pelirrojo, tonto.

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Nota de la autora:

¡He vuelto, he vuelto, he vuelto!

Bueno, he vuelto con las actualizaciones de la novelita de Aidan.

¿Razones de mi desaparecimiento por aquí? Porque no tenía capítulos editados, je, son cosas que me pasan a mí nada más. Olvidar editar una novela que se está publicando, denme un guantazo, lo merezco.

En fin, hemos vuelto otra vez al ruedo, ya tendremos actualizaciones normales y más de Aidan y Hazel.

Y hablando de eso dos... capítulo tranqui, diría yo, lleno de ellos dos. Aidan, hum, hum, comprando ropita porque te estás poniendo buenorro. Okey, no, jkjkjk.

Hazel y sus temas familiares, quiero darle un abrazo.

Pero bueno, no solo quiero hablar de eso, también de que... ¡Hay doble actualización como recompensa por mi irresponsabilidad! Así que siga leyendo, mi estimadx.

Besos y abrazos con gofres que en realidad son waffles, ropita nueva y desagrado de Aidan por los inciensos.

MJ.

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