° Cuatro °

Estoy sorprendido.

Dioses, realmente sorprendido.

—¿Cómo...? —balbuceo, cambiando mi peso de una pierna a otra.

Hazel se encogió de hombros bostezando.

—Puedo hacer las cosas rápido cuando me lo propongo.

—Vale, ¿Pero cómo...?

Ella suelta una risita a la vez que talla uno de sus ojos.

—¿Vamos?

—Sí, sí...

Verás, después de la cena ayer en Foodini's, volvimos al campus de la universidad ya que teníamos que ir de salida a Ciudad Nevada temprano por la mañana. Evan y yo despertamos a las cinco a terminar de preparar las cosas que nos faltaban para llevar hoy a casa.

Cuando se dió la hora de irnos, antes de que Andy empezara a mandar mensajes de «¡Muevan el culo, flojos!» decidimos irnos al estacionamiento fuera de la universidad, dónde solamente se encontraban Andy con Lyla y una Bea medio dormida.

Evan fue con los chicos mientras yo fui en busca de Hazel y al llegar a la habitación que ella comparte con Camille, me quedé sorprendido al ver que sí consiguió el regalo perfecto para Sam.

Ahora íbamos saliendo de su bloque de apartamentos, y aún seguía impactado, ¿Cómo carajos lo hizo tan de prisa?

—¿Eres bruja? —le pregunté.

Ella se ríe entre otro bostezo, acomodó su mochila sobre su hombro.

—No, Aidan, no soy bruja.

—¿Pero como pudiste hacer esto en una noche?

—Tengo talento en otra cosas también, Aidan, además de que casi ni dormí. Lo terminé a las dos de la mañana.

Y por como suelta un tercer bostezo, supe que no mentía, además, tenía algunas ojeras y se la pasaba tallando los ojos.

El regalo de Hazel para Sam es un cotillón de dulces decorado muy bonito con la temática de la fiesta de mi hermano. Estaba lleno de la mayoría de los dulces favoritos de Sam: chocolates, paletas de naranja, gomitas y caramelos ácidos.

Sin duda, mi hermano le encantará el regalo de Hazel.

—Te quedó genial, en serio.

Me regala una sonrisa cansada.

—Sí, hace tiempo no hacía estas cosas. Por suerte tenía el material.

—Sam te va adorar. Más de lo que lo hace ahora.

Nos encontramos con todos los chicos esperándonos en el estacionamiento y  acomodando todas sus cosas en la parte trasera del auto de Andy, también guardando con con cuidado sus regalos para mi hermano. Sí, todos ellos estaban invitados al cumpleaños de Sam.

—¡Vaya! —exclamó Lyla al ver el regalo de Hazel—. ¿Lo hiciste tú? —ella asintió—. Está muy bonito.

—Yo diría que increíble —agregó Bea.

—Bueno, gracias.

—¿Mochilas? —nos preguntó Andy, que seguía acomodando todo en la parte trasera de su auto.

Hazel me dió la suya y yo le pasé las mochilas al rubio. La parte trasera de su auto tenía el suficiente espacio para poner de un lado nuestras cosas y del otro los regalos para Sam.

Pude ver dos cajas de regalo envueltas en papel azul y rojo. Una bolsa con la temática de la fiesta y otras dos cajas más envueltas en papel azul marino y la otra de morado oscuro. También un rollo de papel largo amarrado delicadamente con una cinta azul.

—¿Y eso qué es? —pregunté.

—Es uno de mis regalos para Sam —me respondió Bea.

—¿«Uno»? —repetí.

Asintió.

—También ese de allí —señaló la caja envuelta en papel morado oscuro.

—Guao, ustedes sí que van a consentir a mi hermano este año.

Todos se rieron.

—¿Y tú qué le regalarás? —me preguntó Bea.

—Es una sorpresa que solo Sam puede saber —dejé el regalo de mi hermano junto a los otros sin apartar mis ojos de los verdes de Bea.

Ella se ríe, poniéndolos en blanco.

—Tú nunca madurarás, Aidan López.

—Madurar es para frutas, Beatríz Ferguson. Me ofende que me pidas eso.

Me dió un leve golpe en el brazo.

—¿Listos para perder la sensibilidad de sus traseros y piernas? —nos pregunta Lyla, abriendo la puerta del asiento de acompañante.

—Venga ya, me muero de emoción.

Todos subimos al auto de Andy y tomamos rumbo a Ciudad Nevada.

-

El camino a casa no estuvo tan mal gracias a que trajimos bocadillos para el viaje. Así que cada tanto estábamos comiendo alguna fritura o bebiendo algún refresco.

¿Un consejo?

No beban mucho líquido si están en la carretera y no hay un baño en al menos diez kilómetros, sino terminarán haciendo del número uno detrás de un árbol con el riesgo de que pase otro auto o venga algún insecto a picarte en la zona baja.

—¡Oh, mira! Una gasolinera, detente —le pidió Lyla a su novio, quién le hizo caso.

Al estar estacionados, todos bajamos del auto.

Hazel casi se cae al salir porque no sentía las piernas. Bea le daba golpes al brazo de Evan, que estaba más que entumecido. Andy movía sus caderas de manera circular a ver si así recuperaba la circulación. Yo le daba golpes a mis muslos a ver si podía sentir al menos algo. Y no, no sentía un carajo.

—Chicos, no siento el trasero —comenta Lyla arrugando la nariz.

Bea suelta una carcajada. Luego, se detuvo y frunció el ceño.

—Oye, yo tampoco.

Y ahora fui yo el que se rió.

Cuando pudimos recuperar algo de la sensibilidad de nuestras piernas, brazos y traseros, nos adentramos en la gasolinería. Era un lugar bastante limpio y había aire acondicionado.

—No me va a gustar, pero necesito ir a hacer del uno —anunció Hazel, caminando en dirección al baño.

—¡No pesques alguna infección! —ella me sacó el dedo de en medio—. Vale, estás amargada por no dormir, lo entiendo, pero no la pagues conmigo.

Desapareció en una vuelta a la esquina de unos estantes.

Fui a ver lo que había en los demás estantes de la tienda, materiales de limpieza, de camping, souvenir de carretera, hacia el final del pasillo había otro estante repleto de prendas de segunda mano. Di la vuelta, entrando a mi zona favorita de todas las tiendas: el pasillo de los dulces. 0

Soy un gran fan del azúcar desde que soy un niño. Me encantan los dulces y es imposible que viva sin al menos comer un caramelo al día. Y podré tener veinte años, pero siempre tendré debilidad por las golosinas como un niño de cinco.

A eso le llamo no tener autocontrol, por algo pasó el incidente de inicios de año.

—Ay, no, sus ojos están brillando —escuché decir Evan a mi lado.

Tomé varias golosinas: caramelos, galletas, alguna frituras y también malvaviscos. Y algo que nunca podía faltar en mi compra de dulces, mis chocolates favoritos: los Hershey's de crema y galleta. Dioses, ese es sin duda el mejor chocolate que puede existir.

—Bueno, ya lo perdimos, ya tiene los Hershey's en la mano —anuncia Bea y yo suelto una risa infantil.

Para mí estos chocolates son como para Sam los caramelos ácidos y Ava los de fruta. Además, extraño comerlos, comer uno no me va a matar. No lo hizo en enero, no lo hará ahora.

Cuando ya tuve todo listo, fui hacia la caja seguido de mis amigos, donde estaba una mujer leyendo entretenida una revista de moda o algo así.

Aclaré mi garganta para llamar su atención.

Levanta la mirada distraídamente de lo que leía.

Sonreí sin despegar los labios.

—Pagaré por todo esto —dejé los dulces frente a ella, que suspiró cansada y empezó a hacer su trabajo con la máquina que hacía «¡Pí!»

Me giré hacia mis amigos. Y como siempre, iban de la mano. Me resistí de rodar los ojos por muy poco.

—¿Y sus bocadillos?

Ambos compartieron una mirada confusa.

—¿No los estás pagando tú? —cuestionó Bea.

—Ah, esos son para mí.

Ambos me dieron miradas sorprendidas con cejas arqueadas y todo.

Me reí de sus reacciones.

—¡Venga ya! Es una broma —suspiran aliviados—. Puede que les dé algunos chocolates. Los demás son para mí.

—¿Hablas en serio, amigo? —preguntó Evan.

Asentí, muy serio. Pero por sus caras no aguanté más y solté otra carcajada.

—No, amigo, no hablo en serio. ¿Me creen capaz de no compartir mis bocadillos con ustedes? Sé que puedo ser mezquino, pero no tanto así.

La cajera detrás de mí me dijo el monto de todo. Al estar todo pagado, salimos de la gasolinería con dos bolsas de bocadillos en manos. Andy terminaba de echarle gasolina a su auto mientras hablaba con Lyla. Hazel salió después de nosotros con unos refrescos.

—¿Pescaste una infección?

Ella me dió una mirada asesina.

—No, el lugar estaba bastante limpio para ni sorpresa.

—Sería el primer baño de una gasolinería en estarlo.

—Chicos —nos llamó Andy. Nos acercamos a él—, ¿Todo listo?

Nosotros asentimos.

—Mejor sigamos, solo nos faltan tres horas de camino.

—Creo que alguien más debería conducir —sugiere Bea—. Necesitas un descanso Andy, lo has hecho durante dos horas seguidas.

—Sí, Bea tiene razón —convino Lyla—, ¿Quién maneja?

—Yo puedo —se ofrece Evan.

Me encogí de hombros.

—Por mí, todo cool.

Y volvimos a subir al auto, pero en esta ocasión eran Evan y Bea los que iban adelante y Andy y Lyla con nosotros atrás.

Para animar el camino restante, decidí conectar mi celular al estéreo del auto y poner una de mis canciones favoritas, cuando empezó a sonar, dónde mis amigos se quejaron.

—¡Venga ya, hombre! —dice Andy—, algo que entendamos todos, por favor.

—Bueno, yo sí entiendo lo que dice... —Evan recibe malas miradas de Bea y Andy—. Vale, no entiendo nada.

—He tomado la iniciativa de poner música, ¡No se quejen!

Al final, esos dos terminaron resoplando y viendo por las ventanas y yo feliz de que Bajo La Mesa de mi banda latina favorita se esté reproduciendo sin quejas en voz alta de «no entiendo un demonio» de parte de mis amigos.

Aunque yo no hable español fluido como Evan o Lyla, sí logro entenderlo bastante bien. He aprendido gracias a ellos dos y escuchando mucha música latina.

Cuando tenía diecisiete, escuché de forma accidental en internet una canción en español que aunque no la entendí, sí me gustó bastante su ritmo. Busqué más canciones de esa banda y ahora es una de mis favoritas.

—¿Eso es... español? —pregunta bostezando Hazel, desde hace un rato había empezado a cabecear hasta terminarse durmiendo sobre mi hombro.

—Lo es —respondió Andy—. ¿Qué tanto afán con esa banda... Mora?

—En realidad, es Morat, Andy —le corrige su novia—. Yo no me quejo, me encantan sus canciones.

—Sí, no están mal —conviene Evan desde su lugar, tarareando la canción que sonaba.

—Ustedes no se queja porque, número uno: tú eres colombiana y el español es tu lengua madre. Y tú, hablas el idioma y lo entiendes. Beatríz y yo no entendemos qué demonios está diciendo esa canción.

—Pero admitan que les gusta el ritmo —les digo.

—Pero seguimos sin entender —refuta Bea.

—Sinceramente, no me importa lo que oigan. Yo solo quiero dormir —anuncia Hazel y vuelve a apoyar la cabeza sobre mi hombro.

Un largo tramo del camino son solo canciones de Morat que Evan y Lyla se empeñan en cantar. Lyla no canta mal, si soy sincero, tiene una voz bonita.

Lo más gracioso es que ambos están cantándoles a sus parejas que se mantienen de brazos cruzados y expresiones frustradas por no entender lo que oyen.

Acuérdate de mí, por si tu corazón busca algún dueño. O si quieres un beso en algún sueño. O si quieres más noches de las que no te den ganas de dormir —le cantaba Lyla a Andy, pude notar como él evitaba sonreír.

Acuérdate de mí. Que para mí tú siempre vas primero. Yo soy discreto pero igual te quiero. Perdón si no he sabido de como hablarte de lo que siento por ti —siguió Evan, cantando para Bea, que está igual que Andy.

Así siguieron cantando hasta que Bea y Andy terminaron riendo en risas bajas ya que Hazel seguía durmiendo sobre mí.

—Sigo sin entender lo que dice la canción, pero me a gustado escucharlos cantar —admite Bea.

—Hacemos un buen dúo, Evan.

—Claro que sí, Ly.

La siguiente canción que estaba sonando, que para suerte de Andy y Bea era una de Imagine Dragons, se interrumpió por el ringtone de llamada de You're Welcome.

—Bea, ¿Quién es?

Ella mira la pantalla de mi celular.

—Es tu mamá —me responde, luego vuelve a ver la pantalla con la llamada aún entrando y se ríe—. No me creo que tengas guardada a tu mamá como «la peliroja que me dió la vida»

Mis amigos se rieron.

—Contesta, quizá sea importante.

En cuanto descuelga la llamada, el amigable saludo de mamá se escucha y es respondido por todos.

—Oh, estoy en alta voz —se ríe suavemente ella.

—Así es, mamá. ¿Qué pasa? —me acomodo con cuidado de no despertar a Hazel para pasar mi brazo sobre sus hombros, empezaba a entumecerse.

—Solo quise llamarte a ver cómo van en el camino. Así que, ¿Qué tal?

Era notable que gran parte de mi personalidad viene de mamá.

—Bueno, supongo que bien. Entumecidos pero bien.

—¿No han hecho ninguna parada?

—Hace como hora y media —responde Bea—. Igual hay una cerca, podemos parar ahí un rato y seguir.

—Pero queremos llegar antes de medio día. Me gustaría pasar la tarde con Sam y Hazel antes de la fiesta —agregué.

—Vale, entiendo, igual tengan cuidado.

—Lo tendremos, mamá.

—¿Y qué hace el cumpleañero? —pregunta Lyla.

—Oh, ahora está desayunando, no tiene mucho rato que despertó.

—¿Su desayuno especial? —pregunté.

—Ese mismo.

Mamá desde que somos pequeños siempre nos tiene unos desayunos especiales a Sam y a mí que son precisamente «especiales» porque los prepara en fechas como cumpleaños o días importante para nosotros.

Sin duda me había ganado la lotería con la madre que me tocó.

—Bien, chicos, los dejaré para que sigan su camino. Iré a terminar de preparar algunas cosas para la fiesta.

—Vale, mamá, dale un abrazo a Sam de mi parte.

—Claro que sí, Rufus.

Y con ese apodo, mi mamá colgó.

—¿Por qué tú mamá te llama «Rufus»? Nunca lo entendí —admite Bea.

—Es pelirrojo en latín, ya sabes cómo es mi mamá.

—Igual a ti —oigo murmurar a Evan.

Con los chicos tuvimos una corta conversación hasta que empecé a sentir los ojos pesados y a bostezar más seguido. Y sin darme cuenta, terminé dormido junto a Hazel.

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Nota de la autora:

¡Actualización de media noche porque olvidé actualizar ayer! Me llaman Dori, gente, se hacen la idea del por qué, ¿No?

En fin, aquí estamos, tarde pero seguro. ¿Qué tal el capítulo? Un poco de los chicos en carretera, yendo a Ciudad Nevada por el cumpleaños de Sam. ¡Volvemos a la ciudad que todos los team frío quisiéramos visitar! En este viaje pasan cositas interesantes...

Ya verán a lo que me refiero.

¿Música latina? Sé que no suelo poner canciones latinas en mis novelas pero con Aidan esto es totalmente necesario porque, como él mismo lo dijo, Morat es su banda latina favorita. Entonces, no será la primera vez que veamos canciones de esa banda en esta novela.

Recuerden que esto no viene a partir de ahora, esto ya viene de algo en Loco Enamorado, de hecho, Aidan también lo menciona.

¿Lyla y Evan cantando Acuérdate De Mí? Es algo taaaan <3. Me a encantado, gente.

Volvemos a ver la obsesión de Aidan y los dulces. Sinceramente, yo lo entiendo y lo apoyo. Él, Mónica y yo en definitiva nos llevaríamos bien.

¡Bueno gente! Nos leeremos el martes de la próxima semana, esta vez sí en martes porque prometo que no se me va a olvidar. Leeremos un poco de la llegada de Aidan y Hazel al lugar donde creció nuestro ahora Rufus, (señora Aldana, amé el apodo que le tiene a su hijo) ¡Volveremos a ver a Sam! Y conoceremos un nuevo personaje también...

¿Se hacen una idea de quién? No lo creo

¡Nos leeremos!

Besos y abrazos con Hershey's, canciones de Morat y duetos de Evan y Lyla.

MJ.

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