° Cuarenta y siete °
Aidan
Acosado. Acosado. Acosado.
¿Lo repito otra vez? ¡Acosado!
Las miradas sobre mí nunca me molestaron, porque ¡Vamos! En la preparatoria me veían de miles de formas y eso la verdad que nunca me importó.
Hasta ahora.
Me encuentro sentado solo bajo la sombra de una sombrilla en la playa, observo el mar de agua azul bajo mis lentes de sol, hay muchas personas dándose un baño de agua salada, algunos niños en la orilla están jugando con la arena, armando castillos o enterrando a los adultos, otros de mi edad están surfeando sobre las increíbles olas que hay en ese día.
Me siento acosado en el sentido de que cada mujer, ya sea una veinteañera, adolescente o pasada de sus treinta, se me queda mirando con mal disimulo hasta que está lo suficientemente lejos para perderme de vista, y estoy muy seguro de que han pasado de vuelta a propósito.
Y no son miradas inocentes, conste aclarar.
Suspiro una vez más y volteo a ver sobre mi hombro, desde aquí puedo ver las casas a más o menos medio kilómetro, diferencié entre todas la de los padres de Hazel.
¿Por qué tardará tanto?
Ella se había ido hace ya unos veinte minutos a buscar no-sé-qué-cosa en su casa, y no a vuelto desde entonces, dejándome a mí solo en esa playa llena de mujeres mironas.
Vuelvo mi vista al frente, acomodo mis lentes de sol que se han bajado un poco hasta el puente de mi nariz. El agua de la playa parece brillar ante los rayos del sol, es risas y gritos infantiles por todas partes, oí el sonido de una campana de heladero.
Helado, me agradaría un helado.
—¿Por qué tan solo, guapo? —la voz femenina que escucho a mi lado derecho hace que espabile. Ahí echada sobre una manta está (oh, que gran sorpresa) una chica que aparenta mi edad, tal vez solo un par de años mayor. Rubia, tiene unos lentes de sol, piel demasiado blanca que estoy seguro terminará rostizada gracias al traje de baño exageradamente pequeño que lleva.
Lo sé, los tonos de piel muy claro no se broncean, se rostizan, más de una vez ví como mi mejor amigo estuvo hecho un camarón pelinegro después de sus vacaciones.
—Espero a mi novia —respondo en tono neutral.
Eso le pareció divertido porque sonrió.
—Vaya, que conveniente.
—Es la verdad —refuté, aún serio.
Baja los lentes de sol hasta el puente de su nariz, tiene los ojos de un verde muy claro. Mi mente no lo relacionó con el color del pasto de la primavera, como en otra situación lo habría hecho, más bien me recordó a aquella vez que me enfermé por andar bajo la lluvia, mi nariz aguada soltaba cosas de ese mismo tono de verde.
—Querido, varias ya te hemos visto solo veinte minutos, uno no espera tanto tiempo a su pareja.
—Yo sí.
—Claro... —dijo poco convencida, extendiendo las vocales. Rodé los ojos bajo los lentes.
¿Por qué me resulta tan irritante ahora que tantas mujeres me vean y traten de ligar conmigo? Hasta hace unos meses la verdad es que no me habría molestado. ¿Y ahora? Ahora me resultaba fastidioso he irritante escuchar tantos, «¿Necesitas compañía?». El Aidan de diecisiete años estaría complacido de tener tanta compañía de mujeres tan guapas.
Pero ya no eres el Aidan de diecisiete años, idiota. Tienes veinte y novia.
La voz de la razón me hace entender eso. Tenía veinte años, no diecisiete. Ya no estaba soltero, tenía una increíble novia. Por ese hecho es que ya no me parecía agradable ser observado de más.
Vaya, cómo cambian las cosas.
La rubia se gira hacia mí tras haber buscado algo en su bolsa, me tiende un frasco de crema blanco de un tamaño medio. Arqueé una ceja.
—¿Te importaría? —aún me extendía su frasco. Sabía que quería que la ayudara a echarse protector solar a la espalda.
¿Que no entendía que tenía novia?
—La verdad, sí me importa —respondí, sonando un poco más duro de lo que pretendía—. Soy alérgico al protector solar.
—¿Ah, si? —su tono se vuelve burlesco—, ¿Y a qué, exactamente?
—Al retinol.
Pues sí, era alérgico. Algo muy loco, por eso tenía que utilizar un tipo especial de protector solar para cuando vengo a la playa. Uno que a mamá siempre le costaba encontrar en la ciudad, y que casi siempre tenía que ser importado de otro estado.
Descubrí que era alérgico al retinol por una experiencia poco bonita. Cómo cualquier día, había sido un día de salir a la playa, ¡Sí! Mi yo de seis años estaba tan feliz de ir a la playa, sin saber que estaría allí solo media hora.
Mamá me había echado el protector solar, cuando estuvo seco y yo preparado para ir a jugar al agua, mi piel empezó a picar y ponerse roja. Como si tuviera un montón de polvo pica pica encima. Aún así decidí entrar a la playa pensando que era algo normal y que con el agua se me pasaría.
Fue un error.
Ahí empezó a picar y arder. Al salir, noté que me habían salido ampollas por todas partes: brazos, piernas, espalda, abdomen y cara. Bien me parecía una cosa horriblemente mutilada. Mi madre se asustó, llamó a mi padre y él también se llevó un gran susto al ver lo horrible que se veía su hijo.
Y sin más, me llevaron directo al hospital donde pasé tres días internado y dónde me diagnosticaron mi alergia al retinol y que mi piel era sensible para ese químico. Fueron tiempos oscuros, muchas agujas, medicinas... Si me ponía a recordarlo con detalle, podía sentir el filo de las agujas en mi piel por el tratamiento.
Y no, gracias, no me apetece revivir esa experiencia.
Aquella chica rubia me mira con una ceja alzada.
—Nadie puede ser alérgico al protector solar, es poco probable y estúpido.
—Sí es probable, y yo soy parte de ese porcentaje alérgico.
—¡Por favor! ¿En serio crees que me creeré esa mentira tan pateti...
—Hey, perdona la tardanza, Eleanor preparó algo para merendar —anuncia mi bella salvación, llegando conmigo y tomando asiento a mi lado, dejando una pequeña canastilla de picnic a nuestros pies. Hazel nota que intervino en algo—. Eh, ¿Interrumpo algo? —me preguntó directamente a mí.
—No, no interrumpes nada —contesté sin importarme la expresión indignada de la rubia—. ¿Qué tal si buscamos otro lugar? El sol está empezando a molestar un poco más para acá.
Ella hizo una expresión de recordar algo.
—Oh, por cierto, conseguí el bloqueador —saca un frasco blanco con tapa azul de la canastilla—. Libre de retinol.
Sonrío, viéndola, Hazel sabe sobre mi alergia por un evento que pasó en el año en que nos conocimos. Es lindo ver cómo hace estas pequeñas acciones de cuidarme.
—Gracias, corazón.
Una linda sonrisa se formó en sus dulces labios.
—¿Buscamos ese otro lugar? La verdad que el sol sí está molestando.
Asentí, levantándome.
—Andando.
-
—¿Qué fue todo eso? —pregunta Hazel, sentándose en el nuevo lugar que habíamos encontrado, lejos de la rubia y de las mujeres mironas.
Resoplo, echándome de lleno sobre la manta y acomodándome mis lentes otra vez.
—Mujeres.
Me mira confundida.
—¿Eh...? —balbucea.
—No fue nada malo, tranquila —le aseguro, sentándome de manera que mis antebrazos se apoyen de mis rodillas—. La rubia insistía en que le ayudara con el bloqueador solar. Y no creía que era alérgico.
—Vaya... que rara.
—Sí... me siento raro al ser observado de más, ¿Sabes? No me gusta.
Ella me da una nueva mirada incrédula.
—Espera... ¿Qué haz dicho?
Fruncí el ceño.
—Que no me gusta ser observado de más —repito, confundido.
Luego de arquear las cejas, Hazel empezó a reír, no pasé por alto la incredulidad en su risa.
—¿Qué es tan gracioso? —cuestiono sin entender por qué se reía.
—Oh, nada. Nada —menea la cabeza.
—Hazel...
—¿Qué? —inquiere sin dejar de reír.
Le di una mirada de «explícate».
—Vale, vale... —echa un suspiro al aire por la boca—, es que... nunca creí que te escucharía decir que «no te gusta ser observado de más» si siempre que salíamos antes eso era lo que más te fascinaba. Es decir, Aidan, te daban sus números y tú los recibías. Y ahora... ahora no te gusta si quiera que te miren. ¿Por qué?
Es una buena pregunta, una la cual tiene una respuesta clara:
—Porque estoy contigo, Hazel —respondí—. No voy a ser un perro idiota, ¿Vale? Sé el lugar que te mereces, y yo te lo quiero dar —suspiro haciendo una pausa—. Habrán miles en el campus, millones en el mundo, pero a mí Solo Me Importas Tú, Hazel. ¿Okey? Solo tú.
—Ay, dioses... —murmura desviando la mirada, apretando los labios como si se contuviera de reír.
—¿Qué?
—Cuando empezamos a ser amigos, siempre tuve la esperanza de que un día pudieras encontrar a alguien para ti, alguien con el cual quisieras tener una relación, sentar cabeza. En serio tuve esa fe en ti, Aidan. Lo que nunca creí es que... esa persona para ti... con la que quisieras arriesgarte a tener una relación, sea yo... De verdad nunca lo imaginé. Y ahora estamos aquí.
Tomé una de sus manos y entrelacé nuestros dedos.
—Yo tampoco lo creí, Haz. Pero como haz dicho: estamos aquí. Y no quisiera estar en otro lugar que dónde estoy ahora, contigo.
Tuvimos un minuto de silencio donde nuestras miradas y sonrisas decían de todo.
Hasta que de mi boca salió lo que bien podría cagar lo que tengo con Hazel:
—Oh, maldición, te amo.
Sus labios se entreabrieron por la sorpresa de mi reciente y estúpida declaración, desorbita la mirada. Boquea como pez fuera del agua, balbuceos salen de su boca.
Ay, carajo, carajo, carajo...
—Yo...
No decía más que incoherentes balbuceos.
Definitivamente la he cagado.
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