° Cuarenta y cinco °
Unos quince minutos después estaba aparcando el coche de Andy en el estacionamiento del famoso boulevard de South Holbrook, era el mismo de mis recuerdos, solo que con algunas nuevas tiendas que no estaban la última vez que vine hace como once años.
El lugar es bastante lindo, aún sigue resonando esa música tropical del steelband, la brisa de la playa es fresca y hay una increíble vista al mar azul.
Con Hazel bajamos del coche y fuimos a una tienda de batidos, mientras que ella pidió uno de sandía yo me pedí uno de arándanos y frutos rojos. Debo decir que es uno de los mejores batidos que he probado.
Estuvimos sentados en una mesita de la tienda de batidos un buen rato nada más hablando, algo que siempre me a gustado de nuestra dinámica es que no importa que podamos pasará horas y horas charlando, siempre surgen nuevos temas de conversación, como si nunca nos quedáramos sin ideas.
Cuando ella no me estaba viendo, saqué mi móvil y le tomé una foto rápida, Hazel se inmutó cuando ya me estaba riendo.
—¡Oye! —se queja cuando le mostré la fotografía que le había hecho—. ¡Bórrala!
—Claro que no, sales muy bonita —dije, guardando mi móvil otra vez.
Ella me dirige una mirada de ojos entrecerrados.
—Llego a ver esa foto en algún lado y te mato, Aidan López.
Estiré la mano para pellizcar su nariz llena de manchas y lunares, ganandome un manotazo de su parte.
—Vale, está bien, pero no maltrates a tu novio.
Dió un último sorbo a su bebida, aún sin dejar de verme amenazante.
Me aseguré de no hacer nada tonto con esa foto, me da miedo esa mirada que me daba.
Un rato antes de irnos de la tienda, recibí una oportuna llamada de mi madre, sonreí como un niño emocionando contestando.
—¡Hola! —saludamos Hazel y yo al unísono.
—Oh, hola, chicos —saluda mamá del otro lado—. ¿Cómo estás, Hazel?
—Muy bien, señora Aldana, ¿Usted qué tal?
—Extrañando a mi hijo mayor que me tiene olvidada.
—¡Y a mí también! —oímos exclamar a Sam.
—No era mi intención, mamá —dije—, sabes que he estado ocupado con todo lo de la universidad y las grabaciones, apenas vengo teniendo libre este fin de semana.
—Igual, ¡Abandono! —se escucha más de cerca la voz de mi hermano—, me traicionó mi propio hermano.
Me río del dramatismo de Sam.
—Calma, hormiga melodramática —mi hermano se ríe—, capaz vaya en las vacaciones.
—O nosotros podemos ir —sugiere él, luego dijo a nuestra madre—: ¿Sí, mamá? —me lo imaginé haciendo esa sonrisa que usa para convencer a todos, su mejor as bajo la manga—. Nunca he ido a la playa, y Polet dijo que la de South Holbrook es muy bonita.
—Hablando de South Holbrook —intervine—, estamos aquí.
—¡¿Qué?! —se escandaliza mi hermano, Hazel se rió.
—Sí, estamos en una visita a mis padres, ellos viven aquí —responde ella.
—¡¿Qué?! —vuelve a exclamar Sam—. ¡Doble traición! —hubo un momento de silencio—. Un segundo, ¿Están con tus papás? ¿Qué? ¿Acaso ustedes están saliendo?
Ella y yo compartimos una mirada, guardando el silencio el suficiente tiempo para afirmar las dudas de mi familia:
—¡Lo sabía! —exclama Sam, alegre, olvidándose que lo había «traicionado»—. Me encanta el sabor de la victoria.
¿Pero por qué todos dicen eso?
—Bueno, si tú estás en una visita conociendo a los padres de Hazel, yo quiero una nueva visita para conocerla así como tu novia —pide mamá, reconocí el tono bromista pero que también iba en serio con eso.
Y es que sé que esto le causa mucha ilusión, muy pocas veces he llevado chicas a casa para que mamá las conozca, las dos única fueron relaciones desastrosas, mamá debe de estar feliz de que al fin haya hecho caso a sus consejos.
—Claro, mamá, me gusta esa idea.
—A mí también —convino mi novia.
—Volviendo a qué me traicionaron —ruedo los ojos, divertido—, ¿Vacaciones en la playa?
Se escucha la risa de mamá.
—Puedo hablarlo con Chris, Sam —asegura—, pero no te prometo nada.
—Eso suena bien para mí —mi hermano se ríe.
Hablamos un rato con ellos hasta que mamá tuvo que colgar porque ella y Sam tenían que salir en una cita al dentista de mi hermano, por lo que, un poco triste, me despedí de ellos prometiendo que los llamaría después. Lo he dicho, soy un apegado a mi familia, y si bien pude acostumbrarme a estudiar lejos, no quiere decir que no los extrañe todos los días.
Después de esa llamada, Hazel y yo salimos de la tienda no sin antes pagar nuestras bebidas a partes iguales por insistencias de ella. Luego fuimos camino al muelle donde está el gran parque, el mayor punto turístico de todo Holbrook y uno de los más populares del condado.
—¿A qué juego quieres ir? —pregunta ella en cuanto llegamos al sitio, observando a su alrededor.
También miré todo el lugar. Era enorme, hay gente a montones, gritos de las personas en los juegos mecánicos y sonidos que anuncian ganadores en los puestos. Algunas personas andando por ahí están mojadas por los juegos de agua, otros están en los puestos probando suerte con los aros.
Me detuve al ver uno en dónde la fila no era tan larga, además, tenía cierta... privacidad.
—Ven —entrelazo su mano con la mía y la llevo al juego.
—Aidan, ¿A dónde me llevas? —pregunta sobre el bullicio.
—Tú solo sígueme.
Escucho su resoplido pero no se suelta de mi agarre.
En cuanto llegamos ya una pareja iba entrando en el medio oscuro túnel, desde aquí se puede ver qué está simplemente iluminado por ligeras luces color rojo.
Hazel se detuvo a mi lado.
—¿En serio? —arquea una ceja hacia mí.
Le sonrío como niño.
—Venga, será divertido —choqué su hombro con el mío.
—¿En qué sentido hablamos? —emtrecierra los ojos.
Reí.
—Que pervertida me has salido, chica pecas.
—«El túnel de los corazones enamorados» —leyó el nombre de la atracción—, «Disfrute de un paseo en bote en uno de los túneles de agua más largos del condado de Falkmarayer» —me miró—. ¿En serio quieres entrar?
Encogí los hombros.
—Sería divertido.
—Aún me sigo preguntando en qué sentido hablamos —masculla.
—¿Quieres tú entrar?
Suspira mirando la atracción con los labios torcidos.
—Sí, ¿Por qué no? —accede segundos después.
Le extendí mi mano y ella la tomó.
Nos acercamos al sujeto a cargo del juego, quién nos guió hacia los adentros del juego y nos dió algunas advertencias, (no balancearse, no soltarse los cinturones de seguridad) las cuáles nosotros accedimos. Para cuándo nuestra seguridad estuvo lista, el paseo en bote empezó.
El túnel era ancho, como el del metro cerca de la universidad, hay columnas griegas que tienen de decorado querubines tensando un arco con una flecha. Todo es entre rojo y rosado muy oscuro. La iluminación es bastante escasa, lo cual le da ese ambiente íntimo, ese momento tranquilo con solo el ruido relajante del agua.
—Esto es más lindo de lo que esperé —admite Hazel, paseando sus ojos por el extenso túnel.
—Tengo buenos gustos para muchas cosas.
—Estaba bien sin tu parte arrogante.
—Pero déjame terminar —le pedí, meneando la cabeza con un suspiro—, como por ejemplo, tú. Eres uno de mis mejores gustos.
No sabría decir si se sonrojó, la luz de por sí le ponía el rostro rojizo.
—Que cursi, mi insoportable pelirrojo.
Eché una risita, pasando mi brazo sobre sus hombros. Me gusta hacer eso, es algo tan simple pero que... sencillamente me gusta hacerlo.
Hazel apoya la cabeza de mi hombro y así nos mantuvimos el resto del paseo, hablando de cualquier cosa que se nos ocurriera. Algo tan tonto que nos hacía reír a carcajadas. Quizá éramos algo raros, ¿Y qué? Uno no encuentra tan fácilmente una persona que se ría de tus tonterías junto a ti sin juzgarte.
Desde esta nueva perspectiva, considero que no solo se trata de encontrar a la persona correcta, si no también de encontrar a esa que te haga sentir que con ella estás en tu lugar seguro, ese dónde puedes ser tú sin miedo.
Yo me sentía en mi lugar seguro cuando estoy con ella.
Bajé la mirada, encontrandome con la línea curva de su nariz, el contorno de sus labios, sus largas pestañas y el agarre de nuestras manos libres. Ver estas cosas tan simples, vivirlas y sentirlas, me confirma a mí mismo que esa declaración de anoche no fue algo del momento, de verdad la amaba como un idiota.
—¿En qué piensas tanto? —la voz baja de Hazel hace que vuelva a la realidad.
—En nada, tonterías.
—Vale —su tono me dió a entender que ella no me había creído, como yo la conozco, ella me conoce a mí, sabe que no solo estoy pensando en «tonterías»
Y después de eso solo le siguió el silencio relajante.
Es que la cosas son así de simples, y con esa simpleza las disfrutaba.
-
—¿A dónde quieres ir? —esta vez, le pregunté yo.
Observa rápidamente nuestro alrededor, sus ojos se iluminaron y una sonrisa traviesa se formó en sus labios.
—Vamos a la montaña rusa.
Mi corazón dió un vuelco. Pasé saliva, nervioso.
—¿Segura?
Asintió, muy segura.
—Segurísima. ¡Vamos!
—Eh... es que... bueno... Yo comí hace poco, así que...
—Aidan, lo último que comiste fue una galleta en mi casa hace horas.
—Bueno, puede que aún no las haya digerido.
Ella me dirigió esa mirada analítica suya.
—Espera... ¿Le tienes miedo a las alturas? —cuestiona, sonriente.
—¿Qué? —mi pregunta salió más aguda de lo que pretendía—, claro que no.
Arquea una ceja, se cruza de brazos, cambia el peso de una pierna a otra.
—Entonces, ¿Por qué no quieres subir?
—Bueno... te dije que comí hace poco.
—¡Aidan!
Suspiro, rendido.
Vale, a llegado la hora de confesarme:
—Sí, puede que le tenga un poquito de miedo a las alturas.
Hazel se aguanta la risa de manera poco disimulada.
—¡No te rías! ¿Por qué no tenerle miedo? ¡Es aterrorizante!
Y no se aguantó más la carcajada.
—Por Dios, Aidan, ¿En serio?
—Sí, no soy un fan de las alturas, ¿Okey? No nos llevamos bien.
—Pero si tenías una casita del árbol en tu casa. Eso cuenta como altura.
—Le temo a las alturas que son capaces de dejarme como panqueque en el suelo. La casita no estaba tan alta, pero eso —señalo la gran atracción mecánica—, eso es casi del tamaño de la torres de telecomunicaciones.
—Exageras.
—No lo sé, pero no me subiré.
—¿Seguro?
—Segurísimo —y para afirmar mis palabras, me crucé de brazos y di un pistón infantil al suelo de madera.
—Muy bien, y si te convenzo, ¿Qué gano yo?
—Nada, no habrá nada en este mundo que me haga subir a ese montaña.
Bueno, que a veces odiaba ser un poco... cachondo.
¿Y qué tiene que ver eso con la situación que dejamos atrás?
Que Hazel me había hecho una propuesta que realmente me había subido los niveles de temperatura, y no en el sentido de estar enfermo.
Y por ello, (y maldita sea por ello) nos encontrábamos aquí.
«¿"Aquí" dónde Aidan?»
En la maldita montaña rusa.
Sí, a veces odiaba ser un maldito cachondoso.
—Te odio —mascullo entre dientes, sujetando con mucha más fuerza de la necesaria la barra de seguridad frente a nosotros, las palmas de mis manos sudan mucho.
Hazel se ríe, muy relajada, acto seguido se encoge de hombros y recuesta del asiento.
—Tú aceptaste.
—Aún te sigo odiando —repito cuando no tuve nada con que que refutar aquello.
Es verdad, yo acepté su propuesta poco inocente.
—Espero ser bien pagado por estar sacrificando mi vida aquí.
Ella me sonríe, desordena mi pelo.
—Ya veremos, si no huyes antes de que empiece, ten por seguro que serás muy bien pagado.
Suspiro, tratando de relajarme.
—Piensa en otras cosas —sugiere Hazel— como en... ¿Qué película querrás ver más tarde?
—¿Película? —la miro con el ceño fruncido.
—En la reunión con mis padres, Aidan. Será básicamente una pijamada entre nosotros.
—Entonces, ¿Haremos lo mismo que ayer? —pregunté con un claro doble sentido.
Reaccionó exactamente como esperaba: su mirada es de reproche y un sonrojo se apareció en sus pecosas mejillas.
—No todo lo de ayer.
—Oh, todo lo de ayer, Hazel. No creas que me olvidaré o dejaré para después tu pequeña propuesta.
—¿Estás hablando en serio?
—Muy en serio.
—Eres un pervertido.
—Eso no decías ayer.
Segundo sonrojo intenso que logro en un solo día.
Me da un golpe con fuerza en el bíceps.
—Te odio —dijo ella entre dientes.
—¿Segura? Porque ayer no...
—¡Aidan, solo cállate! —exige, molesta, sonrojada.
No pude evitar reírme. Oh, como me encanta molestarla. Es tan fácil hacerla rabiar. Ella trata de parecer intimidante pero solo se ve adorable con ese sonrojo.
Dioses, esta chica es demasiado perfecta.
—Me alegra que molestándome se te pase el miedo.
Frunzo el entrecejo.
—¿Miedo? ¿De qué...
Entonces fue que volví a reparar en mi situación actual.
—¡Maldición! —exclamo. Con todo el tema, ya casi olvidaba que seguía aquí, a pocos minutos de morir.
En serio que esto me tiene que ser muy bien recompensado.
El carrito empezaba a llenarse y llenarse de gente. Los murmullos de emoción empiezan a ser más y mi miedo aumentaba. Las palmas de mis manos siguen sudando como locas. Con cada nueva persona que llega el latido de mi corazón se acelera. Tener a más gente a mi alrededor no me relaja en lo absoluto, solo son la cuenta regresiva para que este maldito juego empiece.
—Aidan, relájate. Estás tomándote muy a pecho esto.
Ella no sabe el estado en el que me encuentro exactamente.
Tomo una respiración profunda, pero no funcionó. No estaría tranquilo hasta que me baje de aquí.
En un método de distracción, me concentré en los ruidos a mi alrededor. Los pájaros sobre nosotros, los murmullos de las personas que nos acompañarían en el juego.
Nada funcionaba.
Cuando estuvo lleno, dieron las órdenes de seguridad, yo pedía que algo pasara. Que se fuera la luz, que se dañe algún circuito mientras estamos aquí, ¡Pedía cualquier cosa solo si estamos aquí!
Pero nada de eso pasó.
—¿Estás listo? —pregunta con emoción mi novia.
—¿Tengo cara de querer estar aquí si quiera?
—Pues no, tu cara de ahora dice en sentido literal «saquenme de aquí»
—Puede ser porque quizá quiero que me saquen de aquí —afirmé, fingiendo tranquilidad.
Ella solo se echa a reír. Mis desgracias de este momento solo le causan gracia.
Me sujeta la mano y da un apretón.
—Estarás bien.
—¿Sabes, Hazel? Ya nuestro trato me está valiendo mierda, me quiero bajar de aquí.
Estaba apunto de irme cuando la barras se ajustaron automáticamente. Oh, no...
—No huirás, Aidan —sonríe con triunfo.
Y el carrito empezó a avanzar.
-
ODIO LAS MALDITAS ALTURAS.
CON TODO LO QUE SOY, LAS ODIO.
Y a las montañas rusas, y a los parques de diversiones, y... y... a las propuestas sexuales de Hazel.
Odio todo eso.
La última no tanto, pero aún así podía tenerle un pequeño rencor.
Sin importarme un carajo lo que piensen los demás o siquiera que me insulten, salgo empujando a personas de la salida de la atracción. ¡No me vuelvo a subir en ese juego del demonio nunca más en mi vida!
Me detengo cuando estoy lo suficientemente lejos de ahí. Hazel se quedó en algún lado, pero siendo sincero, ahora no me importaba, quería tragar el pánico que aún sentía.
Maldición, en serio odio las alturas.
En medio de mi relajación, pude ver cómo mi novia se viene acercando a mí, conteniendo las ganas de reír que se traía. Oh, ella es tan...
—¡Literalmente saliste corriendo! —se echa su tan ansiada carcajada—, por Dios, Aidan, tampoco era para tanto.
Le di una mirada seria con el ceño fruncido.
—No me jodas con eso, Hazel. No sabes lo que es tenerle miedo a las alturas. ¿Sabes lo que sentí allá arriba? ¿El pavor? ¿El miedo a caer y morir? Nunca has experimentado algo así de aterrador, ¿O sí?
Su risa y sonrisa se borraron de pronto, su mirada se desvió a sus pies
Ay, no.
—Hazel, yo no...
—No, tienes razón —me interrumpe—. Yo... no debí obligarte a subirte cuando no querías hacerlo. Es que creí que estabas sobre actuando todo. No... no... yo no debí... —suspira cabizbaja—. Lo siento mucho, Aidan.
Inhalo, acercándome a ella. Yo también me sentía mal. No debí decirle las cosas así.
Tomo entre mis dedos su mentón para alzar su cabeza, acuné su mejilla con mi mano.
—Hey, Hazel, todo está bien, ¿Okey? Nada malo pasó. Estoy bien —sonrío de lado para así convencerla.
No sirvió.
—Es que tenías razón, Aidan. No debí obligarte a subir cuando claramente no querías hacerlo.
Negué con la cabeza.
—No, chica pecas. Ya basta, ¿Vale? Te lo repito: todo está bien. Olvida lo que dije.
Aún en su mirada está ese destello de culpabilidad.
—Perdón.
Di una caricia a su mejilla.
—Todo está bien, Hazel, en serio.
—Pero...
—Ya calla, hablas mucho.
Eso logra sacarle una risita.
—Prometo que nunca volveré a obligarte a subir a una montaña rusa —su promesa vino acompañada de una sonrisita.
—Más te vale.
—¿Por qué mejor no vamos a otro juego? —propuse—. Aún quedan muchos que visitar.
Su anterior y bonita sonrisa volvió.
—Vale, vamos.
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