° Cincuenta y uno °
—¿Por qué tanta emoción? —pregunta Hazel, frunciendo el entrecejo.
—Porque desde hace tiempo no las veo.
—¿Entonces?
Volteo a verla, tiene los brazos cruzados y me mira con una mezcla de confusión y... ¿Eso que veo es molestia?
—¿Por qué tan de malas? —decidí preguntar.
—No estoy de malas —responde, acentuando su ceño fruncido.
—Claro —dije con sarcasmo—, y yo no soy pelirrojo. ¿Qué pasa, Haz?
—Nada, Aidan. Estoy bien, en serio.
Su expresión corporal y la de su rostro decía todo lo contrario a eso.
—Sabes que puedes decirme cualquier cosa, ¿No? —ella asintió, mirando hacia otro lado—, cualquier cosa —repetí lentamente.
—Lo sé.
Despido un suspiro antes de revisar una vez más mi móvil. Briana quedó en escribirme cuando estuviera cerca del campus.
Cuando no tengo mensaje alguno, vuelvo a ver a mi novia que está sentada frente a mí. Tiene su cabeza recostada de una mano, ve distraída un punto de la mesa.
Ella tiene algo.
—Oye, Hazel.
Levanta distraídamente la mirada hacia mí.
—¿Qué?
—¿Qué tienes? —dejo mi móvil a un lado—. Estás así desde que te dije que... —y fue entonces que mi mente ató los cabos. ¿Cómo no lo ví antes?—. Espera, espera, espera... ¿Estás celosa?
Se puso recta en su asiento al instante, como si le hubieran dado una descarga eléctrica.
—¿Qué? Claro que no.
No pude evitar reírme.
—Hazel Michaels está celosa, vaya, nunca creí que vería algo así.
—Que no estoy celosa —afirma, seria.
—Venga, Haz. No te voy a juzgar. ¿Y sabes? En pequeñas cantidades, los celos me parecen adorables.
—¿Adorables?
—Sí —encogí los hombros, relajado—. Es bonito ver qué realmente importas en la vida de alguien más. Aunque claro, en cantidades exageradas ya es obsesión.
Ella suspiró profundamente, inflando sus mejillas.
—No los llamaría celos...
—Entonces, ¿Qué son? —la miro interesado.
—¡Yo qué sé!
Me reí por su mueca.
—Hazel, te dije que no te voy a juzgar.
Se quedó en silencio.
—¿Sabes? Aquella vez que te reuniste con ese tipo pesado en el bar también sentí algo de celos.
—Pero para ese entonces solo éramos amigos —me mira confusa.
—Y tú me llamas la atención desde hace años, así que era una reacción normal. Los celos son propios del ser humano, Hazel.
Torció los labios.
—Aún no los llamaría celos —decreta en un murmuro.
Yo solo sonreí negando con la cabeza. Estaba celosa, no me engañaba.
—Vale, si tú lo dices —alcé las manos en son de paz.
Mi teléfono suena sobre la mesa, indicando la llegada de un nuevo mensaje. Al ver el remitente, era de la niña francesa que estaba esperando:
"Estoy en la entrada del campus"
Le respondí con un «voy hacia allá» antes de apagar la pantalla.
Me levanto de la mesa, Hazel me presta atención.
—¿Ya llegó la chica? —pregunta, también levantándose de su asiento.
—Sí, está en la entrada. ¿Vamos?
Exhaló con cierta duda para terminar asintiendo.
—Andando.
En todo el camino hacia la entrada, Hazel solo me respondía con monosílabos. «Sí», «No», «Cool», «Interesante» y «Guao» fueron todas las palabras que logré sacarle. Y no miento cuando digo que ella aún mantenía su semblante de ligera molestia.
Es que ella no me va a engañar, ni en mil años ni nunca. Está celosa. Y debo decir, es bastante tierno. No me juzguen, ¿Pero vieron su carita bonita? Es toda una ternurita, como un gatito bebé enojado.
Ya en la entrada del campus, me toma menos tiempo del esperado encontrar a cierta pelinegra que llevo muchísimo tiempo sin ver.
Ella sonríe al verme.
—¡Aidan! —exclama emocionada, viniendo hacia mí para darme un muy fuerte abrazo.
No dudé en corresponderle a su abrazo de oso, nos sacudí de un lado a otro.
—Dioses, Aidan, ¿Es que no pretendes dejar de crecer? —me dice al separarnos, riéndose.
—¿Tú no pretendes abandonar el 1,75?
—Yo pregunté primero.
Fue inevitable no reírme.
Volví a abrazar a Briana, esta vez con un poco más de cariño. En serio que había extrañado a esta niña francesa.
—Te extrañé, mocosa francesa —admití, usando ese viejo apodo en broma. Briana sabe que soy capaz de molerme a golpes yo mismo antes que ofenderla realmente.
Ella me obliga a doblar las rodillas para revolver mi cabello.
—Yo también te extrañé, tonto tomatito.
Sonrío por eso último, me gusta más escucharlo en persona que por una pantalla de por medio.
Briana de pronto se aclara la garganta para que solo yo la escuche:
—Aidan, ¿Me vas a presentar a...?
—Oh, claro, claro, perdón.
Le hice una seña con la cabeza a Hazel para que se acerque, se había mantenido a cierta distancia de nosotros con los brazos cruzados sobre el pecho. Ella viene con nosotros dando pasos lentos, no paso por alto la mirada curiosa que le dirige a Briana.
¿Es normal que me parezca tierna estando celosa?
Hazel se detiene a mi lado.
—Hey, Bri, ella es Hazel, mi novia —mi amiga sonríe por el título. Cómo a mis amigos, a Bri le emociona demasiado el hecho de que haya conseguido novia—. ¿A qué está guapa?
Briana asiente, sonriendo. Por el rabillo del ojo ví que a Hazel se le habían coloreado las mejillas pero que eso no le impide mirarme mal.
—Muy guapa —afirma Bri.
—Demasiado —mi novia no deja de mirarme mal—. Va, lo dejo. Hazel, ella Briana Duquet, una gran amiga mía de la preparatoria.
Briana extiende la mano hacia Hazel sin perder su sonrisa amable.
—Un gusto, Hazel. Mis amigos me han hablado maravillas de ti, especialmente Aidan.
Hazel abandona por un segundo su mirada asesina hacia mí para sonreírle de vuelta a Briana y estrechar su mano.
—El gusto es mío. De ti... me han hablado poco, pero cosas muy buenas.
—Es bueno saber eso.
Noté que faltaba alguien, todo estaba resultando muy tranquilo.
—¿Dónde está Ariadna?
Briana gira alrededor de su propio eje, buscando alrededor.
—Está por... —sigue buscando hasta que puso su mirada en la panadería frente a la universidad—... ahí.
Y justo a tiempo, Ari salió de la tienda con una bolsa de papel en las manos.
Al vernos parados a unos pocos metros, vino corriendo cuál niña de seis años que ve un parque de diversiones sin importarle que casi un auto se la lleva por el medio.
En tan solo unos segundos, tuve a Ariadna abrazándome como una pereza. Así es, con las piernas enrolladas alrededor de mi cadera y todo, lo que casi hace que me vaya al suelo y no habría sido una caída suave. Es que lo dije, todo estaba muy tranquilo.
—¡το κόκκινο! —exclama ella en su lengua natal, griego, la emoción rebosa en su voz—. ¡Dioses del Olimpo, cuánto te extrañé, idiota! —se baja como se subió encima de mí, con un salto.
Revuelvo su pelo castaño, que lo tiene en una coleta en lo alto de su cabeza.
—Yo también te extrañé, lunática ex-pelirrosa.
Ariadna pone sus ojos de un verde bastante opaco en Hazel, que ve atenta y muy callada la escena que mi amiga había montado. Insisto, Hazel se ve muy tierna estando celosa.
—¡Hey! Tú debes de ser Hazel, soy Ariadna, la novia de Briana —y agrega una sonrisa al final.
Años de conocerla hizo que no me pasara por alto el destello de sorpresa que cruzó su mirada, ese mismo que desapareció al segundo para disimular frente a las chicas. Por esa razón me parecían tiernos sus celos, porque eran absurdos y sin sentido, además de lo linda que se ve. Por favor, a mí el que me tiene loco es ella, no las dos raras a mi lado que están delulus la una por la otra.
—Un gusto —dijo mi novia, también sonriendo.
—Oye, una pregunta rápida, ¿Qué se siente saber que estás de novia con el tipo que dijo que iba a estar soltero toda su vida?
Oh, no. No empecemos con esto otra vez.
Hazel me mira de reojo, conteniendo las ganas de reír.
—La verdad es que a veces no lo creo. Incluso yo creí que él estaría siempre soltero, como lo solía afirmar tantísimo.
—Y acá estás tú, rompiendo las palabras de un estúpido Aidan de diecisiete años —declara Ari, señalandome con ambas manos como si yo fuese alguna especie de exhibición.
Hazel sonríe y solo por esa sonrisa, supe que lo que ella «no llama celos» se le estaba pasando. Empezaba a entrar en confianza.
—Oye, pero en serio, es muy lindo verlos juntos —agrega Ariadna, bajando el tono—. Aidan es un amigo muy especial para nosotras, verlo feliz es algo que siempre queremos para él. Y es feliz contigo, se le nota apenas lo miras.
—Gracias, chicas —les digo, atrayendo hacia mí a Hazel, ella me abraza por el torso—. Y sí, soy feliz. Ella me hace feliz.
—Aaawww... —chillaron mis amigas.
Hazel desvía la mirada hacia el suelo, sonrojada.
—Lo notamos, Aidan. Lo notamos —responde Briana—. Oye, si hace algo estúpido, recuerda que tienes a muchos candidatos para golearlo.
—Y muy duro en todos lados —agrega Ariadna, guiñando un ojo a mi novia.
—Oh, ya hizo una estupidez —menciona Hazel—, pero supo remediarlo bien.
Las chicas me dedican en conjunto una mala mirada en compañía de una ceja arqueada.
—Aidan... —empezaban a decir.
—¿Qué? Supe arreglar mi estupidez, ¿Okey? Sé que soy idiota, pero al menos hago uso de las neuronas.
—No siempre —murmura mi novia.
—¡Ja! —se burló Ariadna.
Miré ofendido a Hazel.
—¡Oye!
—Sabes que es cierto.
—Aún así no me delates, lo usarán en mi contra todo el tiempo que duren en este plano terrenal.
—Y capaz en la otra vida —reconoce Ari.
—¿Ves?
Ella solo ríe rodando los ojos.
—¿Y si mejor pasamos? Los chicos ya deben de estar esperándonos —pido, cansado de las bromas.
—Oh, sí, ¡Vamos! —exclama Ariadna emocionada de ver a nuestros amigos.
—Sí, vamos. Ya no quiero estar más de pie —se queja Briana.
—Muy bien, vamos señorita niña francesa y ex-pelirrosa.
Juntos nos adentramos al campus, de camino a la residencia, Briana y Ariadna nos hablaron un poco de la universidad en Francia, que pudieron venir de vacaciones porque adelantaron actividades y vieron más materias de lo normal, por lo que pudieron salir antes que otros.
—¿Y no se supone que tú debes de volver en algún semestre la universidad en Grecia? —le pregunté a Ariadna casi cuando estábamos llegando a la residencia dónde vivo con Evan.
Por lo que tengo entendido (medio entendido) Ariadna está en Francia por un programa de intercambio (hecho con toda la intención) y que ya lleva un año estudiando medicina en Francia. Honestamente, cuando me lo explicaron incluso a profundidad, seguí sin entenderlo del todo.
—Se supone, pero... me gusta la universidad en Francia, a veces cuesta entender lo que dicen los profesores, pero aún me quiero quedar ahí.
»Estaba pensando en salir del programa de intercambio y transferirme a ese plantel.
—¿Tú qué opinas al respecto, Bri? —le pregunto a ella.
—Me gusta la idea, el último año ha sido increíble, tampoco quisiera perder la rutina que tenemos. Si puede quedarse en Francia, por mí perfecto.
Ariadna pasa su brazo sobre los hombros de Briana y le da un beso en la sien.
—La traigo loquita, como ven —bromea Ari, ganándose un codazo de Briana en la costilla—. ¡Ay, Duquet!
Puede que Briana y Ariadna sean muy, muy diferentes en demasiados aspectos, pero en serio es agradable verlas juntas, sobre todo después de que a Ari se le notara hasta como se le salía la baba por Briana en la preparatoria. Todos lo veíamos, excepto la ciega de Briana. Y aunque las cosas entre ellas no se dieron hasta tiempo después, supongo que lo que tiene que pasar, va a pasar, y así fue con ellas.
Se les ve felices juntas, y eso es increíble.
Cuando llegamos a la residencia, ya las chicas se estaban riendo de algo, seguramente de mí, igual no me importó tanto porque ya estaban en confianza, Hazel no rehuía o se mantenía a un lado, aporta mucho a la conversación, me agrada ver qué sus «no los llamo celos» haya desaparecido para interactuar sin problema con mis amigas.
Abrí la puerta y, tan solo las chicas pusieron un pie dentro, resonó un fuerte y agudo:
—¡¡AAAAAAAAAHHHH!! —chillaron las voces de Bea y Lyla dentro.
Llevo una mano a mi oído, haciendo una mueca adolorida. Demonios, ahora me zumba. De verdad que si sigo con estos ruidos así estaré sordo antes de los veinticinco.
La pareja de chicas que vino conmigo y Hazel se adentraron a trompicones para abrazar al otro par de gritonas.
Noté que Evan y Andy también están igual de aturdidos que yo por el mega grito agudo que dieron las chicas, la única que parecía no estar afectada era Hazel.
Supongo que será inmune a esos niveles de gritos agudos.
Ella se encontraba sonriendo por la escena que se desarrolla frente a nosotros. Las chicas se están abrazando fuertemente, diciendo lo mucho que se habían extrañado, notando que Ariadna no lleva la peluca rosa y que Briana estaba más morena de lo normal, parecido al tono de Bea.
En cuanto terminaron, fue turno de los chicos, he igual fue otra escena, en gran parte por Bri y Ari.
—Diablos, ¿En serio solo los chicos crecen? —pregunta Ariadna al separarse del abrazo con el gigante de Andy—. Venga, chicas, ¡Crezcamos!
Todos nos reímos.
—Su naturaleza es ser enanas —bromea el rubio.
—Aún así, hay que crecer —insiste Ariadna, señala a Bea—, ella sigue de la misma estatura que en la preparatoria.
—¡Oye! ¡Yo sí crecí!
—Eh... —dudamos Andy, Lyla, Evan y yo al unísono.
Bea nos mira ofendida a todos.
—¡Oigan!
—Bea, amor... Ariadna se refiere a crecer... en el sentido que se note —menciona Evan.
Su mirada ofendida se acentuó.
—¡Auch!
—¿Lo siento? —mi mejor amigo fuerza una sonrisa.
—¡No! —Bea cruza los brazos—. Creí que éramos amigos.
—Y lo somos, y cómo tus amigos, te tenemos que decir la verdad —le dije.
—La verdad no me gusta —murmura enfurruñada.
—Es la realidad, gnomo de jardín.
—Aidan, llevo zapatos de suela alta, o te callas, o pruebas mis zapatos.
Apreté los labios haciendo un gesto de cerrar con cierre.
—Muy bien, me callo.
Briana y Ariadna compartieron un par de miradas entre nosotros, luego se ven entre sí para echarse una fuerte carcajada.
—Oh, como extrañaba sus discusiones —comenta Bri.
—Son las mejores de todas.
Bea no se aguantó más y también se rió, haciendo a un lado su molestia absurda.
—Pero que conste, sí crecí.
Evan asintió pasando su brazo alrededor de la cintura de Bea.
—Claro, si tú lo dices, Pulgarcita.
Ella despide un suspiro de rendición, sabiendo que su crecimiento había sido poco notable.
El resto del día lo pasamos ahí, hablando, contando qué tal nuestras vidas, la universidad, comiendo frituras y yo recibiendo alguna que otra broma por parte de las chicas.
Y por esa tarde, volvimos a ser esos chicos de diecisiete años disfrutando una tarde con amigos.
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