° Cincuenta °

Con el pasar del tiempo, he aprendido que la simplicidad de los momentos es bastante linda por eso, porque es simple y tranquilo, y son los recuerdos que más se preservan en la memoria.

A lo largo de mi vida he vivido muchos momentos así, cosas que se dan por casualidad que resultan ser agradables y tranquilas por la simplicidad que tienen, y son recuerdos que aprecio muchísimo. Las tardes preparando galletas con mamá y Sam dónde tanto mi hermano como yo terminamos llenos de harina, incluso esas tardes tranquilas en casa cuando mis papás aún estaban casados, solo viendo la televisión con algún programa al azar escuchando los ronquidos de papá de fondo. Las noches de desvelo con Evan por hacer deberes escolares, los paseos en bicicleta en el parque con Bea...

La lista es larga.

Me gustan esos momentos, los disfruto más que cualquier otro porque es algo improvisado, sin previa planeación. Los considero como ese instante de la vida donde desactivas el modo automático y te das cuenta que estás en el mundo, y que te sientes agradecido por seguir respirando.

Y cómo dije, he vivido muchos momentos así, aún los sigo viviendo.

Lo que puedo llamar ahora como mis «momentos simples» son las tardes que paso con Hazel. Dónde sea que estemos, la pasamos bien haciendo cualquier cosa: hablar, ver una película, comer algún bocadillo. Lo que sea. Lo pasábamos bien juntos y a mí me parecía demasiado encantador pasar el tiempo a su lado.

Nuestro momento simple de ahora es una tarde fresca de películas. Me encantan estas tardes así cuando estoy libre de grabaciones porque terminé temprano y ella sale de su turno del MediaLuna Café antes de lo habitual. Podía pasar el rato con ella, tenerla a mi lado, verla sonreír cuando es una película de comedia o asustarse y pegarse a mí cuando es de terror.

Para ser honesto, prefiero esa última, tenerla junto a mí es algo que amo locamente.

Aunque incluso si la película no es de terror, ella siempre está acurrucada a mí lado.

Pero ahora... no es una película con ninguna de las dos opciones anteriores.

—Seré sincera, amo esta película —comenta Hazel, volviendo a su asiento a mi lado luego de ir a buscar un tazón de palomitas—, las canciones son geniales —agregó antes de meterse un puñado a la boca.

—Es un poco infantil para nosotros, ¿No crees?

—Nah', el cine no tiene edad.

—¿Qué me dices de las películas eróticas?

Frunció el ceño.

—Bueno... —balbuceó pensativa—. Vale, sí, el cine sí tiene edad.

Me reí tomando un par de palomitas.

—Claro, igual la película es buena.

—Innegable —encoge los hombros—, aunque la visión de Poppy del mundo es un poco... rosa.

Sí, estábamos viendo Trolls, dije que es una película un poco muy infantil para nosotros.

—Yo creo que juzgan mucho a Ramón —tomo otro puñado de palomitas—. El tipo me cae bien.

Hazel asintió.

—Es una historia para crecer y conocer con buena música —ambos nos reímos—. ¿La seguimos viendo?

—Claramente —agarro el control y quito la pausa de la película.

Continuamos viendo Trolls, disfrutando de la trama y las canciones, incluso cantamos algunas. No es mentira eso que dicen, el pop es muy pegadizo.

Para cuando terminó, la noche ya estaba cayendo. Nuestros estómago gruñeron, pidiendo más que frituras y refrescos.

—¿Preparamos algo? —sugiere mi novia, levantándose.

—Me parece bien.

Hazel es muy buena en la cocina, sabe preparar platillos muy ricos y en mucha cantidad. Otra cosa que aprendí, es que los australianos al preparar una comida lo hacen con muchas cosas más de lo normal.

Complementos, según Hazel.

Normalmente, mi desayuno consta de un simple tazón de cereal con leche, cuando estoy de ánimos, preparo waffles. Eso es lo que yo llamo «desayuno». Lo que mi novia llama «desayuno» es un plato principal de waffles con fresas y crema, jugo, café, una taza de yogurt y sabrá Dios qué más.

Así fue cuando fuimos a su casa, el desayuno tenía tantos complementos que casi no me entraba nada más en mi estómago.

Para mí no era algo que me cayera mal. Debo decir que me gusta comer, mamá siempre me llamó «monstruo comelón» aparte del Rufus porque era (y soy) capaz de comerme más de dos panqueques bien resueltos. Así que tener una novia australiana que prepara un banquete a la hora de la comida es un sueño para alguien tan tragón como yo.

Tomamos la decisión unánime (es decir, ella decidió) de preparar una tarta de pollo. Fui su asistente en literalmente todo el procedimiento, hacía lo que ella me indicaba y la mayor parte del tiempo lo terminaba haciendo mal.

Yo no soy un gran experto en la cocina, mi fortaleza son las comidas simples, no un platillo con una preparación tan compleja.

—Eres un asistente muy malo, Aidan —me dijo ella, riéndose, luego metió la tarta al horno.

Sequé mis manos con un trapo.

—Cuando preparemos waffles, panqueques y tazones de cereal con leche, seré todo un experto.

Hazel vuelve a soltar una risa. ¿Alguna vez he dicho que me encanta su risa? ¿Que me gusta hacerla reír? ¿No? Pues, lo digo ahora: me encanta demasiado.

—Tus mayores obras maestras, ¿No? —bromea.

Me encogí de hombros acercándome a ella.

—No es por presumir, pero me salen de maravilla —presumí, poniéndome frente suyo y colocando mis manos en su cintura.

Hazel sonríe a la vez que entrelaza sus manos detrás de mi cabeza.

—Debo de confirmar eso.

Joder, de verdad que me encanta cuando hace eso, como sus labios se curvan hacia arriba, me fascina. Soy el fan número uno de ese gesto suyo.

—También hay otras cosas que me salen muy bien.

—¿Cómo cuáles? —pregunta con un fingido tono inocente.

Acaricio los costados de su cadera con mis pulgares. Su piel estaba caliente.

—¿Por qué mejor no te lo enseño? —murmuré, acercándome a su rostro.

Hazel humedece sus labios, observandome con esos preciosos ojos marrones que bien se han vuelto mi paisaje favorito.

—Creo que es lo mejor.

Y con esa luz verde, acabé con la ya muy corta distancia que nos separaba.

Besar a Hazel es otra cosa que me encanta. Podía volverme loco solo con un beso de ella. Es que... simplemente su forma de besar era única, tan ella, tan su estilo que eso se volvía adictivo. Por eso es que cuando la besaba, entraba en un laberinto de adicción que solo tenía una salida: volverla a besar.

Ella se a convertido en esa adicción que no quiero superar, que quiero vivir con ella todo el tiempo que dure.

Y si podía ser una vida entera, mucho mejor.

Al separarnos, apoyé mi frente sobre la suya. Escucho su respirar poco agitado, su aroma característico a caramelo llega con más profundidad a mi nariz.

Aún sin abrir los ojos, me atreví a decir:

—Joder, en serio que te amo —estoy seguro de que tiene su expresión de sorpresa. Otra vez, no se lo esperó.

—Aidan...

Abrí los ojos, encontrandome con que Hazel no quitaba los suyos de los míos, estaba sorprendida, pero había algo más entre todo aquello. Algo que, sorprendentemente, no reconocí.

—No es necesario una respuesta, Haz —la interrumpí—. En serio. Solo... yo solo... —eché un resoplido hacia arriba—, solo me sale decirte eso, es... como una maldita necesidad de hacértelo saber. Aún si no obtengo respuestas. Ya luego será el momento, ¿No?

—Pero...

—Mejor veamos qué tal está quedando esa tarta, en serio tengo hambre —le sonrío antes de poner distancia.

Hazel suspira... ¿Frustrada? Aún así fue al horno a ver qué tal nuestra cena.

-

A la hora de dormir, estábamos en la habitación de mi novia en el apartamento de su residencia, yo echado en su cama repasando las líneas para la escena que grabaría mañana en la mañana con Austin mientras que ella se peina su largo cabello castaño.

—En serio estoy considerando eso de cortarme el pelo —le oí decir a Hazel, la miré sobre el guión que leía. Una intensa mirada incrédula que la hizo girar a verme—. ¿Qué?

—¿Acaso estás loca?

—¡Oye! —se ofende, acto seguido me señala con su peine lleno de murusas de pelo—. ¿Sabes lo mucho que me cuesta desenredar este pelo? No es fácil.

—¿Estarías dispuesta tú a dejar ir todo el esfuerzo que te a llevado para tenerlo así de largo?

Mi pregunta la deja pensativa un momento, se queda viendo con los labios torcidos su reflejo en el espejo, vuelve a pasar el peine por su cabello.

—Me dolería, pero lo haría —contesta mi pregunta—, me gusta el pelo largo, pero es difícil mantenerlo, desenredarlo. Me cansa los brazos —se quejó, dejándolos caer a sus costados cansados.

Dejé mi guión sobre su mesita de noche y me senté, recostando mi espalda del apoyo de su cama.

—Venga, chica pecas.

Hazel deja su cepillo sobre el tocador y se hizo una coleta alta. Entró a la cama aún con ese puchero indeciso en sus labios, la decisión de cortar su pelo debía de ser difícil para ella. Estuvo a punto de sentarse de piernas cruzadas a mi lado, pero esa no era la idea que tenía en mente. Hice amago de mi fuerza para tomarla de la cintura y atraerla hacia mí, sentándola sobre mi regazo.

Dejé tras su oreja un mechón suelto, luego acaricié su pecosa mejilla.

—Tu cabello es muy lindo así, Hazel —dije—, y si te cansa el peinarte, yo me ofrezco como ayudante.

Eso la hizo sonreír de lado, íbamos bien.

—¿Si?

—Así es —acerqué mi mano hasta su coleta para soltarla, su largo y brillante cabello le cayó a cada costado—. Sé hacer buenas trenzas.

—Mi cuero cabelludo ya sufrió mucho por tu práctica, así que no, gracias.

—Bueno, podrías solo simplemente amarrarlo y ya, así no te cansas por peinarlo.

Arquea una ceja, llevando su mano a mi cabello, los dedos no pudieron pasar la barrera de rizos enredados.

—Veo que sigues al pie de la letra tu consejo.

—¿Qué puedo decir para convencerte de no cortarlo?

—Primero, ¿Por qué no quieres que lo corte? —me dió una mirada interrogante que vino con ceja arqueada y todo.

—Me gusta —enredé en torno a mi dedo un mechón—, es bonito.

—¿Por qué presiento que hay algo oculto detrás de esas palabras?

Me reí soltando su mechón y volviendo a sujetar su cintura, colando mis manos por debajo de la camiseta de pijama que llevaba.

—Que pervertida, chica pecas —apreté su cintura, sobresaltandola—. Eh, no. Eso no.

En su mirada apareció una diversión pervertida. Eso era nuevo.

—¿Cómo que no?

—Tengo límites, corazón, también soy débil.

—¿Entonces...?

—Que si no quieres que la situación se descontrole, mejor no hagas eso.

Hazel se balancea hacia adelante, acercando su rostro al mío, tenía una sonrisa maliciosa que quería borrar juntando sus labios con los míos.

—¿Descontrolar... cómo? —su voz bajó un par de tonos, volviéndose algo pícaro que me hizo tragar saliva.

Yo quería que esto fuera inocente, pero tal parece que ella no.

Verla en ese plan provocador es bastante interesante como muy exitante, el que ella tuviera el control no me importaba porque en cualquier otra situación, yo estaba siempre a su merced.

Un suspiro mezclado con un jadeo se me escapó cuando sentí las manos de Hazel escurrirse por debajo de mi camiseta, eran simples caricias que me dejaban más loco por ella. Nadie nunca había logrado hacerme sentir lo que ella hace con solo ponerme un dedo encima.

Era débil, lo sé, pero si mi debilidad siempre sería causada por ella, no me importaba en lo absoluto.

Hazel me obliga a sacarme la camiseta, su rostro se acerca al mío, empezando a dejar suaves besos por mi mandíbula hasta mi cuello. Los latidos de mi corazón se van acelerando con cada segundo y siento como me voy poniendo tenso cuando empezó a moverse en círculos aún sobre mi regazo.

Pero qué pervertida me salió esta mujer.

Mis manos ansiosas suben por sus muslos, tomo el borde de su camisa para sacarla también, dejando a mi vista su torso desnudo.

Mis ojos no se apartan de esos lunares que tiene ni de las pecas que motean sus pechos. Mi dedo empezó a trazar desde el lunar en su clavícula, siguiendo líneas imaginarias con sus pecas y lunares, formando mi propia constelación en su piel.

Soy consciente de que esto la exita, puedo sentir el latir apresurado de su corazón, ver cómo las puntas de sus pezones se endurecen y como su pecho sube y baja aceleradamente cuando mi dedo sigue bajando hasta la tira de su pantalón.

Ella quería tanto como yo que algo pasara.

Eché hacia atrás su cabello, el mismo que nos metió en esta situación, le estaba bastante agradecido. Hazel tiene las mejillas calientes y rojas, las pupilas están dilatadas que sus ojos por poco no parecían negro.

Acuné una de sus mejillas con mi mano, acariciando el contorno de sus labios con mi dedo pulgar. En sus ojos no solo estaba el deseo creciente, si no también la duda.

—Tú haz conmigo lo que quieras —murmuré con voz ronca y jadeante—, me tienes tan estúpidamente enamorado que no dudo que cada parte de mí te pertenece.

Ahí estaba, esa sonrisa por la que mataría ver siempre.

—Te amo, Aidan —esa declaración no me la ví venir en lo absoluto, parpadeo varias veces sin dejar de ver a Hazel, cosa que la hace reír—. Puedes bromear, decir cualquier cosa, pero es la verdad. Te amo, insoportable pelirrojo.

Y esas palabras, esas precisas cuatro palabras fueron las causantes de mi felicidad esa noche, del día siguiente, de la semana y todas las veces que las recordara.

Una risa incrédula brotó de mi garganta, escuchar esa respuesta fue de las mejores cosas que me han pasado. Nunca pensé que dos palabras pudieran causarme tanta felicidad.

Hazel aún me mira con la misma sonrisa, más acentuada, más radiante, más llena de un intenso sentimiento amoroso que era yo el dichoso de recibir.

La tomo por sorpresa cuando de un giro nos acuesto en el colchón, ella debajo de mí, riéndose, sus manos en mi cabello me atraen para besarla. Con eso intenté transmitirle un solo mensaje: un «te amo» con una promesa de que siempre será así.

Y por cómo ella me corresponde, supe que quería decirme lo mismo.

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