-¿Por qué todo lo malo me tiene que suceder a mí? - preguntó a sus amigos aquel gran alfa que se removía dolorosamente en el suelo del parque bajo la copiosa lluvia del cielo nocturno, emanando sangre de su cuello de donde tenía la cicatriz de la marca del petulante León alfa que se la había hecho hace varios meses atrás para reclamarlo como suyo y dejarlo "cargado" con una cría inocente que crecía en su vientre y que ahora peligraban sus vida por el rechazo.

Sangraba, porque aquel arrogante alfa que lo había enamorado después de haberlo ultrajado en uno de sus celos (pero que el alfa solo lo veía como un desfogue a su febril y desquiciado comportamiento sexual), ese maldito alfa que conoció a una omega de lo más "accesible y fácil" nuevamente para engañarlo como en el pasado y que esta vez sí rompió el vínculo que había formado con él, rechazándolo y estigmatizándolo ante la sociedad y ante la vida.

Ahora ya sabía que su vida personal y sentimental había sido arruinada, pero lucharía para que la de su cachorro fuese la más digna y admirable de todos. Se alejaría de aquella ciudad que lo destrozaría moralmente e iniciar una nueva vida en otro lugar donde pueda renacer como individuo para garantizarles un futuro a él y a su hijo.

Se juró jamás decirle a su hijo que su padre seguía vivo y crearle una imagen paterna ejemplar que desapareció en un accidente aéreo y que jamás fue encontrado. Y por su parte pidió a sus conocidos jurar solemnemente y ante lo más sagrado que tuvieran, que jamás le dirían al patán alfa que tenía un hijo suyo para así evitar desagradables encuentros.

Esta es la historia de un comienzo tortuoso, un presente difícil y un posible futuro en paz... o eso pretende creer nuestro protagonista.