Capítulo I
Jamás compartí la fascinación de la gente por disfrazarse en Halloween.
Adoro los dulces y las travesuras, pero eso de utilizar un disfraz es otra historia. Tiene que ver con el hecho de que pasé toda mi vida usando uno y no por elección, sino por obligación.
Soy un Adam vestido de Eva en una sociedad femenina, donde mi sola condición biológica podría condenarme a muerte por considerarse una amenaza para la paz vigente.
Una de mis madres, Bianca, bromea diciendo que al menos esta noche del año puedo salir a las calles luciendo la imagen que tendría de haber habitado el planeta cincuenta años atrás. Al fin y al cabo, si una fémina viera a un varón paseando por New Paradise la víspera de Halloween no se alarmaría, sería un monstruo más del montón. ¡Vaya sentido del humor!
En parte, quizá tenga razón pero no puedo correr el riesgo y como me niego a usar una máscara adicional opto por otras opciones.
Esta noche, con mis mejores amigas Blue y Eva —quienes conocen mi secreto—, iremos a una Biblioteca. Pero no una común y corriente.
La dueña de aquel santuario literario es Madame Clutterbuck, una dama adinerada y excéntrica, que ha dedicado la mayoría de su vida a armar un inmenso acervo bibliográfico especializado en temática mística y paranormal. ¡Perfecto para la ocasión!
La Biblioteca está ubicada en su mansión en las afueras del distrito, lo suficientemente lejos de cualquier potencial visitante (se dice que Madame Clutterbuck es una mujer poco sociable). No obstante, hoy la propiedad está abierta al público debido a que será exhibida para la venta. Oportunidad idónea para un recorrido.
Confieso que no me espanta el hecho de que la edificación se halle sobre una desolada colina, atravesando un páramo inefable —el Edom de New Paradise—, pero ese color morado mustio de los muros exteriores me da escalofríos. ¡Mi artista interior está al borde del colapso!
—Jamás había visto tanto morado junto. ¡La casa parece una uva!—exclama Blue frunciendo el gesto.
—El morado fue durante algún tiempo el color distintivo del feminismo —aporta Eva con sabiduría, conforme nos adentramos en la propiedad.
La casa está vacía y silente. Me resulta raro, considerando que es la noche de apertura al público.
¿Nos equivocamos de día? Pienso.
Por otro lado, las puertas de entrada se hallan abiertas de par en par en sugerente bienvenida.
—Una bruja feminista. No me había dado cuenta. ¡Qué ironía! —dice la peliazul.
—¿A qué te refieres con bruja? —indago—. A propósito, ¿creen que deberíamos anunciarnos y pedir referencias para encontrar la Biblioteca? ¡Esta casa parece un laberinto!—observo, señalando sus múltiples pasadizos.
—¡No puedo creer que no conozcas la historia Adam! —se queja Blue, al tiempo que gira sus orbes felinos—. Madame Clutterbuck no solo es excéntrica por sus gustos peculiares, sino porque practica magia. Es como la Wicca ancestral de New Paradise. Todo mundo lo sabe. Incluso, quienes han tenido la gracia de conocerla en persona, aseguran que no ha envejecido ni un poco a lo largo de los años.
—Eso no es magia, es la ciencia de la cabina rejuvenecedora, querida —comenta Eva, burlona.
No puedo evitar reír.
La cabina, es similar a la cama solar de antaño en cuanto al diseño, pero brinda mucho más que un simple bronceado. La nueva tecnología láser modifica la estructura de las células aletargadas reactivando la producción de colágeno a un ritmo acelerado. Una exposición prolongada y una mujer de veinte podría salir en pañales. ¡Okey exagero! Pero da muy buenos resultados.
—Piensen lo que quieran —espeta la peliazul, molesta—, pero es la verdad. Innumerables testimonios lo respaldan. Y respecto a tu otra pregunta Adam, no veo a ningún ser viviente a quien pedir información. Además, recuerda que hemos venido en plan de compradores potenciales. Sería extraño preguntar por un sitio de la casa en concreto.
—No le veo lo raro. Soy un potencial comprador bibliófilo —alego risueño, pero un sonido chirriante me sobresalta—. ¡¿Qué fue eso?! —pregunto, aferrándome al brazo de Eva.
Ahora quien está riendo es Blue.
—Menos mal que no creías en brujas —declara, sarcástica—. Es solo una puerta abriéndose —señala hacia la fuente del sonido.
En la lejanía se aprecia un potente resplandor, en comparación con la tenue luz del corredor.
A través de un portal entreabierto (que ha aparecido de forma repentina) puedo visualizar un salón y alcanzo a distinguir parte del mobiliario. Se asemeja a un gran comedor.
—¿Qué haces? —cuestiono a mi compañera al verla avanzar.
—Voy por unos refrigerios, obvio —responde en tono casual.
Eva la sigue.
—¡¿Qué?! No es mala idea un bocadillo antes de una buena lectura o durante —se excusa, alzando sus hombros ante mi mirada inquisidora.
Las sigo —y no por el hecho de que me desagrade quedarme solo en una antigua casona atestada de objetos místicos—, sino porque mi estómago empieza a crujir.
Al llegar a la habitación confirmo que se trata de un comedor. Es evidente que alguien invirtió en luces led, porque toda la imagen en conjunto refulge. Incluso el tono morado de las paredes parece más alegre y vivo.
Recorro el espacio con la mirada.
Los muebles son modernos en comparación con la fachada externa.
Sobre la chimenea cuelga el retrato de una mujer, que no puede ser otra que nuestra anfitriona. Su porte denota sofisticación y su atuendo violáceo y ampuloso, en conjunto con la gargantilla de perlas, la hacen lucir soberbia. El blanco de la joya destaca el tono de sus penetrantes ojos negros de acuarela. Es un lienzo bastante realista. Incluso parece que la misma Madame nos custodia desde lo alto.
Sobre la amplia mesa vidriada hay un único plato, una visión en blanco porcelana, interrumpida por un tinte carmesí que se derrama por toda la pieza en cascada. El líquido sanguinolento brota desde un corazón de igual tonalidad: rojo brillante, perfecto... ¡Tentador!
—¡Por amor a Lilith! Adoro las manzanas acaramelas —expresa Blue, efusiva.
Eva la respalda.
Reconozco que también soy afín a todo tipo de dulces y se me hace agua la boca. Pero ¡stop!
¿Acaso no resulta extraño que sea la única fuente de alimento y que se ofrezca de manera tan sugestiva?
No puedo evitar hacer una analogía con el fruto prohibido y sus consecuencias. Por desgracia, los pensamientos calamitosos llegan después de haber devorado media fruta.
Me resulta increíble lo que he hecho. Pero el dulce en mis manos me delata. Además, la manzana tiene tres mordiscos diferentes.
¿Cómo es posible? Me pregunto, sin comprender el momento exacto en que aquel jugoso fruto pasó de la bandeja a nuestras manos y de nuevo al plato.
Mis cavilaciones se ven interrumpidas por un grito aterrador.
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