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—Me alegra volverlas a ver —comenté cuando me senté en la mesa que estaban mis amigas, no las veía hace algunos meses.

—Ya hacía falta juntarnos. Hay tanto que les quiero contar —habló mi amiga cuyo nombre es Camila. Hace muchos años, ella tenía el cabello rubio con ojos de color azul, pero mientras crecía tomó un tono café muy claro.

—Dímelo a mí, pero primero quiero café —repuso mi otra amiga Alejandra. Ella es la más alta de las tres. Tiene ojos cafés y cabello negro chino, siempre me gustó mucho.

—Empiecen a contar, ¡vamos! —capté su atención.

Ellas dos son mis mejores amigas desde que tengo memoria. Siempre hemos sido muy unidas, y desde siempre me han hecho reír hasta que la panza me duele, con ellas comparto los mejores momentos de mi vida, y los peores. Siempre han estado para mí, y siempre estaré para ellas como mínimo a toda la ayuda que me han dado a lo largo de mi vida.

Duramos un par de horas en el café, la gente entraba y salía del local, pero nosotras permanecimos ahí. Conversamos, reímos, conspiramos acerca de nuestros problemas, dimos demasiados consejos, que probablemente sean ignorados por lo tercas que somos.

—Bueno es hora de que les cuente el chisme del año...Bueno no es el chisme del año pero si es una noticia muy importante —balbuceé del entusiasmo.

—Ay, ya me habías emocionado —se quejó Alejandra. Yo estaba sentada enfrente de ellas, así que las dos me miraban ansiosas.

—Ya pues, cuéntanos —dijo Camila moviendo su mano para que prosiguiera.

—Me di cuenta de que estaba harta de mi departamento. No podía seguir soportando a los vecinos y la zona, así que mudé —mencioné. Mis amigas me veían como si de una broma se tratase.

—¿En serio te cambiaste? ¿Hace cuánto? —preguntó Alejandra, parecía estar confundida.

—Hace una semana terminé el trato. Hoy empiezo a llevar mis cosas de mi departamento hasta la nueva casa —expliqué y le di un sorbo a mi café.

—¿Casa? Necesito que me expliques mejor qué está pasando —repuso Camila.

—Conseguí una pequeña casa no muy lejos de aquí. Me enamoré en cuanto la vi por fuera, y cuando la vi por dentro, supe que tenía que vivir ahí —hablaba como si un sueño se hubiera cumplido.

Esa casa era tan cálida pero tan fría a la vez. Estaba en un silencio perfecto, pero reconfortante. Era perfecta.

—¿Una casa? Siempre creí que tu vivirías en un departamento —comentó Camila levantando las cejas.

—Yo también, las casas no son lo mío, pero esta es la excepción.

—Bueno amiga, me alegro por ti, que te guste tanto tu nueva casa —mencionó Alejandra y yo asentí con una gran sonrisa en la cara.

—¿Cuándo nos la vas a mostrar? —Camila preguntó curiosa.

—Quería proponerles si me acompañaban a comprar unas cosas para decorar mi nuevo hogar —dije.

—Por supuesto, pero tengo que irme temprano porque necesito hacer unas cosas de mi trabajo —mencionó Alejandra e hizo una mueca.

—Vinimos en mi carro, así que nos iremos juntas, si quieres te seguimos en el tuyo para llegar... —intentó hablar Camila pero yo la interrumpí.

—Sobre eso. Ya no tengo carro, tuve que venderlo para conseguir dinero y comprar la casa. Me impresiona que no se hayan cuestionado el hecho de que pudiera adquirir una casa —comenté y ambas se dieron una mirada dudosa.

—Mas vale que esa casa sea un sueño hecho realidad. Bueno, pediré la cuenta, el tiempo es oro —mencionó Alejandra.

—La casa es un sueño hecho realidad. Al menos para mí —comenté y me reí junto con Camila.

—Les doy la dirección y allá nos vemos, me iré caminando, está muy cerca —hablé mientras nos levantábamos después de pagar la cuenta.

—¿No quieres que te llevemos? —se ofreció Camila.

—Ustedes adelántense, yo tengo que comprar algo en la tienda. —Les dije mi dirección mientras salíamos del lugar y una vez afuera les di mi llave—. Estoy segura de que llegaran antes que yo, así que entren y echen un vistazo. Yo intentaré no tardarme mucho —agregué y me despedí de ellas.

***

Pasaron dos días, dos normales días después de haber estado en el café con mis mejores amigas.

El sol se había ocultado, y yo estaba exhausta por mi día, estuve dando muchas vueltas por la ciudad, aún después de haber salido del trabajo. Lo único en lo que pensaba era en llegar a dormir.

Entré a mi casa y vi el correo en el piso. Lo tomé y me dirigí a mi viejo departamento ya que ahí tenía mi cama todavía. Una vez ahí, me puse pijama e hice mi rutina para dormir.

Por fin mi cuerpo pudo descansar, aunque mi vista se paseó por el correo que acababa de llegarme. La mayoría de las cartas estaban destinadas para la persona que antes vivía aquí, pero había una en específico que robó mis ganas de dormir. Era una carta hecha a mano. No decía para quién iba dirigida, solo venía el nombre de la persona que la mandó. Tenía mi nueva dirección, y una dirección que no lograba reconocer. Esto me parecía tan extraño. Tenía un presentimiento de que yo debía abrirla, pero lo más seguro es que sea del dueño anterior, y si la abro, estaría invadiendo su privacidad.

Me decidí por darle una llamada al día siguiente, para que recogiera su correo, y de paso preguntar si sabe algo sobre la carta.

Cuando menos me di cuenta, ya estaba dormida.

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