4._Miseria


La persona se sentó en el suelo, bajo la lluvia. Tenía el tobillo lastimado. Zamasu podía ver la marca amoratada sobre la pálida piel del mortal que le veía como embelesado hasta que soltó un pequeño estornudo.

–¿Tienes frío?– le preguntó Zamasu y el humano asintió con la cabeza.

El dios estiró el brazo hacia su costado, hacia un pequeño monte que se levantaba en el bosque. Ahí estrelló una esfera de energía creando una gruta para refugiarse. Caminó hacia allá a paso lento y poco antes de entrar miró al ser humano, por encima de su hombro, como invitándolo a seguirlo. La persona se puso de pie y fue tras el dios que hizo aparecer una silla para sentarse. Era de un diseño simple, pero se veía muy cómoda. El humano al llegar ahí se comenzó a quitar la ropa sin ningún pudor.

–Conserva la compostura– le exigió Zamasu a quien no le ofendia la desnudez del mortal, sino su falta de tacto.

La persona, que se había quitado casi todos sus harapos, se giro a ver al dios y luego se miró a si mismo como si algo le pareciera extraño, pero en realidad solo había pensado que estaba haciendo una tontería debido a que sin una fuente de calor, al desvestirse, se enfriaría más rápido. Lo dijo como un niño que acaba de resolver un acertijo. No volvió a vestirse y se acurrucó contra la pared de piedra abrazando sus piernas. Al meter la cabeza en el espacio que hizo entre su pecho y sus rodillas, sintió un aire tibio y una luz abrazando su figura. Zamasu le había enviado un orbe de energía dorada que le transmitía un suave calor.

–No lo toques– le advirtió cuando aquel ser humano estiró las manos para sostener la burbuja de ki– Te puedes quemar– le apercibio.

–Gracias– le dijo la persona. Era la segunda vez que el dios oía esa palabra de boca de aquella criatura.

Zamasu cerró los ojos y volvió su vista al frente, a la entrada de la gruta. La lluvia se oía más despacio al interior de ese lugar, pero todavía le era un tanto molesta. Regreso la vista al ser humano que miraba el orbe de energía como una polilla ve un bombillo.

–Matalo– le dijo su voz en su oído. La figura translúcida de si mismo descansó los brazos sobre sus hombros. Sintió el peso y dobló un poco la espalda–¿Acaso no es lo estabas buscando para exterminarlo? Acaba con este mortal de una vez y continua tu propósito.

Zamasu ignoró la voz a su costado, pero no sacó la mirada de aquella persona que le regreso el gesto acompañado de una sonrisa.

–¿Tienes té?– le preguntó con entusiasmo.

–Es insolente e infecta la belleza de este mundo respirando el aire de este planeta, acaba con él– le dijo su espectro a su costado.

– No lo hagas, Zamasu– le dijo la figura de Gowasu parándose junto al ser humano– Si extingues esta vida, te quedaras solo.

–Pero si eso ha sido siempre lo que has querido, Zamasu– le dijo su voz a su izquierda– Tu plan no te conduciría a otra cosa que la más absoluta de las soledades. A ser el único ser pensante de este universo...Para siempre solo, para siempre incomprendido.

–Zamasu– exclamó el fantasma de Gowasu.

– Zamasu– llamó su voz, en esa oportunidad a su espalda.

–Zamasu...

–Zamasu...matalo de una vez.

–Zamasu, no lo hagas.

–Zamasu... Zamasu... Zamasu...

Las voces de Gowasu y la suya comenzaron a entremezclarse hasta volverse un zumbido como de un millar de abajas del que intentó huir llevándose las manos a los oídos, pero de pronto todo ese ruido de silenció tras la pronunciación de su nombre en voz del ser humano.

–Zamasu- le llamo la persona– ¿Te duele la cabeza? A mí me duele a veces– le dijo llevándose la mano a la nuca.

El dios escuchó al humano hablar un rato sin interrumpir su discurso.

–Solo estaba soñando despierto– se dijo con cierto alivio y se concentró en la voz de aquella singular persona.

La voz de ese ser humano era joven y clara, pero no dejaba saber si era la voz de un hombre o una mujer. Pasaba lo mismo con su aspecto. Incluso en ese instante en que tenía puesta menos ropa, no era posible para Zamasu definir su género. No estuvo muy seguro de porqué ese detalle comenzó a provocarle curiosidad, puesto que él sabía que existían especies que no requerían de dos sexos para reproducirse, como también que había mundos habitados por seres que para nada se asemejaban a un terricola. Tardo un poco en comprender que su interés en el genero de esa persona se debía precisamente a eso. A qué estaba en la Tierra y los habitantes de ese mundo, tuvieron un aspecto que definía muy bien su género.

Sonriendo de modo indulgente, pero indulgente consigo mismo, Zamasu le preguntó a ese ser humano si era un hombre o una mujer. No es que le importará demasiado. Lo que buscaba era evitar que se callara. Su voz lo hacía sentirse tranquilo, consciente.

–¿Que si soy hombre o mujer?– repitió la persona como si no entendiera lo que el dios le decía– ¿Eso qué es?

Zamasu le miró como si creyera ese humano se estaba burlando de él. Pero no era así y no tardó en recordar el como esa persona desconocía lo que era una taza, lo que era el té, lo que era un dios. Dejando de lado su soberbia con una paciencia desconocida para él, Zamasu comenzó a explicarle que eran un hombre y una mujer. Obtuvo toda la atención de esa persona cuyos ojos se llenaron de curiosidad y asombro. Le hacía preguntas, le compartía sus impresiones interrumpiendo de manera bastante molesta, pero al final de esa pequeña cátedra, el ser humano no supo concluir si era un hombre o una mujer. Para disgusto de Zamasu se terminó de desvestir delante de él y aunque en un principio el dios apartó la mirada por desagrado a la falta de pudor del extraño ser humano, tras unos minutos volvió su mirada a él o a ella o a ninguno. Esa persona no tenía características físicas de ninguno de los géneros y tampoco genitales que pudieran definirlo como uno u otro.

Después de examinar a ese ser con la mirada, Zamasu empezó a dudar de que fuera un ser humano. Al menos no uno natural.

–Tengo frío– exclamó la persona y se abrigo con sus brazos para después volver a ponerse sus húmedas prendas.

–¿Será una invención de los humanos?– se preguntó Zamasu llevándose la mano a la barbilla– ¿Tienes un nombre?

– ¿Humano no es mi nombre?– le consultó con ese aire infantil que tenía.

–No, no lo es. Tú perteneces a la raza humana, por ello eres un humano– le dijo Zamasu que estaba empezando a tomarle el gusto a enseñarle cosas a esa persona. Y es que aunque rara vez hablaba por un tiempo prolongado, siempre que lo hacía era capaz de soltar un elaborado torrente verbal– Necesitas un nombre– pensó al ponerse de pie y caminar hacia la entrada de la cueva. La lluvia se estaba debilitando– Te llamaras Mizu– le dijo viendo al exterior como si haber encontrado la palabra para definir a ese humano lo llenara de orgullo.

–¿Mizu?– repitió la persona– Se oye bien. Entonces... ahora soy un Mizu.

Zamasu le dió una sonrisa medio cínica, sin dejarle saber que escogió ese nombre porque su significado era: agua. Desde su perspectiva del dios un nombre muy bien pensado. Con paciencia volvió a su silla para  hacerle algunas preguntas relacionadas al lugar donde había despertado y que había estado haciendo solo en ese bosque, pero las respuestas de Mizu eran muy vagas. Después de unas horas el joven humano mostró signos de fatiga y sin reparos se tendió en el suelo, para descansar, al amparo del orbe de energía que Zamasu extinguió un poco después.

Zamasu se resistió a dormir. Cerrar los ojos le parecía asomarse a un abismo de hollines y escorias retorciéndose como una marea que parecía querer erosionar las rocas de sus ideas. Pensó en despertar a Mizu, pero al fin era un mortal que se fatigaba rápido. Era mejor permitirle descansar para que le fuera útil después.

–¿Dependiendo de los mortales otra vez, mi querido aprendiz?– le preguntó la voz de Gowasu y Zamasu se levantó de su silla como si lo hubieran pateado de ella. Se giro para encarar al espectro y atónito vio a su maestro con el pecho atravesado por la herida que él le provocó.

–Qué...– tartamudeo Zamasu y sacudió la cabeza esperando fuera suficiente para deshacerse de esa imagen– ¡Déjame en paz, aparición!– gritó y lanzo a su maestro un rayo de ki.

La pared del fondo estalló dejando una cortina de polvo y esparciendo fragmentos de roca en el lugar.

–¿Por qué no aceptas que has llevado tu frustración demasiado lejos?– le habló su propia voz detrás de sí– ¿En serio crees que estás haciendo algo bueno al exterminar a los mortales? Cada una de esos muertos es una particula que extingues de tí ¿Qué hace un dios sin los mortales, Zamasu? Te lo diré: pierde la cabeza– rió su voz y sus carcajadas sonaron en su oído hasta que abrió los ojos.

No llovía más. La luz del sol y el canto de las aves le anunciaron era de mañana y estaba a salvo de sus pesadillas. Se había dormido sentado en esa silla, lo que le provocó un malestar cervical que lo hizo frotarse la nuca mientras buscaba a Mizu. El pequeño ser humano no estaba en dónde se había acostado a descansar. Preocupado por no hallarle, Zamasu se levantó y lo llamó tan pronto se asomó por al exterior. Viendo el bosque limpio y luminoso, el dios intentó ubicar a Mizu con la mirada, con los sentidos, pero no le fue posible dar con él.

–¡Mizu!– exclamó apoyándose en la fría piedra que sostenía la entrada a la gruta, pero nadie respondió– ¿Dónde se ha metido este humano?– se preguntó en su pensamiento y luego bajo la vista al césped.

El suelo blando ayudo a que las huellas de Mizu fueran más evidentes y fáciles de seguir. Por la distancia entre un paso y otro, Zamasu descubrió Mizu se había ido corriendo entre los árboles. Él fue tras el ser humano disfrutando de los ruidos del bosque y el tibio sol que se asomaba entre el follaje perfumado. Zamasu caminó por varias horas preguntándose qué tan lejos podría haber ido Mizu y ansiando encontrarle pronto. A ratos creía oír una risa en su oído o en la espesura de la vegetación, pero ignoraba aquello. Sin embargo, allá en el fondo de su conciencia no era tan fácil hacer de cuenta que ciertas ideas no estaban ahí.

Poco antes de alcanzar un claro, Zamasu se cuestionó por qué deseo el cuerpo del mortal llamado Gokú. Con las super esferas pudo haber deseado un poder mayor al de él o al de cualquier otro ser. Pudo desear la  extinción de todos los dioses, la desaparición de los mortales o todo eso junto si hubiera formulado un deseo con meticulosidad.

– Fue una decisión demasiado apresurada– se dijo en voz baja y viendo las huellas de Mizu en la hierba– Tampoco había necesidad de buscar un universo alterno para llevar a cabo mi plan– reflexionó un poco después haciendo un gesto de repulsión. Estuvo a punto de sentirse un total estúpido cuando, adelante, vio unas grandes piedras azules.

Entre el mar de árboles había un espacio donde la hierba crecía muy baja y de manera poco uniforme. El suelo ahí estaba algo oscuro y en una depresión de alzaban unas piedras azules cristalinas. Había una bastante alta. De unos cuatro metros que parecía haber sido bastante erosionada. Tenía una forma irregular y casi parecía que las demás piedras eran fragmentos de ella. En medio de esta estructura de primitivo aspecto estaba Mizu sentado a lo jefe indio. Zamasu lo observó desde lejos. Le pareció que el mortal estaba dormido o algo así, pero en cuanto puso un pie en esa depresión, Mizu le miró.

–Zamasu- murmuró y se puso de pie, pero cayó.

El dios descendió de un salto cerca del ser humano que se quedó arrodillado como un niño que acababa de despertar.

–¿Este es el lugar que me mencionaste ayer?– le preguntó el dios viendo a la más grande de las piedras.

–Sí – respondió Mizu parándose con torpeza– Yo desperté justo aquí hace tiempo– reafirmó señalando el suelo– Fui hacia allá, hacia allá, también por allá y del otro lado también, pero todo lo que encontré fueron ciudades vacías. Y animales que por poco me comen. A algunos me los comí yo– agregó con una mirada juguetona.

Zamasu le escuchó, pero su atención la puso en esa piedra caminando entorno a ella con mucha curiosidad.

–¿Seran las ruinas de algún templo de culto primitivo?– se preguntó el dios– Si así fuera Mizu podría ser algún tipo de entidad del mundo intangible. La existencia no solo está compuesta por la materia. Por algo existe el mundo de los...

Zamasu detuvo su caminata al recordar que las almas de los mortales debían estar abarrotando al "Otro Mundo". Él solo estaba asesinando a los mortales. No era un dios destructor para terminar con sus existencias. Solo un dios de la destrucción tenía el poder para exterminar cada partícula que componía el ser, desde la carne hasta el alma. Poniendo su mano sobre esa piedra cristalina, en que su figura se reflejaba distorsionada, Zamasu echo a reír. Sus secas y despotas carcajadas hicieron a Mizu verle con temor.

–Soy un estúpido– se dijo llevando su otra mano a su rostro para cubrir la mitad de este– Ellos todavía están ahí. Los humanos todavía existen.

Zamasu siguió riendo otro rato y Mizu se acurrucó contra una de las piedras. Zamasu pudo verlo por el reflejo en la piedra y rió más. Rió hasta que de sus ojos brotaron lágrimas que se fueron a mezclar con los fluidos de su boca, mientras él se dejaba caer al suelo para revolcarse en su miseria.

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