Sollozo a Medianoche
Zaragoza era un sitio tranquilo y relativamente pequeño, hasta que Sam llegó.
Famoso por su belleza, no por su talento. Sólo yo conocía su inclinación por el arte, el cual él tanto valoraba. Cada fría y silenciosa noche se oía el triste y escurridizo sonido de una guitarra descuidada, y esta melodía sólo se oía al salir a mi balcón.
¿Dónde había ganado su fama? Ni yo lo sabía, él sólo era un simple mortal de rostro bonito que ocultaba sus inseguridades bajo una poderosa máscara de miradas frías y sonrisas fingidas, por lo que, su reconocimiento era irracional.
A mi lado yacía Bruno, con sus ojos oliva símiles a los de una serpiente, de sonrisa desgarbada y flaca, carente de brillo. Pero yo aspiraba a más; a una vida sin cadenas ni restricciones, necesitaba salir de ahí. Sin embargo, no sería tan fácil como una vez creí.
Samuel d'Aramitz.
¿Cuándo aprenderás
mi nombre?
—Sphinx.
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