II. Papá
[Extra de Estanislao, segunda parte]
Había cumplido diecinueve años y ya tenía unos dos años de noviazgo con mi amada. La adoraba como nunca y habíamos tenido nuestra primera vez en mi cumpleaños. Recordaba aquella torpe ocasión con ternura, ni Nora, ni yo lo habíamos hecho con alguien alguna vez, por lo que nuestro encuentro había sido corto, titubeante, y de a ratos tierno. Sin embargo, al despertar a su lado y verla desnuda y envuelta por mis brazos supe que nada en el mundo me haría más feliz que eso.
Unas noches tras ese suceso extraño le pedí que me acompañara a una cena familiar. Grave error.
Me arrepentí totalmente de ir a esa cena.
Especialmente porque ahí estaba nuestra madre. Tan pragmática y elegante, sin embargo, con una lengua viperina que tajaba la paciencia.
Samuel ya tenía sus trece años, casi catorce. Había crecido un poco en cuanto a su estatura, pero seguía teniendo rostro de niño. Él observaba tenso su plato sobre la mesa, se sentó junto a mí, del lado derecho, mientras que en el izquierdo estaba mi Eleonora. Lucía espléndida con su maquillaje elegante y había sorprendido a mi propio padre.
Miré a mi madre junto a la cabecera, donde estaba Gonzalo. El parecido de sus ojos con los de Sam siempre me ponía alerta. Tenía ojos de hierro, sin brillo a diferencia de los de Sam. Su melena negra ondulada le llegaba por debajo de la cintura, brillaba como azabache bajo la luz anaranjada sobre la mesa de comedor. Tenía un semblante que intimidaba, esto se debía a su mirada pétrea, su esculpida mandíbula con pómulos prominentes y felino delineado de ojos.
—Entonces, Eleonora. —Su voz fue amarga, con un tono serio como el gris de sus ojos—. ¿Qué es lo que te gusta de mi hijo mayor?
Benjamín se removió incómodo sobre su asiento. No cruzaba miradas con su exesposa, pese a que ella se fijaba con insistencia en él.
—Lao es un chico dulce. Es cariñoso, amable y...
Mariana se rio por lo bajo y mi novia la miró con el ceño fruncido.
—No, no pasa nada. Sigue, sigue —habló condescendiente.
Noté vergüenza en la mirada de mi chica y la miré preocupado.
—No es necesario que hables si no quieres —murmuré muy bajo.
Ella asintió y respondió:
—No tenía nada más que decir.
Eleonora masticó la ensalada con leve incomodidad. Mariana tenía una insistente mirada sobre ella.
—¿Sabes que es una falta de respeto, Nora?
—¿D-de qué habla?
Fijó sus ojos en el plato de Eleonora.
—Traer comida de tu casa a una cena.
—No como carne.
—¿Vegetariana? —Alzó una ceja.
—Vegana.
La pelinegra sonrió de oreja a oreja.
—¿Es por eso que estás tan flaca, niña?, ¿te faltan nutrientes?
—Es su contextura física —respondí con los dientes apretados—, nada tiene que ver con que no coma animales.
—¿Pero por qué...?
—Mariana, ya basta —espetó Benjamín—. Deja a Nora en paz.
—¿A ti no te preocupa la pareja de tu hijo, Benjamín? ¿Qué haréis cuando tengáis un bebé? ¿Le daréis leche de lechuga? —se mofó y Eleonora bajó la cabeza teniendo el rostro rojo de vergüenza—. ¿Queréis un hijo raquítico, como la madre?
—¡Cierra la boca de una vez! —bramé iracundo, con los puños cerrados en el mantel de la mesa.
Gonzalo permaneció callado, ignorando los insultos que su esposa soltaba sin vergüenza.
—Cuando Nora me cocina la comida sabe bien. —La voz baja y tranquila de Sam acabó con la agresividad pululando en el cuarto—. Me gusta aunque sean solo plantas, no creo que sea malo que Lao y Nora tengan un hijo. Yo no recuerdo alguna vez que usted me haya cocinado. —La última frase sonó tímida y Mariana escrutó con intensidad a su hijo, mas no le dio atención. Gonzalo, por su parte, pareció tener más reacción debido a que sus hombros se tensaron.
La cena finalizó en silencio. Solo el tintineo de los cubiertos abundaba en el cuarto. Me encontré con Mariana tras cenar, ella estaba fumando en el patio de la casa que tenía con Gonzalo. La luna resplandecía bella en el cielo oscuro de la noche y los grillos canturreaban una aguda melodía alrededor de nosotros.
—¿Por qué no hablaste con Sam?
—¿Crees que lo quiero ver? —masculló—. Tu padre insiste en que lo vea, parece que quiere restregarme en la cara al niñato ese.
—Es tu hijo.
—Más tuyo que mío. ¿Cuántas veces lo he visto en la vida? Ni siquiera puedo mirarlo mucho tiempo porque me da naúseas.
Fruncí el ceño.
—Hablas como si tú no lo hubieras parido.
—Nunca quise parirlo. —Exhaló el humo de su cigarrillo y clavó su mirada platino en mí—. Debería haberlo abortado apenas me enteré que existía.
—¿Y por qué no lo hiciste?
—Tu padre se dio cuenta —suspiró.
—Al menos te hubieras protegido cuando estuviste con Gonzalo... Mínimamente.
—No me restriegues mis errores, chico. Estás muy pequeño para faltarle el respeto a tus mayores.
—¿Qué respeto te debo, Mariana? Si solo... lo hubieras evitado nuestra familia no estaría tan rota.
—¿A qué te refieres con evitarlo?
—Hablo de estar con Gonzalo, Mariana.
—¿Follarlo?
Apreté mis labios con fuerza, reprimiendo un bufido.
—Sí...
Ella carcajeó y me sonrió, enseñándome sus dientes blancos perfectos.
—Cuando pase una señorita detrás de tu linda Norita te olvidarás de ella enseguida, Lao, solo podrás pensar en las curvas de esa otra chiquilla mucho mejor a tu niña flaca. —Caminó hacia mí con sus cejas alzadas—. Y cuando menos te lo esperes estarás en una cama que no es la vuestra, en una casa donde no están tus hijos, suspirando el nombre de una mujer que no es tu esposa.
Apagó el cigarrillo en la mesa a mi lado.
—No te proyectes en mí. Es horrible.
—Tarde o temprano todos comemos la manzana prohibida, hijo, y cuando tú lo hagas me comprenderás. Y Samuel... Samuel es vestigio de mi pecado. Es por eso que lo odio.
—¡Es un niño! —exclamé afligido—. Mi hermano nunca te ha hecho algo malo, él siempre es tan bueno con todos, pero está tan devastado por lo que tú le hiciste a la familia. Deberías ver cómo llora cuando se da cuenta que en el día de la madre en la escuela todos los niños le dan un regalo a su cariñosa mamá, mientras que él apenas y tiene un padre. —Apreté mi mandíbula, a punto de caer en el llanto. Las lágrimas me embadurnaron los ojos y me llevé la mano al pecho—. No quiero que regreses con papá, quiero que, al menos un día en su vida, le dés algo de amor. ¿Es eso tan difícil?
—Es difícil fingir amar. —Desvió su mirada y su semblante perdió todo atisbo de jocosidad—. Por eso hice lo que hice.
—Solo háblale. Mariana —exigí—. Solo háblale.
Mi madre me dio una mirada de culpa y se apartó de mí.
—Traélo.
Hice lo que pidió y Samuel permitió que lo condujera a su madre. Papá insistió en que era mala idea, pero no lo escuché. Al final, preferí mantenerme distanciado de Mariana y Sam, pero no tanto como para no poder escuchar su conversación.
Mi hermano miraba al suelo mientras mi madre fumaba a su lado, él tosía un poco por el humo cercano, pero ella lo ignoraba. Eran idénticos. Incluso tenían la misma forma de ojos, podía jurar que sus pecas tenían la misma posición. Solo cambiaban sus posturas, mientras Mariana tenía una actitud relajada, Sam tenía un comportamiento tímido y había terror en su expresión.
—¿Qué tal tus calificaciones?
Sam se encogió de hombros.
—¿Son buenas?
Negó con la cabeza.
—¿Malas, entonces?
Asintió con un sonido.
—Pareces un niño callado.
—No la conozco —respondió—. Apenas la recuerdo un poco.
—Puedes tutearme, ¿sabes?
Mariana intentó poner una mano sobre el hombro de mi hermano, pero él se alejó.
—No sé. Lao dice que a los mayores se les habla de usted.
Ella carcajeó un poco, aunque se notó la falsedad en su tono.
—Te llevas bien con tu hermano mayor, ¿no?
—Es bueno conmigo. Me compra videojuegos y me ayuda con matemáticas.
—Tu papá me dijo que amas la chocolatada, ¿Lao la hace?
—Sí. No me sale tan bien como a él. Pero sé hacer pasta y me queda mejor que a mi hermano.
Mariana se rio y Sam permaneció silencioso. Dio vuelta la cara y miró fijamente una flor en un arbusto, evitando el contacto visual con Mariana.
—Usted es mi mamá, ¿verdad?
Ella apretó los labios y cogió un cigarrillo. Cuando lo encendió y exhaló el humo Sam tosió y se cubrió la boca por timidez.
—Sí.
—¿Entonces por qué nunca está en casa?
No contestó la pregunta de mi hermano.
—Se siente algo triste cuando en mis cumpleaños solo está Lao porque papá está trabajando.
—Sam, sé que es difícil de entender. —Mariana apagó el cigarrillo contra la mesa de patio y Samuel miró confundido a su presunta madre—. Pero créeme que es mejor así.
—¿Sin que me hable? Pero si yo no hice mal. —La voz se le quebró y pasó el dorso de su mano derecha por sus ojos—. Me porto bien, hago mis tareas... y-y no-no soy malo. ¿Por qué no me quiere?
Ella se puso de pie y bufó. Sus ojos platino revelaron el fastidio auténtico. ¿Cómo podían ser dos rostros tan similares ser en realidad totalmente distintos? Incluso las pecas de Mariana parecían ser idénticas a las de Sam, pero a pesar de esa similitud palpable, se podía ver la gran diferencia en la manera de mirar de ambos. Ella era imponente, autoritaria y fría, sin embargo, Samuel tenía un rostro que evidenciaba inocencia, tenía los ojos impolutos de maldad, con un brillo tan infantil e iluminado que hacía escocer los ojos al verlo directamente.
—Deberás aprender a vivir con ello, Samuel —dijo lacónica—. Lo entenderás cuando seas adulto.
Mi hermano estuvo a punto de responder algo, pero de inmediato di zancadas y me interné en el patio para cogerlo de la mano. Miré a mi madre con el ceño fruncido y la mandíbula tensa.
—Me iré con mi hermano. —Le di un vistazo de arriba abajo y ella ladeó la cabeza con desdén—. Gracias por nada.
Arrastré a Samuel conmigo y luego busqué a Nora en la casa de Gonzalo. Al final conduje hacia el piso de Eleonora. Aparqué el coche prestado en el estacionamiento de abajo del edificio. Al entrar al lugar, preferí perder el tiempo con mi novia y mi hermano, tratando de hacerle olvidar el mal rato con su madre. Cuando era hora de dormir, eché un colchón al suelo junto a la cama donde estaban Samuel y Nora. Ella lo abrazaba con un cariño casi maternal, mientras que él suspiraba con angustia esporádicamente.
—No creas lo que dice Mariana, Sam —lo consoló mi novia—, no importa que ella no esté, nos tienes a Lao y a mí, ¿sabes? Nosotros somos suficiente.
—No es lo mismo —rezongó con su voz débil.
—Sam... —murmuré—. Claro que no es lo mismo, Mariana es tu madre, y Nora es tu cuñada y yo tu hermano. Pero, ¿de verdad preferirías pasar tus cumpleaños con esa bruja que ni siquiera te conoce o con Nora y conmigo, que siempre estamos para ti?
Él echó un gemido de tristeza y se acurrucó junto a Eleonora.
—No es lo mismo —repitió afónico.
No era lo mismo.
Las siguientes fiestas de cumpleaños de Samuel tampoco tuvieron a Mariana en ellas. Incluso yo había predecido que para su cumpleaños dieciocho no tendría la presencia de su madre junto a él. Nuestra familia ya se había fragmentado por completo, especialmente cuando papá se casó con Sabrina y se convirtió en el padrastro de Olaf, el hijo de un noruego cualquiera, al que trató como si fuera su propio hijo, muy diferente a como trató a Samuel, quien tampoco tenía su sangre. Aunque con el paso del tiempo el lazo entre mi hermano y nuestro padre se había estrechado, mi Sam todavía no perdonaba la indiferencia de mi padre que duró muchos años, pero ya era más comprensivo.
Pero yo no pude soportar ver a Sam sufrir por el cariño que papá le daba a Olaf, así que, a los diecisiete años de Sam y a los veintidos míos nos mudamos a otra región, a Zaragoza, Aragón. Me olvidé del catalán de Barcelona y solo me concentré en el castellano característico de nuestro nuevo hogar. Yo había elegido un piso en un edificio viejo cerca del río Ebro. Era un complejo con ya muchos años y lo noté en el mal estado de las ventanas que rodeaban las escaleras, las que yacían encintadas en algunas zonas. Teníamos vecinos relativamente tranquilos, salvo una pareja de al lado de la que no sabía mucho, solo que a veces discutían fuerte.
Samuel había crecido y había abandonado parte de la infantilidad de antes. La voz le había madurado un poco, aunque continuaba siendo suave para ser un varón. Era el retrato idéntico de Mariana, quizás con peluca podría haberla imitado.
A él le gustaba frecuentar un restaurante a poca distancia de mi trabajo. Tenía buena música ambiental y comida decente. Un día, estábamos esperando a Nora para almorzar juntos. Sam sorbía su pasta con los ojos deambulando por el panorama blanquecino del sitio.
Me acomodé sobre el mullido asiento y apoyé las manos en la mesa circular negra. Noté que mi hermano miraba algo con demasiada atención. Demasiada. Y cuando digo demasiada, me refiero a que en ese momento le hablé y no me contestó. Entró en un coma raro. Volteé para buscar qué era lo que miraba y alcé mis cejas.
Una chica que lucía de mi edad se reía junto a uno de los clientes sentado al lado de la ventana. Tenía su largo cabello marrón recogido en una prolija coleta que permitía ver su rostro iluminado por su sonrisa y mejillas sonrosadas, con una forma algo cachetona y aniñada. Sus ojos ámbar brillaron bajo la luz del sol que invadía el restaurante a través del ventanal. El chico castaño la miraba con tanto afecto que mis alarmas sonaron enseguida. Cuando regresé la mirada a mi hermano me di cuenta que seguía tan estupidizado como antes.
—Creo haber oído que se llama Catalina. —Sonreí de lado—. Es la vecina.
—¿C-cuál vecina? —reaccionó.
—La de al lado. —Me encogí de hombros—. Guapa, ¿no? Está con su novio.
Apenas pronuncié la última palabra me di cuenta del repentino estado de decepción de mi hermano menor.
—Oye, siempre se puede esperar a que esté libre. O podrías optar por ser el cuerno.
—Lao, por favor —masculló fastidiado.
Al final sí fue el cuerno. Pero no es necesario contar esa historia.
En la actualidad mi hermano vivía con su mascota y Katerine, una chica que en un inicio no me daba buenas vibras, pero al final resultó ser tan afectuosa con Sam que no me importaron sus errores del pasado. Ella había aprendido, después de todo, e intentaba barrer todo ese polvo de su identidad asistiendo a sesiones con un psicólogo de Zaragoza. Mi cuñada apoyaba a mi hermano en todos sus proyectos, le daba estabilidad y calidez, mostrando así los verdaderos colores brillantes de su alma, que habían sido opacados años atrás. Aún no estaba de acuerdo con revelar el secreto de papá, pero ya poco importaba. Si bien Samuel me evitó durante unas semanas, ya había perdonado mis errores y eso me llenaba de felicidad.
Eché un vistazo hacia fuera. La residencia de mi novia tenía bonitas vistas. Aunque a veces me preocupaba que alguien me viera en calzoncillos en la ventana. La luz de la mañana me follaba los ojos y parpadeé rápidas veces con tal de que mis ojos dejen de arder. Me di cuenta que Eleonora no estaba en la cama, cuando caminé hacia el comedor y cocina no la encontré alli. Recorrí el amplio piso con extrañeza, ¿habría ido a comprar?
Busqué por todos lados, hasta que acabé entrando en el baño. Intenté acostumbrarme a la cegadora luz y mis ojos ardieron aún más al ver a mi pequeña ovillada en el suelo frío. Su llanto me estrujó el corazón y corrí para auxiliarla. Me acuclillé frente a ella, le aparté el pelo de la cara, húmedo por sus lágrimas. Sus ojos se alzaron a verme, estaban rojísimos y ajados.
—Nora, cielo...
Intenté encontrar en su cuerpo alguna señal que explique la razón de que esté así. Estaba bien, al menos físicamente, solo que derribada y cerca del retrete.
—¿Pasó algo? —Intenté abrazarla, o al menos acariciar su pelo maltratado con tal de calmarla un poco—. ¿Algo te duele?, ¿te sientes mal? ¿Quieres que te traiga algo?
Permaneció lloriqueando sin cesar, se pasaba el dorso de su mano por su nariz mocosa y se refregaba los ojos.
—L-lo sient-to —balbuceó casi incomprensiblemente—. Lo arruiné todo. Perdón. ¡Perdóname!
Miles de posibilidades se dispararon en mi cabeza. No creía que mi Nora me fuera infiel, quizás había hecho algo mal. ¿Me había mentido u ocultado algo? No, no... Ella no haría semejante cosa, era consciente de mí. Debía ser algo más. ¿Pero qué podría ser?
Intenté no entrar en pánico y mantuve la calma. Mi Eleonora no era capaz de hacerme algo malo, lo sabía bien tras tantos años junto a ella. Confiaba en mi novia, pero, ¿cómo podía reaccionar? No comprendía a qué se refería y a pesar de mis preguntas su llanto no emanaba, ni ella parecía querer hablar.
—E-el... e-e-el c-cu-cubo...
Su voz fue afónica, muy débil para lo que solía ser normalmente. Me extrañé por completo, la observé con total preocupación y acaricié un lateral de su brazo.
Hice caso y me puse de pie para poder ver el cubo de basura. Me incliné sobre él y entre el papel higiénico divisé un par de formas lilas, con cautela tomé una cercana a la superficie y traté de no entrar en contacto con el contenido de la basura.
Era un test de embarazo.
Volteé a ver a mi novia y sus ojos me miraron llorosos. La negrura de sus iris y pupilas había sido desplazada por el brillo de su llanto. Mis ojos se asemejaron a los suyos y sentí mis lágrimas amontonarse en mi mirada.
—Es p-positivo.
—Lo arruiné todo.
Alcé mis cejas por completo y sonreí con toda mi cara.
¿Sería papá?
Toda mi mente estaba en blanco. Un padre, nunca había sido un padre, bueno, eso era obvio. ¿Realmente podría?, ¿y si era mal padre?
—Cariño, no has arruinado nada.
—¡Tenías planes! —sollozó ella—. Los cagué, lo siento, debí cuidarme más... La cagué.
—¿De verdad te preocupan mis planes? —Me acurruqué junto a ella y llevé su cabeza a mis clavículas—. Mis planes siempre han sido tener una vida contigo, Nora, ¿sabes lo feliz que me hace un bebé?
—De todas formas no quieres un bebé.
—Es inesperado —murmuré contra su oído, sin parar de acariciar su cabello—, pero, Dios... Tenemos dinero, tenemos casa, o al menos un piso, tenemos trabajos estables, somos felices con el otro, ¿por qué crees que me arruinaría un bebé? Solo me haces feliz al saber esto, amor, me pone tan feliz...
Le llené de besos la cara y ella me sonrió con suavidad.
—Te amo, preciosa. Trabajaría todo el día para cuidarte a ti y a nuestro bebé, mimaros como a las dos personas más divinas del planeta y os cumpliría cada capricho.
Mi Eleonora carcajeó con suavidad y me dio un pequeño beso en los labios. Permaneció callada por un minuto, solo sollozando, con una sonrisa quebrada que no supe si era verdadera, una nerviosa o una fingida. Pero lucía tan melancólica que me partió el corazón; detestaba ver a mi novia llorar.
—Te amo, Lao, te amo. Si pudiera arrancar las mariposas en mi estómago para enseñártelas y mostrarte mi amor lo haría, porque no puedo aguantar tanto amor por ti. Eres perfecto.
—Cásate conmigo, Nora. —Besé sus manos y sonreí—. Sé mi esposa, demuéstramelo así, con un anillo.
Su boca se unió a la mía y me abrazó desesperada. Correspondí totalmente entregado a ella, a su cuerpo cariñoso y sus caricias bruscas.
—Supongo que Sam será tío... de su primer sobrino.
—¿'Primer'? —inquirí curioso.
—Contigo tendría siete hijos.
—Ay, Nora, te amo, pero no soy millonario.
Ella rio de la forma más hermosa posible y besó mi frente.
—Siempre has sabido cómo sacarme una carcajada incluso cuando todo mi mundo se derrumba.
—Para eso existo —susurré—. Vayamos a desayunar, mi bebé debe tener hambre.
Ella rio y me miró con ojos que conocía muy bien.
—No quiero ahora...
—¿Sesión de cariñitos? —intenté comprobar.
—De los que me gustan.
Mordí mi labio inferior para contener la risa.
—Déjame lavarme los dientes antes, debí matarte con el aliento.
Mi chica, próxima esposa, sonrió genuinamente y respondió:
—Te espero.
—Eres una pervertida.
—Puedo decir que son las hormonas. Y como buen esposo, debes cumplir mis caprichos.
Se puso detrás de mí mientras lavaba mis dientes y tanteó mi pantalón de chándal.
—¿Lo harás?
—Ujum —contesté con la boca llena de espuma—. Desheneshada.
—¿Qué? —Rio estruendosa.
Al final tuve que cumplirle el capricho a Nora y darle amor de un forma poco delicada. En los siguientes días, solo pasamos tiempo juntos... sufriendo los siguientes meses de embarazo. Nunca creí que alguien podría vomitar tanto... o gritarme tanto. Aun así seguía queriendo a Nora.
—Mmm, Kate, ya te toca —siseó mi Nora a mi cuñada, inclinándose sobre la silla de comedor alrededor de la mesa del piso de Sam—. Dios, imagina un renacuajo con vuestros genes.
Mi cuñada refunfuñó mientras Sam, ya crecidito, se reía de su fastidiada novia con los brazos cruzados.
—Necesito ver tus ojos en un bebé —le murmuró mi hermano al oído, no muy bajo—. Una niña hermosa igual a ti.
Katerine gruñó y tiró de la mejilla al pelinegro, que enseguida chilló de dolor.
—Como dije, Norita, mi Sam es pequeño y los bebés... no pueden hacer bebés.
—Ugh, qué empalagosa —se quejó mi Nora.
Se llevó una mano a su vientre y mi pecho se calentó al ver la panza perceptible de mi esposa. Habían pasado unos cuantos meses desde su embarazo y Eleonora a veces era insoportable, pero ella al fin y al cabo, e intentaba cumplir sus antojos como podía.
—Amooor, ¿tendremos hijos? —casi ronroneó Sam.
A veces no podía reconocer a mi hermano. Solía ser frío o cortante, pero cuando mi cuñada estaba presente se convertía en un cachorro moviendo la cola. Perturbador.
—No molestes, Sam. Que a ti te salgan del culo a ver si te gusta, cabrón.
—Vale, si quieres tengo el parto yo, Katty.
—¡Que pares con el Katty! ¡Desde la mañana con el Katty!
Miré preocupado a Sam por la voz agresiva de Katerine y él me sonrió.
—Se pone agresiva, pero solos hasta ronronea de lo pegajosa que es.
La rabia de Kate fue obvia y Samuel estalló en carcajadas por el cabreo de su novia. Era agradable verlo feliz y brillante, muy diferente a su pasado, muy distinto a sus raíces. El carácter pasional de mi cuñada se le había pegado.
Samuel besó la mejilla de Katerine y ella enrojeció como un tomate. Sam pasó su brazo por sus hombros y la pegó a él.
—Tonto.
—También te amo.
Nora se rio por ternura por la actitud boba de la castaña, que al final se acurrucó junto a u novio.
—Supongo que ahora somos una familia completa —murmuró mi esposa, risueña y reflejándose en su café—, como siempre quisimos; una familia entera.
Ninguno de nosotros había tenido su familia completa. Incluso Katerine, hija única de una sencilla pareja de clase media, se había criado lejos de sus padres por sus alborotados horarios. Mi preciosa Nora tuvo padres divorciados repentinamente, y mi pequeño Sam... él casi había aterrizado solo al mundo, apenas cuidado por mis brazos.
—Una mamá, un papá —nos señalé—, y los hijos idiotas —completé al indicar a Sam y Katerine—, ah, y el favorito. —Rocé el vientre de Eleonora y ella carcajeó con dulzura.
Samuel rio de una manera sumamente tierna y noté en los ojos brillosos de Katerine cómo se había agitado su corazón al ver a su novio reír.
—Al fin —terminó mi hermano. Silbó y unos golpecitos resbalaron en los mosaicos, Kitana se lanzó babosa sobre su dueño, empapándole la cara con saliva—. No hay que olvidarse de Kita.
—Oh, esto del incesto no me va, Lao —masculló la castaña apretando la sonrisa.
—¡Es una metáfora! —se quejó su novio.
Sonreí y repetí en mi cabeza: «al fin»... Una familia completa. Bastante estúpida, pero completa, a decir verdad.
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Nota de autor
Digan nombres para el bebé, o la bebé, de Estanislao y Nora 👀.
¿Tienen ganas de matar a Mariana? Es una mujer muy amable eh, me encantaría hablar con ella para que me critique toda mi vida.
¿Cómo creen que sería el hijo o la hija de Kate y Samuel? Yo creo que serían mellizos insoportables.
En fin, los quiero Uwu, el próximo extra será de Rocío y su historia, prepárense para sufrir :)❤.
Love you<3.
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