8 - Encuentro repulsivo


Las paredes blancas parecían encerrarme. El horripilante hedor que advertía el sitio era hasta palpable.

Observaba como las persona pululaban por los pasillos a un ritmo inquieto mientras enfermeros trasladaban camillas con notorias prisas.

Di un fuerte suspiro al ver a una enfermera salir del cuarto con la cara hecha un tomate, hecho que me intrigó bastante y entré a pasos duros al lugar.
Enfrenté la dura imagen: Bruno. Estaba despeinado, un tanto sudado y sus ojos entornados denotaban rebosante cansancio.

No me molesté en saludar—: ¿Por qué esa enfermera estaba... roja? —interrogué con cierta sospecha.

—Creyó que era soltero —respondió en un tono calmo—. Buenos días, por cierto.

Resoplé suavemente y acomodé una silla a su lado.

— ¿Y tú qué le dijiste?

Sonrió con cierto aire engreído.

—Que tengo una linda novia que me cuida —habló fanfarroneando.

Alcé una ceja bastante divertida.

— ¿Sabes que no te creo? —respondí un poco escéptica— Aunque no sería de extrañar de tu actitud —Le sonreí—, dices cosas ridículas cuando no estoy... aunque también cuando estoy presente.

Soltó una risa ligera por el comentario. Sin embargo, repentinamente su semblante cambió a uno preocupado.

—Lamento no haberte dicho de mi traslado..., yo...

Esa frase me sorprendió un poco viniendo de Bruno.

—No es culpa tuya; —respondí rápidamente interrumpiendo. Añadí—: tus padres tomaron la decisión, no tú.

—Lo sé, pero ni siquiera te llamé.

—Estás en un hospital, no puedes usar celular —corregí.

Hizo un mohín y apartó la vista, quizás con esa acción me demostraba que me daba la razón. Bastante infantil, por cierto, aunque era Bruno, Bruno era infantil ya sea en cosas mínimas o realmente serias.

—Ahora sólo descansa, en menos de un mes estarás mejor —afirmé, tratando de calmarlo, pero pareció inquietarse.

Permanecimos en un cómodo silencio, bueno, al menos para mí, ya que parece que a Bruno le cuesta un huevo quedarse un poco quietito en su sitio.

Tronaba los dedos uno por uno hasta que el rechinido de la puerta me interrumpió. Giré mi vista rápidamente y abrí mis ojos desmesuradamente al ver quienes habían hecho su entrada, me levanté y aproximé a ambos para dar un beso en la mejilla como saludo.

Señor y señora Damiani. O como mi familia y yo preferimos llamarlos: Lord y Lady Voldemort. Ambos de gran estatura, justo como Bruno, castaños y pálidos, el padre siempre lucía un peinado hacia atrás y la mujer portaba una coleta alta que amarraba todo su cabello. La madre tenía ojos avellana mientras que su padre poseía los mismos ojos fulminantes verdosos de Bruno, debajo de ellos estaba su nariz, la cual, tenía un puente un tanto elevado.

Mantuve una sonrisa, a pesar que claramente no me alegraba verlos.

—Tiempo sin ve...

— ¿Qué hace ésta aquí? —La señora rechazó mi saludo empujando mi cuerpo ligeramente por los hombros y me interrumpió sin tapujos.

Fruncí ligeramente mi ceño por su expresión pero rápidamente la oculté.


—Es Katerine, ma —respondió Bruno en un tono cansino.

—Eso ya lo sé —replicó con su voz grave a su hijo. El hombre permanecía callado observando con un rostro analista, quizás destripando mis intenciones—. No le notificamos de tu traslado.

—El hospital de Zaragoza lo hizo —repliqué asimismo me aljaba y aproximaba a Bruno. Mantenía mi semblante risueño—. He venido para comprobar la salud de Bruno, necesitaba visitarlo.

—Pero él no necesita que lo visites —habló Higinio manteniendo su semblante estoico fulminante tan característico suyo, aunque me haya acostumbrado al mismo, aún me hacía estremecer que me viera de esa forma amenazante.

Volteé mi vista a Bruno, esperando una respuesta suya, sin embargo, sólo agachó la cabeza en sumisión. Apreté mis puños fuertemente llena de enfado por su reacción tan estúpida.

— ¿No te defenderás, Bruno? —pregunté al susodicho mientras mantenía una mirada suplicante en el mismo. ¿Realmente dejaría que sus padres hablen por él?

Bajó aún más su rostro, dejándome en claro que no haría nada. Resoplé y salí del cuarto a pasos rápidos, recostándome en una pared cercana. Pude oír las palabras que eran pronunciadas dentro de la sala de Bruno.

— ¿Realmente dejarás que esa mujer siga contigo después de lo que te hizo? —La voz de Irene sonó en un tono autoritario y grave, alertándome por completo.

Cerré mis ojos con fuerza, como si eso cerrara mis oídos. No quería escuchar. No quería escuchar ni ver a sus padres.

Me encaminé hacia el pasillo que dirigía a la sala de espera del sitio, trataba de esquivar a cada transeúnte, sin embargo, hubo una que me chocó intencionalmente. Busqué con mi vista su rostro y escuché un grito interno en mi cabeza.

—Ka... te...ri...ne —Amplió su sonrisa hasta casi sus orejas mientras me observaba con sus ojos verdosos que se difuminaban al marrón. Su cabello lacio rubio teñido estaba amarrado en una coleta al igual que el de su madre.

—Betsabé —contesté con su nombre. Sonreía pero lo más seguro es que mi sonrisa se veía torcida, mi cuñada nunca me cayó demasiado bien y luego del encuentro anterior ya estaba bastante deteriorada.

Me tomó de la mano y arrastró hasta una esquina poco poblada en un «hueco» del pasillo. Me sentí molesta por ello, pero lo dejé pasar.

— ¿Cómo has estado, linda? Cada vez que te veo eres más alta y preciosa, ¡deberías ser modelo! —aduló.

—Estoy bie...

—Ah, ¿en serio? —Apretó mi mano considerablemente luego de interrumpirme— ¿Qué tal las cosas con Bruno? —habló rápidamente, lo que, delató el punto al que quería llegar de forma inmediata.

—Bien.

Mentira. Una gran mentira.

Cualquiera notaría que nada está «bien». Cualquiera notaría que mi actitud alrededor de Bruno cambió a comparación de unos años. Cualquiera notaría la decadencia de Bruno. Cualquiera lo notaría.

—Me alegro. ¿Sabes? Nunca me gustó tu relación con Bruno, siempre pensé que tú le haces mal..., le lastima estar contigo, ¿sabes o no?

Arrebaté mi mano de su agarre y mantuve mi mirada fija en sus afilados ojos verdes.

—Te-tengo trabajo y lle-llego tarde —titubeé con nervios y me di la vuelta.

—Pero hoy es domingo.

Volví a sentir su agarre impidiéndome avanzar y moví mi mano bruscamente con tal de zafarme. Finalmente lo hice.

—Trabajo los domingos.

Otra mentira.

Sin despedirme me alejé del sitio con pasos rápidos esperando que Betsabé no esté detrás mío persiguiéndome. Enfrenté la sala de espera del hospital, estaba repleta de personas, tanto sentadas como no. Atravesé la multitud con facilidad y salí del hospital, sintiendo el frío aire filtrarse por mis fosas nasales.

Había pasado la noche anterior en Madrid y durante el día había estado platicando con Bruno, muchas de esas conversaciones resultaron incómodas, al menos, pudimos acordar que lo visitaría al menos una vez a la semana. Su familia resultaría un verdadero obstáculo, ya que su hermana y padres estaban reservando un hotel en Madrid. Parecía que los tres tenían cierto repudio hacia mí que no lograba descifrar, ¿por qué?, ¿por qué yo era una molestia en la vida de Bruno?

Aunque no me gusta decirlo, quien verdaderamente era una molestia en la vida del otro era él, con su personalidad controladora y opresiva, resultaba asfixiante para ambos presenciar sus actitud tan asquerosas. Sin embargo, si le digo eso a su familia, lo más probable es que buscarían cualquier forma de callarme, como siempre lo hacían mientras yo hablaba.

Tomé un transporte a casa. En unas pocas horas estaría nuevamente en Aragón, Zaragoza, lo que agradecía profundamente, Madrid estaba llena de multitudes lo que me provocaba un poco de ansiedad y miedo, se podría decir que mi zona era más calma.

Logré conseguir un asiento.

Revisé mi celular y sonreí al ver un mensaje de mamá, ella era la única mujer que consideraba como amiga.

«Estoy volviendo de Madrid. Te llamo más tarde, besos» contesté por texto para luego guardar mi móvil en mi bolsillo trasero.

Vi el escenario pasar delante mis ojos y pude sentir mis párpados pesados, estaba profundamente aburrida de no hacer nada. Finalmente caí dormida contra la ventana.

La vibración del transporte contra mi cuerpo era una sensación placentera y relajante, lástima que de vez en cuando éste daba saltos probablemente por las imperfecciones del camino.

Al cabo de la espera y de una buena siesta divisé sitios familiares, posteriormente me bajé del vehículo.

Volví a ver la arquitectura islámica y gótica que tanto me gustaba, este lugar nunca perdía su magia. Recorrí las calles que conocía hasta llegar al mercado cercano a Délicatesse, compré un par de cosas necesarias y un par de snacks.

Finalmente llegué a casa tomando el ascensor y topándome con el pasillo correcto. Atravesé mi puerta y tiré las bolsas sobre el suelo, caminé a pasos duros hacia la mesa soltando mi cuerpo sobre una de las sillas planas e incómodas.

Llevé mis manos a mi cara y las restregué fuertemente; había dormido del asco y apenas podía mantener los ojos bien abiertos, por suerte, aún era temprano por lo que podría dormir un par de horas si el destino me lo permitía.

Me dirigía hacia mi cuarto hasta que me detuve al recordar de que no debería dejar la carne en la bolsa, hastiada fui a guardar las cosas que había comprado en su sitio. Ulteriormente a la tonta tarea fui a mi habitación y me tiré sobre la cama esperando que al cerrar mis ojos pudiera dormir, afortunadamente, no tuve que dar vueltas sobre la cama para caer en el sueño.

* * *

Me arrastraba por las sábanas para llegar a la cercanía de la mesa de luz y luego buscar mi celular dando cortos golpes sobre la superficie, abrí mis ojos parpadeando bastante rápido, vi la hora y volví a acomodarme en la cama. Quería seguir durmiendo.

Di un brinco sobre la cama recordándolo: «el tema» que había hablado con Sam.

Resoplé prolongadamente y me levanté de la cama para cambiarme de ropa y lavarme nuevamente los dientes.

Silencio. Puro silencio. Había querido silencio en mi vida desde hace mucho tiempo, pero, ¿por qué ahora era tan solitario?

Ya bien vestida salí del departamento con una bolsa de patatas fritas en mano, me di la vuelta y caminé en dirección hacia la puerta de al lado. Aproximé mi puño dispuesta a tocar la madera como llamado y me detuve, ¿debía avisar de mi llegada?, ¿y si estaba con alguien?, ¿y si se estaba bañando?

Sacudí mi cabeza levemente y volví a acercar mi mano para luego dar un par de golpes pequeños a la puerta. Retrocedí bajando mi rostro al suelo mientras esperaba a que Sam saliera. Apreté mis manos con ciertos nervios, ¿si me echaba? Vaya vergüenza pasaría si fuera así.

Vi la puerta abrirse y rápidamente alcé mi vista. Por mis oídos se filtró una melodía débil, ¿estaba escuchando música? Eso significaba que tenía compañía, ¿no?

Observé sus pintas y en ese momento entendí que probablemente recién se había levantado. Su cabello estaba hecho un desastre y cada mechón señalaba en el ángulo que quisiese, mientras que sus ojos caían cansados, la ropa que portaba tenía arrugas y estaba ligeramente torcida.

— ¿Acabas de levantarte? —Sonreí de lado observando sus ojos grisáceos casi pegados entre párpados.

— ¿Te importa? —respondió de malas. Efectivamente recién se había levantado. Di un paso hacia delante y él adelantó una de sus manos, dándome como señal para que me detenga— ¿A qué vienes?

— ¿Te has olvidado que hace unas semanas me rogaste para que te enseñara a no tirar vasos? —Mantuve una sonrisa socarrona.

Puso sus ojos en blanco y pareció retroceder por lo que yo un paso más, y otra vez me detuvo con el mismo gesto.

— ¿No podrías venir en otro horario? —Me rogó con su mirada.

—Son las tres de la tarde, y después tengo cosas que hacer.

En realidad mentía, no tenía nada que hacer, sólo quería molestarlo.

Pareció rendirse y retrocedió completamente, dejándome pasar.

—Iré a cambiarme, mientras... sólo siéntate y quédate quieta en un sitio —habló ciertamente fastidiado y lo vi desaparecer tras una puerta blanca que intuí que era su habitación.

El diseño de la casa no se diferenciaba demasiado al mío, puesto a que en ese edificio los departamentos eran similares en forma. Sin embargo, percibí una decoración clásica que en el mío no había, además, éste era más amplio. Recordando la visita que había hecho a este solar sabía que tenía un baño, un dormitorio y la sala en la que me hallaba. Lo que había cambiado era el orden sin duda alguna. Antes, al estar desocupado apenas había cosas pero ahora que Sam vivía aquí era un auténtico martirio ver a cualquier esquina de la casa. Los almohadones del sofá estaban desorganizados mientras que la guitarra de Sam estaba prácticamente tirada sobre el mismo. Delante del sofá había una mesa baja de té cubierta en partituras y anotaciones apresuradas, mientras que hacia el lado de las encimeras podía divisar todos los platos sucios en el lavabo, más adelante, en la mesa de comer había muchas cosas diversas, dejé las patatas ahí.

Me aproximé al sofá y toqué las cuerdas de la guitarra con sumo cuidado, produciendo un sonido sin ritmo y efímero, aún así, muy lindo. Me detuve a ver los rasguños en la misma, ¿cuántos años tenía ese instrumento?

Una melodía conocida me llamó la atención y volteé en busca de la misma. La hallé sobre un estante, siendo producida a través de un pequeño parlante.

La mayoría de la casa era iluminada por luz natural del gran ventanal al fondo. Las lámparas del techo eran acompañadas por plantas colgadas en el mismo.

Quizás esto era un desorden, pero realmente plasmaba la persona de Sam con su desorganización e imperfecciones.

— ¿Terminaste de husmear mi casa? —Oí una voz masculina que me distrajo de todo mi pensar. Volteé a verlo y estaba un poco peinado, con unos jeans negros y una camiseta bastante holgada ocre que me permitía ver sus clavículas, estaba descalzo.

—Vaya desorden tienes, Sam —Entorné mis ojos con sorna.

—Yo no soy el que tiene un refrigerador hecho un asco —Me sonrió de lado.

Me avergoncé un poco pero lo dejé pasar. Estaba dispuesta a hablarle sobre enseñarle hasta que me pasó por un lado dirigiéndose a la cocina improvisada que tenía en un rincón posteriormente abriendo la nevera para sacar leche. Hice una mueca de asco cuando la tomó directamente de la caja.

— ¿Desayunas así? —interrogué curiosa aproximándome ligeramente a él.

—La mayoría del tiempo —contestó sin voltear.

Bueno, en parte era mejor que yo. Los días de trabajo ni siquiera tomaba un sorbo de agua.

Se dio la vuelta y mis ojos se encontraron con los suyos. Mi vista viajó hacia su nariz ligeramente enrojecida por el frío y luego a sus labios, solté una carcajada al ver sus comisuras sucias con blanco.

— ¿Eres un niño?

Tomé un trapo limpio de la encimera y se lo extendí. Limpió su boca observándome con su ceño fruncido. Dejó la rejilla de vuelta en su sitio y se adelantó unos pocos pasos a mí, dejando una distancia corta pero prudente, de todas formas, me llenaba de nervios observar su rostro desde tal cercanía.

—Comenzamos cuando quieras.

Podía denotar las pocas pecas que bañaban su tersa piel, lo marcado de sus pómulos, la longitud de sus pestañas y los pequeños pelos que huían de la buena forma de sus cejas. Tragué fuertemente saliva y retrocedí torpemente. Mierda, si lo decía de esa forma no parecía que lo que haríamos sería enseñarle a no tirar putos vasos, aunque, en una pequeña parte de mí deseaba de que este encuentro no se quedara en ello.

Llevé mi vista a sus ojos, si bien manteníamos distancia mi corazón no cesaba su acelerado pulso, y encontrarme con aquellos iris cuales nubes hacía que mi ritmo cardíaco se descontrolara aún más.

—Si no mal recuerdo... te enseñaría a mantener tu postura para que dejes de cagarla en Délicatesse, ¿no?

—Así es —respondió con aquella voz grave y tosca que me gustaba pero que tanto maldecía por ponerme así.

Si era así entonces ¿por qué mierda me ponía tan nerviosa?

¿Realmente tenía que hacer esto? Nadie me obligaba, ¿por qué acepté si ni siquiera recibiría un pago? Había aceptado por el dinero, pero ahora no tenía porqué quedarme. Sacudí ligeramente mi cabeza; lo haré.

Me alejé a pasos rápidos y me senté en el sofá haciéndome sitio entre el desorden. Justo ahora maldigo la puta calentura que tuve en ese momento para aceptar la propuesta de Sam, sabiendo que me descontrolaría así como en estos instantes.

—Deberías empezar practicando con una bandeja y vasos de plástico —Apreté mis manos sobre mi regazo y clavé mis ojos al suelo, sumamente avergonzada.

Oí que comenzó a buscar entre objetos —ruidosos—, quizás en el depósito. Soltó un sonoro suspiro que me llamó la atención.

— ¿Tienes miedo? —interrogó desde su sitio.

Tragué saliva.

— ¿Qué te hace pensar eso?

—La forma en que te comportaste te delató.

Sonreí de manera torcida. Siempre se daba cuenta de lo que pasaba por mi cabeza.

—Ya veo.

Un silencio incómodo se situó sobre nosotros. Él seguía haciendo ruido mientras excavaba entre las cosas de su cocina, hasta que el mismo se detuvo y sólo se oía la música baja acústica que producía el parlante.

—Encontré las cosas.

Levanté mi rostro y noté una escurridiza sonrisa pequeña en sus labios.

—Llena los vasos con agua —respondí imitando el gesto suyo de una forma poco genuina.

Volteé mi visión hacia la mesa delante mío y encontré una hoja con versos escritos.

— ¿Qué canción es ésta? —pregunté mientras leía la letra.

Pasaron unos segundos hasta que contestó:

—La escribió mi abuelo.

Me asusté al oír su voz detrás de mi cabeza. Comprendí que fue porque estaba apoyado en el respaldar.

— ¿Tienes familia música? —hablé con cierta emoción en mi voz.

—En parte.

Me di la vuelta rápido con mi torso mirando en su dirección.

Miró sorprendido mi reacción pero luego su rostro se relajó en su semblante serio de siempre.

—No te contaré —Se apresuró a decir antes de que pregunte algo.

Hice un mohín en respuesta y él simplemente resopló.

—Volviendo al tema, ¿ahora qué hago? —dijo alzando un vaso y la bandeja plástica, ambos de un tono fucsia fuerte, lo que me recordaba a los muebles y objetos de Barbie.

Me levanté del sofá y rodeé el mismo, dirigiendo mis pasos a Sam.

—Tú sólo sostén la bandeja.

Le quité el vaso y observé la forma en que sostenía la bandeja.

— ¿Por qué la agarras del borde con una mano? —Estreché mis cejas con molestia palpable— Si haces eso se te deslizan fácilmente las cosas. Si pones la mano así...

Tomé delicadamente su delgada y larga mano acomodándola de acuerdo a las instrucciones que le daba. Terminé de explicarle la posición que debía tomar y alcé mi vista a su rostro, sonrojándome inmediatamente al percatarme de que su mirada había estado fija en mí y no en la maldita bandeja.

— ¿Prestaste atención? —Arqueé una ceja.

Negó luego de unos segundos.

—Al menos escucha cuando te hablo, Sam. De lo contrario me iré a la mierda y no cenarás este mes.

Oí cómo tragó saliva con temor y me sentí levemente victoriosa al doblegarlo.

Finalmente logré que entendiera las posiciones que debía tomar según la cantidad de objetos que portara en la bandeja y el peso de los mismos. No tenía mucha ciencia, pero aún así Sam era madera en esto de llevar con delicadeza las cosas, además, ¿por qué tenía tanto temblor en las manos? Parecían gelatina.

—Vale, intenta caminar un poco.

Le había dado un total de cuatro vasos llenos hasta más de la mitad en una bandeja más pesada que la anterior con tal de que intente mantener un equilibrio aumentado.

Me alejé y le indiqué una línea recta imaginaria.

—Mantén tu postura —largué inmediatamente al notar la ligera caída en sus hombros—. Alinea tus pies con tus hombros, Sam.

Me dirigió una mirada fulminante por mi tono de voz autoritario y le respondí con una sonrisa de lado, claramente provocándolo.

Inició su caminar al comprobar que sus dedos estén colocados eficazmente y se tropezó —prácticamente con el aire, ya que no había anda en su camino— ligeramente apenas desviando las cosas sobre la bandeja.

—Deja de ser tan torpe y camina bien —ordené asimismo proseguía con la práctica.

Llegó al otro extremo con suma lentitud y solté un suspiro cansino.

— ¿Por qué querías que yo te enseñe? —interrogué al mismo tiempo él se daba la vuelta e intentaba volver al punto de partida.

—Eres la empleada con más carisma y práctica que todos los demás —habló.

Sinceramente me sentí halagada, aunque hubo un detalle que detuvo mi emoción:

— ¿Qué hay de Rocío?

—Tiene mucho carisma, pero nada de práctica.

Tenía razón. Rocío era un niña de cara bonita y reluciente sonrisa que encantaba a los clientes, pero tan pronto como lo hacía lo arruinaba con sus enredados pasos.

— ¿Julia? —agregué.

—No tiene garbo, a diferencia tuya.

Me sonrojé ligeramente y agaché mi cabeza, tuve una recuperación casi inmediata y elevé mi vista, Sam casi terminaba su recorrido aunque me observaba de reojo con marcado disimulo.

Dio el último paso y una sonrisa se formó en su rostro.

—Es la primera que llevo de cuatro sin caerme.

Estaba a punto de felicitarlo cuando ambos oímos un rechinido desde la entrada. Volteamos la vista a la par y observé una silueta masculina que lentamente se fue aclarando hasta divisar a un pelinegro alto de ojos oscuros.


¿Quién era esa persona y por qué entró así?

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DOBLE ACTUALIZACIÓN, 

DESLIZA PARA MÁS.

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(Insultos a Bruno o elogios a Sam aquí)




3k riquísimos, muchas gracias, guapísimos, recuerden que: amor a Sollozo a Medianoche = actualizaciones flash.


Me despido chiquitos, 

Sphinx.


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