67 - Llamado
Lamento la espera :<
Retiré los últimos rastros de humedad con la toalla. Sacudí mi pelo mientras caminaba por el angosto pasillo del piso. Dejé la toalla en un mueble junto a la puerta del dormitorio. Eché un suspiro y ajusté la bata de encaje con algo de nervios.
Tragué saliva y relamí mis labios, no me dejaría consumir por incertidumbre. Así que mi puño tomó la manija de la puerta y con lentitud crucé el umbral.
Mordí mi labio inferior y sentí un ligero mareo. La escasa luz que entraba por el ventanal cubierto con cortinas iluminaba de forma tenue el atractivo cuerpo de Sam, quien estaba sentado al borde de la cama.
Mi mirada se detuvo en su rostro, algo distraído. Sus labios yacian algo enrojecidos y su alborotado cabello era prueba de un previo ataque mío a su boca. Algunas pequeñas gotas se habían atorado entre sus pestañas, y otras descendían por sus anchos hombros hacia sus fornidos bíceps.
Apreté mis piernas cuando fui víctima de su mirada platino. No ayudó mucho que yo mirara su abdomen, marcado y probablemente algo endurecido. Sin embargo, a pesar de que Sam había ganado más músculo su cuerpo continuaba teniendo esa forma esbelta.
—¿Por qué llevas ropa? —Señalé sus pantalones de chándal.
Sam se encogió de hombros y me enseñó una sonrisita altanera.
—Puedes quitármela si te molesta.
—Incluso te la arrancaría.
Alzó sus cejas.
—Salvaje —acusó jocoso.
Di lentos pasos hacia él, como un depredador acechando, y mi mirada indagó en una botella de licor entre cubos de hielo sobre la mesa de luz. Me dirigí a la susodicha y vertí el oscuro vino en las copas.
—¿Beberás? —inquirí, dándome la vuelta para regresar mis ojos a su excitante torso.
Ladeó su cabeza y asintió con un sonido. Aquellos ojos brillantes y lascivos me recorrieron sin ningún disimulo, cesando en mis muslos, para luego ascender a mi cintura. Se relamió los labios al estar a la altura de mis senos y finalmente sonrió al alcanzar mi rostro.
Que me observara de aquella forma, meticulosa y repleta de lujuria, provocaba un despertar en mi intimidad.
—Ven. —La voz le salió como un suspiro, quizás un jadeo, pero lo cierto fue que hizo que todas mis alarmas se exaltaran.
Mi cadera se movió de manera inconsciente y llegué hasta estar frente a él. La cama era adyacente a la ventana, y me preocupó que alguien pudiera vernos.
—La ventana...
—Nadie puede ver —respondió risueño.
Palpó su regazo, manteniendo esa sonrisa ladina que delataba su confianza, distando mucho de la inseguridad que mostraba ocasiones atrás.
Hice un esfuerzo por sentarme y no derramar el vino. Lo logré, mas quizás otra cosa se derramó cuando mi intimidad quedó contra la suya.
Su mano se colocó sobre la mía que sostenía su copa, y sin soltarme aproximó la bebida a sus húmedos labios y bebió del vino asimismo clavaba su penetrante mirada en mis ojos.
—Viniste cubierta —comentó, dejando la copa a un lado.
—¿Me querías desnuda? —pregunté, tras dar un sorbo a mi copa.
Sus finos dedos bajaron un lado de la bata, dejando mi hombro descubierto.
—Es mejor cuando nos tomamos el tiempo de hacer lo nuestro.
Cerré mis ojos, suspiré cuando su lengua tanteó mi delgada piel y me mordió con delicadeza.
—Sam...
Acabé con mi copa tan rápido como pude y la dejé apartada. Hice mi cabeza hacia un lado, ofreciéndole mi cuello. Su mirada se encendió y sin preámbulos lamió mi piel. El fuego de su boca calentaba mi sensible zona y me hacía suspirar o contener jadeos.
—Lo estás haciendo tan bien...
Mis dedos se hundieron en su húmedo cabello y mi otra mano recorrió su torso, que se contrajo con mi frío tacto. El leve dolor en mi piel me advirtió que me estaba marcando. Sellaba mi piel con sus suaves labios y caliente boca, como si le mostrara a los demás que el único capaz de hacerme aquello era él.
Todo recuerdo de mi charla con su padre fue disperso con sus lentos y fogosos besos. Mis manos ansiosas y temblando bajaron mi bata hasta por debajo de mis pechos, enseñando mi cuerpo a Sam.
Se separó de mí y su gesto se agitó al ver mi torso. Sus manos marcaron un camino por mis costillas, luego hacia el nacimiento de mis pechos y cerré mis ojos cuando sus yemas rozaron mis pezones.
Sam acarició mi piel con sus manos, formando caminos suaves de calidez sobre mí, alentando a mis zonas más sensibles a despertar.
—Se siente tan suave —murmuró contra mi cuello, chocando su caluroso aliento en mi piel—. Me encanta.
Jadeé, su boca estaba haciéndome muy bien en mi cuello.
—Estás yendo muy despacio.
—¿No te gusta?
—Sí... Me gusta. —Relamí mis labios.
Su sonrisa se oyó como un lento chasquido en mi oído. Sus manos bajaron lentamente hacia mi cintura, tomándome con firmeza. La bata se deslizó por mis brazos y todo mi torso fue descubierto gracias a ello. Mis endurecidos pezones rozaron su pecho y cerré mis ojos con fuerza. Disfrutaba la excitante fricción de nuestra piel. Quemaba. Raspaba de una manera constante, como si cosquilleara. Un cosquilleo que me podría haber arrancado la cordura.
Las yemas de mis dedos bailaron sobre su terso abdomen. Amenazaba con bajar hacia aquella zona caliente... Ese sitio donde finalizaba esa V marcada en su piel.
Sus dedos apretaron mis pezones. Suspiré. Y cuando su boca bajó para marcar un camino desde mis clavículas hacia mis pechos, una electrizante ola de gozo fue hacia todas las partes de mi cuerpo. Chupó mi pezón con fruición. Me acarició con su lengua y dio ligeras mordidas que me hicieron retorcerme sobre él.
Apretó mi cintura y entrelacé mis dedos con su cabello. Fue inevitable que mi pelvis se moviera contra él. Me restregué en su miembro de una forma desvergonzada, dejándome llevar por lo que su lengua me provocaba.
Un gemido de placer me abandonó cuando su pétrea erección se clavó contra mi desnuda intimidad. Deseaba que estuviera desnudo para que el contacto sea directo. Se sentía caliente, vivo. Hacía que mi interior se revuelva con el simple tacto.
—Kate... Para —gruñó algo cabreado—. Tendré que dejar de hacértelo despacio si sigues con eso.
Mi mano llevó mi pelo hacia atrás y él se mordió el labio, me observaba con total lascivia y devoción.
—Entonces fóllame.
—No estás preparada —murmuró.
Eché un sonido de frustración. ¿Cómo no lo iba a estar? No me podía tener más húmeda.
Las manos de Sam recorrieron la bata con cuidado, tanteando mi cuerpo como si estuviera hecho de un delicado material. Tras tanto rodeo encontró al fin la unión de la corta y traslúcida prenda. Desató el simple nudo con un movimiento preciso, diría envidiable, y de manera plausible se deshizo de cualquier censura que le impidiera ver mi cuerpo por completo. Me alcé un poco sobre mis piernas y abracé su cuello con mis brazos.
Estaba desnuda, totalmente dispuesta para él. Sus ojos se fundían con los míos, aquella profunda mirada platino me brindaba seguridad. Me hacía sentir protegida, en confianza, como si ese momento entre Samuel y yo tuviera una chispa especial.
Se estiró para poder servir más vino y llevó la bebida a sus labios. Acercó la copa hacia mí, ofreciéndome. Mi mano la tomó y observé el rojizo tono con cierta curiosidad, sin pensarlo demasiado, incliné la copa hacia abajo. El alcohol fue derrochado sobre mí, el contacto húmedo bajó por mi torso a un ritmo lento, consumiendo mi piel para teñirla con la oscuridad del vino tinto.
Noté cómo los hombros de Sam se tensaron al ver la escena. Lucía algo avergonzado.
Mi cintura continuó apresada por el encierro de sus largas manos, quienes me sostenían con total firmeza. Su rostro se acercó al rastro de vino sobre mi pecho y su lengua recorrió mi seno, limpiando la mancha oscura.
Levantó la mirada y sus ojos hicieron contacto con los míos mientras le daba una última lamida a mi piel. Un jadeo huyó de mi boca, uno de sus dedos había bajado a mi intimidad y formaba un intenso vaivén sobre mi clítoris.
—Sam...
—Eres deliciosa —murmuró bajo. Sus pupilas yacían dilatadas, culpa de la bebida y el éxtasis.
Sonreí levemente.
—Será el vino.
Negó con su cabeza.
—Te he probado demasiadas veces, no podría confundir tu sabor.
Solté una risa suave contra sus labios y lo besé con delicadeza, apenas era un roce. Su boca se pegó a la mía y no pasó mucho tiempo para que su lengua recorriera mi cavidad, acariciándome. El sabor del vino estaba presente en aquel beso repleto de cariño.
Un gemido ahogado de mi parte sonó al sentir dos de sus dedos tantear mi húmeda entrada. Tuve que separarme para jadear cuando se deslizó dentro de mí sin ningún cuidado. La humedad ayudó a que me penetrara rápido, mas sus dedos fueron firmemente apretados.
—Necesito algo de espacio, Kate.
Mordí mi labio inferior, y meneé mi cadera contra su mano. Su pulgar continuó apoderándose de mi clítoris.
Sus dedos empujaron contra aquella zona tan sensible mía y no pude evitar un gemido quebrado.
—Sam —solté extasiada—. Por favor, házmelo.
Echó un suspiro y sus dedos se deslizaron fuera de mí.
—Levántate.
Humedecí mis labios y salí de su regazo. Sam se puso de pie y mi mirada atenta siguió el recorrido de sus manos que tomaron sus pantalones. Pronto sus bóxer también fueron al suelo.
Su hombría, erecta y excitada, se exhibía delante mío. Quería llevarme su pene a la boca, saborearlo y exprimirle hasta la última gota de cálido semen.
—Condón —pedí cortante, algo aturdida por la impresionante vista.
Porque además de su miembro que arrancaba el aliento, podía ver su magnífico cuerpo estilizado y musculoso. Era un privilegio poder estar a poco más de un metro de distancia de aquella maravilla.
Sam se dirigió a la mesita de luz y abrió un cajón, escarbó en él hasta encontrar un preservativo. Volvió hacia mí con el envoltorio en mano y yo lo cogí para romperlo.
Deslicé con paciencia el condón por su miembro, y Sam me observó atento desde arriba. Mi mano tomó su pene, y acaricié toda su extensión hasta llegar al final y poder darle atención a sus testículos.
—Mira cómo te has puesto... —suspiré, ensimismada—. Tan excitado...
—Katerine... Por favor.
Alcé mi vista a su agitado rostro y comprendí su mensaje. Me di la vuelta sobre la cama y me sostuve sobre mis manos y rodillas. Intenté verle un poco sobre mi hombro, y mordí mi labio inferior cuando de forma vaga percibí cómo se aproximaba a mí.
Sus manos me apretaron la cintura, tomando posesión de mi cuerpo. Mi consciencia fue partida al medio cuando su voz susurrante, algo grave y ronca, acarició mi oído mientras su miembro caliente y férreo rozaba mi intimidad:
—Imaginé muchas veces tenerte así. —Mis pliegues se abrieron con la entrada de su palpitante glande. El resto de su hombría se deslizó con lentitud, casi torturándome. Apreté mis ojos con fuerza. Su gran miembro me estaba abriendo, quizá quebrando—. Pero esto es mucho mejor, Kate.
Apresé las sábanas entre mis dedos, gimiendo sin contenerme ante la húmeda y caliente sensación de su miembro entre mis piernas, siendo apretado por mis paredes.
Una mano suya trepó a mi seno y mi pezón fue víctima de sus yemas. Chillé cuando sacó su pene y una estocada dura y precisa me arrancó el aire.
—Samuel —pronuncié extasiada.
—¿Está bien así?
Asentí con un sonido ahogado y pronto un jadeo de placer abandonó mi boca al sentir una corriente eléctrica por todo mi cuerpo debido a su mano entre mis piernas.
—Sí... Hazlo ahí.
Me moví contra su mano, al compás del movimiento de su pelvis. Mi clítoris se frotaba contra su palma. Era un meneo enloquecedor, atrevido y tan sexual que me hacía retorcerme de gozo sobre la cama.
Sus sonidos se oyeron cerca de mi oreja. Verdaderamente me estaba conduciendo al jodido orgasmo con sus jadeos y gemidos. Era tan seductor, suave y viril. No callaba ninguno.
Una estocada hizo que profiriera un ruidoso quejido. Los hilos de sudor pululaban en mi rostro y nuestra piel caliente se frotaba como si quisiera fundirse.
—Necesito verte a los ojos, Kate —murmuró con dificultad.
Sam se separó de mí y con premura me di la vuelta. Divisé su rostro enrojecido y repleto de agitación. Sus pupilas dilatadas me escrutaron entera y llevó las manos a mi cintura. Mis piernas le rodearon y con una mano condujo su miembro a mi necesitada entrada.
Un gemido de auténtico placer abandonó mi boca. Mierda... A pesar de perder el morbo de no verle la cara, era mucho más morboso observarle directamente. Su pelo estaba hecho un desastre. Disfruté de ver su abdomen formado, o sus brazos tensándose al tomarme.
Comenzó a moverse dentro de mí, frotando donde necesitaba atención. Sus labios se unieron con los míos y mis gemidos se ahogaron contra él.
—Sam... —suspiré. Toda mi intimidad se estaba calentando—. Haz que me corra. Lo necesito, por favor...
—Tranquila —ronroneó cerca de mis labios—. Deja que me ocupe de ti.
Su aliento se fundió con el mío, al igual que nuestro sonidos producto del éxtasis. Mi corazón latía contra mis oídos. Las paredes de mi vagina le apresaban con cada contracción, causándole un placer que quedaba evidente con sus gestos y gemidos.
—Me encanta cuando haces eso —pronunció por lo bajo, como un susurro.
—¿A-apretarte?
Chillé de placer. Me había dado una estocada tan certera y profunda que mi cuerpo comenzaba arder.
—Sí... —replicó con un gruñido—. Eres magnífica, Kate.
Una vez más. Mi interior convulsionó complacido con sus movimientos, aquellos movimientos que parecían conocer mi interior, que revolvían mi consciencia y provocaban mis vergonzosos sonidos.
—¿Mmm, de verdad? —le provoqué con una sonrisa, a pesar que en ese momento apenas podía tener fuerza para hacerme la chula.
Pareció vengarse de mí al llevar una mano a mi palpitante clítoris.
—Te he dicho que eres una diosa. —Mordió mi labio inferior—. Y eso está claro, Katerine.
—Samuel...
Mis gemidos se convirtieron en sonidos de desespero, manchados por el inmenso placer que me provocaba su grueso pene dentro de mí, sus movimientos certeros y su mano en mi clítoris necesitado.
—Voy a correrme.
—Hazlo. —Suspiró—. Empápame.
Me dejé llevar por Sam. Por sus movimientos contra mí, sus caricias y besos. Me dejé llevar por aquella cariñosa, aunque lasciva mirada, consumida por el deseo y el vino. Sus labios me condujeron a una gloriosa fantasía, al jodido cielo, brillante y perfecto; o quizás al infierno, caliente y repleto de pecados.
—¡Sam!
Mis pechos se tensaron, mi vista se puso difusa y mi cuerpo se movió por sí solo al compás del suyo. Su miembro palpitaba dentro mío, me golpeaba y hacía chillar o retorcer de placer.
La habitación era un maldito caos, poblada de nuestro jadeos y el sonido de nuestra piel al friccionar.
—Más... ¡Por favor, más! —rogué desasosegada.
Mi deseo entero se acumuló en mi vientre, hasta que un estallido de éxtasis me llevó al preciado orgasmo. Mi cuerpo entero vibró con calor, las piernas me temblaron, los ojos me escocieron ante las ganas de soltar una lágrima y mis oídos fueron acariciados por Sam gimiendo mi nombre, quien se corrió entero dentro de mí. Se sintió caliente, como si nuestros sexos hirvieran.
Su hálito caluroso golpeó contra mi cuello cuando su rostro fue al hueco en mi hombro.
—¿Antes lo hicimos así? —logré pronunciar entre mis jadeos.
—No... —murmuró—. Fue la primera vez.
Cerré mis ojos, tratando de conectar mis neuronas para tener al menos un pensamiento claro.
—Sam... Sal...
—Pero me gusta —insistió.
Reí con suavidad, algo cansada.
—Debes quitártelo.
—¿El... condón?
—Ajá.
Con lentitud se deslizó fuera de mí y mi cuerpo parecía querer aferrarse a él.
Le ayudé a quitarlo con una servilleta de papel y lo envolví en él antes de levantarme para botarlo a la basura.
—No lo amarres —murmuré—. Lo mejor es que lo pongas en el papel, ¿va?
—Siempre dices eso.
Me encogí de hombros.
—Para que lo aprendas.
Gateé sobre la cama y Sam levantó la manta para que me acueste con él. Acudí a su llamado y me cubrió con la tela.
No pude evitar una gran sonrisa cuando un brazo suyo me envolvió con mucho cariño.
Me gustaba esa sensación de que me trate con tanto amor.
—Hacerlo me da sueño —comentó fatigado.
—No voy a dejar que te duermas —repliqué con mi mano sobre su abdomen.
—Es un destino inevitable.
Fijé mis ojos en los suyos. Estaban entrecerrados, admirándome con dulzura, mientras que sus labios se curvaban en una leve sonrisa.
—Kate... Abrázame, cabrona.
Reí contra su pecho y le envolví con mi brazo, aplastando mi rostro contra él.
—Nunca te vayas, Alphi.
Refunfuñó.
—¿Qué hemos dicho del Alphi, burrito?
—¿Qué hemos dicho del burrito, Alphi?
Sonreí divertida.
—Es que... —Suspiró—. Me gusta envolverte y hacerte un bollito. Se siente bien cuando estamos acostados y me pides que te abrace para pegarte a mí —murmuró por lo bajo con sus ojos cerrados—. Eres como un burrito.
Volví a reír.
—En todo caso somos como un burrito —corregí jocosa—. No eres bueno para los apodos, chico.
—Una lástima que no te guste, de todas formas te seguiré llamando así.
Empujé su hombro y Sam quedó boca arriba. Me subí a él, poniendo mi trasero sobre su abdomen.
—Mejor llámame por mi nombre completo. —Mi sonrisa fue alargada, como una de burla—. Me pone mucho.
—No puedo controlar lo que digo mientras lo hacemos.
Me refregué contra su abdomen descubierto, mi intimidad acariciaba de forma hambrienta su tersa piel.
—Kate... —jadeó—. Tengo sueño.
—Qué pena. —Mi sonrisa fue imborrable—. Porque no te dejaré dormir hasta que te veas como el meme de bambi.
La imagen del animalito caminando chueco me provocó una risa.
—Adicta.
—Adicta sólo a ti, Anastasio.
Tensó los labios.
—Ahí vas otra vez.
Había algo que me gustaba tanto como ver a Sam durmiendo: que Sam durmiendo me abrazara. Me gustaba sentir su respiración calmada, ver sus ojos cerrados, o pegarme a él para que calentara mi gélido corazón. Era un sueño hecho realidad; tenía a un magnífico chico cariñoso y bueno que me proporcionaba tanto amor que me daba sobredosis de azúcar en la sangre. Lo cual suena insalubre, y si hay que sincerarse, yo nunca fui buena haciendo metáforas.
Sin embargo, a pesar de lo insalubre que sonara esa metáfora, mi relación con mi pelinegro era de todo excepto poco sana.
El problema era cuando un tercero irrumpía en mi perfecto paraíso. Y ese tercero se llamara Estanislao. Y que, además, fuera muy chillón.
—¡Levantaos, esbirros de Lucifer!
Me cubrí hasta los hombros con la sábana y giré mi rostro, histérica, hacia el maldito en la puerta.
—¡¿Cómo has entrado?! —chillé cabreadísima.
—¡Sam me dio una copia! —gritó más fuerte.
Miré a mi novio y él seguía durmiendo como si nada sucediera.
—¡Ya es tarde! ¡Levantaos! ¡A... ho... ra!
—¡Maldito pesado!
Lao le dio un portazo a la puerta del cuarto y desapareció. Una vez más vi a Sam, ni siquiera se inmutó un poco.
Eché un suspiro y me levanté de la cama, adolorida por sentir un pinchazo en mis piernas, para abrir el angosto armario y tomar unas prendas sencillas y frescas. Miré a Samuel, y me acerqué a él. Le di un beso en la frente y revolví su oscuro cabello hecho un arbusto en su cabeza.
—Levántate en un rato, ¿sí?
Respondió con un somnoliento gruñido y tomó tanteando con su mano una almohada para abrazarla de la misma forma en que lo hacía conmigo. Dejó un beso en la parte más alta de la misma y murmuró por lo bajo:
—Sigue durmiendo.
Entrecerré mis ojos. Repentinamente me había convertido en una almohada.
Salí del cuarto y caminé por el blanquecino pasillo. Giré hacia la izquierda y divisé a Lao metido en la diminuta cocina.
—¿Te gusta el Cola Cao?
—Un poco —murmuré—. ¿Por?
—Es lo único para desayunar que tiene Sam en su depósito.
Eché un suspiro pesado. Sam preferiría comprar un kilo de Cola Cao antes que uno de pan.
Lao acabó con lo que hacía en la cocina y depositó dos tazas en la isla.
—Quería hablar contigo.
Alcé mis cejas. Tomé asiento junto a él, en los taburetes, y me escrutó con sus ojos marrones. Sus facciones no eran muy similares a las de Sam, salvo por su mandíbula y parte de su contextura física. Mas Lao era más imponente físicamente.
—Sobre... eso, ¿verdad?
Asintió con su cabeza.
—No dejes que Sam se entere.
Los ojos me ardieron y me encorvé, abatida.
—Sois unos cobardes. Sam... Sam debería saber eso, no merece que su propia familia le oculte algo así.
Estanislao apretó los labios, compungido.
—Sé que es horrible. Sé que es cobardía. Sé que no lo merece —murmuró con agonía, preso de la tristeza—. Pero ponte en su lugar, Katerine. Piensa en que nunca fuiste quien eres, que toda tu familia te ha mentido, y que eres, en palabras simples, un error. Un imperdonable error.
—Sam nunca fue el error —refuté con mis puños apretados—. El error es lo que sucedió entre vuestra madre y el otro. No metas a Samuel en eso.
—Katerine...
Oí el cierre de una puerta y vi el cuerpo de Samuel asomar por el pasillo. Ignoré su caminar torpe. Mi corazón latía raudo, mi boca tembló por unos milisegundos, hasta que una simple frase me rescató:
—¿Hay Cola Cao?
Asentí repetidas veces, un tanto nerviosa. Me levanté de la silla y puse esfuerzo en caminar hacia él, quien se había adentrado en la cocina. Me puse a su lado, mientras Sam preparaba algo para desayunar.
Giró a verme con una cara de mala leche tremenda y soltó:
—Me duelen las piernas.
Sonreí levemente, algo aliviada. No había oído nada.
—A mí también, un poco —coincidí ladeando mi cabeza—. ¿Has dormido bien?
Una sonrisa cálida se formó entre sus labios.
—Claro —pronunció feliz—. Estabas conmigo.
Se agachó hasta mí para depositar un beso en mi frente. Mi sonrisa se ensanchó de inmediato.
Oí los pasos de Estanislao retumbar en el pequeño espacio. Sam le observó por arriba del hombro con una somnolienta sonrisa, ignorante de mi charla con su hermano.
—¿Todo bien? —murmuró.
El hermano mayor asintió. Samuel volteó a verme, buscando encontrar algo en mi expresión que lo refutara, pero sólo pudo poner un gesto compungido al presenciar mi punzante silencio.
No quería mentirle a Sam. Sabía lo que acarreaban los secretos y mentiras. Viví aquella amargura. Sin embargo, no tenía más opción que callar y esperar un poco por una señal de raciocinio de parte de su padre. Del cual desafortunadamente Estanislao era cómplice.
No deseaba ser una más. Y no dudaría en soltar la verdad en el momento en que la familia de Samuel se negara a decirlo.
Respirar el aire de la ciudad de Zaragoza fue extraño tras el exhaustivo viaje de Cáliz a Aragón. El piano del ascensor de nuestro edificio me dio una sensación de familiaridad. Siempre me fue molesto, monótono y desagradable, pero esa vez era como una melodía que me daba la bienvenida a mi hogar.
Tenía muchos recuerdos en ese sitio, que me asqueaban o enternecían. A pesar de todo, mi cariño hacia ese viejo lugar era muy grande.
Las paredes oscurecidas y desgastadas por su vejez me dieron un cálido abrazo cuando el elevador cesó frente al pasillo indicado.
—Fueron buenas vacaciones —dijo Sam con calidez.
Torcí el gesto. Hubieran sido aún mejor de no ser por un suceso que me hacía temblar las manos y bajar la cabeza.
Besó mi frente en un gesto tierno y entrelazó mis dedos con los suyos. Su tacto era cálido, cual refugio en medio de una tormenta de nieve.
Avanzamos por el pasillo, y un pequeño envoltorio de carta estaba en el suelo, como si alguien lo hubiera querido meter por debajo de mi puerta. Flexioné mis piernas para agacharme y tomé aquel papel.
Mis manos desenvolvieron el contenido con agilidad, deshaciendo el cierre de un tirón. Saqué el papel del interior, y el trepidar de mis manos fue inevitable.
No podía ser.
Me hubiera encantado poder congelar el tiempo; detener el mundo en el momento exacto de mi suprema felicidad. Reiniciar mi vida desde el instante en el que sonreí genuinamente por primera vez.
Pero no. Mi vida tuvo que detenerse en ese instante de desesperación.
—Katerine...
La voz de Sam se oía como si el agua la ahogara. Mis piernas temblaban sin cesar. Los latidos de mi corazón eran fuertes explosiones que parecían querer destruirme. Mi entorno me ahorcaba. No podía hablar, sólo jadear y sumirme en un mar de desesperación.
Todo mi pecho oprimía mi cuerpo, me arrebataba el aire, ansiaba asfixiarme, punzaba en cada parte de mí. El sudor de mis manos hacía que mi agarre se debilitara, un hormigueo las recorría y pronto sentí cómo se entumecían.
Sentía que me iba a morir. Que algo saldría de tras mi espalda, me tomaría del cuello y haría tanta presión que me quebraría entera.
—Me estoy ahogando —jadeé afónica.
«Me estoy muriendo». Porque eso era lo que sentía: un peligro inminente. Una sobredosis de adrenalina. Algo en mi cuerpo me alertaba, me decía que corra. Pero no podía moveme.
El vómito amenazaba con salir, mas la presión en mi cuello le detenía. Mi cuerpo se inclinó al sentir una arcada, sin embargo, sólo hilos de saliva huyeron de mi boca.
No oía nada. Era como si tuviera tapones en mis oídos. Como si alguien hubiera tomado un cable de mi cuerpo y lo desconectara de todo mi entorno.
Las figuras frente a mis ojos dejaron de ser nítidas, fueron sólo manchas difusas.
Un largo pitido se extendió por mi cabeza, era interminable. Grité para que parara, pude jurar que la voz me salió quebrada y suplicante, quizás ni siquiera pude pronunciar.
El mundo tembló bajo mis pies. Perdí todo equilibrio de mí misma, tambaleándome como si mis huesos no funcionaran.
—Entra.
«Entra», mi mente repitió la palabra cual eco. Mis pies no le harían caso, me paralizaban, parecían endurecerse. Mi cabeza no podía pensar con claridad.
La voz de Sam era interminable, algo decía, pero mis oídos le ignoraban. Mi mente sólo repetía una misma oración, como un insoportable y fuerte martilleo contra la pared:
«Citación a juicio».
Falta poquitísimo para el final y la verdad eso me ha puesto bastante nerviosa. Tuve problemas a la hora de escribir, y bueno, no voy a agobiarlos con temas míos.
Probablemente el siguiente capítulo sea el último de SAM y escribirlo me va a costar lo que viene siendo 3 webos. Pero, en fin, espero que hayan disfrutado y los estaré esperando en la meta 💕.
Se los ama.
—The Sphinx.
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