66 - Las oscuras nubes de una tormenta


Mientras escribía el capítulo Cold de Jorge Méndez me gustó bastante para acompañar la lectura. Pueden ponerla en caso de que quieran más inmersión, sino, pueden elegir cualquier canción que les despierte un sentimiento de tristeza  :)

Disfruten el cap, y voten si pueden (sin WiFi también llega el voto), ya que el anterior tuvo bastantes lecturas y un menor número de votos a lo que normalmente tiene la novela u_U

El sonido de los cubiertos sonó cual tintineo en el incómodo silencio en la familia. El padre de Sam estaba en la cabecera, concentrado en su comida, mientras que yo yacía sentada al otro extremo de la mesa.

Lao le murmuró algo a Eleonora, quien era la única comiendo ensalada. Los demás degustábamos la carne asada con algo de vegetales.

Sabrina observó, algo preocupada, cómo Olaf comía manchándose el rostro. Pasó la servilleta por el rostro de su hijo, limpiándolo de restos de saborizantes y entrecerré mis ojos, como un gesto agobiado.

Me percaté de la disimulada mirada de Sam sobre mí, y, cuando nuestros ojos conectaron él se apartó con rapidez, evadiendo el contacto visual.

Dejé el tenedor y cuchillo a un lado tras acabar la cena y en mis labios se formó una sonrisa incómoda. Nora me echó un vistazo de reojo.

—¿Cuánto tiempo lleváis juntos? —inquirió Sabrina.

—Casi cuatro meses —respondí, inquieta. Mis ojos deambularon entre los presentes, desde la castaña madrastra hasta el despistado hermano de Samuel—. O algo así.

—Oooh —exclamó el papá—. Creí que llevaban mucho más.

—Es verdad. ¿No fue desde antes de abril? —añadió su esposa.

Entorné la mirada y miré a Samuel, ¿les había contado una versión distorsionada?

—En realidad no —contestó el pelinegro, algo incómodo—. Sólo éramos amigos.

—Pues no lucíais como unos —replicó su madrastra.

Mi novio replicó con una incómoda sonrisa de labios cerrados. Lucía un tanto nervioso, como si no fuera capaz de afrontar la situación. Su padre apoyó una mano en el hombro de su esposa, en una señal sutil de que no diga más cosas así al comprender la irritación de su hijo.

Eleonora y Estanislao se miraron algo entretenidos debido al malestar del hermano del susodicho. Sabrina fue quien dio el último bocado en la mesa y se levantó junto a su hijastro, Sam, para lavar los trastos. Mi suegro abandonó su silla a los pocos minutos y me quedé a solas con Olaf y el par de enamorados, quienes cotilleaban a escondidas algún asunto que mis oídos no llegaron a oír.

Estanislao volteó a verme con un semblante neutral. Se rascó su escasa barba y carraspeó para aclarar su voz.

—¿Aún no habéis solucionado nada? —masculló con urgencia, sus dientes estaban apretados y sus ojos bien abiertos.

—Aún no —contesté desinteresada. Apoyé mis manos en la mesa y Olaf me observó asombrado, casi destilando adoración de sus brillantes ojos claros—. Si me permiten, hay alguien esperándome.

—Pero Kate... —insistió Nora, con una mirada algo oscura y apenada—. Aseguraos de... aseguraos de disfrutar vuestras vacaciones, ¿vale? No hemos venido aquí para estar peleados.

—Es muy pronto para divorciarse —añadió Estanislao, reflejando un pesar fingido en su mirada.

—Sois unos exagerados. —Me encaminé hacia el arco que dirigía a uno de los pasillos de la casa—. Él y yo arreglaremos las cosas, pero quiero dejarle unos asuntos claros antes.

La pareja meneó su cabeza en negación, cosa que me causó un bufido.

—Dejadme sola con mis problemas, ¿vale?

No recibí respuesta de ninguno. Incapaz de convencerles, me sumergí con pasos taciturnos en el inmenso pasillo que probablemente me doblaría en altura, quizás medía aún más. Paseé mi mirada por los minimalistas cuadros y mis estrepitosos pasos hicieron un eco agudo que rebotó en todo el sitio. Eché un vistazo al jardín por medio de la «pared» de vidrio en el lado contrario a las obras de arte. Estaba cayendo una fina lluvia que empañaba los vidrios y marcaba húmedos caminos de diminutas gotas.

Mis ojos se entrecerraron cuando divisé un reflejo en el pulcro ventanal. La figura de Sam estaba a poca distancia de la mía. Mi mirada abandonó el reflejo y se dirigió inmediatamente a él. Su impresionante altura ya no me causaba asombro, y a pesar de su belleza que siempre me había parecido la representación humana de la perfección, no sentí gran atracción por sus insondables ojos o llamativos labios.

Pasó una mano por su cabello negruzco, algo nervioso y vi que la voluntad le tembló antes de soltar:

—¿Aún no?

—Aún no —dictaminé.

Un suspiro amenazó por abandonar sus labios, mas lo detuvo antes de que siquiera produjera sonido.

—¿Hasta cuándo?

Me encogí de hombros como una expresión chula. Fueron inevitables las arrugas que se formaron en su entrecejo.

—¿Qué es lo que he hecho mal?

Estiré una de mis comisuras con irritación y regresé mi mirada al jardín.

—Me has insultado.

—Tú también me has insultado muchas veces.

—Pero no de la forma en la que lo has hecho hoy —murmuré por lo bajo. No me sentía con ganas de explicarle con peras y manzanas que lo que hizo me hirió—. Fue desagradable.

—También fue desagradable lo que tú hiciste —replicó de inmediato—. Te dije que pararas.

—En varias ocasiones también te he pedido que pararas y no hiciste caso. ¿O la memoria no te funciona?

—Son cosas diferentes. —Dio un paso hacia mí, el cual resté inmediatamente al retroceder—. Normalmente hago cosas que a ti te gustan, pero hoy...

—Te estaba gustando —respondí con los brazos cruzados.

—¿Qué? ¿Cómo...? No, Kate, eso no es...

—Vi tus reacciones.

—Pero, Kate, dije que pararas.

Apreté mis labios y mantuve mi vista en el césped, incapaz de verle a los ojos.

—Lo siento, entonces. No debí hacerlo, ni lo volveré hacer. Te haré caso la próxima vez y no me pasaré como hoy —murmuré cohibida. Mordí mi labio inferior con suavidad. La brisa agitó los arbustos y el césped, sin embargo, pareció despejar mis ideas—. Aún espero tu disculpa completa.

—Kate...

—Me tengo que ir —le corté fijando mi mirada en la suya. Yacía preocupada, enseñaba algo de languidez, mas Sam no parecía querer plasmar sus sentimientos en palabras.

Cuando acabé de atravesar el pasillo, apreté mis puños. Él no mostró siquiera un atisbo de esmero en pedirme que me quedara. ¿Y por qué lo haría? Bien le había dicho yo que debía irme, lo último que pensaría sería que yo ansiaba que detuviera mi paso hacia el cuarto. Mi mano tomó la manija de la puerta exterior, a través del empañado vidrio divisaba una figura en el sitio, era el padre de Sam. Abrí la puerta y llegué a la galería. Volteé, esperando ver una difusa forma de la anatomía de Samuel, mas no encontré ninguna, ya había abandonado el pasillo.

La galería estaba cubierta por un inclinado techo sostenido por gruesas columnas que dejaba ver una fina tela de lluvia cayendo por sus bordes. El suelo de mosaicos de cobre tonalidad yacía empapado en las zonas cercanas a la lluvia. Di un vistazo rápido al mojado y verdoso jardín que abrazaba aquel sitio, transmitiendo aquel húmedo aroma de lluvia que ingresó a mi nariz cual atrevido invasor.

Volteé a ver al hombre de vista cansada y ojerosa, quien contemplaba con suma atención el entorno natural, como si analizase una obra de arte. El cabello oscuro, algo poblado de grises canas, se revolvía agitado por las violentas olas de la brisa. Tosió, llevando su antebrazo a su boca.

—Hola. —Mi voz se disparó insegura.

Él volteó su rostro hacia mí con lentitud, hasta hallar mi mirada. Sonrió apenas se percató de mi presencia. Sus facciones iluminadas por la cónica y blanca luz dispersa por el techo lucieron algo peculiares para mí. Su nariz ancha distaba mucho de lucir como la angosta de Sam. Mientras que sus ojos habían perdido todo brillo que alguna vez la juventud le hubiera otorgado.

Aquel hombre había sido golpeado por la vida, y las cicatrices quedaron grabadas en su vacío mirar.

—¿Por qué no tomas asiento? —Señaló con su mentón dos sillones plásticos de patio de color caoba.

Di precavidos pasos hacia una de las sillas, siendo perseguida por la atenta, aunque intimidante, mirada del hombre.

Mojé mis labios, buscando algún tema de conversación, mas el hombre me superó a la hora de hablar:

—Estaba pensando en lo mucho que creció esta familia —murmuró, sus ojos se perdían en el patio, escalaban por los troncos de altas palmeras, y luego atravesaban un prolongado camino hasta alcanzar mi temerosa mirada—. Si bien mis hijos ahora no tienen una vida perfecta, han mejorado tanto... Cuando Sam era pequeño, miraba a los demás niños tener una familia con dinero sobrante, sé que se mordía la lengua para no pedir nada de lo que veía. Él era consciente de nuestra situación.

Una sonrisa pequeña, símil a la de su hijo, atravesó su rostro, iluminándolo por completo. Generaba una sensación de cercanía y familiaridad con su dócil expresión y aquellas palabras emocionales que su boca desprendía con tanta facilidad.

—No fui un buen padre para él. —Su mirada abandonó la mía—. Hice mal en dejarlo en manos de Lao...

—No tenía otra opción.

Su gesto entero se tensó.

—Quizás si me hubiera esforzado más, Sam habría vivido una mejor infancia y adolescencia —refutó con la voz apagada—. No estuve ahí para él. No lo guié, ni le enseñé. ¿Te parece eso propio de un padre?

Permanecí callada. Sabía los problemas que causaba que un padre se ausente, conocía la sensación de necesitar ayuda y no poder descansar entre los cálidos brazos de alguien. Aquel desamparo que carcomía la cordura a un ritmo preocupante, que llevaba a tomar malas decisiones.

Cuando el mundo entero tembló bajo mis pies, la única persona a la que me pude aferrar fue Bruno. No fue ni Adela, ni Ciro Greco. Mucho menos Abril, aquella arrogante niña que pronto se separó de mí con una inesperada partida que me dejó sin ninguna estabilidad. Sin embargo, aquella persona que estuvo junto a mí en momentos duros quizás no fue la adecuada, pero me cegué ante la idea de que si me separaba de él, regresaría al desasosiego y oscuridad.

—Amo a mis hijos. Estanislao siempre fue inteligente, maduro y protector con su hermano pequeño. Sam siempre tuvo esa personalidad adorable, calmada y cooperativa. —Fue inevitable aquella paternal y cálida sonrisa que surcó sus agrietados labios—. Pero cuando me enteré... —Mi mirada se tensó ante el avistamiento de sus apretados puños, sus venas emergían de su piel— cuando me enteré de lo que sucedió con Mariana y aquel hombre, no podía ver directamente a Samuel. Todo de él me recordaba a su madre. Sus ojos, su cabello, todo.

Mi garganta se secó de inmediato e intenté leer entre líneas al oír sus palabras.

—Él nunca fue culpable de lo que su madre hizo. Lo entendí tarde. —Sus dientes se juntaron con tensión y vi un destello de melancolía en aquellos oscuros ojos—. Lo entendí cuando ya había perdido a Sam.

—¿Sam no es...?

Negó con lentitud, inseguro, y con su mirada lejos de la mía. Mis ojos se abrieron con desmesura y mi ceño se arrugó. Oí los latidos de mi corazón alterarse y sonaron como si se hallaran al lado de mis oídos. 

Mi temblor en las manos fue inevitable.

—Quizás tú... puedas decírselo. —Su voz salió como un débil soplido.

Mi mente entero se revolvió, ¿cómo podría decírselo? ¿Yo? ¿Por qué no lo hacía él, o Lao, siquiera Mariana, su madre biológica? ¿Qué sentido tenía que yo, su novia, le dijera algo como eso? ¿Cómo reaccionaría Sam si yo hiciera eso?

—Yo no... no creo que...

—Entiendo que es una carga.

—No es una carga —respondí aludida—. Sam merece saber eso a través de usted. Su padre.

Mis últimas dos palabras parecieron sonar como un chiste para el hombre, ya que una sardónica carcajada resonó en la galería como el eco de un perdido espíritu.

—Nunca tuve el valor. Ni siquiera Estanislao. —Su ceño se frunció, debilitado—. Creí que tú... tendrías un lazo con él que ni su hermano, ni yo tenemos.

Negué con mi cabeza.

—Lo nuestro no es menos —recalqué, fijando mi vista en la suya. Sus ojos conectaron con los míos y una corriente eléctrica me recorrió entera, como si fuera una advertencia de que cuidara mis palabras—. Pero... simplemente no soy la persona indicada.

Estuvo a punto de pronunciar algo más, pero me adelanté:

—Quizás si fuera usted la persona que le dijera eso, su lazo se fortalecería.

Su semblante cálido se desvaneció y el cabello bailó con fuerza sobre su cabeza. Su ropa fue azotada por el tormentoso viento y la lluvia incrementó su intensidad. El poderoso traqueteo de las gotas contra el techo, sumado el repentino frío, me sumieron en un estado extraño de enfado y tristeza.

Sam no merecía ser tratado como el viviente vestigio de un error. Su sola existencia le recordaba el desagradable hecho a su padre, mas éste, en lugar de superar la situación, había concentrado su rencor en su hijo desde que Samuel era un pequeño niño que ni siquiera sabía leer y escribir.

—¿Qué crees que haría? ¿Cómo crees que reaccionaría? —añadió con un tono molesto.

—Tal vez... Tal vez si él lo supiera finalmente sabría porqué él siempre fue el apartado de ambos hermanos —hable deprisa, con la voz quebrada—. Sam... él vive en la duda... Él necesita que usted le aclare todo lo que le ocultó.

Conocía el palpitante dolor de Sam, sabía de la importante herida en su corazón que día a día le atormentaba. La herida la cual le recordaba que él tenía algo que lo diferenciaba de su hermano mayor, algo que provocaba que su padre apartara la mirada al verle, algo que había causado que su papá se sumergiera en tristeza e ira. Algo que le oscurecía la mirada a su hermano apenas rozaran el tema. Algo que le había alejado de los cálidos brazos de sus padres.

Algo que había dividido a su familia entera, que había causado una grieta irreparable entre sus padres. Que había partido sus caminos en dos rumbos totalmente contrariados. Tenía ese algo que tanto había afectado a Estanislao, su amado hermano mayor.

Sin embargo, si tan sólo se enterara de que su existencia entera se debía a un error. Si se enterara de que si él no hubiera nacido quizás sus padres aún se tomarían de las manos y Estanislao hubiera vivido aquella infancia y adolescencia que ninguno de los dos pudo sentir... Quizás Estanislao no hubiera luchado tanto por sacar a su hermano y a él a flote mientras su padre agotaba su energía en algún trabajo infernal.

¿Qué sucedería con Sam?

¿Qué sucedería con Sam si llegaba a oír que su familia le había ocultado su identidad por tantos años?

¿Qué sucedería con Sam si llegaba a enterarse que aquella persona que había pensado como su hermano, en realidad no lo haya sido por completo?

¿Él... podría soportar la culpa?

Si Sam se enteraba de ello, era seguro que inmediatamente se culparía por la separación de sus padres y todo lo malo que provocó eso. Él creería que si no hubiera nacido todas los problemas con los que luchó durante su vida junto a su hermano nunca habrían existido. Porque, estaba segura de que Samuel se atribuiría toda la culpa.

El silencio de aquel hombre me sumergió en un mar de desconsuelo y turbia tristeza. El viento me golpeó cual látigo en el rostro y me levanté de la silla, con la mano en el corazón.

No podía cargar con aquel secreto. No podía cargar con la inmensa verdad detrás de todo.

—¿Por qué... me ha contado todo esto? —Mi voz terminó de quebrarse y un lánguido sollozo abandonó mis labios, mi pecho se volvió pequeño, como si no pudiera soportar mi corazón que con cada latido se agigantaba. Sentía como si estuviera a punto de estallar, y el nudo en mi garganta no apaciguó mi pena, la incrementó en demasía, arrebatándome todo aliento.

Liberé mi carga a través de adoloridos sonidos de tristeza.

—Quiero que acabes con esto. —Su gesto entero languideció—. Si Sam... si Sam se ha fijado en ti es porque de verdad te ama. Sé que tú puedes ayudarlo.

No. No... Claro que no podía. Aquel asunto se escapaba de mis manos.

—Debe ser usted —supliqué—. Sam... S-Sam... —La fuerza huyó de mi boca, ni siquiera aquel efímero nombre lograba ser pronunciado por mis inseguros y temblorosos labios—. Sam debe saber quiénes son sus padres.

No cedió.

—Si yo le digo tal cosa... eso terminará por destruir su relación. —Di un par de pasos hacia él. De inmediato retrocedió, atemorizado e inseguro, y uno de sus pies resbaló con el suelo mojado de la lluvia. Las gotas de agua alcanzaron su cabello y sus mechones se pegaron a su frente—. Debe ser usted. No yo. Ni Estanislao. Han pasado dieciocho años desde que Sam nació. —Mi voz recobró fuerza, logrando pronunciar aquello con total firmeza—. Ha tenido tiempo suficiente para tomar valor.

Su labio inferior tembló.

—Que le oculte algo así a su propio hijo y se lo diga tan fácil a una extraña habla mucho de usted.

—Él no es...

—¡Lo es, joder! —Retrocedí de inmediato, caminando con zancadas por la amplia galería. Mis manos se apretaron formando dos puños furiosos—. Incluso aunque lleve la sangre de ese otro hombre, es usted quien lo ha criado. A pesar de toda su ausencia, a pesar de sus errores, es usted quien protegió a Estanislao y Sam mientras ellos eran niños. ¡Mariana y el otro no importan!

Mi rostro se volteó con brusquedad, hasta poder ver por encima del hombro al entristecido hombre, con toda la culpa plasmada en el rostro.

—Quizás Estanislao sea su medio hermano. Pero fue él quien estuvo ahí para Sam, fue él quien lo cuidó. Él fue y es su hermano, llevando la misma sangre o no.

El rechinido de una puerta me alertó por completo y mis ojos se abrieron con desmesura. Mis labios temblaron de nervios y la difusa silueta no colaboró con mi estado ansioso. Esperaba que no fuera Sam. No quería que mi novio fuera testigo de aquel enfrentamiento, ni siquiera deseaba que tuviera un indicio de tal tema de aquella forma tan chocante.

—¿Qué es lo que sucede?

Era la voz de Estanislao.

Un suspiro de alivio abandonó mi boca. El muchacho alternó su mirada entre ambos, y de manera inevitable se fijó en las huellas de mis lágrimas.

—Katerine... —Incluso sabiendo la verdad, podría haber confundido aquel lastimado tono con la voz de Sam. Le dio una mirada recelosa a su padre y se acercó a pasos agigantados hacia mí. Me tomó de la mano y tiró con suavidad de mi brazo con tal de que le acompañe—. Ven, por favor.

Antes de irme con Estanislao, volteé a ver al hombre, algo preocupada. Él se vio suplicante, como si me diera una última mirada que rogaba porque cumpliera con su petición.

No lo haría.

Mis pies mojados mancharon las tablas de madera y las huellas marcaron un camino hacia el cuarto al que nos dirigimos. Juzgando por la decoración, intuí que sería el cuarto de Nora y Estanislao, debido a que ese estilo minimalista y negruzco sólo podía ser de ellos dos. Con su mentón me señaló la cama y entendí su petición, me senté en el borde de la misma. Avanzó con zancadas hacia mí.

—¿Qué ha pasado? —preguntó alarmado. Su mirada le temblaba y me tomaba de los lados de los brazos para apretarme e impedir que me aparte. Mi cuerpo entero trepidó, de frío y angustia. Aquella horrible noticia estaba consumiendo el poco fuego que había surgido en mi corazón en los últimos meses. Me congelaba, erizaba mi cabello y provocaba una migraña que hacía palpitar mi cabeza, provocando un dolor punzante en mí—. Te ves fatal, Katerine. Por favor, habla.

Mi mirada evadió la suya, no podía sostener mi consciencia por mucho tiempo. Tener en frente a Estanislao era como ser golpeada. Era un viviente recuerdo de mi conversación con su padre.

Sus manos me soltaron y retrocedió, con los brazos en jarras y pululó por el cuarto, desesperado y con las alarmas en rojo.

—¿Te dijo algo? —preguntó con la voz en alto—. ¿Te hizo algo? Kate, por favor, contéstame.

—No me ha hecho nada malo —repliqué, con la mirada perdida en las tablas de madera grises—. Estoy bien. —Mi tono fue mecánico, como si mi boca hubiera sido programada para pronunciar esas dos palabras.

La puerta se movió, enseñando una delgada sombra y dirigí mi mirada con brusquedad hacia la entrante silueta.

Mi cuerpo entero se encogió de angustia. Yacía asfixiada por aquel sentimiento pesado que me había causado la llegada de esa noticia. Verle era doloroso, símil a un martirio. Sam lucía tan ingenuo, confiaba en su familia; la amaba, mas su padre le veía como un bastardo, el hijo de otro hombre. Él era lo que había quedado de una aventura; alguien que con cada vistazo le recordaba a la imagen de su esposa acostándose con otro hombre. Me dolía saber que a pesar de que él confiaba plenamente en su padre, el susodicho le ocultaba su propia identidad.

Si yo me sentía así, ¿entonces cómo se sentiría Sam si supiera aquello?

La mirada gris del susodicho inspeccionó a ambos con nervios y algo de confusión. El aliento me fue arrebatado. Los hombros de mi novio yacían tensos, como si algo estuviera apretando su cuerpo. Avanzó por el cuarto y llegó hasta mí, con un paso apresurado que denotaba su preocupación. De inmediato clavé mis ojos en el suelo, incapaz de mirarle de tan cerca. Incapaz de siquiera conectar su mirada con la mía por unos pocos segundos. Porque cuando intentaba verle, imágenes de un Sam destrozado y abatido me atacaban, dejándome perpleja.

El pálpito de mi corazón se oyó en mis oídos y tragué saliva, intentando aligerar el nudo que nuevamente se formó en mi garganta.

—Kate... Cariño.

Una flecha me atravesó el pecho cuando Sam se agachó hasta que pude ver su rostro debajo del mío. Su expresión de tristeza y preocupación me debilitó tanto que mis piernas temblaron y mi espalda se encorvó, como si una roca cayera sobre mí.

—Mírame a los ojos, hermosa. —Su voz dulce acarició mis oídos como la melodía de una guitarra—. ¿Estás bien?

Sollocé, incapaz de contener mi llanto. Todo su semblante se deformó cuando la primera gota emergió de mis ojos. Mis lágrimas resbalaron de mi rostro y chocaron con su piel. Su mano apartó mi cabello, tomando un mechón para colocarlo detrás de mi oreja.

—¿Qué ha pasado?

Samuel volteó a ver a su hermano, intentando comprender la situación, mas Lao replicó con un simple meneo de cabeza, negando cualquier idea que podría llegar a la mente de Sam. Regresó su vista a mí y con aquella bruma difusa frente a mis ojos logré contemplar su semblante herido.

Le lastimaba verme llorar. Muchísimo más de lo que yo imaginaba.

Me envolvió entre sus brazos, pegando mi rostro compungido a su pecho. Mis oídos percibieron sus alterados latidos de su corazón. Clavé mis dedos en su espalda.

¿Qué haría con ese secreto?

Tenía a Sam, delante de mí, ingenuo ante la verdad. Él ni siquiera sospechaba algo acerca de ello, él nunca pensaría que su familia le ocultaría su propia identidad.

—Sam...

—¿Qué sucede? —Su voz sonó adolorida, como si estuviera a punto de llorar—. Dime, Kate, por favor... Dime.

Oí el azote de la puerta, Estanislao había abandonado el cuarto.

Mi novio me apretó contra él, intentando consolarme, mas mi llanto aumentaba más y más. Ahogué un quejido. No sabía qué hacer, cómo reaccionar, con qué cara ver a Sam.

No sabía qué excusa debía poner.

Aunque quizás... no debía mentir. Quizás debía desvelar lo que su padre me dijo.

Si mentía una vez más, no resolvería nada, volvería a pasar lo mismo que sucedió las otras veces. Sam volvería a desconfiar de mí.

Tal vez Sam se alejaría.

—Esto... —murmuré— n-no me incumbe a mí, Samuel. —Apenas tuve fuerza para pronunciar lo siguiente—: Debes hablar con tu padre, y aclarar todo.












Hubiera deseado que mi vida experimentara una pausa en el momento en que el viento de la playa chocó con mi rostro e hizo bailar mi cabello. Hubiera deseado que el mundo se detuviera en el instante donde las nubes se volvieron rosas y el sol anaranjado. Hubiera deseado que todo se congelara en aquella precisa ocasión donde mis pies fueron bañados por el impulso del agua.

¿Qué sucedería con Sam y conmigo?

Recordé la noche donde todo inició: mi pelea con Bruno me había dejado cabreadísima y con ganas de echarme a la cama a hacer nada y simplemente dormir. Sin embargo, fue la guitarra de Sam, Sam d'Aramitz, la de que arrancó de mi apacible sueño para sumergirme en la belleza de cada nota.

Mi mente revivió el clima de ese tiempo: frío, casi gélido, cuya brisa golpeaba de manera violenta el cuerpo de uno. Pero la brisa me guio hasta ver a Sam, cuyo cabello fue agitado con la fría ventisca mientras él tocaba de manera armoniosa la vieja guitarra que tanto me había preguntado cuántos años tenía aquel viejo instrumento.

Cerré mis ojos con fuerza y me apoyé en el arena. Mi mano tomó un poco de ésta y cayó en finas cascadas por el espacio entre mis dedos. La luz del sol bañaba la playa con un tono anaranjado, como si tuviera un filtro.

«—Quiero que acabes con esto. Si Sam... si Sam se ha fijado en ti es porque de verdad te ama. Sé que tú puedes ayudarlo».

En las películas y libros siempre había oído del poder del amor. Como la protagonista que cambiaba al destrozado hombre que destilaba toxicidad, o como superaban las adversidades con palabras dulces y románticas.

Pero en mi realidad, el poder del amor no existía. Uno debía luchar por sí solo, sin la ayuda de nadie, quizás siendo apoyado por sus acérrimos. Sin embargo, el problema que Sam cargaba huía de mis capacidades.

Un carraspeo me alertó al instante. Volteé a ver hacia atrás y divisé a Sam, escondiendo algo detrás de su espalda mientras tenía una sonrisa pequeña y tonta plantada en el rostro.

—¿Qué escondes?

—No lo sé —canturreó contento.

Avanzó hacia mí y cuando se agachó hasta estar a mi altura me enseñó un par de conos de helado. Abrí mis ojos desmesuradamente.

—¿Es para mí? —La voz aguda me salió sin querer.

—¿No es obvio?

Reí con suavidad y acepté la oferta. Me incorporé, sentándome y lamí el sabor de menta.

—Gracias.

—No es nada, Kate.

Se sentó a mi lado para poder contemplar el ocaso. La brisa hizo que el pelo negro de Sam se pegara a su frente, lo que me hizo sonreír. Acerqué mi mano libre a su rostro y descubrí su piel, dejando sus mechones hacia atrás.

Permitió que acaricie su rostro, mis yemas rozaron su pómulo y la calidez fue obvia en su expresión.

—¿Qué hay de tu... padre?

Él abrió sus ojos.

—Está con Sabrina y Olaf —respondió en voz baja—. De seguro jugando a algo.

La noche anterior había creído que el padre de Sam tomaría valor, creí que quizás mis palabras le habrían dado fuerza. Nada más alejado de la realidad; Sam continuaba sabiendo lo mismo que ayer.

Apreté mis labios, ¿qué pasaría con él cuando el tiempo se acabara y la verdad saliera a la luz?

No me arriesgué a comprobarlo. Ver a mi Sam deprimido y como un ovillo entre las sábanas era un escenario que prefería mantener lejos.

«—Kate, por favor. No le digas nada que te haya dicho mi padre. Sam no podría soportar saberlo».

Quizás le daba la razón a Lao.

El brillo de sus ojos me distrajo y regresé mi atención a mi chico, quien me contemplaba con suma devoción mientras se comía el frío helado que ya estaba empezando a derretirse. Lo acompañé, dándole un par de bocados a mi postre.

—¿Aún sigues enojada?

—¿Eh?

—Por lo de ayer, lo... de la mañana.

Entreabrí los labios, algo perpleja. Había olvidado el tema en su totalidad y el recuerdo desagradable de Sam insultando no había pasado por mi cabeza en las últimas horas.

—Kate, de verdad lo siento, yo...

—Yo fui quien hizo mal.

Asintió su cabeza, confirmando.

—Pero... te lastimé —susurró cabizbajo—. Yo te dije que... te dije que no te haría llorar, y cuando vi la forma en que me miraste...

—De verdad lo lamento muchísimo, Sam —expresé con seriedad—, pero mi padre tendrá que cortarte las bolas.

Su estado serio fue quebrado y su risa sonó genuina, mas no tan alegre como en otras ocasiones. Fue como carente de vida.

—Quizás ya no funcionen, después de lo de Andreu...

—Oh, claro que funcionan. —Le sonreí con mis cejas alzadas.

Rio una vez más y pegó su mano a su cintura, juntándose a mí para ver el atardecer.

—No volveré a hablarte así, Kate. —Su voz sonó contra mi oído, como si intentara tentarme a darme la vuelta y besarlo—. Siéntete libre de alejarte si lo hago.

—Si realmente me alejo, ¿lo aceptarás?

—Claro, pero viviré con la culpa.

—Mmm... Suena a que intentas hacerme sentir culpable a mí.

Dejó un beso en mi mejilla.

—Eran mis intenciones.

—¡Manipulador! —acusé con tono jocoso.

Soltó un par de carcajadas cerca mío y acomodó su rostro entre mi cuello y hombro, lo que me hizo ahogar una risa por las cosquillas.

—De todas formas... fue raro.

—¿El qué? —pregunté, confundida.

—Lo que hiciste.

Fruncí mi ceño y terminé de tragar el pedazo de helado para mirarlo.

—¿Raro por qué?

La incomodidad hizo que sus hombros se tensaran.

—Eso... ¿no lo hacen los gays?

Alcé mis cejas, perpleja. ¿Era por eso que estaba tan confundido?

—¿No duele? —preguntó con el ceño fruncido.

—Sólo si eres muy bestia —respondí con mis hombros encogidos—. Pero soy cuidadosa. Y, además, antes ni siquiera podía entrar, Sam, estaba esperando a que te relajes.

—¿Cómo...?

—Estabas muy tenso —expliqué—. Creíste que iba a... entrar. No lo iba a hacer a menos que me dejaras.

—¿Y por qué seguiste insistiendo?

Apreté los labios.

—No sabía de tus prejuicios sobre hacer eso.

Sam suspiró y le dio un bocado al helado, hice lo mismo. De nuevo estábamos en silencio, con la mirada fija en el horizonte y nuestros pensamientos de duda pululando únicamente en la cabeza.

—Me da miedo.

—¿Por qué?

—Por la misma razón que a ti te da miedo —replicó, sin apartar la vista del sol—. Debe doler.

—Si alguna vez te lo hago, Sam, sentirás de todo menos dolor. Lo prometo.

Volteó a verme con una sonrisa de boca cerrada, genuinamente contenta.

—Me gusta acostarme contigo, Kate. Me haces las cosas más fácil y no dejas que me ponga nervioso —musitó, cruzando sus brazos sobre sus rodillas de sus piernas flexionadas—. Pero no creo que aún tengamos la confianza suficiente para hacer esas cosas.

Asentí en señal de comprensión y me moví hacia él.

—Entonces será mejor que te prepares. —Sonreí—. Porque quiero hacerte de todo.

Su brazo se acercó a mí, y me tomó de la cintura para unirme con él.

—Estaré preparado —susurró contra mis labios—. Y espero que tú lo estés para lo que yo quiero hacerte.

Mi sonrisa fue inevitable y pronto se borró cuando fundió su boca con la mía en un mentolado beso. No me esperé la entrada de su lengua y solté un quejido de placer, la sensación era tan suave y fría, mas nuestras bocas parecían arder al sentir los movimientos cuidadosos aunque desesperados del otro. Un cosquilleo en mi vientre me hizo apretar las piernas.

Nos separamos con la respiración agitada y los ojos entrecerrados. Mi intimidad ya empezaba a incomodarme por sus repetidas palpitaciones en un punto muy sensible mío.

Maldito Katecoño y su ansiedad.

Me acabé mi helado y miré el de Sam, se estaba derritiendo.

—Cómelo rápido, que se derrite —murmuré con premura, resoplando.

Sam me hizo un escaneo completo, paseando sin vergüenza su mirada por todo mi cuerpo cubierto sólo con el traje de baño.

—Puede que yo me derrita más rápido.

Fingí no entender.

—Obvio, hace calor.

Frunció el ceño, enfurruñado porque «no capté» su indirecta.

—¿Quieres que te ayude con eso? —pregunté.

—¿Eso... qué?

Alcé mis cejas, entretenida por su confusión y nervios.

—El helado.

—Nah, ya comiste el tuyo.

Ni siquiera hice caso y me coloqué sobre sus muslos, él me miró, algo ruborizado. Mi mano se colocó sobre la suya para acercar el cono a mi rostro, paseé mi mirada por el helado, con gotas resbalando hacia el final, y luego observé a mi chico, nervioso y avergonzado. Relamí mis labios, él era el verdadero postre, y mi boca sabía muy bien lo delicioso que era degustarlo. Mi lengua salió con lentitud y una lamida barrió la fría crema del helado de menta. Mi novio se mordió el labio, supe con eso que se excitó, lo que me provocó una sonrisa de triunfo.

—Kate...

—Te he calentado, ¿o me equivoco? —Mi cintura desnuda fue acariciada con suavidad por su tersa mano.

—Sabes bien lo mal que me pones —admitió, sin estar cohibido.

Entrelacé mis dedos con sus sedosos mechones azabache. Mi sonrisa no iba a ser borrada fácilmente.

—Será mejor que comas rápido —murmuré, pasando mi mano por su ejercitado abdomen descubierto—. A menos que quieras perder tu oportunidad.

Sonrió.

—Me gustan las oportunidades.


Eeeh, bueno. Los detalles van en el siguiente cap, no me linchen.

¿Ustedes qué harían?, ¿mantendrían el secreto del padre de Sam o lo revelarían?

Si lo mantienen en secreto, Sam nunca se enterará y vivirá ignorante, pero si lo supiera, es seguro que se deprimiría (muchísimo) por las razones que Kate detalló.


Se dieron indicios muy sutiles de lo que el papá de Sam le dijo a Katerine (muy idiota de su parte por cierto, pero su papá no es muy conocido por tomar buenas decisiones). No me voy a extender demasiado en este tema ya que voy a dedicar un capítulo extra a ello, y también puede que explicite más el sufrimiento de Sam en la siguiente edición de la novela.

Voy a explicar cosas bastante obvias, pero sé que algunos podrían haberse perdido y tal, si entendieron todo, pueden saltar esto.

Básicamente sus padres se separaron cuando el papá de Sam se enteró de que Mariana le puso los cuernos, y que además hizo pasar a Sam como hijo suyo. Por lo que Ben comenzó a asociar a Sam con Mariana y Gonzalo (el verdadero padre de Sam). Cabe recalcar que Ben se quedó con Sam porque Mariana era una madre péeesima, y por más rencor que él le tuviera a Sam le tuvo compasión y comprendió que no viviría del todo bien con ella y su padre biológico. Cabe recalcar que Ben y Mariana NO estaban casados, y para cuando Ben se enteró de que Sam no era hijo suyo, Samusamu ya tenía unos añitos, por lo que le tomó cariño como si fuera hijo propio.

Estanislao y Samuel son medios hermanos, comparten características pero físicamente son muy diferentes. Sam se parece mucho a Mariana y Lao a su padre, mas Emiliano (el hijo de Mariana y Gonzalo, el hermano biológico de Sam) SÍ se parece a Sam, y Kate mencionó en un capítulo anterior lo mucho que se parecían ambos. Lo cual podría parecer lógico, ya que sin saber sobre la aventura de Mariana se podría deducir que comparten madre y por eso son similares, pero noup, son similares porque son hermanos, de forma total.

Ben ha comenzado a acercarse a Sam hace poco tiempo y eso es lo que le enfada a Samusamu, todo el tiempo que se desinteresó por él, pero en últimamente intenta reparar lo que ha hecho.



Gracias por leer, chikistrikis, y por seguir el recorrido de SAM. Voy a dedicar este cap ya que últimamente una personita deja un montón de comentarios, y también descubrí la funcionalidad del dedicado XD perdón, en AAI lo voy a hacer seguido.


—The Sphinx.


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